Granada. Poema oriental: 02
Narración
[editar]Un siglo de desórden y abandono
Para mal de Castilla habia corrido,
Y cinco reyes afirmar su trono
Bajo el régio dosel no habian podido;
Y todo un siglo, con civil encono
En contiendas sacrílegas perdido,
Solo dejaba al pueblo Castellano
Ira en el corazon, sangre en la mano.
Débil el rey, el prócer insolente,
Hecho el soldado á la rapiña, al oro
Aficionado el clero irreverente,
Rico el Judío y descuidado el Moro,
Fué la justicia inútil é impotente:
Nadie atenió al honor, nadie al decoro:
Nadie seguro en tan infanda tierra
Al deber acudió, sinó á la guerra.
Constituyose el noble en soberano
Y el soldado en señor: el caballero
Se hizo juez, el obispo cortesano,
Soldado el labrador, aventurero
El holgazan, bandido el artesano:
Y, mucha la ambicion, poco el dinero,
Robó al débil el fuerte, y en la oscura
Tienda el Judío vil se hartó de usura.
Rebelde á su monarca la nobleza
Alzó banderas y allegó parciales:
Cada solar cambiose en fortaleza,
Cada escudo en pendon: y por leales
Todos dándos á par y con fiereza
Temeraria batiéndose, á los males
Abrieron ancha puerta, y fué la España
Confusa lid, universal campaña.
Hasta el rey Portugués entró en Castilla
Su esposa haciendo á su sobrina Juana,
Y dividiose en bandos cada villa
En pró ó en contra de la union profana.
Airado el Santo Padre á tal mancilla
La sacrílega union declaró vana:
Mas, al rayo de su ira, el vulgo ciego
En lugar de estinguir avivó el fuego.
La fé apagada y el honor extinto,
Perenne manantial de desconsuelos,
Denso caos, confuso laberinto
De pasiones, de crímenes y duelos
De la España infeliz era el recinto:
Y hundierase su gloria, si los cielos
No la enviaran un astro de ventura
Que la alumbrara en noche tan oscua.
Grande, digna, legítima, valiente,
Cual repentino el sol tras un nublado
Aparece mas puro y refulgente,
Apareció Isabel. Tronó indignado
Sobre el clamor de la confusa gente
Su régio acento,y su pendon sagrado
Alzando en el tumulto de improviso,
Postróse el pueblo y la acató sumiso.
De ella en pós el Católico Fernando
Al frente apareció de sus legiones,
En las banderas de Aragon mostrando
Las barras á la par de los leones.
Todo el que noble se juzgó á su bando,
Por honor ó por miedo, sus pendones
Unió: y el porvenir con luz mas pura
Comenzó á esclarecer la edad futura.
Monja en Coímbra la princesa Juana,
Sin fé su causa y sin valor su bando,
Vencida la arrogancia Lusitana,
Rey de Sicilia y Aragon Fernando,
Reina Isabel en tierra Castellana,
Quietos los nobles y seguro el mando
Bajo el doble poder de entrambos reyes,
Tornó España á su prez, tornó á sus leyes.
Acotó la licencia y el cinismo
De las viejas costumbres relajadas
La Inquisicion severa: el Judaismo
Sepultó su avaricia en las moradas
De sus oscuras lonjas: á sí mismo
Volvió el honor Hispano sus miradas,
Y un siglo entero sin virtud ni gloria
Vió que manchaba su cristiana historia.
Avergonzada entónces la nobleza,
Entregó á los monarcas los castillos
Con que á la rebeion dió fortaleza:
Y, arrancando sus puentes y rastillos,
La plebe licenció que la pobreza
Llevó á su bando: y, libre de caudillos
Tales, volvió el labriego á sembrar grano
Y volvió á su taller el artesano.
Viose libre el herial de bandoleros,
De cohechos el foro, de Judíos
El mercado, la plebe de usureros,
La sociedad de vagos y de impíos
La fé: viose el erario con dineros,
Con disciplina la milicia, y, bríos
Dando á Castilla el genio de otra era,
Tornó á su fuerza y dignidad primera.
Generacion empero entre el bullicio
De eslabonadas y feroces guerras
Nacida, y avezada al ejercicio
De entrar por muros y trepar por sierras,
Llegó en esta el valor á ser un vicio
Y el pelear costumbre: y en sus tierras
No hallando ya enemigos á las manos,
Pensó al fin en los fieros Africanos.
Como leon que hambriento se despierta
Y, al tender la mirada adormecida
De la llanura en la estension desierta,
A lo lejos cruzar mal conducida
La lenta caravana á ver acierta,
Y avanzado la garra entumecida,
Crespa la greña y la mirada fosca,
Para asaltarla en el jaral se embosca:
Así tendió famélica mirada,
Despertando el honor, el Castellano
Hácia el florido reino de Granada,
Embalsamado haré del Africano.
Así Castilla alerta y emboscada
De Isabel bajo el trono soberano,
Solo esperaba su órden impaciente
Para caer sobre la mora gente.
La católica reyna, sus enojos
Con varonil prudencia refrenando,
Fijos tenia los atentos ojos
En el redil del Agareno bando:
Y, resuelta á arrancar sus granos rojos
A Granada uno á uno, con Fernando
Esperaba en el cielo oir la hora
Del esterminio de la raza mora.
Y tenia ya Dios determinado
El desastroso fin de aquella gente,
Y al término fatal era llegado
El poder de las tribus del oriente.
El trono de Al-hamar habia ocupado
Su penúltimo rey y, á su occidente
Tocando ya la berberisca luna
Huia hácia Castilla su fortuna.
La discordia civil vertido habia
El licor de su copa envenenada
En la alma de los Arabes, y ardia
El cráter de un volcan bajo Granada:
Mas oculto en la tierra todavía
El fuego asolador, aposentada
Parecia en la Alhambra la ventura,
Firme su sólio, su quietud segura.
Reinaba allí Muley Hasan: guerrero
Mas que rey y político, su mano
Nunca el cetro empuñó, sinó el acero:
No temió nunca, sinó odió al cristiano.
Ni nunca treguas respetó altanero,
Ni manchó su decoro soberano
El tributo pagándole rendido
Por su padre Ismaël que fué vencido.
EN diez años de próspero reinado,
Al porvenir mirando y al decoro
De su trono, Muley habia logrado
Su ejército doblar y su tesoro.
De Africa con los reyes coligado,
Prevenido á la lid se habia el Moro:
Y, de víveres y armas hecho apresto,
En pié sus plazas de defensa puesto.
Numerosos sacó de Berbería
Escuadrones de tropas auxiliares,
Del desierto veloz caballería,
Saeteros de Féz almogavares:
Y un pié de sus fronteras no tenia
Sin avanzados puestos militares,
Ni un cerro de sus reinos á la raya
Sin el ojo sagaz de una atalaya.
Seguro como un águila en su nido
En granada Muley por sus fronteros
Guardado, y de sus súbditos temido
Por los decretos de su ley severos,
Reinaba en celebrar entretenido
Con sus enamorados caballeros
Justas, zambras, saraos deslumbradores
En honor de la hurí de sus amores.
Es esta la cautiva seductora
Que Isabel de Solís niña y cristiana
En Martos se llamó, y á quien ahora,
En el serrallo de Muley Sultana,
Zoraya llaman, en la lengua mora
Lucero precursor de la mañana:
Astro en verdad de amor y de hermosura,
Mas precursor de asolacion futura.
Por el ardiente amor de esta cautiva
Olvidado Muley de Aija su esposa,
De su presencia y de su amor la priva:
Y Aija, como oriental, fiera y celosa
Y, como reina y afrentada, altiva,
Disimula la rabia que la acosa
Alentada no mas por la esperanza
De tomar en los dos feroz venganza.
Un hijo tiene Abú-Abdilá llamado
Del rey versátil, y por ella propia
En ódio de Muley amamantado;
Mozo gallardo, de su padre copia,
Mas contrario á su padre por el hado
Fatal en que nació, traidor acopia
El ódio hácia Muley que Aija respira,
Y el que su estrella personal le inspira.
Guárdale la sultana con desvelo
Y témele el monarca por instinto:
Odiale la Zoraya, con recelo
De que á sus hijos dañe cuando, extinto,
Del amor de Muley la prive el cielo:
Y Abú-Abdilá entre tanto, en el recinto
De Granada parciale allegando,
Sagaz se forma poderoso bando.
Sospechalo Muley; la favorita,
En el amor del árabe fiada,
Diestra su ódio a su rival escita:
Pero menos contra ambos osa á nada
Cuanto mas el monarca lo medita.
Nace así la carcoma de Granada,
Y Hasan en el peligro se adormece,
Y el tiempo vuela, y el peligro crece.
¡Escrito estaba y del amor fué pena!
Perdió Eva al padre de la raza humana,
A Hércules Deyanira, á Troya Elena,
Lucrecia al sólio y magestad Romana,
Florinda á Don Rodrigo; y la Agarena
Gente perdiose por la vil cristiana
Que, dando impura á Boabdil hermanos,
Dió á sus almas rencor, hierro á sus manos.
¡Escrito estaba! Comprendiolo luego
El postrimer monarca Granadino:
Y, segun el Korán, el hombre ciego
Torcer no puede su fatal destino.
¡Escrito estaba! Lágrimas de fuego
Vertiendo del Padúl sobre el camino
Lo dijo Abú-Abdil, hacía Granada
Triste volviendo la postrer mirada.
Y escrito estando é inmutable siendo
El fallo del destino, hácia su ruina
Arrastrado por él iba corriendo
Sordo y ciego Muley, á la divina
É inescusable voluntad cediendo:
Y esclavo del amor que le domina,
En mantener no mas piensa á Granada
Esclava de su hermosa renegada.
Solo por eso su grandeza estima,
Su prez en mantener piensa por eso:
Por eso ardor de combatir le anima,
Triunfos soñando su amoroso esceso.
Por eso de su alcázar desde encima
Del muro y agoviado bajo el peso
De su amante ambicion, se le veia
Mirar la vega al trasponer el dia.
Desde el adarve real de su alcazaba
De la Alhambra, Muley con complacencia
Del granadino reino contemplaba
La amenidad y próspera opulencia:
Y al cristiano poder desafiaba
Con desdeñosa y bárbara insolencia,
Al lejos divisando los pagizos
Muros de sus castillos fronterizos.
Sonreia el infiel con arrogancia,
Mirando las montañas guardadoras
De su tierra, y en fértil abundancia
Las tribus de sus pueblos moradoras.
Sonreíase al ver en la distancia
Del Africa arribar las naves moras,
Sobre un mar que parece en lejanía
Un ceñidor azul de Andalucía.
Embriagábase el Arabe de orgullo
Contemplando la espléndida hermosura
De su vega, y serviale de arrullo
El misterioso són con que murmura
La sociedad, y el singular murmullo
Que armoniza do quier el aura pura,
Cuando oréa con ala sosegada
La region por los hombres habitada.
Absorto contemplaba el noble Moro
La vega granadí, huerta estendida
De su corte á los piés, rico tesoro
De ócio y placer y manantial de vida:
Y el alma de Muley, en sueños d oro
Con pereza oriental adormecida,
Se gozaba en mirar desde la altura
Por milésima vez tanta hermosura.
En aquel cielo azul y transparente,
Pabellón de cristal sin mancha alguna,
Lucen sobre la tierra eternamente
Sereno el rojo sol, blanca la luna.
Allí Genil su límpida corriente
Vierte con Darro y Monachil á una,
Brotando á sus regueros creadores
En vasta profusion frutos y flores.
Allí el cedro fragant y los almeses
Amados de los pájaros campéan
De Jericó á la par con los cipreses;
Las vides de Falerno allí se oréan
Entre pagizas y preñadas mieses,
Que magnolias espléndidas sombréan:
Y allí las cañas del Jordan sonoras
Zumban entre las palmas cimbradoras.
Las de la humana ciencia mas ignotas
Salutíferas plantas allí quiso
Dios fecundar y de las mas remotas
Tierras los frutos Dió á su paraíso:
Los sagrados laureles del Eurotas,
Los poéticos tilos del Pamiso,
De Estambúl los ardientes tulipanes,
De Cartago los frescos arrayanes.
Por sus fragantes y purpúreas rosas
Sus rosas la cediera Alejandría:
Por sus morenas hijas voluptuosas
Sus hijas la Circasia la daria:
El zumo de sus vides deliciosas
La campiña de Chipre envidiaria,
Su frescura los bosques de la Ausonia,
Sus árabes pensiles Babilonia.
Tal es la vega de Granada: tales
Las delicias que encierra, y que el monarca
Desde sus ajimeces orientales
Con mirada de halcon ufano abarca.
Tal es su reino entero; y en sus reales
Alientos le parece ofrenda parca
Que llevar á los pies de la que adora,
De Zoraya, lucero de la aurora.
Por eso se estasía contemplando
Sus tierras y su corte defendida
Por las bravas legiones de su mando,
De mil y treinta torres guarnecida:
Y al pensar en la corte de Fernando
En sus tierras aún no establecida
«¡Venga á pedir, esclama, si se atreve
El vil tributo que Muley le debe!»
Y he aquí que, concluyendo en estos dias
El plazo de unas treguas especiales,
Que acotaban las locas correrias
Licitas por las treguas generales,
No pasando la empresa de tres dias,
No batiendo tambor, ni alzando reales,
Presentose en la vega una mañana
Un escuadron de gente castellana.
Corto, pero á la lid apercibido,
Componianle apenas cien ginetes
Que estatuas parecian de bruñido
Sonante acero. El rostro en los almetes
Bajo de las viseras escondido
Traian: sobre malla coseletes
De triples pasadores barrëados,
Los caballos de hierro encubertados.
Mazas de nueve puntas y afiladas
Hachas de desarmar en los arzones:
Puñales de Milan y anchas espadas
De Toledo en la cinta, los lanzones
Al brazo y, en lugar de las rizadas
Pulmas, una cruz de oro en los crestones
Y otra al pecho, diciendo en un letrero:
A su luz vivo y a su sombra muero.
Del cristiano escuadron á la cabeza
Marchaba un caballero de Santiago
Comendador, templando la fiereza
De un potro negro, que al continuo alhago
De su señor responde con nobleza
Cabeceando orgulloso, y al amago
Del acicate esquivo, á cada instante
Quiere escapar con ímpetu pujante.
Era este capitan don Juan de Vera
Del solar de Mendoza: Castellano
De recto juicio y de virtud severa,
Celoso asaz del esplendor cristiano.
Conoce y teme la morisma entera
Su audaz valor y su pesada mano:
Y en el tumulto de la lid confusa
Quien héroe no es su encuentro escusa.
Con paso grave y continente altivo
Por entre el moro pueblo, que le mira
Con ojo torbo y ademan esquivo,
Llegó Don Juan al torreon de Elvira:
Y vuelto á un renegado que cautivo
Trae, con voz que magestad respira
Y en Español, mirando á su decoro,
Dijo, aunque sabe bien la habla del Moro:
El renegado en árabe tradujo
Lo dicho al capital, el cual montando
Una yegua que Córdova produjo
Y en sus dehesas pació su césped blando,
Por la árabe ciudad les introdujo
Hasta que, el alto Bib-Leujar pasando,
De sus bosques cruzando el laberinto
Les dejó de la Alhambra en el recinto.
Régia hospitalidad y alojamiento
Cómodo el moro rey, de su alcazaba
En una de las torres al intento
Dispuesta, dioles: muchedumbre esclava
A sus órdenes puso, cuyo atento
Cuidado pronto á su obediencia estaba:
Y les sirvió en opípara comida
Con caliente manjar fresca bebida.
De ella al fin un kadí, severo anciano
De barba luenga y paternal mirada,
Llegó á Don Juan y díjole: «Cristiano,
La luz de Aláh te alumbre. Tu embajada
Recibirá mañana el soberano.
Huéspedes del monarca de Granada
Sois tú y los tuyos esta noche; mide
Por tu deseo su largueza, y pide.»
«Anciano, replicó Don Juan de Vera,
Da gracias á tu rey por su hospedage,
Y dile que jamás de otra manera
A caballeros de mi fé y linage
Que tratara esperé: que á la primera
Luz del prócsimo dia mi mensage
Que oiga le ruego: pues la misma tarde
Debo partir. He dicho: Dios te guarde.»
Retirose Don Juan á su aposento:
Mas no sin ver si su cristiana gente
Tenia cerca de él alojamiento
A caballeros tales conveniente;
Y, con todo el rigor del campamento
Guardado el torreon militarme,
Despues de haber sus oraciones hecho
Tendiose armado en el morisco lecho.