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Casado (MAQ)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

CASADO.

Yo no soy casado, ni hasta ahora me ha venido en pensamiento serlo, y con todo esto me atreveria á dar consejo al que me lo pidiese, del modo que habia de buscar la muger con quien se quisiese casar. Lo primero le aconsejaria que mirase mas á la fama que á la hacienda, porque la buena muger no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo: que mucho mas dañan á las honras de las mugeres las desenvolturas y libertades públicas, que las maldades secretas. Si traes buena muger á tu casa, facil cosa seria conservarla y aun mejorarla en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla, que no es muy hacedero pasar de un estremo á otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso.


Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar, quitaríase la eleccion y jurisdiccion á los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben, y si á la voluntad de las hijas quedase escojer los maridos, tal habria que escogiése al criado de su padre, y tal al que vió pasar por la calle á su parecer bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín: que el amor y la aficion con facilidad ciegan los ojos del entendimiento tan necesarios para escoger estado; y el del matrimonio está muy á peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle.


No se han de visitar ni continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros: porque aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con todo esto, es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mismos hermanos cuanto mas de los amigos.


Decia él, y decia bien, que el casado á quien el cielo habia concedido muger hermosa, tanto cuidado habia de tener qué amigos llevaba á su casa como en mirar con que amigas su muger conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas ni en los templos, ni en las fiestas publicas, ni estaciones (cosas que no todas veces las han de negar los maridos á sus mugeres), se concierta y facilita en casa de la amiga ó la pariente de quien mas satisfaccion se tiene.


Cuando Dios crió á nuestro primero padre en el paraiso terrenal, dice la divina Escritura que infundió Dios sueño en Adan, y que estando durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó á nuestra madre Eva, y asi como Adan despertó y la miró dijo: esta es carne de mi carne y hueso de mis huesos. Y Dios dijo: por esta dejará el hombre á su padre y madre, y serán dos en una carne misma; y entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio con tales lazos que sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una misma carne; y aun hace mas en los buenos casados, que aunque tienen dos almas no tienen mas de una voluntad; y de aqui viene que como la carne de la esposa sea una misma con la del esposo, las manchas que en ella caen, ó los defectos que se procuran, redundan en la carne del marido, aunque él no haya dado, como queda dicho, ocasion para aquel daño: porque asi como el dolor del pie ó de cualquier miembro humano le siente todo el cuerpo por ser todo de una carne misma, y la cabeza siente el daño del tobillo sin que ella se le haya cansado, asi el marido es participante de la deshonra de la muger por ser una misma cosa con ella; y como las honras y deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la muger mala sean de este género, es forzoso que al marido le quepa parte de ellas y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. [1]

  1. Este artículo pudiera titularse el código de los casados de ambos sexos. Su autor lo fue y conoció muy bien la esencia de este citado, sus ventajas y tambien los riesgos que le son anejos cuando nos lleva á él el momentáneo capricho de una pasion. Sin quitar nada en el segundo pensamiento á la libre eleccion de los hijos, declara lo importante que suele ser para el acierto la autoridad de los padres.