El Lazarillo de Manzanares: 14

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Capítulo VII[editar]

Cómo se acomodó con un santero. Cuenta su vida y costumbres


Parece ser que cierto santero o ermitaño que habitaba una ermita doce leguas de allí, vino a un negocio que ya tenía concluido y se volvía de mala gana sin un mozo que le aliviase de muchas cosas a que no podía acudir, y que le importaban dineros si a quien encomendárselas hallase. Viome junto al Carmen y echáme cuatro ojos y yo a él dos, porque no tenía entonces más antojos que de salir de con aquellas mujeres de quien venía huyendo. Llegóse a mí y díjome:

-Paréceme que nos hemos mirado los dos tiernamente y que no nos hallaríamos mal si nos conviniésemos en habitar una misma posada.

-Ansí es -respondí yo-, a no impedirlo no tener voluntad de ser ermitaño.

Él me asió del brazo y riéndose me dijo:

-Este hábito, hijo, aunque no es de seglar, puedo cada y cuando que quisiere dejarle, porque yo tengo a mi cargo una ermita de que no sólo soy señor, más aún de todos los lugares circunvecinos a ella; y tanto es verdad que el tiempo que estoy ausente de mi reinillo -si conforme a como en él me va he de hablar-, está la gente que he dicho desconsolada, ansí que te podías venir conmigo donde puesto otro hábito como éste que yo traigo, si te hallares bien te quedaras, y sino, yo te prometo desde ahora para entonces ayudarte en cualquier cosa que intentares, como si lo hicieses.

Vine en lo que me pedía y salióme tan bien que hoy lo echo menos. Compróme sayal para hacerle y, acabado, nos fuimos en nombre de Dios a dar principio a la mejor vida que después acá tuve; y aquí tuvo fin el diminutivo de mi nombre.

Partimos, y por el camino me dijo en lo que había de entender y las horas que había de ocupar en ello y las que había de descansar, porque como él me dijo entonces:

-¿De qué momento son las prosperidades si no hay tiempo para gozarlas, si ya no es que los favorecidos de la fortuna en las mismas ocupaciones le gozan? Como que me llama mi amo cuando he de comer, pues gozo en esa inquietud el favor de que sea a tal hora, porque soy yo el electo para privar y no otro, que no duermo, que es el día un soplo para mí, porque todo lo he de ocupar en mi dueño, pues gozo en eso lo que valgo, si por ello me han menester muchos.

Ansí que, dejando la moral aparte, digo que mi buena suerte me encaminó a este hombre o a esta piedra imán, que con tan dulce beneplácito de los atraídos se llevaba a una regalos, dineros y voluntades. Y pasa de la manera que diré: él tenía devociones para las casadas que deseaban hijos, oraciones para diversas cosas, remedios para mil enfermedades y algunas veces hacía algo por acabarse el humor o porque la que no paría hizo menos remedios para parir y se le atribuía a él el efecto, fuera de que todo lo que daba era santo y bueno; concertaba los mal casados y era casamentero.

Mi ocupación cotidiana era ir a los lugares con un pollinejo a recoger huevos, pan, carne, pescado, hornazos de aceite y todo lo que podía traer; no difícil de ser creído si he dicho que eran suyas las voluntades. Y como fuese ansí que nos sobrase tanto, regalábamos a otras personas pobres de otros lugares, con lo cual traíamos de los ricos más que lo que dábamos, y esto se vendía.

Lo que los dos comimos es vergüenza referillo, porque como mi buen compañero supiese de cocina, teníamos los más días sopa, y muchos dellos dorada, y un pedazo de buen tocino, perdices o ganso relleno -que también era hijo de casa y lo hacía él por excelencia-, y tal vez algún guisadillo con ello; y la olla con la fruta según el tiempo, de que comía poco. A la noche poníamos al fuego un asador tan corto de talle que apenas había por dónde le tomar para darle vueltas, o un gran pedazo de carnero de que solía hacer un gigote. Y con todo esto prometo a vuesa merced que era buen hombre, cosa que a mí me causaba no poca admiración, porque un cuerpo tan bien comido y mejor bebido, como luego diré, suele ser travieso.

Ara pues, cenábamos los dos solos y bebíamos como si estuviéramos acompañados. De lo caro era lo de las cenas, porque decía que a tales horas había de ser lo mejor, pues faltaba el sol en ellas; y a mediodía otro, sino tan bueno poco menos. Los segundos postres eran decir luego cosas que hicieran reír a un hombre que no tiene dineros. Mire vuesa merced qué graciosas eran, es verdad cierto que el día de hoy estoy sentido de las noches que me dormí, pues por el sueño dejé de gozar lo que he dicho.

Acuérdome que una noche que me piqué de reír y estuve en vela, dio en que había de salir a recibir a una su hermana que yo nunca supe que la tuviese, para lo cual abrió la puerta, y como diese la luna cerca della dijo que venía el río crecido, y se descalzó para pasalle encomendándose a Santiago; y no le había dos leguas de allí, mas tal creciente llevaba él consigo que le hizo parecer río lo que era luna, y tan caudaloso que le forzó a desnudar y echarse a nado. Yo salí tras él y también me descalcé y desnudara a no mudar de intento, porque era verano y dentro de breve tiempo lo había de hacer. Entramos en casa y cuando pensé que estaba en declinación la enfermedad vi que aún no había llegado al aumento; y dice que su hermana es una gran señora y que la ha de poner la casa como a tal, y el primer oficio que había de señalar en ella había de tener nombre de inconvenientes, que éste fuese a la mano o advirtiese que no se diesen a uno las cosas que pertenecían a otro, y para ello diese causas, porque era terrible cosa premiar quizá a alguno inmérito sin saber quién era este tal.

Era tanta mi risa que no le pude preguntar nada, porque mirar un hombre con una barba muy larga, largo también el cabello, con antojos y en carnes, ¿a quién no provocará a la que he dicho? Yo me privé por mi mano de aquel buen rato porque echándole agua fría en el rostro y cuerpo volvió en su acuerdo, y si entonces se detuvo más que otras veces fue porque no despojó el estómago como solía, con lo cual se libraba del daño, que aquella noche no. Otras veces quedaba devoto, estábase mi elevado como el que dormita, que está tan despierto como dormido, y entonces decía sentencias; y como fuese aquel día uno de las tales noches, me dijo:

-Lázaro, estoy discurriendo entre mí en cuán grande es la providencia de Dios y cuán grande la malicia de los hombres. Al paso que se acuerda de nosotros cría para su servicio tanta diversidad de cosas, y porque los pobres no pueden comprar perdices, críales vaca, porque un pedazo de la pierna della tiene tan buen sabor como una perdiz. Pues llega el rico glotón a quien sobran los regalos que al pobre faltan y dice: «Regalo es un pedazo de vaca de la pierna, pues enviemos por ella.» Va el criado y porque es para él, dánselo, y quedan las faldas y costillas para el pobre.

-No me parece mal el discurso -dije.

-Ansí Lázaro, pues, mira hijo que estés muy bien con los borricos, no los trates mal.

-¿Y por qué, señor? -respondí yo.

-Porque si faltaran en el mundo tú y yo y otros pobres habíamos de hacer lo que ellos hacen, o si no, mira si habiéndolos, por ser más suave que su andar, llevan dos pobres en una silla a un rico.

-Mucha razón tenéis -decía entonces viendo cuán bien probaba su intención.

Luego que esto había pasado quedaba tan vivo en todas sus acciones que se podía dar mucho interés por su compañía, porque de ella, como he dicho, se medraba saber y comer, y cómo se había de ganar para en adelante. Y yo medré eso y esotro y latín, que muy bien me enseñó. Y porque conozca vuesa merced cuán buen gusto tenía, le quiero presentar un plato regalado de una premática que una noche hizo, y yo, como tan aficionado a su ingenio, escribí y guardé, ofreciéndole otro para en adelante, volviendo después dellos a seguir lo empezado.

PREMÁTICA

Que ninguna persona de cualquier estado o condición sea tenida por cuerda si dijere hará con cólera cualquier disparate, y que sin ella es como un cordero.

Que cualquier persona de alta o baja calidad pueda, mientras no hallare enmienda en ellos, reñir los descuidos domésticos, sin ser tenido por de mala condición, mas que si corregidos, los repitiere algunas veces, que sea desde luego condenado ya que no es bien entendido, a que curse por una semana el lado de un hablador, y que beba toda ella caliente.

Que sea tenida por necia toda persona que pudiendo consolar al necesitado con obras, le consolare con palabras.

Que el que llegare a dar consejo a otro, mientras no se le pidiere, le haya de dar primero cierta cantidad de dinero, conforme a la calidad de la persona a quien se da; y donde no pueda, querellar dél.

Que ninguna persona no se atreva a decir: «No se ha de llorar lo que no tiene remedio», pues para ello son las lágrimas.

Que ningún hombre se atreva a salir de casa con ojos azules.

Que el que los tuviere, y junto con ellos fuere blanco y rubio, anduviere menudito y hablare con afecto, no pueda traer daga ni espada, sino muchas cadenitas, un cabestrillo y banda, y que pueda decir: «Tengo jaqueca» y «Enconado el vientre».

Iten, que si sintiere cuchilladas en la calle se pueda abrazar de su mujer y decir: «Amiga, aquellos están borrachos.»

Iten más, que pueda decir: «Voy a hacer aguas», y las haga como las mujeres se ponen para ello, y responder enojado: «¡Por vida de mi madre, que le tire un canto!»; y es nuestra voluntad que puedan ser devotos de monjas.

Iten, mandamos que si el susodicho de los ojos celestes fuere moreno, que se meta a diablo.

Que no sea tenido por galán el que no tuviere buenos pies y piernas.

Que, atento que hay muchos hombres que olvidados del oficio y opinión de sus antepasados, viven soberbios, haya otros que de cuando en cuando se lo acuerden.

Que, el que tuviere espesura de barba y cantare falsetes, se vaya a la cárcel y se meta en la capilla.

Que ninguna persona de alta o baja calidad sea osada decir que ha hecho más en haber pedido que otro en haberle dado.

Que los letrados mozos hagan algunas cositas de sus manos de que coman.

Que los rocines de los caballeros de primeras tonsuras no puedan tener más de tres varas de largo y dos y media de alto.

Que no haya bobos.

Que todo comisionario sea chiquito, carirredondo, alto de cintura, tenga los ojos pequeños y los pies anchos.

Que ninguna persona se atreva a ponerse montera y ropa mientras no fuere gangoso o maestro de escuela.

Que el salmo de Benedictus, que se acostumbra decir al echar en la sepultura al difunto, si fuere hembra, le diga el viudo con gran devoción puestas las manos, como el que ha recibido tan gran beneficio.

Que nadie diga que no se ha de reñir por mujeres ni por comer.

Que los graciosos puedan emborracharse sin que se les tenga a mal, pues también es del oficio, y se hacen por ese camino calientes, siendo ellos fríos.

Que todo músico de cítara no pueda comer más que fideos y almendradas, y que se vista de oropel.

Que todo casamentero que quisiere disponer de su persona se entienda haya de ser con comadre, porque frisa lo uno con lo otro.

Que haya diputados que recojan los escribanos y los lleven al sermón.

Iten, que no puedan jurar más de ansí: «¡Dios me saque de pecado!».

Tocante a las mujeres, mandamos que no sea tenida por dama, aunque se quiebre por la cintura, la que bebiere vino, salvo hipocrás, y cocido, porque entonces es golosina y no costumbre.

Iten, que traigan en lugar de chapines, pantuflos o zapatos de cuatro suelas, que no puedan traer cartón, ni decirse don, ni largo el talle, ni jugar con barros, ni estar opiladas, ni tener horadadas las orejas, ni traer puños grandes; y mandamos que en la ocasión que se ofreciere digan: «No quitando lo presente.»

Que, atento que estamos informados que a las discretas graduadas por los sermones de antes que amanezca, no se les guardan sus preeminencias, mandamos se les guarden, so graves penas.

Iten, que presidan en las conversaciones, guardándose la antigüedad las unas a las otras.

Iten más, que traduzcan y hagan libros; a las cuales concedemos, por el continuo estudio, beban un poquito de vino aguado.

Que si las susodichas se cartearen con sultán Solimán no puedan entrar en licencia de dotoras, porque eso se ha de quedar para cuitadoras.

Que se permitan las terceras, pues evitan de mayores daños.

Que toda dueña haya de usar debajo del monjil calza entera y traer botas.

Que ninguna mujer pueda decir parió de trece años y que se le cayeron los dientes del primer parto.

Que si el marido riñere por el mal gobierno de casa no pueda responder la mujer: «Soy honrada», pues en ello se encierra lo uno y lo otro, y no se casó para lo contrario.

Que solas las que pasaren de cuarenta años puedan jurar: «Por el siglo de mis padres» y decir: «Tomo y vengo y, ¿qué hago?»

Iten, que empiecen la carta diciendo: «La de vuesa merced recebí.»

Que toda mujer con estremo roma bese con trompeta, por el defeto de sus narices.

Iten más, que si fuere con esto boquihundida, haya de dar un real y un cuartillo a quien la mirare.

Que ninguna mujer viva hasta más de treinta años, y si fuere casada solos veinte, aunque se haya casado seis días antes del cumplimiento dellos.

Que la mujer que probare no haber abierto su boca para dar tan gran pesadumbre como es pedir, ni su criada por ella, viva, si no fuere casada, los treinta años y veinte días más, y si lo fuere, los veinte años y veinticuatro días sobre ellos.

Que toda mujer limitada de carne sea tenida por vaso penado.

Que las busconas se contenten con lo que se les diere, pues vienen ellas a rogar.

Que las monjas estafen cuanto pudieren.

¿Quién duda sino que habrá vuesa merced reparado en qué quiere decir que no haya bobos? Pues hágole saber que no ganará las albricias, porque trasladándola, yo hice lo propio, y preguntándoselo al dueño me dio esta respuesta:

-Has de saber, hijo Lázaro, que no valiendo cuanto traen a cuestas muchos hombres años ha seis reales, ni los que al presente traen los vale, nos cuentan grandes cosas de importancia, todo lo cual quieren sea ansí, con la débil capa de un don, y a este paso otros en otras materias, los cuales son, bobos o nos tienen por bobos.

Y parecióme había respondido bien.



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