Granada. Poema oriental: 22
Narración
[editar]I
[editar]Iba á dejar en brazos de las sombras
A la tierra el crepúsculo: la vega,
El monte y la ciudad entre sus turbios
Vapores comenzaban á sumirse,
Y el ocaso, alumbrado todavía
Con desgarradas ráfagas de fuego,
Ultima luz que el sol reverberaba,
Teñía los collados con purpúreos
Resplandores de incendio. A la cabeza
De su hueste Muley había apenas
Traspasado las puertas de Granada
Con dirección á Alhama, y en las torres,
En las murallas y altas azoteas.
Para verle salir, la muchedumbre
Se aglomeraba silenciosa y triste.
Sus alas ¡ay! sobre la gente mora
El genio del dolor tendido había;
Fatal presentimiento de amargura
Sus corazones lúgubre llenaba,
Y miraban tal vez indiferentes
De sus hermanos el socorro. Apenas
Algunos grupos de la plebe sórdida
Que al camino salieron victoreaban
Pagados á Muley: ardid inútil
De política torpe que aumentaba
El desprecio del pueblo entristecido.
El rumor de los gritos desacordes
Confuso con las ráfagas llegaba
Hasta el alto mirab, en donde inquieta
Le escuchaba Zoraya tras las árabes
Labores de su espesa celosía.
Fijos los ojos, la mirada torva,
Presa de aquel fatal presentimiento
Que acaso con su atmósfera pesaba
Sobre la mora gente, la lectura
De su alméh favorita oía, empero
Sin escucharla. A veces el oído
Hácia el rumor de la ciudad tendía,
Y la alméh se paraba, y en silencio
Quedaba el aposento hasta que vuelta
La favorita en sí decía «sigue»:
Mas desechados iban diez volúmenes
De distraer su espíritu incapaces.
Los peregrinos viajes y aventuras,
Los inspirados y divinos libros
Del Corán, las leyendas orientales
De los poetas de Damasco y Córdoba,
Desarrugar su ceño no podían
Ni atraer su atención; guerras, encantos,
Sueños, amores, himnos de alabanza
Á su propia hermosura dirigidos,
Pasaban por su oído resbalando
Como agua por encima de las rocas:
Y sin embargo, sus lecturas eran
En los célebres libros escogidas
De los más sábios escritores, siendo
Leídas con las gratas inflexiones
De una voz melodiosa, amaestrada
En el arte divino de la música,
Y en la recitación que alas de fuego
Presta á la encantadora poesía.
A la luz de una lámpara de plata
Colocada en un trípode de concha.
La alméh, tomando el sétimo volumen,
Comenzaba á leer los puros versos
De Abú-Taleb-Abdel-Gebar, de Júcar,
Que cantó las victorias y virtudes
De los almorávides: «Pasa, dijo
La impaciente Zoraya interrumpiéndola;
Otra leyenda busca; » y fué pasando
La alméh las ojas de su libro, en ellas
Sin posar su mirada la Zoraya
Diciendo distraída: «¿Quién prosigue?
—Abí-Aly-Anás. —Pasa. ¿Quién otro?
—El faquí Zacaría. —¿De qué trata?
—Da consuelos al rey en la amargura
De sus pesares. —¿Cuáles eran? — Creo
Que él solo se salvó de una batalla.
—Lee: tal vez consolar logre los míos.
—Mas no me escuchas ¡oh sultana! —Esclava,
Lee y obedece.» Prosiguió leyendo
La reprendida alméh y á su profunda
E inquieta distracción volvió Zoraya.
La deliciosa voz de la lectora
Resonaba en el cóncavo recinto
Del camarín, como el rumor continuo
De un arroyo que corre bajo el césped
Quebrando entre los guijos sus cristales:
Los armoniosos versos del poeta
Arabe, recitados en su lengua
Riquísima, en los tonos é inflecsiones
Dulces sin par del andaluz dialecto,
Resonaban en él inútilmente,
Y en su vacío espacio se perdían
Como el canto de un pájaro extraviado
En el llano infecundo del desierto.
Zoraya no escuchaba tiempo hacia
De la alméh la lectura: á los cristales
Del calado ajimez pegado el rostro,
Penetrar del crepúsculo anhelaba
La oscuridad creciente: pero en vano.
La ciudad se sumía en las tinieblas,
Y el rumor que llegaba hasta su oído
Era tan sordo, tan confuso y vago,
Que era imposible comprender su origen.
La humana voz asemejaba á veces
Ronco, amenazador, cual si en tumulto
Se agitara la plebe descontenta;
Otras, el triste é íntimo lamento
En que prorrumpe á un tiempo la familia
Que en derredor del padre moribundo
Su último aliento aguarda, y al lanzarle
En llanto universal rompe afligida.
Otras, gemido largo y misterioso,
Como si algún espíritu que, errante
Huyendo por la atmósfera, espantado
En sus vacíos senos le lanzara:
Mas siempre, siempre al comprender la mora
Del rumor el origen verdadero,
Le encontraba con rábia producido
Por alguna bandada de palomas,
O por el són del aire en la arboleda,
O por la voz de algún pastor tardío
Que guiaba en los cerros su rebaño:
Y volvía á tenderse despechada
En los cojines blandos, y volvía
A mandar continuar una lectura
Que no escuchaba, mas que el tiempo largo
De su impaciencia entretenía. «Sigue,»
Decía á la lectora: mas un libro
Y otro libro hojeado uno por uno
Inútilmente había, y con tristeza
En silencio la alméh la contemplaba.
«Sigue,» dijo con ímpetu la altiva
Favorita: y la almóh, postrada en tierra,
Dijo: — «Imposible continuar, Sultana.
— ¿Porqué? — Porque tus libros uno á uno
Has ido desechando, y en sus hojas
No hay ya más que leer. —Busca otros nuevos,
—No poseemos más. —Pues toma un arpa
Y cántame… distráeme… entretenme…
Sinó, ¿de qué me sirves? ¿Qué te valen
Los talentos que encómian los imbéciles
Que te enviaron á mí?» La desdichada
Alméh, sus gracias y talento viendo
Denostados así, dobló la frente
Sobre su pecho, y abrasado llanto
Comenzó á derramar. Zoraya un punto
Permaneció en silencio contemplándola:
Empero en la impaciencia que la agita,
En la rabia tal vez que la devora
El vengativo corazón, ajena
A toda compasión, díjola: — «Vete:
Para nada me sirves. Di al primero
Que halles en esa cámara que venga
A divertirme: un guardia, algún esclavo
Cuya cabeza al menos me responda
De su talento, si le falta. Vete, »
Salió la alméh: volvió á la celosía
Zoraya. Era ya nocbe: por do quiera
Extendida la sombra encapotaba
La tierra. Alguna luz pálida y trémula
Brillaba en los postigos entreabiertos
De las casas fronteras á la Alhambra,
Del ajeriz en el tranquilo barrio.
Mas allá, por las calles angulosas
Del albaycín, se oía sordamente
La voz de sus inquietos moradores
Elevarse en murmullo misterioso,
Como si sus vecinos, sus moradas
Dejando, por las calles reunidos
Con tumultuosa plática turbasen
La solitaria calma de la noche.
Zoraya en vano sondëar quisiera
Lo que en el albaycin pasa á estas horas.
Es el barrio que habitan los parciales
De Aixa y de su hijo, y en la torre
De Comares están de él fronteriza.
¿Quién sabe si el rumor que en su absoluta
Oscuridad del albacin se alza
Será efecto ó señal de inteligencia
Entre el barrio y la torre? ¡Oh! Tarda mucho
El Wazir en volver. ¿Si por desdicha
La partida del rey infunde aliento
A los conspiradores, y en las calles,
Tomadas ya, al Wazir han sorprendido?
Todo lo teme ya la favorita:
Pero todo lo ignora abandonada
En el mirab donde impaciente espera:
Y he aquí que, al volverse, de la entrada
Bajo el dintel y del tapiz delante
Ve un esclavo que aguarda silencioso.
ZORAYA. | ¿Qué quieres?
|
EL ESCLAVO. | ¡Oh Sultana! á ti me envía lia alméh que acaba de partir llorando |
ZORAYA. | ¿De dónde vienes?
|
ESCLAVO. | De la ciudad.
|
ZORAYA. | ¿De la ciudad? ¿qué pasa. Allí? |
ESCLAVO. | Ya nada: de los muros lejos Va ya Muley: el pueblo se retira |
ZORAYA. | ¿A despedirle Mucha gente acudió? |
ESCLAVO. | Salió, Sultana, Toda cuanta hay en la ciudad. |
ZORAYA. | ¿Y viste Á los del albaycín? |
ESCLAVO. | Todos estaban De la puerta monaita en las alturas |
ZORAYA. | ¿Inquietos Se mostraban sus grupos? |
ESCLAVO. | Al contrario: Al rey desde los altos despedían |
ZORAYA. | ¿Y en qué sitio Viste al Wazir? |
ESCLAVO. | Tras de las huestes queda Hablando con el Rey. |
ZORAYA. | ¿Tú estabas prócsimo A ellos? |
ESCLAVO. | Sí: mas en torno defendidos Por centinelas platicaban ambos |
ZORAYA. | Ea, pues, mientras espero La vuelta del Wazir, ve cómo puedes |
ESCLAVO. | Manda, y veré si obedecerte puedo.
|
ZORAYA. | ¡Si puedes!
|
ESCLAVO. | Sí, Sultana, soy cristiano: Me cautivaron en Jerez los Moros |
La favorita de Muley sus ojos
Encendidos de cólera fijaba
Sobre los ojos del cautivo, en vano
De sus palabras la intención oculta
Profundizar queriendo. Ella, cristiana
Y de la raza de Solis nacida,
Era el último sér que se animaba
Con sangre de Solís. Aquel esclavo
Servidor de su casa en otro tiempo,
La vió niña tal vez en el castillo
De la encomienda de su padre; ahora,
En Granada cautivo; ¿conocía
De su señor á la hija renegada?
Su presencia en la Alhambra, ¿era un agüero
Favorable ó funesto? ¿Era un amigo
Que velaba por ella? ¿Era un espía
Que traidor la acechaba? Los recuerdos
De su infancia dichosa y sus dormidos
Remordimientos, á la par alzándose
Como horribles espectros á su vista.
La helaron de terror. La sombra airada
De su ultrajado padre parecía
Que tras aquel cristiano á levantarse
Iba, y en el pavor supersticioso
De su alma criminal y en la nerviosa
Ecsaltación del miedo, sus miradas
Fijó en la puerta de la estancia. Ante ella,
Pálido como el mármol que sostiene
Su cincelada bóveda, sombrío
Cual fantasma del féretro evocado,
El viejo Aly-Mazer la contemplaba
En lúgubre silencio. Sus pupilas
Radiaban con fulgor siniestro y trémulo,
Y los hilos brillantes de sus rayos,
Como los de la baba poderosa
De la culebra, al estrellarse ardientes
En las pupilas de Zoraya á ellas
Se adherían tenaces, é invisible
Estendiendo una red en torno suyo.
En sus mágicos nudos la envolvía,
Y el vigor de su sér paralizaba,
Aunque en su helado cuerpo arder sentía
La inquieta sangre como hirviente lava.
Subyugada, incapaz de movimiento.
Víctima de poder incomprensible,
Vió Zoraya cruzando el aposento
Llegar á Aly-Mazer con paso lento,
Su mágica influencia indefinible
Dominando su sér, y en su semblante
Su fulgente mirar teniendo fijo.
Con desdeñosa voz así la dijo :
«¿Te fastidias, Sultana? ¿Te impacientas?
¿De tu infeliz alméh con las historias
Vacías de interés no te contentas?
¿Porqué no lees las íntimas memorias
Que en el fondo de tu ánima aposentas?
¿Porqué en vez de leyendas ilusorias
No lees sobre tu faz tu historia horrenda?
¿Crees que no hay interés en su leyenda?
Iguales son los fallos soberanos
Para todos: delira y entretente
Tu porvenir meciendo en sueños vanos:
Mas escrito tu horóscopo en tu frente
Llevas: sobre las rayas de tus manos
Tus ojos pon y le verás patente.
Naciste y morirás entre cristianos:
Y, más fatal que el de Abdilá, tu sino
La oscuridad te anuncia solamente;
Su estrella real apagará tu estrella:
Su destino anonada tu destino;
Extrangera á Granada, no hay en ella
Para tu raza impura
Ni trono, ni mansión, ni sepultura.
Esclava sin pudor, tu cuello doma
Al yugo de tu dueño; renegada
Sin fé y sin patria, el fugitivo aroma
De tu poder pasó: sobre Granada
De otro poder real el alba asoma;
Tú no posees sobre su tierra nada:
La estrella de Bu-abdil, contraria tuya,
Es fuerza que al brillar tu luz destruya.»
Dijo el severo Aly y con el cristiano
Partió, y á la sultana fascinada
Un escrito al partir dejó en la mano.