El Lazarillo de Manzanares: 19

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda


Capítulo XII[editar]

En que cuenta cómo asentó con un canónigo y le hizo ayo de sus sobrinos, por cuyas travesuras se quiso despedir. cuenta algunas dellas


No me pareció ir a las Indias por cumplir, ya que no en todo, en parte, lo que mi amo me ordenó, porque como él me dijo, el ingenioso en España las tiene. Y si en algún tiempo había de ir era en éste, porque en él me hallaba pobre, mas un canónigo que iba a Madrid me ofreció llevarme a él y ayudarme en mi fingido negocio, y si después gustaba me volvería a Sevilla, teniéndome no por su criado, sino por su compañero.

Acepté lo uno y lo otro, porque me pareció había hallado otra fortuna como la del ermitaño. En esta casa me debieron de dar hechizos, porque yo me sentía bueno, comía y bebía bien y dormía mejor, y no tenía gana de trabajar. Estaba en compañía de mi amo una señora viuda hermana suya y dos sobrinos, hijos suyos, traviesos más que cuantos muchachos yo vi en mi vida. Estos me encomendó su tío para que los llevase al estudio y repasase las liciones. Hacíanme perder el juicio, mas con tan buen ingenio y tan graciosamente que muchas veces me entretenían. Su madre era muy buena mujer, y su hermano hombre que trataba de hacer la piedra filosofal, para lo cual le ayudaba un portugués, grandísimo bellaco, como adelante se verá. La ida a Madrid se quedó por entonces y yo empecé a alicionar los muchachos.

Sucedió pues, que como no dejasen en casa cosa que no hurtasen ni vendiesen, de cuyas travesuras venían luego a mí las quejas, determiné de azotarlos, para lo cual los entré en un aposento. Luego que ellos se vieron apretados para ello, y que no eran criaturas, asiéndome de los brazos y sacando unos cuchillos largos me amenazaron con ellos, y me dio el uno con el dedo tan cruel puñalada que creí me había muerto y que había sido con el cuchillo.

Caí en el suelo pidiendo confesión y ellos cogieron la puerta. ¿Sabido para qué?, para enviar un criadillo que con ellos iba al estudio por un cirujano que me tomase la sangre. Éste fue un pastel de a real y una azumbre de vino. Entraron danzando los matachines, el uno con el jarro y el otro con el pastel. Llegáronse a mí diciéndome:

-Levántese vuesa merced, que no tiene nada, que con el dedo le dio mi hermano, y no cuide de azotar a nadie, particularmente a andaluces, porque ¡voto allijo!, que no hay ningún estudiante de cuantos vuesa merced ve cada día que no vaya hecho un estuche. Vuesa merced podrá comer y holgarse sin meterse en otras dificultades.

Yo cogí el pastel y el vino y me animé lo mejor que pude, y subiendo al cuarto de mi amo le dije que me diese licencia para irme de su casa. Él se espantó mucho de tal novedad y yo no le dije la causa, sólo que me hallaba mal en Sevilla y que no era bueno para ayo. Entendióme él, porque conocía sus sobrinos, y asiéndome del brazo me dijo que sólo quería que entendiese en curar de su hacienda y ser señor de toda la casa, con lo cual me quedé en ella.

¡Dios nos defienda de ser pedagogo! Tendría por mejor que el que tal menester ha de ejercitar se entrase fraile, porque si ha de hacer penitencia, hágala donde le aproveche. ¿Quién no vee uno destos pobres hombres con una ropa y un bonete en casa midiendo los pasos y hablando a pausas y un poquito por las narices, diciendo a los niños: «¡Diga Jesús cuando bebe! ¡No masque con los dos lados! ¡Cállese que habla mucho! ¡Póngase bien la capa! ¡Lleve a su hermano a la mano derecha, que es mayor que él!»? Y no tan malo esto, que sale la madre de los niños y dice al licenciado: «Por cierto, que parece que no tengo en casa quien dotrine estos muchachos; cada día saben menos, si ansí lo ha de hacer el licenciado no tengo para qué gastar en ayo.»

Y a la noche cuando el padre viene de fuera se entra por su aposento y en viéndole, el pobre pedante se pone en pie y descubre la cabeza, temblando lo que espera oír. Éste le dice: «Por cierto, licenciado, que en casa se le procura dar todo el gusto posible y ansí lo he mandado yo. No veo con ningún aumento estos muchachos, creo debe de ir en su mal natural. Prométole que no saben hacer una oración primera de activa, y mucho peor que eso, que no saben los artículos, o si no, pregúnteselos.»

«¿Cuántos son?» dice el sin ventura. Aciertan en que catorce y yerran en la orden con que los han de decir, porque muchachos, por la mañana toman de memoria y a la tarde olvidan.

« ¡Ah!, ¿no le digo yo, licenciado?», y sálese con esto hablando entre dientes. Llegado al cuarto de su mujer la dice: «He estado en el aposento de vuestros hijos y es verdad cierto que saben cada día menos, este barbón que tenemos en casa...» et reliqua. ¡Cuál quedará el pobre hombre, discurra vuesa merced sobre ello!; de mi sé decir que si me dieran cada día un doblón, que no lo fuera, porque ¿de qué momento me era el oro si venía ponzoña con ello?

Digo, señor, que luego que dejé el tal oficio, que me iba tras ellos, porque más ingeniosos hurtos y burlas en su casa yo no he oído en mi vida, y juzgue vuesa merced en éste si me engaño:

Pues sucedió que a mi amo le encargaron de su iglesia, como a hombre más curioso, que hiciese hacer una imagen de bulto de la Anunciación con su ángel. Habló al escultor para ello encargando a los muchachos que lo solicitasen, y aquí fue donde ellos hallaron ocasión para dejar boqueando un talego, porque como una tarde se hubiese ido fuera toda la gente de casa y no quedase en ella más que el muchacho que me trajo el pastel, y mi amo hubiese ido con otros canónigos a una huerta de donde no había de volver hasta la noche, buscaron dos picarones a quien pagaron bien, diciéndoles que cada uno había de coger el suyo envuelto en una sábana como que eran figuras de bulto, y irse con quien los guiase.

Hízose ansí, y trayendo un recaudo un estudiantico, tan gran bellaco como ellos, los entraron en el aposento donde estaba el dinero, en el cual no podrán verse ellos de otra manera, porque dijo el niño que el señor canónigo se había pasado por en casa del escultor y que decía que pusiesen aquellas dos figuras en el aposento donde estaba el secreto, y que no llegasen a ellas hasta que él viniese, porque eran de goznes y venían sin armar.

Era la hermana una santa mujer, y cumpliendo lo que se le ordenaba no los descubrió, ni tan fácilmente pudiera, porque venían cosidas las sábanas. Hincó las rodillas y puestas las manos dijo:

-Virgen María, benditísima Señora, pues soy tan afortunada que os he tenido en mi casa, acordaos de mí y de toda ella, y en particular de mis hijos. Hacédmelos humildes, mansos y amadores de la virtud, que temo de sus malos naturales que por su s pecados y por castigo de los míos no hagan alguna travesura en que me vea y me desee, y finalmente, tales cuales vuestro Hijo quiere que sean; y vos, ángel San Gabriel, interceded para ello.

Con esto se fue y cerró el aposento, y saliendo ellos dieron un porrazo al pestillo de un escritorio, con lo cual quitaron el hierro que pasa por medio dél, y otro al talego, como de quien le tenía deseado y esperaban verse con él de tarde en tarde.

La orden que el que trajo el recado de su tío había de tener era que dentro de una hora volviese diciendo que venía por ellas para armarlas, porque el día siguiente, que era de fiesta, se habían de llevar a la iglesia y no habría lugar si no se hacía aquella tarde, y que ansí lo mandaba el señor canónigo. Ella las dio, haciéndolas muchas reverencias. Salieron los mozos con ellas hasta el primer portal, donde dejaron las sábanas y, tomaron sus herreruelos.

A la noche dijo mi ama a su hermano que por qué razón había enviado tan presto por las hechuras, sin dejárselas siquiera ver primero.

Él dijo luego:

-¡Bueno está!, yo apostaré que hay enredo nuevo de los niños.

Ella no pudo encubrir lo que una vez empezó a hacer notorio, de manera que lo hubo de contar, y si el tío no se rió mucho en público fue porque no se lo dijesen a ellos y fuesen peores de allí adelante, si es que podía ser; mas conmigo no se hartaba de reírlo y contarlo.

¿Quién le sisará a vuesa merced un casamiento que en aquellos tiempos contrajo un hombre, ayo que fue de mi dueño, que ya por sus muchos días no trataba más que de irse y venirse a la iglesia, comer y acostarse, llamado Maldonado, de edad de setenta años, el cual para irse a ella de una vez se desposó con María la Buena, mujer de pocos menos años que él, virgen, y según lo que con la gente de casa pasaba por entonces, mártir, tan negra y arrugada que si por esto parecía Sarra, por lo otro parecía sarracina?

Yo le dije muchas veces que me holgaba que en mis tiempos hubiese casado que no se quejase que llevaba cruz pesada, porque al cabo de tantos años carcoma había de haber entrado en ella; y decía bien, pues podíamos pedir por Dios para tripas a la novia, aunque según el talento de ambos mejor diríamos para juicio a los novios. También di, al parecer de muchos, inteligencia al casamiento en edad decrépita, porque luego que supe que fue cuando mozo distraído, dije:

-Cuerdo, pues no quiere que le coja la muerte sin haber hecho penitencia.



Aprobaciones: 1 - 2 - 3 - Suma del privilegio - Tasa - Dedicatoria - Al lector -

Capítulos: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII