El Lazarillo de Manzanares: 24

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda


Capítulo XVII[editar]

Cómo se fue a Madrid huyendo de aquellos bellacos en cuyo camino halló quien le hizo volver. Cómo hizo casar al casamentero con la novia que a él le traía, con otras cosas


En fin, tomé la derrota para Madrid después de pedido de mi amo, el cual me dijo que para quererme como a hijo no era defecto no estar en Sevilla, que me prometía tenerme en su memoria presente y que conocería esta verdad en todas las ocasiones que le hubiese menester. Llegando pues a Tocina, nos hallamos en una posada un hidalgo de Sevilla, rico y poderoso, en ella, que me regaló mucho, cuyo hijo fue mi discípulo, que venía de adonde yo iba.

Éste me preguntó que adónde caminaba. Yo le dije que a Madrid.

-¿Y cuándo será la vuelta?

-Antes, pienso quedarme en él.

Y porque iba tan apasionado que se lo conté todo, y queriendo volver por mí -supuesto que naturaleza sea tan inclinada al mal- cuando le hube de contar el miedo que de la mujer tenía -porque no se persuadiese a que yo había incurrido con ella en algún pecado-, me dijo:

-No, no. No tenéis que acreditaros, que ya conozco a los dos y sé su trato y cuán mala gente son; y por ella os digo que hicistes bien en determinaros en lo que veo ponéis por ejecución, porque la gente es tal que os armarán muy bien el lazo. Mas, ¡por vida, de los dos!, que os habéis de volver conmigo donde ha de sucederle a él lo que a Amán con Mardoqueo, que teniéndole aparejada la horca para quitarle en ella la vida, vino en la misma a morir Amán quedando con vida Mardoqueo; porque si quería casaros con esa mujer, vos le habéis de ver casado con ella. Y contra esto no hay que responder cosa alguna, porque os estoy muy agradecido y quiero que conozcáis que el haberme doctrinado un hijo, de suerte que de un demonio me le habéis vuelto en un ángel, os lo he de servir toda mi vida. En mi posada estaréis regalado y servido sin que os cueste un cuarto, ansí la comida como el juntarle los procesos que en Granada, Málaga y otras partes tiene; y no os dé cuidado que en algún tiempo se sepa esto, que cuando ellos tengan libertad -si es que se la darán- será en parte donde a vos no os importe ni dañe.

Él lo hizo como me lo prometió, pues viendo ella el pleito mal parado y que estaba preso y en tanto aprieto dijo que aquel hombre había años que la traía engañada diciéndola que sería su marido, y que no le diesen libertad hasta que lo cumpliese. Dijo él que estaba llano a ello, pensando por aquel camino librarse del daño que le amenazaba. Casáronlos, y a otro día de la boda le volvieron a la cárcel de donde le sacaron para darle docientos azotes, con diez años de galeras, y ella desterrada por el mismo tiempo.

Yo me espanté cuando vi la negociación de mi hospedador y en tan breve, y creí entonces que mi amo el canónigo no se quiso meter en lo que estotro acabó, o por miedo o por no hacerse malquisto. Y no anduvo errado, pues para enemigo cualquiera es fuerte, y ésa es una de las infelicidades que al hombre acompañan: poder cualquiera quitarle la vida y no estar en su mano el volvérsela.

¿Qué le contaré a vuesa merced? No pasaron diez días que a mi negociador no le viniese el premio de la buena obra, porque dentro dellos enviudó. Y no he visto mujer tan de su palabra en mi vida, porque a seco y sin llover dio en decir más «que me muero antes de un mes» y se salió con ello. De suerte se amaban, o a lo menos si no era ansí lo daban a entender, que tuve por sin duda ir él tras ella, cuando le oigo decir:

-¡Oh, qué de desventuras hay en el mundo! ¡Bienaventurados aquellos que desde la pila donde los bautizaron fueron a la sepultura! ¡Pobres de la madre y hermanos desta señora difunta!

-Pobre de vos -dije yo-, que es quien más lo ha perdido, que esos señores si tienen que sentir, no es junto con haber perdido una hija buscar otra, mas vos habéis perdido tan honrada mujer, como todos saben, y tenéis que sentir el haber de buscar otra que no sabéis lo que será.

¡Donoso sentimiento de viudo, piérdela él y pone los ojos en lo que sentirán otros! Vea vuesa merced qué maldiciones se echaba:

«¡Grandes son los trabajos del mundo, dichoso el que va desde la pila a la sepultura! ¿Qué mal le estaba irse al cielo sin hacer venta en el camino?»

Paréceme esto al sentimiento de un pastor, que como fuese llorando a su mujer -que le llevaba a la tina- diciendo que quien no se había visto en tal trabajo no podía deponer de ningunos, decía exagerándolo desta manera: «¡Barrabás lleve hombre que tal trabajo no le ha sucedido! ¡Desventurado de todo el mundo! ¡Perezcan todos los vecinos de mi lugar!»

Vea vuesa merced qué bien llorado infortunio. El alcalde, que a su lado iba, le dijo: «Consolaos hermano, y no hagáis esos estremos; y pues Dios se la ha llevado, ¡vaya con todos los diablos!» Ansí le pudiera yo decir a mi viudo: «Consolaos señor, y no hagáis esas demasías; y pues Dios se la ha llevado, ¡vaya con todos los diablos!», para que consolador y desconsolado concertásemos en género, número y caso, y porque es al mundo tan necesario.

El modo con que esta mujer le dejó le escribiré en el capítulo siguiente para los menesterosos dél, y algunos con tanta razón. Y dél infirió que no la quería como mostraba, supuesto que halló traza tan válida y tan libre de que contra él se hallase acción alguna.


RECEPTA PARA ENVIUDAR SIN DAGA, VENENO O BEBEDIZO, O OTRO INSTRUMENTO ALGUNO

Récipe la mano de su mujer todo hombre que desee la estimada libertad y verse en el estado que antes estuvo -y mucho más aprovechado, pues se hallará más docto- con gran disimulo cuando va a salir de casa y dígala: «Amiga, por vida mía que te desayunes, que una mujer que ha entrado en edad no es bien que esté tanto tiempo sin comer», y váyase luego, que apenas habrá puesto los pies fuera de los umbrales de la puerta, cuando diga rascándose la cabeza a dos manos: «¡Por el bien de Dios, que dijo mujer entrada en edad!», sacará el rosario de la manga y pedirá el espejo; el rosario para hacer por él la cuenta de los años, y el espejo para preguntarle si sabe lo que dice su marido.

Está sin lavarse la cara y con la pesadumbre recibida; no es la que el día antes fue, y todo es oro. No la contenta la luz de la sala y menos de la alcoba; ya se halla con arrugas la que no había ocho días se decía a sí mesma estaba mejor que cuando se casó. Déjale y toma el rosario. Unas veces, según está de turbada, se halla de once años, y otras de cuarenta. «Muchacha -dice-, llámame al primer hombre que pasare por la calle.» Sube el primer hombre, pídela la haga una cuenta: propone de suerte que no la sacara el que inventó la Aritmética. Despídele diciendo la perdone. Bájase él y queda ella hecha un infierno de cólera, y es todo oro. ¡Oh, lo qué diera porque Juan de Leganés no hubiera muerto!

En esto entra el marido. Está ella en un aposento detrás del alcoba. Llámala a comer. Dice no tiene gana, y es verdad. Llámala segunda vez. Dice no está buena. Ya revienta y dice: «¡Mal hombre! ¿En edad he entrado? ¡Pues advertid, mal hombre, yo fui la menor de mis hermanas! La que nació antes que yo tenía...» Levántese entonces el marido y diga: «¡Justicia de Dios! ¿Que porque aconsejo a esta mujer no esté en ayunas no me puedo averiguar con ella? Tengo de salir al patio a que sepan los vecinos lo que padezco», y haga que va a ello, que ella se pondrá en pie y asiéndole del brazo le dirá: «¿Dónde vas bobo, no ves que me burlo contigo?»

Esto todo porque nadie entienda lo de los años, y lo mismo hará la mujer más recia del mundo, y cuando tanto lo fuese que les obligase a entrar, tendrá él sentencia en favor, tanto porque el negocio va fundado en caridad cuanto porque no se defenderá ella, porque a ningunos negocios echan ellas tierra como a los tocantes a la edad.

Comerán los dos juntos. Si llegare viva al otro día, no la diga nada hasta pasados algunos, al cabo de los cuales añada el enviudando este compuesto: hágala poner el terno rico y que vaya a alguna visita donde están las que decimos bravas, hállese él en ella y traiga a conversación la fama que de hermosas algunas mujeres tienen y diga luego consecutivamente: «Todas cuantas la han tenido y la tienen grande, son feas para lo que doña Fulana fue. Ya está acabada, pero no ha habido más linda cosa en el mundo.»

Con esto se puso fin al negocio, haya Dios su ánima que ya es muerta. Y él no tiene más que irse de allí, que lo mismo hará ella, y hacer que le traigan los sacramentos y que le corten el capuz, que ya está graduado.

Ser ésta la enfermedad de que murió consta por lo general, y porque gozaba de buena salud y de muchos regalos y nunca se halló sin gana dellos, hasta que el marido Ulises cegó los ojos a su mujer, que nunca trató de ser con él Polifemo, mas según lo que pasó después bastábale vivir ella.

Puestas las cosas en este estado le pedí al cabo de algunos días licencia para volverme a mi ejercicio, y no me la dio porque dijo me quería ocupar en cosa de más interés y de mayor estimación. Yo se lo agradecí y me estuve quedo sin preguntarle en qué, satisfecho de que no me engañaría en nada.

Y pues no tenemos ahora cosa de que hablar por no haber sucedido en su casa, le quiero hacer a vuesa merced sabidor de un sueño que una noche tuve, procedido de lo que diré. Sí que no se habrá vuesa merced olvidado de que yo traía el hábito de tercero, como también entonces le traje; pues sepa que en fee dello me hallaba en muchas conversaciones de damas medio santas, donde casi a una se rezaba, reía, merendaba y jugaba, tanto por lo que he hecho cuanto porque sabía astrología y me dieron opinión algunos juicios que hize y muchas cosas que decía por la mano; lo cual todo aprendí de aquel que me crió en la ermita.



Aprobaciones: 1 - 2 - 3 - Suma del privilegio - Tasa - Dedicatoria - Al lector -

Capítulos: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII