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Granada. Poema oriental: 05

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Libro tercero «Zahara», Granada. Poema oriental
de José Zorrilla

Libro tercero: «Zahara»

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I. Gonzalo Arias de Saavedra

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Está Zahara en una altura
Entre montaña y colina,
Sentada en la peña dura
Que asoma la cresta oscura
Por entre Ronda y Medina.

Cuando encienden los Cristianos
De noche hogueras en ella,
No distinguen los paisanos
Si son sus fuegos lejanos
Luz de atalaya ó de estrella;

Y cuando el alba naciente
Dora la almenada villa,
Se confunde fácilmente
Con la armadura que brilla
El rielar de la fuente.

Sus atalayas pusieron
Los Moros en ella un dia,
De fosos la circuyeron,
Y apriesa la abastecieron
Porque el invierno venia.

Tubieronla muchos años
De los Cristianos guardada,
Con mil ardides estraños
Causándoles muchos daños
En guerra tan prolongada.

A la sombra guarecidos
De sus breñas y pinares,
Bajaban como bandidos
Y robaban atrevidos
Alquerias y lugares.

Toleraban los Cristianos
En silencio sus desmanes:
Pero pensando á las manos
Coger á los Africanos
De aquel peñón gavilanes.

Estaban los insolentes,
Aunque pocos, confiados,
Conociéndose valientes:
Los Cristianos, mas prudentes,
Lescogieron descuidados.

Todos los de aquella tierra,
Procurándose en secreto
Mil utensilios de guerra,
Atravesaron la sierra
De asaltarla con objeto.

Y una noche la asaltaron,
Y guardarla no supieron
Los Moros que la fundaron;
Cinco veces la cobraron
Y otras cinco la perdieron.

Entónces los vencedores
Doblaron su alta muralla,
Y abrieron fosos mayores
Para guardar previsores
La prenda de la batalla.

Estrecha y sola una senda
Dejaron en todo el cerro,
Porque mejor se defienda,
Si se empeña otra contienda,
Su sola puerta de hierro.

Por eso en sus torreones
Y en sus anchos murallones
Guardó la morisca villa,
Sobrepuestos, los blasones
De los reyes de Castilla.

Tal es Zahara: y en la altura
Del cerro en que está fundada,
Y por la fragosa hondura
De sus barranco guardada,
Siempre estuviera segura

De los Moros, como el nido
De un águila suspendido
En inaccesible peña,
Si menos la hubiera sido
Su fortuna Zahareña.

Pero su alcaide cristiano
Nació con estrella aciaga,
Y Dios apartó su mano
Del infeliz Castellano,
Y el rayo de Dios la amaga.

Porque ¡ay! ¿que le han de valer
Su muro y torres de piedra,
Si los ha de mantener,
Sin fortuna y sin poder,
Gonzalo Arias de Saavedra?

¡Desventurada es la historia
De este buen gobernador,
Bravo capitan sin gloria,
Blanco de mala memoria
Y de fortuna peor!

Desdichada fué su raza:
No hubo cálculo ni traza
Que al revés no le saliera,
Ni bando, opinon ó plaza
Que, suya, prevaleciera.

Siguió su padre Hernan Arias
De Enrique el rey las banderas
A las de Isabel contrarias,
Y perdieron las primeras
Sus empresas temerarias.

Del de Cádiz se allegó
Hernan á los partidarios,
Y el encono se estiguió
De los grandes sus contrarios,
Y Hernan Arias se fugó.

De los Moros amparóse
Y por los Moros mantuvo
A Tarifa; mas tornose
La suerte: capitulose,
Y Arias que entregarse tuvo.

Caballeros en Castilla
Intercedieron por él,
Y, olvidando su mancilla,
Le indultó Doña Isabel
Confinándole á Sevilla.

Bien único hereditario,
En su aljarafe tenia
Un torreon solitario,
Y allí su infortunio vario
Fuese á llorar noche y dia.

Mas hé aquí que maltratado
Por el tiempo el edificio,
Y él imposibilitado
De gastar solo un cornado
De su hacienda en beneficio,

En un temblor que agitó
Las tierras circunvecinas
Su torre se desplomó,
Y Hernan Arias pereció
Sepultado entre sus ruinas.

¡Desventurado Hernan Arias!
Las estrellas tan contrarias
Le fueron en paz y en guerra,
Que hasta se le abrió la tierra
Sin exéquias funerarias.

Su hijo Gonzalo, heredero
De su fortuna fatal,
Aunque habido por guerrero
Valiente y buen caballero,
Lo pasó siempre bien mal.

De su padre la memoria,
Lo siniestro de su historia
Y proverbial desventura,
Le hicieron, sin préz ni gloria,
Pasar una vida oscura.

Dotado de alto valor,
De ciencia y destreza rara
En la guerra, con honor
De alcaide gobernador
Le enviaron al fin á Zahara.

Diole la reina Isabel
Compadecida este cargo:
Pero, dándoselo á él,
El mejor panal de miel
Se le hubiera vuelto amargo.

Era Gonzalo un valiente
Y entendido capitan,
Tan audáz como prudente:
Mas ¿que hará si no le dan
Ni bastimentos ni gente?

«Tu lealtad y tu bravura
«Tendrán á Zahara segura»
Le dijeron, y le enviaron
A Zahara: mas no contaron
Con su innata desventura.

Sin víveres y sin oro
Con que pagar sus soldados,
No puede ni su decoro
Sostener, ni contra el Moro
Tenerles subordinados.

Su gente se le rebela:
Y él, solo, en continua vela,
Su fortaleza recorre,
Y hace á veces centinela
El mismo en alguna torre.

«Sinó por obligacion
«Por vuestro bien ayudadme,»
Les dijo en una ocasion:
Y su alferez Luis Monzon
Costestole ébrio: «Pagadme.»

Y el pobre Gobernador,
Sin influencia y sin pan,
Se vió inútil capitan
De gentes que sin temor
Ni amor hácia él están.

Pedia al gobierno amparo
De víveres ó dinero:
Pero el gobierno reparo
No ponía, y el frontero
Seguia en su desamparo.

Dos veces quiso salir
A correr la mora tierra:
Mas sus gentes, al oir
Que se trataba de guerra,
No le quisieron seguir.

Tal era la situacion
De Zahara en esta ocasion;
Tal es el afán que arredra
El brio del corazon
De Gonzalo Arias Saavedra.

Por eso sus Castellanos
Se están mal entretenidos
En casa de los villanos,
En pensamientos livianos
Con las mozas divertidos;

Pues por demás licenciosos
Son siempre nuestros soldados,
Cuando en puestos apartados
Les dejan vivir ociosos,
Por libres ó mal pagados.

El rey moro, que sondara
Su abandono y su pobreza,
Se dijo: «Es cosa bien clara
qu eme da la fortaleza
Quien así la desampara:
Con que tomarla es razon.»
Y Hasan dispuso á este fin
Misteriosa espedicion,
Dándole gente en union
La Alhambra y el Albaycin.

Salió pues de la ciudad
Muley en la oscuridad,
Sin decir de esta salida
La razon desconocida,
Para mas seguridad.

Y es fama que el Africano,
De Bib-arrambla al pasar
Bajo el arco, dijo ufano:
«Le tengo de festonar
Con cabezas de Cristiano.»

Era una tarde nublada
De tormenta amenazada:
El viento ronco mugia,
Y en anchas gotas caia
A espacios lluvia pesada.

Cerrose en oscuridad
El cielo: la tempestad
Desgarró las nubes pardas,
Y brilló en las alabardas
El relámpago fugaz.

Entre la enramada espesa
De un pinar de que se empara,
Con la gente de su empresa
Iba Muley á hacer presa
En la descuidada Zahara.

Caidos los martinetes
Sobre las mojadas telas
Revueltas á los almetes,
Caminaban los ginetes
El lodo hasta las espuelas.

Mohino el Rey por demás,
De los pasos el compás
Oyendo con mal humor,
Iba: junto á él un tambor
Y los peones detrás.

Tras estos los saeteros
Y hasta cien arcabuceros:
Luego los escaladores,
Luego trompas y atambores,
Y luego los ingenieros.

Tras ellos, en pelotones
Flanqueados por dos alas
De ginetes con lanzones,
Muchos negros con escalas
Para entrar los torreones.

La media noche seria
¡Espantosa noche á fé!
Cuando de la roca umbria
Sobre que Zahara dormia
Se detuvieron al pié.

Contó el rey cuidosamente
Las hogueras y señales,
En que convino prudente
Con sus guias, y la gente
Partió en dos bandos iguales.

Guardando el cerro dejó
Los ginetes: apostó
Los saeteros mejores,
Y él con los escaladores
Por el peñasco trepó.

La oscuridad, la tormenta,
Patrocinan su ascension
ardua, silenciosa y lenta:
Todo Muley lo hubo en cuenta
Con astuta prevision.

El ruido de sus pisadas
Sofoca el ruido del viento,
Y las aguas despeñadas
Por las ásperas quebradas
Con estrépito violento.

Tal vez descienden rodando
De roca en roca chocando
Pedazos de las montañas,
Pinos, chozas y alimañas
Consigo al valle arrastrando.

Tal vez una encina añosa,
Arraigada en un peñon
Todo un siglo, estrepitosa
Se rompe con temerosa
Y atronadora explosion.

Tal vez algun lobo, fuera
De su cueva sorprendido,
Bajo una peña cogido
Invoca á la muerte fiera
Con un espantoso ahullido.

Tal vez por algun torrente
Arrastrada una serpiente
De un precipicio á la hondura
Rasga la atmósfera oscura
Con un silvido estridente.

¡Horrible noche es aquella
En que, mientras contra Zahara
Ronca tempestad se estrella,
De la tempestad se ampara
Muley audáz contra ella!

La villa desventurada,
Por el viento sacudida,
Por el turbio anegada,
Y en las tinieblas velada,
Reposaba adormecida.

Apena en un torreon
De su vieja ciudadela,
Encogido en un rincon
murmura escasa oracion
Un cristiano centinela.

Tal vez duerme sin afán
Al calor de su gaban
En su garita, al arrullo
Que viento y agua le dan
Con su continuo murmullo:

Y tal vez, sobre la mano
La barba y en la rodilla
El codo, sueña el cristiano
Una auror de verano
En un lugar de Castilla.

Primer tomo:

Libro primero «Esposición» (I. Invocación - II. Narración)
Libro segundo «Las sultanas» (I. El camarín de Lindaraja - II. El salón de Comares)
Libro tercero «Zahara» (I. Gonzalo Arias de Saavedra - II - III - IV)

Segundo tomo:

Invocación
Libro cuarto «Azäel» (I - II - III - IV - V)
Libro quinto (Introducción - «Narración»: I - III - IV - V - VI)
Libro sexto «Las torres de la Alhambra» (Introducción - «Narración»: I - II - III - IV)
Libro séptimo (I - II - III - IV)
Libro octavo «Delirios» (I - II -III - IV - V - VI - VII - VIII - IX. Kaleb - X)
Libro noveno «Primera parte» (Introducción - I - II - Serenata morisca)