Granada. Poema oriental: 17
III
[editar]«Mira, escucha y comprende lo que pasa
En tomo tuyo ¡oh Rey! — ¿Ves esas sombras
Que como en alas de los vientos cruzan
Esos llanos y montes con que sueñas,
De esa obscura ciudad saliendo todas?
Los corredores son, que el rey cristiano
Envía á sus alcaides fronterizos.
Esa ciudad de donde parten, cuyo
Mudo recinto en las tinieblas yace
Al parecer pacífico y tranquilo,
Es Medina del Campo. Desde aquellas
Torres los reyes de Castilla miran
Hacia Granada, el pensamiento fijo
En su desolación y la memoria
En el fatal horóscopo, que anuncia
A Abú-Abdil como el postrer monarca
Que reinará en la Alhambra; sus ginetes
Por eso envían en secreto, y solo
Caminando de noche, á sus mejores
Adalides. ¿Y sabes el mensage
Que les llevan, Muley? Que pues rompiste
Las treguas tú, cayendo sobre Zahara,
Den por abierto el campo de la guerra
Y metan por tus tierras sus pendones,
Talando sin piedad y destruyendo
Mieses, viñedos, torres y ciudades.
Vuelve ahora la vista hácia este lado:
¿Ves ese cerro sobre el cual blanquean
Las almenadas torres y los muros
De una morisca villa? Son las torres
Y las murallas de Guadix. ¿Ves ese
Pendón que en ellas vagarosa agita
El áura de la noche? No es ya el tuyo;
Es el de Abú-Abdil. ¿Ves esos hombres
Que, envueltos en sus blancos alquiceles
Y jáiques africanos, uno á uno
Entran en la segura fortaleza
Do se hospeda tu alcaide? Todos esos
Son los parciales de Abdilá, que acuden
Á ofrecerle su brazo y sus tesoros
Contra su mismo padre: y son los mismos
Que tus inicuas leyes desterraron
De Granada; los hijos y los nietos
De aquella ilustre raza degollada
Por el infame padre del que ahora
Es tu primer Wazir, tu consejero,
Del tirano tal vez que por ti reina:
De Abú'l-Kasin Ben-Egas, hijo digno
Del renegado vil á quien llamaron
Moros y Castellanos con desprecio
El Tornadizo: y todos alimentan
Sed de venganza contra él, y el ódio
Yerbe en su corazón contra la impura
Cristiana á quien adoras, y detestan
Toda la estirpe vil de renegados
Que te cerca, Muley, y al pueblo impulsan
Hácia la rebelión, que ya fermenta
Hasta en tu misma corte, y cuyo fuego
Puede atajar tal vez Dios solamente,
¡Alahú-akbar! así está escrito. Vuelve
La vista hácia ese valle: es el de Dona.
¿Ves esa multitud de gente armada
Que por él atraviesa? Son Cristianos
Que á Alhama ván. A Alhama, donde tienes
Tus más ricos tesoros: donde acuden
Con tus anuales rentas tus alcaides:
Donde almacenas los inmensos víveres
A tus tropas fronteras necesarios.
A Alhama ván: la llave de Granada
Como los Granadinos la apellidan:
A Alhama ván. Repara cómo trepan
Por los peñascos en que está fundada,
Como astutos reptiles, los Cristianos
Escaladores; mira cómo llegan
De los muros al pie sin ser sentidos:
Mira cómo aproximan las escalas:
Mira cómo en silencio en las almenas
Aseguran las manos, cómo tienden
Los cautelosos ojos al recinto
Del muro y del adarve abandonados:
Mira cómo el primero salta dentro
Y sesenta trás él. Ese maldito
Es Ortega del Prado, ese famoso
Escalador cuyas sorpresas tienen
En vela eterna á los alcaides todos
De tus castillos fronterizos. Mira
Cómo asesina al centinela y corre
A sorprender la guardia de las puertas:
Mira cómo un enjambre de Cristianos
Por las murallas entra. ¡Ay de tu Alhama!
¡Ay de los que no ven que están cercados
De lobos Nazarenos! Mira, mira.
Aquel ginete, que á su frente viene
A emboscarse traidor junto al postigo,
Es Ponce de León, marqués de Cádiz,
Maldecido de Aláh y azote nuestro.
Aquel otro de arnés empavonado,
Es el rico Asistente de Sevilla
Diego de Merlo : aquel que con el hacha
El barreado rastrillo hace pedazos
Con fuerzas de Titán, es Juan de Robles
Alcaide de Jerez, que mató un toro
Dándole en el testúz un puñetazo.
Y no creas que es gente allegadiza
Poco diestra en la lid y mal armada;
No, Muley, son guerreros avezados
A pelear: ilustres por sus hechos
Y por su sangre generosa: todo
Cuanto encierra mejor Andalucía
De Castellanos capitanes. Mira:
¿Ves aquel jóven cuyo bozo apenas
Sobre su labio superior apunta?
Bien puedes con el alba que esclarece
Divisarle, ginete en un morcillo
Que piafa de impaciencia: ese es un hijo
De aquel Conde de Cabra cuyo brazo
Teme no más Aly-Athar de Loja;
Es su hijo Don Martín, prez de la raza
De Fernández de Córdova. Aquel otro
Que monta un potro negro y que tremola
Un pendoncillo cárdeno en la lanza,
Don Pedro Enríquae es, Adelantado
Mayor de Andalucía. Toda entera
La tienes ya sobre tu reino: toda
Tiene la voz de alarma y se dispone
Para vengar á Zahara. ¡Ay de tu Alhama,
Que tienen ya por suya! ¡Oh! mira, mira.
Aquel que gana el caracol estrecho
Del torreón y baja á dar entrada
A los que aguardan del postigo fuera,
Es el Comendador Martín Galindo,
Que ha jurado inmolar treinta Muslimes
A la implacable sombra de un hermano
Muerto á sus piés por el Zégrí de Vélez.
Mira cómo ayudado de Estremera
Su escudero y de Pedro de Valdivia
Alcaida de Archidona, desatranca
Los pesados barrotes de la puerta
Y sube las cadenas del rastrillo.
Ya logró levantarle: ya una hoja
Franqueó del postigo: apresurados
Mira cómo por él se lanzan todos
Sedientos de oro y sangre ¡Aláh clemente,
Compadece á los Árabes! Escucha.
¿No oyes el repentino clamoreo
Que ensordece la villa? ¡Desdichada!
Su gente anoche se acostó tranquila,
Y en brazos de la muerte se despierta.
Mira aquel que en la torre de homenaje
De la alta ciudadela ha enarbolado
La bandera cristiana; oye cuál grita.
Agitando frenético los brazos,
¡Alhama por Castilla!… ya la tienen.
Mas no: mira los tuyos cómo acuden
A la pelea: todavía es suya
La villa, y el castillo solamente
De los Cristianos es. ¡Aláh bendito!
Mira cómo coronan las murallas,
Una nube de flechas arrojando
Sobre los siervos de Jesús. ¡Cuál caen
Entre los muros de ambos fuertes! Cejan,
Se encierran otra vez en el castillo
La tierra con su sangre enrojeciendo.
¡Ah, leäles Muslimes, degollados
Primeros que rendidos! Viejos, niños,
Mujeres, cuantos ciñen el turbante
Africano, pelean por su patria.
Mira, van á intentar una salida:
Ya están acorralados los Cristianos
En el castillo, y á su vez ahora
Van á ser los sitiados. No hay tronera,
Ni lucerna, ni almena, ni resquicio
Por donde asome un ojo castellano,
Que cubierto de dardos no se vea
En el instante mismo. Ya los tuyos
Comienzan á salir: mas ¡cielo santo!
En tumulto, sin orden y sin gefe,
Como muchachos de una escuela salen.
¡Oh! van á ser pasados á cuchillo
Si los Cristianos dán en ellos. ¡Pronto
Desdichados! ¡atrás! ¡atrás! Es tarde.
Un lienzo de muralla derribando
Los Cristianos se lanzan de repente
Sobre su ciega multitud, y en ellos
Como en ganados en redil se ceban.
Huyen: la puerta los de dentro quieren
Cerrar: mas se aprocsiman unos y otros
En confuso tropel: todo es en vano:
Todos al par se precipitan dentro.
Oye como á la avara soldadesca
Autorizan los jefes al saqueo,
Para animar sus bárbaros instintos.
¡Ira de Dios! La muerte por las calles,
Por las plazas, las casas y mezquitas,
Corre hambrienta de víctimas humanas
Y se harta de cadáveres. En vano
Unos pocos valientes, prefiriendo
La muerte al cautiverio, se resisten
Como leones del desierto. En vano
En tu régio mirab encastillándose,
Ante el ara sagrada del Profeta
Forman una muralla con sus pechos.
Un impío Cristiano, una embreada
Tea aplicando á la dorada puerta,
Sopla la llama arrodillado, en tanto
Que otros con sus escudos le protejen
De los árabes tiros. Ya la llama
Prendió en la puerta cincelada: el humo
En espirales pardas culebrea
Por cima de los cascos: ya las chispas
Saltan á impulso del seguro soplo
De la adarga de cuero con que aventan
El incendio naciente, y ya rechina
La primorosa ensambladura hendiéndose.
Mira cómo abrasada se desploma
La mezquita y sepulta á los Muslimes:
Mira cómo el incendio se propaga
Por sus bazares y almacenes; mira
Las lagunas de sangre, en cuyo fondo
La voz de todo un pueblo degollado
Al justiciero Aláh contra tí clama;
Mira cómo el incendio, porque veas
Mejor, extiende en derredor su llama
Encendiendo a tu honor mortuorias teas:
Mira la cruz sobre el peñón de Alhama!…
Desventurado rey, ¡maldito seas!…»
Dijo y calló la voz del nigromante;
De la frase final lúgubre el eco
En pavoroso són zumbó un instante
Bajo morisco artesonado hueco.
Un momento después la luz brillante
Se extinguió de las lámparas: un paso
Lento, mas firme gravitó en la alfombra:
Sintióse en los tapices un escaso
Rumor… y todo fue silencio y sombra.