El cantar del romero: 20
II
[editar]Ninguno vuelve jamás:
pero los que bien les quieren
a mirar a los que mueren
vuelven los ojos atrás.
Nosotros, los que escribimos,
en el papel que entintamos,
de muchos nos acordamos
y aun a algunos revivimos.
Yo no me quiero mover
de Vidiago, sin contar
en lo que vino a parar
aquel primor de mujer.
Don Juan en su hora postrera,
como noble y buen cristiano,
tuvo médico, escribano
y cura a su cabecera.
Lo del inglés aceptó
para su hija, si volvía,
y en Londres lo retenía
el juez a quien se fió.
Don Juan por testamentarios
dejó en legal escritura
al escribano y al cura,
de su haber depositarios
y de su hija curadores;
y los dos, de ella en ausencia,
legalmente de la herencia
son los administradores.
Mas la chica…, se perdió:
y la opinión popular
aceptada era que al mar
o se cayó o se tiró:
no se pudo averiguar
qué fué de ella: no volvió,
ni se pudo, si se ahogó,
de su cuerpo el rastro hallar.
El cura y el escribano
administran en conciencia
de Mariposa la herencia,
aunque aguardarla es ya en vano
sin duda alguna; mas creen
que, mientras no está probada
su muerte, debe esperada
de ser; y a todo proveen.
De la casa, que es muy buena,
fué de lo que desde luego
se ocuparon, y a don Diego
se la ofrecieron. Sin pena
lograron de él que a vivirla
viniera, en arrendamiento
tomándola: con intento
tal vez después de adquirirla
si más tarde se vendiera;
pues quiere en Vidiago casa
don Diego, porque no pasa
por Andrín la carretera.
Don Diego, pues, la arrendó;
y o porque mal no se arguya
de él, o por darla por suya
ya, como tal la cuidó.
Y ya por falta de espacio
para su trato o por loco
capricho, fué poco a poco
haciendo de ella un palacio.
Cambió en clara galería
su mezquino ventanaje,
y apoyó un gran balconaje
en una esbelta arquería.
Convirtió el huerto en jardín,
y tras él un prado abierto
compró y cercó, e hizo un huerto
y un pomar; la casa, en fin,
sufrió tal transformación
y es tan otra de lo que era,
que si vuelve la heredera
no va hallar su posesión.
Lo exterior, bien entendido;
porque en torno la ha ensanchado,
pero la antigua ha dejado
dentro de lo construído:
de modo que, si volviera,
su casa en palacio hallara
trocada; pero encontrara
entrando en él la heredera
todo como lo dejó;
lo antiguo a lo nuevo anejo,
su cámara con su espejo
de vestir: cuanto ella usó
en roperos y en armarios
metido: y la de don Juan
y la suya, que aún están
con sus muebles ordinarios.
Capricho de rico, o acto
de respeto a lo que fué,
todo está en el mismo pie
con el orden más exacto.
Del tráfago a lo exterior
relegó sus dependencias
don Diego, y las asistencias
del servicio a lo interior.
Desde allí escribió a su hijo
todo lo que había pasado;
y él su vuelta le ha anunciado,
aunque sin término fijo,
en dos o tres cartas ya,
y ya don Diego aguarda
dos meses ha; y como tarda,
ya inquieto por él está.
Mas no viene aquí a instalarse,
no; sino a dar un abrazo
a su padre y un vistazo
al país: a refrescarse
la memoria de su infancia
con los recuerdos, y aliento
a tomar del patrio viento,
respirando la fragancia
de sus yerbas campesinas,
sus castaños y nogales,
y los efluvios vitales
que traen sus auras marinas.
Viene como un millonario,
que entre uno y otro negocio,
va a tomar un mes de ocio
en su hogar hereditario.
Viene como un gran señor
a ver su pueblo y familia,
a quienes gracioso auxilia
y al venir hace favor;
y viene porque don Diego,
al darle de todo aviso,
le dió por sin compromiso
ya, y exento desde luego
de encuentros inconvenientes
y retrospectivas futiles;
que siempre, por ser ya inútiles,
paran en impertinentes.
Viene, en fin, por la jactancia
natural y vano empeño
de ir a donde fué pequeño
de grande a darse importancia.
Con que, tras largas esperas
desembarcó en Santander,
y llegó a todo correr
en un coche de colleras.
Salió todo el mundo a verle;
vinieron todos a darle
la bienvenida, a abrazarle,
felicitarle y molerle.
De Riego, Puertas, Andrín,
y de Buelna y de Pendueles,
vinieron cien siempre fieles
amigos de don Fermín.
Él acogió sin desdén
a todos franco, jovial,
y afectuoso: con lo cual
pareció a todos muy bien.
Y parecerlo debía;
porque a fe que daba gozo
verle hecho todo un buen mozo
y con el tren que traía.
Volvía gordo y crecido,
patilludo y bien plantado;
en suma, como anunciado
lo había él: desconocido.
Dejáronle libre al fin:
y en su casa se metió;
y en Vidiago y en Andrín
toda la noche se habló
de la vuelta de Fermín.