El Lazarillo de Manzanares: 09

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Capítulo II[editar]

Cómo cuando su padre salió de la cárcel se halló sin hacienda por habérsele quemado la casa, cómo adquirió más y cómo él se fue a Alcalá


Pues no paró aquí la desventura, porque en el tiempo que estuvimos fuera se nos quemó la casa. Y pasó desta manera: nosotros habitábamos dos aposentos obscuros, por cuya causa teníamos de contino luz en ellos, en uno de los cuales habíamos recogido nuestro ajuar y cantidad de lino para echar telas o vendello hilado. Y como un perro de casa viniese ya a los alcances al gato, que traía un pedazo de carnero, y tanto por huir dél cuanto por comerle seguro se entrase por la gatera que la puerta de nuestro tesoro tenía y se subiese sobre una alacena de la cual estaba colgado el candil, le derribó sobre un tercio de lino, de manera que se quemó el aposento.

Y aquí entra cuán llana verdad sea que lo bien ganado se pierda, y lo mal ello y su dueño. Porque, como echasen la puerta en el suelo, subieron muchos gatos que acabaron lo que el de casa empezó.

He aquí perdido lo uno, pues lo otro ya lo estaba, si le azotaron como dije. Quién duda sino que habrá vuesa merced dicho: « ¡Ah, pobre hombre sin hacienda y sin honra!»

Pues crea que no le fue de ninguna importancia, ansí la quema como la vergüenza, porque ¿qué deshonra le puede venir a quien fue padre de quien he dicho? Luego entonces no fue la pérdida della, que antes lo estaba, y si ésta no fue perdida, ¿por qué razón no les habían de sobrar dineros a quien les faltaba honra, siendo verdad ser ella grillos del que la profesa? O si no, vea lo que pasa.

Salido que fue de la cárcel, como no hallase hacienda, hizo que mi madre vendiese menudo, y no hubo día que no entrasen en casa treinta o cuarenta reales de ganancia. Y él compró unos cuantos pollinos, con los cuales ganó muy largo de comer y de cenar.

La compasión no se les debe a ellos, sino a unos pobres honrados con respectos de caballeros. A estos sí, que viven muriendo, compañeros siempre en la pena de Tántalo y Sísifo.

Heme aquí vuesa merced, hijo del azotado y sin honra para con muchos, y el día breve para dar satisfación a tantos, y mucho peor en lengua de muchachos. Dios nos defienda, porque en su mano está quitar el juicio a quien ellos quisieren Y ansí dijo bien aquel loco en responder, preguntándole en qué tanto tiempo lo sería un hombre, que: «Según le diesen la priesa ellos.» Gente cruel, porque saben la infamia y no admiten la disculpa.

Ya yo estaba enfadado de tanto «daca los azotes, toma los azotes», y mi padre de que con tantas veras defendiese no ser su hijo, porque decía: «Muy bueno es serlo para comer y vestir, y no lo ser para ayudarme a llevar el infortunio.»

Si él me lo dijera en estos tiempos, respondiérale yo que si por confesarle por tal se eximiera de la infamia, que entonces de buena voluntad lo hiciera, pues nos estaba bien a los dos, mas que no caer della y quedar yo con la propia, que era acrisolada necedad.

Tanto, pues, dieron en agotarme la paciencia, y a tal tiempo me dijo uno «daca los azotes», que se los envié con un mensajero que desde que le despedí hasta que se llegó al oído a darle el recaudo, no parece hubo medio entre mí y él. Abríle la cabeza y todos dijeron: «Muerto le ha.» Y como los demás huyesen tuve lugar de entrarme en la Victoria, de donde, por ser tan muchacho, uno de aquellos religiosos me descolgó por una de las tapias de los corrales en casa de un su amigo, el cual me tuvo en ella hasta que habló a mis padres y les dijo el peligro que corría mi persona si la justicia daba conmigo, porque el muchacho estaba herido de muerte, que me diese con qué me ausentase hasta ver lo que Dios hacía dél.

Replicó que de buena voluntad lo hiciera si por defenderle a él hubiera sido, más que siendo por lo contrario, que no le llamaba ninguna obligación. A lo cual el hombre le respondió lo que yo dije le respondiera ahora.

Al fin vinieron los dos a la casa donde estaba y me hicieron un vestido de paño verdoso y me dieron diez ducados, y con muchas lágrimas nacidas de amor me sacaron hasta la puerta de Alcalá, donde muchas veces me abrazaron llorando tiernamente y mi madre me besó infinidad dellas mostrando mayor sentimiento, porque las mujeres de ordinario son más compasivas. Y como mi padre volviese la cabeza, me dio un Agnusdéi de oro y un rosario con muchas medallas, encargándome me fuese a Alcalá, donde, pues había guiado por el camino de las letras, estudiase, que ella me acudiría con todo lo que pudiese, y sería, no madre putativa, sino natural.

Yo la agradecí mucho el ofrecimiento y le acepté, y besándolos la mano a cada uno me dejaron y yo empecé a caminar hasta que los perdí de vista, donde me senté a aguardar el carro o coche que me llevase, y aquí tuvieron principio mis peregrinaciones.



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