El cantar del romero: 03
II
[editar]Ábrete, pues, ¡oh sésamo!, que encierras
el geniecillo ruin y microscópico
que conmigo cruzó mares y tierras
desde la Alhambra hasta la mar del trópico.
Sal, atómico ser, sal de tu sueño:
rompe la leve cáscara del grano
de sésamo en que estás, átomo enano,
de los ingenios de hoy el más pequeño.
Sal y el viejo laúd toma en la mano;
pero vuelve gentil, ágil, risueño
como en el tiempo viejo, aún no en olvido,
cuando ibas por mitad cristiano y moro,
la cruz al pecho y de alquicel vestido,
cantando a Dios y despreciando el oro;
cuando, de audacia y de locura ejemplo,
salmodiabas los versos del poeta,
lo mismo al son del órgano en el templo
que al son de la morisca pandereta.
Sal, genio mío, ven: te necesito:
ven conmigo a asomarte a un agujero,
por do el poder de Dios que veas quiero
en un rincón de Asturias donde habito:
ven no más a escuchar un son, un grito,
un baladro, un bufido, un algo fiero
y encantador al par, santo y precito
tal vez; que nada siendo, es algo empero
como huella de Dios, casi infinito.
Algo compuesto de agua, luz, espuma,
ímpetu, ruido, fuerza y movimiento,
que debe hoy escribir mi vieja pluma
y tú cantar con tu postrer aliento:
y este algo misterioso, indescriptible,
aéreo y corporal, sólido y hueco,
frágil y recio al par, inconcebible,
del cual vamos a hacer algo legible…
un poema tal vez… no es más que un eco;
mas ten presente, geniecillo loco,
que un eco siempre es algo, aunque es muy poco.
¡Ea, pues, geniecillo que me inspiras,
a ver cómo de un eco en torno giras!
¡Sus! Tus alillas ágiles desplega,
recorre desde la alfa hasta la omega;
tu vuelo es libre, tu labor sin coto;
con la palabra y con la idea juega;
discurre, inventa, trama, afirma, niega,
canta, cuenta, salmodia…, arma alboroto,
hasta que ese eco que a rumor no llega
sea el de un huracán o un terremoto.
Prueba a Asturias que puedes todavía
un eco en sus breñales escondido
convertir en raudal de poesía
y en un recuerdo de hombre agradecido.
Mas al hablarla de él…, ¡por vida mía!
no vayas indiscreto o distraído
a alardear de saber mitología.
Asturias es romántica y cristiana:
salvó a Europa de ser mahometana;
y tierra en que es santuario Covadonga,
su creencia y recuerdos no prolonga
hasta los mythos de la edad pagana.
No hables aquí de Ninfas: las de Grecia
no llegaron aquí: la Ninfa Eco
pasa aquí, con razón, por una necia,
que habló sin ton ni son y siempre en hueco.
Como Ninfa y Deidad la adoró Roma,
que adoró a todo Dios: pero se opina
aquí que Grecia la admitió, una broma
por dar a Roma, en la mansión divina.
Eco fué Ninfa: más, sin forma humana,
hizo sólo en pinturas de persona;
y como Ninfa huera y casquivana
la aceptaron, de buena o mala gana,
desde el Areópago a la Sorbona.
Fué Ninfa, sí; pero la más perdida;
Divinidad rastrera y rezungona,
sin dar la cara se pasó la vida
por cuevas, subterráneos y rincones
para escuchar a todos escondida,
cortando por doquier conversaciones,
metiéndose con todos en cuestiones
y en divertir a tontos divertida:
y como, impertinente y holgazana,
repetir nunca supo más que un trozo
de una frase final, en la lejana
cavidad de una bóveda o de un pozo,
ya ni la poesía aquí la abona.
No hables, pues de esa Ninfa charlatana,
aquí no quieren gente respondona;
y sabe la católica asturiana
que ante la Cruz que el Gólgota corona
a las Ninfas ahogó la fe cristiana.
Aquí el eco no es más que un ruido, seco
o prolongado que, de voz humana
u otro son, se repite en algún hueco.
El eco que fué Ninfa muerto yace:
con que no hablemos más de esa villana,
y ven el mío a oír; que es un son vago,
que en las entrañas de la tierra nace
entre liquen, adelfa y jaramago,
que en dormir en un antro se complace,
y que en vapor y estruendo se deshace
en la asturiana costa de Vidiago.