Aura o las violetas: 013

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Aura o las violetas : 013​ de José María Vargas Vila
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La luz del día siguiente declinaba;

la estancia estaba débilmente alumbrada por una lámpara, colocada detrás de una pantalla; mis hermanas, rendidas de fatiga, descansaban, y yo velaba solo, al lado de aquella que era la mitad de mi alma;

sentado cerca a la cabecera del lecho, tenía una de sus manos en las mías, y apoyaba sobre ella, mi frente calenturienta; la mano se agitó levemente; alcé la cabeza, mi madre despertaba; apenas abrió los ojos dijo muy paso:

–¿Mi hijo?

–Aquí estoy, madre mía.

–¡Ah! ¿conque no es cierto?

–No, madre, no;

levantando un instante la cabeza, fijó en mí, una mirada tan intensa, y tan tierna, como si en aquel momento, toda su alma se hubiese asomado a sus ojos.

–¡Ah! ingrato –murmuró.

–Sí, muy ingrato, pero perdóname, madre mía.

–Sí, te perdono, porque sé que sólo el dolor, ha podido hacerte intentar esa locura; si no fuera así, yo estaría avergonzada de ser tu madre; ¿cómo ibas a manchar así, con un crimen, el nombre de nuestra familia inmaculada hasta hoy? ¿cómo querías abandonarnos? ¿qué hubiera sido de nosotras, sin tu apoyo? ¿qué hubiera sido, sobre todo, de tus pobres hermanas? ¿sabes tú a todo lo que están expuestas las mujeres, en este mundo, cuando les falta el apoyo de un hombre? ¡ah! tú no lo sabes porque estás aún ajeno a las intrigas sociales, y los escollos de la vida; ¿no pensabas que tus hermanas, tendrán que ir no muy tarde a la Capital, donde ocuparán la posición que nuestra familia ha ocupado siempre, y entonces, qué harían ellas sin su her­mano, único amparo, y única sombra que debiera protegerlas?

calló por un momento; yo no me atreví a responder nada; luego, colocando su mano en mi frente, para acariciar mis cabellos, continuó en un tono dulcísimo:

–¿No es verdad, hijo mío, que tú no volverás a pensar en eso?

–Nunca, señora.

–¿Me lo prometes?

–Sí, señora

–Júramelo por el nombre de tu padre.

–Te lo juro.

–Y, por este Cristo –dijo tomando el crucifijo que había a la cabecera de la cama;

tomé la imagen en mis manos, y juré.

–Tú cumplirás –dijo entonces–; si así lo hicieres, Dios te bendiga –y extendió sobre mí su mano temblorosa, haciendo sobre mi cabeza la señal de la cruz;

me incliné entonces;

estaba redimido;

cuando la madre perdona, perdona Dios.