El cantar del romero: 15
II
[editar]Y van y vienen los días:
Fermín se embarcó en octubre:
transcurrió diciembre en fiestas,
se pasó enero a la lumbre,
febrero entre ventisqueros,
marzo entre el sol y las nubes;
abril, al pasar, de verde
vistió la tierra, y ya cubre
los árboles de hojas mayo,
los pajarillos implumes
pían ya entre ellas, y vuelven
las golondrinas de Túnez,
y ya junio llena el aire
de pájaros y perfumes,
y aun de Fermín no trae carta
de Veracruz ningún buque.
Por más que lo disimulan,
Marica, impaciente bulle,
don Diego va y viene a Llanes,
don Juan su entrecejo frunce,
el pueblo a mentar comienza,
según su mala costumbre,
los olvidos de los idos,
del mar las vicisitudes;
y es, en fin, inevitable
que ya de Fermín se ocupen
todos, y al fin de ocho meses
comenten y conjeturen.
Que a su hija olvide Fermín
tan pronto, o que les oculte
las noticias de él don Diego,
a don Juan no se le ocurre:
porque lo que en él no cabe
en ninguno lo presume;
mas como idolatra a su hija,
por ella se inquieta y sufre.
Don Diego, a quien aun no afana
el ver cómo su hijo cumple
con Marica, mas que es padre
y que de afán se consume
por saber de él, no hay un día
en que por él no importune
al maestro de posta, y si hay
carta de él no le pregunte.
Por fin al cerrar la noche
del siete de julio, lunes
y día de San Fermín,
dió, sin que nadie le anuncie
en la casa de don Juan
y casi con él de bruces,
don Diego y dijo: «aquí hay carta
que el chico en la mía incluye
para Marica». Hija y padre
se alborotan, piden luces,
y a la de un velón devoran
lo escrito: que se reduce
a nada, o lo abarca todo,
según se sonde o se juzgue.
«Que llegó bien; que su tío
le recibió como a un duque;
que va a llevarle a una mina
que plata a ríos produce;
que su tío es muy alegre,
que en su casa se reúne
mucha gente, muchas damas,
que se comen muchos dulces,
que se bailan unos bailes
hijos de los andaluces,
repicados, zapateados,
muy movidos y de empuje:
que su compás es tan vivo,
que no hay nadie que le escuche
sin que los pies se le bailen,
y que los cantares crujen
como castañas al fuego:
que su tía le introduce
con todo el mundo; que es rubia
y que se llama Gertrudis:
que le tienen como al pez
en el agua: y en resumen,
que aquello es un paraíso,
con ángeles y querubes;
y que a poco que se empeñe,
será tan rico que asuste.
Y luego, en una posdata,
con que la carta concluye,
dice a Marica que la ama,
que solamente le nutre
la esperanza de volver,
que solamente le aburre
el no tenerla a su lado
y adiós y que le disculpe
si no escribe más, porque anda
sin saber a donde acude.»
Al concluir de leer,
a don Diego le relucen
los ojos con la alegría;
don Juan encuentra muy fútil
todo aquello, y no comprende
por qué sus tíos le impulsen
a esperar tantos dineros
sin que trabaje y que sude:
y Marica, hallando suelto
tanto cabo, se confunde
no hallando en la carta un hilo
que en el alma se la anude.
Y pasó un mes, y otro y otros:
la Mariquilla discurre
que con tantas novedades
es natural que se turbe,
con tan fáciles promesas
muy fácil que se deslumbre,
y que esperanzas tan fáciles
es preciso que le ofusquen:
suspendió, pues, su mal juicio
sobre aquel desbarajuste
de ideas y de impresiones
que de la carta resurte.
Marica, que aunque sencilla
es muchacha de cacumen,
calcula lo que en el ánimo
del pobre Fermín influye
el completo y repentino
cambio de país, costumbres,
esperanzas y proyectos,
que le admiran y seducen.
Algo hay que la alarma un poco,
en lo a que la carta alude:
algo que aun inapreciable
la desorienta y la aturde.
Fermín, hablando de todo
lo que ve y piensa, descubre
más ambición que cariño:
pero a la par se la ocurre
que si hacer allá fortuna
para casarse es lo que urge,
natural es que sea eso
lo que más le preocupe.
Don Juan no suelta palabra,
mas puede que disimule
lo que piensa, y algo duro
de tragar puede que rumie.
Don Diego, a quien poco importa
que su hijo a su amor renuncie
o no, con tal de que pronto
haga fortuna, y le ayude
a restablecer la suya
con lo que en Méjico lucre,
no anda con don Juan en muchas
atentas solicitudes.
A más de que se recela
que ruin rencorcillo encubre
contra él, por haber querido
que sus rentas se regulen
una por otra; y si un día
Fermín a do aspira sube,
para aceptarle la chica
será menester que puje.
Y van trascurriendo meses,
y el tercer año trascurre,
y las cartas de Fermín
dicen… y a la gente aturden.
«Que está bueno; que no hay nada
que sus tíos le rehusen;
que le tienen como a un hijo;
que le obligan a que estudie
e intervenga en sus negocios
y asiduamente se ocupe
de ellos, y a lo que parece
su heredero le instituyen.
Que monta hermosos caballos;
que en roperos y baúles
de cedro y sándalo tiene
su equipaje: que reasume
la autoridad de su tío,
en cuyos negocios múltiples
le representa, y su firma
con la suya sustituye.
Que ha hecho de él un personaje,
y que adopte y que se ajuste
a lo que su estado exige:
que anda con lo más ilustre
de la juventud de Méjico;
que semanalmente acude
del Virrey a la tertulia
con sus tíos, y trasluce
que tienen algún proyecto,
al que quieren que coadyuve,
para elevarle de un salto
de la fortuna a la cumbre.
Que su tío es millonario,
y que el Virrey se conduce
con él cual si de ambos fueran
los intereses comunes.
Que con su favor no hay nada
ya que se le dificulte;
que no le conocerían;
que ha variado de costumbres,
de lenguaje y de modales;
que ya por más que le busquen
no hallarán al Fermín de antes,
que no queda ni vislumbre
de él; y, en suma, que es tan otro,
que ya ni se le figuren.»
Esto escribe el hijo, y esto
cuenta el padre; aunque presumen
muchos que el padre y el hijo
ensartan muchos embustes.
Mas corroboran sus dichos
hechos que a creer inducen
que no les falte dinero,
aunque de él tanto no abunden.
Fermín a Marica envía
Vírgenes de Guadalupe
de oro y de ámbar: esculturas
de plata copeya, cruces
de ágata y de malaquita
en primorosos estuches,
chocolate de Oajaca,
de Tehuacán fruta en dulce:
mas… ni una dulce palabra,
ni una frase que la augure
próxima o remota vuelta:
nada que en su amor se funde:
nada que lo prometido
ratifique o que formule
promesa o protesta nueva,
nada que recuerdo acuse
de lo pactado antes de irse,
ni que el porvenir alumbre,
nada de lo que un ausente
jura siempre aunque perjure.
Marica empieza a andar seria:
natural es que la nublen
negras ideas la mente
y el alma la apesadumbren.
Tiene una fija: ahuyentarla
no puede por más que luche
con su razón, y ya teme
tal vez que se la perturbe.
Del ido Fermín la imagen
nunca en su memoria surge
sino de espaldas: en ella
su faz no se reproduce.
Impresa está en su retina
de espaldas, y se la esculpe
así en el cerebro el ojo:
y por más que la conjure
en nombre de Dios y rece,
no hay manera de que mude
de posición: es la misma
del catalejo; recurre
en vano a esfuerzos supremos
de voluntad; son inútiles:
la faz de Fermín no puede
hacer ya que se dibuje
en su mente. Es un efecto
de alucinación, que sufren
los que dejan que una idea
sola y fija les subyugue.
Partió Fermín sin volver
la cara, y ella atribuye
a esta postura el fatal
poder de un presagio lúgubre.
Y anda esquiva de las gentes,
y el baile no contribuye
ya a animar, y deja al vulgo
que de altanera la culpe,
que su amor santo critique,
de su constancia se burle,
en su vida se entrometa
y su porvenir prejuzgue.
Don Juan lamenta en silencio
que así su hija se atribule
y que juicio, vida y alma
en tal pasión aventure:
mas no se atreve a abocarse
con don Diego, quien rehuye
al parecer su presencia,
o por carácter voluble,
o por algo que de él cele
y en su perjuicio redunde;
y evita, sin duda, esquivo,
que don Juan se lo pregunte.
Marica, por más que presa
de negras dudas barrunte
que el bello y frágil castillo
de su ventura construye
en el aire, y que es posible
que el aire se le derrumbe,
no puede creer que Fermín
su santo deber conculque.
Que las yerbas del camino
de la existencia despunte
al pasar, que se distraiga…
sí; pero no que la injurie
y se deshonre perjuro,
ni cual prenda vieja arrumbe
su memoria y de la suya
su imagen borre o la ensucie.
Así que un día resuelve,
por mucho que la repugne,
una carta dirigirle
cuyas razones alumbren
su razón, le hablen al alma
y la conciencia le puncen,
antes que en su alma el veneno
de otro amor se le inocule.
Marica escribió a Fermín:
mas, ¿quién la lengua traduce
en que habla el amor? María
su alma en su carta dilúe
gota a gota; y destilándola,
todo el pasado resume,
el presente patentiza
y el porvenir constituye
ante el juicio de Fermín;
y para que en él se inculquen,
le conmina en estas frases,
que con su llanto interrumpe:
«No me abandones: a Dios
perjuro a tu fe no insultes:
lo que ante Dios se ata, es fuerza
que ante Dios se desanude.
Hemos jurado: nos hemos
dado prendas que nos unen:
no lo olvides, ni que pueda
perjurar yo te figures,
ni que mi amor ceda nunca,
prevarique, ni recule,
ni que con la misma muerte
se consuma ni se trunque;
pues si el pesar, tu abandono,
la fuerza o el mal me sumen
en la eternidad…, no esperes
que en tu olvido me sepulte.»
¿Llegó a Fermín esta carta?
No hay nadie que lo asegure:
el mundo sigue rodando:
veremos lo que resulte.