El cantar del romero: 21

De Wikisource, la biblioteca libre.
El cantar del romero de José Zorrilla


III[editar]

Don Diego, desde que vino
a Vidiago a establecerse,
simpático supo hacerse
con todos por buen vecino;

y cuando en viaje no andaba
por su tráfago y asuntos,
a uno o a los tres juntos
a su mesa convidaba

tres amigos cada día:
al cura don Gil Merás,
al escribano don Blas
y al doctor don Luis de Eguía.

La noche, pues, que llegó
cenó Fermín con los tres,
y de Méjico después
de sobremesa se habló.

Fermín se había hecho otro hombre
del que fué muy diferente;
no traía, era evidente,
del que se fué más que el nombre;

prudente, atento, formal,
de esmerada educación,
de seria conversación,
en suma, un mozo cabal.

Expuso con mucho tacto
su posición con su tío;
que era alegre, pero frío
en los negocios y exacto

por demás: de gran sentido
práctico, de muy profundo
conocimiento del mundo
y del corazón: metido

en la sociedad de fuero
y blasón por su nobleza
astur, y por su riqueza
minera en la del dinero.

Fundó su condición brava
y tesón autoritario
en el rigor necesario
con la gente que empleaba;

y explicó su casamiento
como el más sencillo caso,
y el solo y preciso paso
para su establecimiento.

Su mujer, dijo, era hermana
de la de su tío, y era
de las dos la mina entera
con que aquél millones gana.

Dijo el tío: «de dos una:
o la tomas por mujer,
o a Asturias te hago volver
a que chifles a la luna.»

«Mucho, en verdad, me costó;
más de año y medio luché…
creo que decir por qué
no necesito aquí yo.»

Y dijeron todos: «no»,
y él dijo: «así me casé»
y de ello más no se habló,
y no había para qué.

Y el cura, que es campechano,
y el doctor que bebe mucho,
y don Blas, que muy machucho
tampoco es, aunque escribano,

brindaron por su mujer,
y volvieron a brindar,
y estaban en tren de estar
brindando hasta amanecer.

Mas Fermín, que era muy otro
del que era a Méjico al ir,
dijo que se iba a dormir;
y era que estaba en un potro

temiendo a su padre ver,
y con él a amigos tales,
de juicio poco cabales
por honrar a su mujer.

Salvóse, pues, el honor:
y de allí calamucano
no salió ni el escribano,
ni el capellán, ni el doctor.

Padre e hijo se encerraron
en su cuarto cada cual:
pero Fermín durmió mal;
mil recuerdos le asaltaron

en aquel cuarto en tropel,
¿Por qué su padre vivía
en una casa en que había
tantos tristes para él?



Leyenda en verso: I

Introducción - El bufón de Vidiago: I - II - III - IV - V - VI - VII

Primera parte - Ida: I - II - III - IV - V

Segunda parte - Mariposa: I - II - III - IV - V

Tercera parte - Vuelta: I - II - III - IV - V - VI - VII