Granada. Poema oriental: 14
V
[editar]Antes que el sol su esplendorosa hoguera,
De la luz de los astros alimento,
Mostrara en el Oriente, su carrera
Misteriosa acabando en un momento,
De Castilla hasta la última frontera
De su señora se esparció el aliento:
Y do quier que sus átomos posaron,
Chispas de fé, las almas alumbraron.
Al influjo de este álito divino
Regeneróse la Cristiana tierra
Con nuevo sér y cambio repentino;
Los nobles turbulentos, que con guerra
Doméstica ensangrientan su destino.
Sintiendo el nuevo sér que su alma encierra.
Sintieron sus alientos belicosos
Bajo instintos brotar más generosos.
El pueblo, por sus próceres armado
En pró de asoladoras banderías,
Contempló su valor desperdiciado
En contiendas inútiles ó impías;
Y, por la nueva fé iluminado,
Pensó en borrar de tan nefastos días
Con páginas espléndidas de gloria
Del libro de los tiempos la memoria.
El soplo de los ángeles fecundo
Inoculando la feráz semilla
De la fé de Isabel en lo profundo
Del alma de los hijos de Castilla,
La progenie evocó que, un nuevo mundo
Del mar buscando en la encontrada orilla,
Iba en sus carabelas viento en popa
Las llaves de otro mundo á traer á Europa.
Un vapor luminoso, perceptible
No más á los espíritus del viento,
Á la mirada de Satán terrible,
Y á las del Hacedor del firmamento.
Alfombra en punto tal la haz apacible
Del católico reino en tal momento,
Recibiendo sus pueblos, que en paz duermen,
De la celeste inspiración el gérmen.
De los gefes católicos, en sueños,
El generoso corazón se agita
A impulso de presagios alhagüeños
Que el soplo en ellos de Azäel escita.
Temerarios y heróicos empeños
Ya delirando cada cual medita,
Y, á la voz de los cielos obediente,
Pronto al combate cada cual se siente.
Uno entre todos, héroe futuro
De la conquista en que la Cruz se empeña,
Con el asalto de agareno muro,
Por Azäel arrebatado, sueña,
Y el fondo ve del porvenir oscuro
Que con la fé alumbrándole le enseña.
Es Ponce de León, el caballero
Mejor, en fé y en armas el primero.
El, de la ira de Dios rayo inflamado.
De su divina cólera instrumento,
El primero en su mente inoculado
Percibe de Isabel el pensamiento;
Como ella por el ángel instigado.
Penetrar en su sér siente su aliento,
Y que en él á su soplo se levanta
De la Cristiana fé la llama santa.
Del corazón le advierten los latidos
Del invisible genio la presencia,
Y el placer con que gozan sus sentidos
El soberano bien de la ecsistencia;
Y oye en su corazón, no en sus oídos,
Una voz que relata á su conciencia
De una era de fé, de honor y gloria
La venidera y encantada historia.
El ángel Azäel, ante sus ojos
Del negro porvenir el libro abriendo,
Con sangre escrito en caracteres rojos
Del Árabe le muestra el sino horrendo.
Mensagero se ve de los enojos
De Jehováh en Granada combatiendo.
Desplegado un momento ante su vista
El cuadro colosal de la conquista.
El, de su panorama misterioso
Reconoce los sitios y figuras,
Y ve do quiera su pendón glorioso
Tremolando el primero en las alturas;
Siempre descubre su corcel fogoso
Recorriendo triunfante las llanuras
Que abandonan ante él los Africanos
Y que tras ól ocupan los Cristianos.
La fiebre de su espíritu guerrero
A este ensueño de gloria se enardece,
Y al envidiado honor de ir el primero
En su noble ambición se desvanece;
Y soñando que blande el ancho acero,
Que tira el primer golpe le parece,
Y el rudo brazo al descargar esclama:
«En honor de mi Dios y de mi fama.»
Poniendo entonces Azäel su mano
Sobre su ardiente y generoso pecho,
Díjole, del honor y la fé arcano
Su noble corazón dejando hecho:
«El primero serás: Dios soberano
»Acuerda á tu valor ese derecho.
»Levanta el grito y el pendón de guerra:
»Tala, rayo de fe, la mora tierra.»
Dijo Azäel: y abriendo en el ambiente
Sus alas de vapor, por un momento
Dejando tras de sí fosforescente
Rastro, perdióse en el azul del viento.
Despertó el Castellano de repente
La puerta oyendo abrir de su aposento
Y presentóse en ella á Don Rodrigo
De un cristiano adalid el rostro amigo.
Es el valiente escalador Ortega,
De la guerra avezado al ejercicio,
Donde su vida cada día juega
De escucha haciendo el peligroso oficio.
Del territorio de los Moros llega,
Y su presencia siempre algún servicio
Promete al de León, quien en campaña
Siempre de él se aconseja y acompaña.
Reconoció de Dios al mensagero
En él el piadoso Don Rodrigo,
Y el gage espera que le trae primero
De las promesas de Azäel consigo.
Incorporóse, pues, el caballero
Diciendo alegre: — «¿Qué me traes, amigo?
— Traigo una prenda que os dará gran fama:
Traigo una villa mora. — ¿Cuál? — Alhama.»
— «¡Alhama! Es la más rica del rey moro,
— Sí, señor: de su reino está en el centro.
— ¿Dicen que en ella guarda su tesoro?
— Sí, señor: y yo de ella os pondré dentro.
— ¿Sabes lo que prometes? — Nada ignoro.
Señor; mas cuando ofrezco es que me encuentro
En posición de dar. Venid conmigo,
Y sois dueño de Alhama, Don Rodrigo.»
— «Ortega, en una empresa tan osada
Es preciso que Dios guíe tu huella.»
— «La voluntad de Dios está marcada
Y nos la brinda á nuestra buena estrella.
Yo no me he contentado en mi emboscada
Con rodar por la noche en torno de ella;
Señor, yo he estado dentro de la villa:
Dios por mi mano se la da á Castilla.»
«Yo veo la de Dios tras de tu mano.
Basta: aguarda mis órdenes afuera.»
Salió Ortega: el ilustre Castellano
Del lecho se arrojó, y, con fé sincera
Puesto de hinojos, con fervor cristiano
Dijo: «Mi fe. Dios mío, en vos espera:
Si en Alhama, Señor, me dais entrada.
Yo llevaré la Cruz hasta Granada.»