El cantar del romero: 09

De Wikisource, la biblioteca libre.
El cantar del romero
de José Zorrilla


PRIMERA PARTE
IDA

I. EL CANTAR[editar]

Asturias es una tierra
no estudiada todavía,
cuya virgen poesía
porvenir próximo encierra.

Si un Walter Scott brotara,
cuya ciencia escrutadora
su comarca encantadora
con su genio escudriñara,

mal sufriera el parangón
la isla hermana de Inglaterra
con esta enriscada tierra
de la fe y la tradición.

Aquí tuvo España cuna:
desde esta costa marina
descendió la Cruz latina
a apagar la media luna.

Desde aquí, fulgor de rayo,
la luz de la Fe prolonga
hasta Tánger, Covadonga,
hasta Isabel, don Pelayo.

De Asturias en el rincón,
entre su sierra y el mar,
siete siglos al pasar
dejaron su tradición;

y de sus glorias archivo,
es del pueblo la memoria
la tradición de su historia
el manantial primitivo.

Aquí al pie de los altares,
fe, amor, valor e hidalguía
dejaron la poesía
de los cuentos populares:

y de fe y superstición
mezcla, y de gozo y tristeza,
aquí cuenta la cabeza
sus sueños al corazón.

Y el corazón, con fe sana
orando a Dios, se extravía
en pos de una poesía
de alma inspiración cristiana,

pero envuelta entre la niebla
de la céltica y la goda,
con que su comarca toda
de viejos fantasmas puebla.

Yo he venido tarde aquí;
ya mi inteligencia vaga,
con la oscuridad se apaga
de los años que viví.

No puedo ya en las pavesas
del viejo romanticismo
animar para mí mismo
sus baladas montañesas;

pero tras de mí vendrá
un Walter Scott de Asturias
que el polvo de las centurias
por mí vivificará:

y a España ha de dar asombros
ver brotar de sus entrañas
lo que encierran sus montañas,
lo que encierran sus escombros.

Yo, que ya no puedo ver
ni tan hondo ni tan largo,
a evocar de su letargo
voy una imagen de ayer.

Imagen encantadora
de una mujer, que vivía
no ha cien años todavía,
donde estoy viviendo ahora.

Vagando por los breñales
de la costa de Vidiago,
la hallé entre su jaramago,
sus líquenes y endrinales.

Su leyenda está impregnada
de ese vago misticismo
en que envuelve el cristianismo
al Hada de una balada.

La mía era una mujer:
mas tan diminuta era,
que de Hada se la pudiera
dar por su tamaño el ser.

Una gentil criatura,
en sus contornos correcta
y en proporciones perfecta,
mas mujer en miniatura:

cuanto puede ser pequeña
la mujer sin ser enana,
blanca cual copa de lana,
como una corza cenceña,

era un dije, era un primor,
un juguete con aliento
alma, vida y movimiento:
capricho del Criador.

Sus dos manos dos jazmines
eran, y sus pies enanos
compañeros de sus manos
bailaban en sus chapines.

Era oronda y encarnada
y rubia como una poma:
su aliento exhalaba aroma
cual si tuviera arraigada

una mata de azucenas
en sus entrañas: sus ojos
brotaban chispas de antojos,
su voz ahuyentaba penas.

Cantaba que era un encanto:
no había viejo ni mozo
que embebecido de gozo
no la escuchara su canto;

pues aunque rica, ella era
quien el pandero cogía
siempre y quien bailar hacía
a la gente en la bolera:

y en empezando a cantar,
en todo el alrededor
no quedaba un labrador
que no viniera a bailar.

Tenía un cantar y un son
que ella a su antojo variaba,
que cuando ella lo cantaba
encantaba el corazón;

y había en aquel cantar
tan honda melancolía,
que a algunos ojos hacía
las lágrimas asomar.

Era un cantar de sentido
oscuro e incoherente,
de esos que saca la gente
del vulgo poco instruído,

y en los que no entran por nada
ni las reglas ni el talento;
mas que hijos del sentimiento
son de un alma apasionada.

Era, en suma, una canción,
cuya palabra y sentido
a escuchar por el oído
se subía el corazón.

Canción que de profecía
con vago presentimiento,
despertaba un pensamiento
melancólico, y decía:

CANTAR DEL ROMERO

O vuelve o me muero
de afán y dolor

Arriba brotan las flores
en las ramas del romero
y Dios las da miel y olores:
del cielo tiene sabores
la miel del amor primero.
Adiós, dueño mío, flor de mis amores:
si allende los mares te vas, yo te espero
en tiempos mejores.
Arriba la flor,
abajo el romero,
la abeja en redor;
yo así darte quiero
la miel de mi amor.
¡Allende los mares ve en paz, que te espero!
¡Adiós, dueño mío, mas vuelve o me muero
de afán y dolor!

II

Te vas y volver me juras:
no olvides tu juramento:
mas mira cómo procuras
cumplir lo que me aseguras;
no lo escribas en el viento.
¡Que Dios, dueño mío, te dé allá venturas!
¡Te vas y me dejas sin luz ni contento,
llorándote a oscuras!
La abeja la flor
le chupa al romero
zumbando en redor:
yo así darte quiero
la miel de mi amor.
Si allende los mares te vas, yo te espero.
Adiós, dueño mío; mas vuelve o me muero
de afán y dolor.

III

Mas si todo se te olvida…
¡sea lo que Dios disponga!
cuando yo pierda la vida,
que cuentas por mí te pida
la Virgen de Covadonga.
¡Adiós: y si un día por ti soy vendida,
que Dios de volverme la fe prometida
la pena te imponga!

La abeja la flor
le chupa al romero
zumbando en redor:
yo así darte quiero
la miel de mi amor.
Si allende los mares te vas, yo te espero:
¡Adiós, dueño mío; mas vuelve o me muero
de afán y dolor!


Ella sola este cantar
con esta letra cantaba,
pues ninguna otra acertaba
a entonarle en el lugar:

porque ella sola sabía,
con flexible donosura,
quebrar aquella cesura
que holgaba en la poesía:

y en su boca nada más
para el alma y el oído
tenía el cantar sentido
son, sentimiento y compás.

Mas cantaba rara vez
tal cantar ante la gente;
cantábale escasamente
una semana entre diez:

porque al lanzarle en el viento,
cambiaba de ser y humor
y en tórtola el ruiseñor
y el trino alegre en lamento.

Fuera del instante aquel,
risueña, inquieta, habladora,
como una alondra canora,
suelta como un cascabel,

como una corza ligera
y alegre como un jilguero,
movía con su pandero
toda la comarca entera.

Derramaba la alegría
por doquiera que pasaba;
se atraía a quien hablaba,
embobaba a quien la oía,

y se espritaba la gente
por venir a oír y ver
a aquel primor de mujer
de Llanes a San Vicente.

Era el hada del lugar,
dábale ella vida y ser,
y alguien de él la llegó a ver
como al ángel tutelar.

No puede mi vieja pluma
pintar, en fin, tal primor:
conténtate, pues, lector,
con saber que ella era, en suma,

tan querida por preciosa,
que la gente campesina
la llamaba Marifina,
Mariperla y Mariposa.


Leyenda en verso: I

Introducción - El bufón de Vidiago: I - II - III - IV - V - VI - VII

Primera parte - Ida: I - II - III - IV - V

Segunda parte - Mariposa: I - II - III - IV - V

Tercera parte - Vuelta: I - II - III - IV - V - VI - VII