El Lazarillo de Manzanares: 11

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Capítulo IV[editar]

En que cuenta lo que en casa del pastelero le sucedió y cómo la venida de la madre de su ama le echó del lugar


Estuvieron las cosas en este estado cerca de tres meses, acudiendo así a lo que mi amo me mandaba, como a lo que ella quería -digo en materia de sus amores-, temeroso con bastante razón, porque si nadie puede servir a dos amos ¿cómo podrá a cuatro?, al cabo de los cuáles me vinieron en un día dos nuevas trabajosas: la una fue que a mi madre había preso la Inquisición y la otra que la madre de mi ama venía de con otra hija que seis leguas de allí estaba.

Cuál fuese el sentimiento de la prisión de mi madre podrá vuesa merced considerar, pues por ella me faltaban dineros y regalos y lo peor, dejar de ganarlos, que para en adelante me importaba mucho. ¡Y qué sería decirme venía la suegra, mujer más temida que las bajadas del Turco! Ya llegó mi señora la mayor y todos nos armamos de paciencia. Mudó luego la casa al contrario de como al presente estaba, y de tal manera dio en perseguirme y yo en callar, que dos estremos no se han de ver tan presto. Vi casi derribado el monte de mi paciencia, porque muchas destas mujeres suelen ser suegras para sus yernos, mas ésta éralo para todos, y con todo, salí con la mía callando y anduve muy cuerdo.

Si a costa de lo que he dicho tenía en pie comodidad que importaba mucho interés; ¿por qué razón no había de poner de mi parte todo lo posible para no perderla, particularmente no habiendo menester pedir nada a nadie para ello? Que de su cosecha puede cada uno consigo, y es de muy grandes necios decir: «No puedo más.» Digo otra vez que salí tan buen maestro de paciencia que pudiera casarme, porque ninguna mujer había de ser tan recia que me obligase a gastar toda la que adquirí.

Con esto pues, y con tragarme muy buenos dichos, tuve amigos, comodidad y dineros, que preciaba más no perderle que decirle, pues caudal para él ya me le tuve, y no sabía si para adquirir otro o volver el perdido tendría habilidad, fuera de que para esto el tiempo es enemigo, porque, ansí como para ir entrando más en la voluntad del amigo es él el medio, ansí para que con el perdido se deslicen otros es él el medio y el principio, luego callar, que no está nada escrito.

Dél allá dijo un filósofo que el día que no traía ganado algún amigo de la plaza venía muy descontento. Si esto es ansí, ¿no es mejor callar un buen dicho que perderle? Y es desventurada cosa que a cualquier parte que vaya un hombre halle enemigos y todos se huelguen con sus infortunios y de nadie esté seguro, y gaste su hacienda en agentes que le defiendan en las conversaciones y sean ellos los primeros que digan mal dél.

Digo, pues, señor, que tanto nos pudrió a todos la vieja, más valiente por su condición que el Gran Capitán por sus puños, que, luciéndosele más, o pagando su hija por todos, la dio un tabardillo, ayudando a ello un viernes de una estación a las cruces, diré mejor, de estación a poner a su marido una cruz.

¡Sal acá familiar!, que en ser diablo en cara y costumbres más pareces familiar de redoma o sortija. ¿No es ansí esto, afligido y fingido amante? ¿No es también verdad que del colmado sentimiento apostaban a correr por esa cara de plato mocos y lágrimas de tinta? Y si vuesa merced dijere: «Si no quería, ¿cómo lloraba?», respondo que ya digo fingido lo que al principio sería verdadero, que esto es muy común en los más de los amantes.

Aquí fue cuando mi amo el pastelero gozó espléndidamente de la hermana del familiar, que fue como gozarle a él en hábito de mujer. ¡No vi yo en todo cosa tan parecida en mi vida! Hube de aquí también algunos dineros, y los que se me pagaron la vez que me quedaba en la tienda. Y para todo se hurtaba en ella, porque si de un pastel se sabe la ganancia señalada no se sabe de qué es el tal pastel, y yo lo sabía, como el que ayudó a alguna empresa, y pasa ansí.

Vuesa merced habrá de saber que había en casa un muchachuelo que tenía cuidado de correr el lugar para que supiese si moría en él alguna cabalgadura, y sabido, informarse dónde quedaba, porque luego íbamos él y yo a darla mate, para que de la carne se hiciesen pasteles. Y como nos diesen parte de un difunto que casi un cuarto de legua de allí quedaba, nos fuimos mano a mano después de comer los dos, cada uno con un cuchillo y una espuerta. Yo no porque tuviese obligación a ello, antes por esa misma causa, por valer más, que ése es el trato de los criados: dar gusto en todo a sus dueños.

Hallamos que cuatro o cinco perrazos le estaban descarnando, por lo cual, de miedo no nos atrevimos a llegar. Mas ellos con más que distinto, nos concedieron llegásemos y desampararon el cuerpo, por cuya vacación con lindo aire le quitamos lo que dentro de pocos días había de ser dineros. Mas volvieron presto por haber ido a beber a un arroyo que cerca estaba, y como olían a carne otros muchos con ellos. Quisimos huir y escusónoslo la cortesía con que se llegaron sólo a entretenerse con la poca carne que debajo la barba hay, como los tan satisfechos. Los demás devanaban las tripas, cosa que a nosotros no nos era de importancia, de manera que entre ellos y después estotros, entre nos y el romance de don Álvaro de Luna dejamos el rocín en calzas y jubón; con que nos volvimos a casa a boca de noche, muertos de hambre, cansados y con calor por ser primavera.

Díjoseme a mí, como privado, que merendase lo que me diese gusto y a mi compañero que tomase un pastel: convite bien enfadoso por ser ordinario y porque el que los come no los vee hacer como nosotros. Yo digo que los que pisan la uva y los que los hacen corren parejas, porque si aquellos escupen y hacen allí cosas de más consideración, a estotros no les rasca nadie, cómales donde les comiere, fuera de que su merced del señor oficial mayor tenía algunos veninos preñados y otros paridos, por cuya razón despachaba en el cuarto bajo, que era el entresuelo.

No le apeteció el muchacho, y abriendo una alacena dentro de la cual había carnero o cecina fiambre halló una jarra tapada con un papel: «¿Qué tesoro es éste?», dijo, y destapándola puso el dedo dentro y halló que era dulce. Considerólo miel rosada o otra cosa deste género y era una ayuda para mi ama. Mojó un poco de pan y súpole bien, mojó otra vez y súpole rebién. Tomó un plato y entrándose donde no le viesen se la comió a sopas, y como lo dulce le provocase a beber, bebió agua de la cueva fresca y se fue a acostar, porque en días de semejantes trabajos tenía licencia para ello. Durmióse luego, y de tal manera sin ir a escuelas cursó, que se pudo graduar de licenciado.

Cuando yo me recogí a mi aposentillo, que cerca del suyo estaba, le oí decir: «¡Jesús, qué sudado estoy!» Entré dentro y preguntéle si estaba indispuesto. Díjome que había sudado mucho, mas a mí me pareció que el sudor había pasado por mal puerto, y como le tentase el rostro y le sintiese frío le dije: «Mira no te hayas orinado.» Él respondió: «¿Por detrás me había de orinar?» Entonces confirmé lo coligido y le dije ansí: «Hermano, pues ese sudor límpiatele tú», y entréme en mi cuarto, y él como tan cansado se volvió a dormir.

¡Aquí fue ello!, porque como a la mañana voltease la madre toda la casa y diese en el aposentillo del muchacho y viese desconcierto tal, nos atormentó a todos y desolló a él a azotes, buscando tormentos nuevos para mejor satisfacerse.

A otro día cenó nuestro amo el pastelero unas albondiguillas de la presa que la noche antes tuvimos, porque la mala vieja hizo eso para no degenerar de suegra. ¡Vea vuesa merced cuál era, que para él fueron de la que he dicho y para la demás gente, ya que no de carnero, de vaca! Lo que con ella pasábamos, si a muchos será fácil de creer, a mí será difícil de decir, porque, si la respondíamos recio cuando nos llamaba, decía éramos desvergonzados y hundía la casa; si quedo, que hacíamos burla della. Éstas son de las condiciones que dan higas a la prudencia de los que con ellas tratan, como los males viejos a las medicinas que se les aplican.

Esta tal vieja y acudir al servicio de cuatro amos me tenían bien disgustado, porque esperaba mal fin dellos, o de mí por ellos, ya que yo me fuese a la mano con la vieja. Deseaba salirme de su casa y cumplióme el tiempo este deseo, trayéndome nuevas de que a mi madre la habían penitenciado por el Santo Oficio.



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