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Granada. Poema oriental: 27

De Wikisource, la biblioteca libre.
Tomo Segundo, libro séptimo, Granada. Poema oriental
de José Zorrilla

II

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Llena al fin de su enojo la medida,
Abrió el Señor la urna en que atesora
De las naciones la acotada vida:
De ella arrojó la de la estirpe mora,
Y al caer en la nada desprendida
De su mano, con voz imperadora
Dijo Dios á Isabel: «He aquí tu día:
Parte, rayo de fé: tu empresa es mía.»

Y por el fuego de la fé abrasada,
Por la celeste mano compelida.
Los brazos Isabel tendió á Granada,
Que por sus brazos se sintió ceñida
Con angustia mortal: y al punto armada
Y con el sayo de la cruz vestida,
Aparición marcial salió á campaña
La fé invocando y el honor de España.

A su inspirado y vigoroso acento,
La nobleza leal de Andalucía
Pareció ante Isabel en un momento,
Rebosando valor y bizarría.
Llenas de emulación con su ardimiento
Cuantas provincias en su reino había,
Su gente enviaron de pelea en planta
En derredor de su bandera santa.

Encendida en sus bélicos deseos,
Desde Córdoba envió con gran premura
Numerosos y rápidos correos
A Toledo, León y Extremadura.
Cuantos gozaban en su nombre empleos
O de su autoridad investidura,
Su intimación de guerra recibieron
Y en campaña obedientes se pusieron.

Cartas atentas escribió á sus damas
Para que á sus amantes y maridos,
De los troncos más nobles y sus ramas
La enviasen á la lid apercibidos;
Y por los pueblos esparció proclamas,
Llamando á los mancebos atrevidos
A romper una lanza en la campaña
Por el honor y libertad de España.

De su entusiasmo el religioso influjo
Derramó el entusiasmo por do quiera,
Y cuanto noble su nación produjo
En redor acudió de su bandera.
Sus vasallos á Córdoba condujo
Todo varón que diez tuvo siquiera,
Y en cada hora nueva que sonaba
Un valiente á Isabel se presentaba.

Ella entretanto en vastos almacenes
Depositó profusas provisiones
De granos, vinos y cecinas, bienes
De que abundan sus fértiles regiones:
Acopió ropas y armas: montó trenes
De batir, con lombardas y cañones:
Soldados instruyó que los sirvieran,
Y acémilas compró que los movieran.

No se escusó ni un noble castellano
De acudir de Isabel á la cruzada,
Y no quedó un solar en monte ó llano
De que no hubiese en Córdoba una espada.
Todas las joyas del valor hispano
Fueron parte á tomar en la jornada,
Sombreando sus bizarros escuadrones
De sus casas más ricas los pendones.

Vino el primero el cardenal de España
Con escolta lucida y numerosa:
Desde el campo feraz que el Ebro baña,
El buen Duque llegó de Villa-hermosa.
Trajo el Conde de Cabra de montaña
Ballestería diestra y vigorosa;
Y á los suyos el conde de Cifuentes
Trajo armados de hierro hasta los dientes.

Vinieron los del pródigo Infantado
Armados de broquel, puñal y clava,
Con rico arnés azul empavonado:
Vino la gente de Alburquerque brava
Con ancho escudo y espadón pesado,
Y la órden militar de Calatrava
Llegó, con su Maestre á la cabeza.
En caballos de indómita fiereza.

Trajo Medinaceli sevillanos
Sobre pintadas yeguas caballeros,
Y el de Ureña jinetes jerezanos
En potros como el céfiro ligeros;
Vinuesa de leales castellanos
Trajo gran pelotón de espingarderos,
Y leoneses con enormes mazas
Que hendían los broqueles y corazas.

Trajo Fernando de Aragón sus huestes,
Y con ellas vinieron de Navarra
Los montañeses ásperos y agrestes,
Al tiro afectos del balón y barra;
Los de Aza y Urgel, jamás contestes,
Armados de morisca cimitarra,
Y los deudos de Pedro de Velasco
De abigarrado y penachudo casco.

Desde el muro hasta la árabe alcazaba,
De los Kalifas oriental palacio,
Córdoba un campamento semejaba:
De sus plazas y calles el espacio
El aparato militar llenaba,
Y de lejos brillar como un topacio
La vían los vecinos montañeses
Alfombrada de auríferos arneses.

Y he aquí que de un balcón que la domina,
Contemplaba Isabel la roja hoguera
Del sol arder tras la postrer colina,
Cuando dobló tendido á la carrera
La falda de la loma más vecina
Un corredor cristiano de Antequera,
Que en nombre de los héroes de Alhama
Bastimentos y víveres reclama.

Su mensage al oir Fernando, al punto
Convocando en su estancia su consejo,
Pidió opinión sobre tan grave asunto.
Pedro de Vargas, capitán ya viejo,
Frontero en territorio á Alhama junto
Y del país conocedor, espejo
De los cristianos jefes fronterizos,
Dijo, mostrando al rey sus blancos rizos:

«Mi existencia, Señor, pasé en la guerra
Y aún no esquivo por débil la batalla,
Ni el viejo corazón que aquí se encierra
Late aún con temor bajo la malla;
Pero conozco bien aquella tierra:
Alhama es un peñasco que se baila
Cercado por do quier de plazas moras
Que le tendrán en riesgo á todas horas.

«Mantenerla no pudo vuestro abuela
San Fernando, Señor, y es necesario
Que para conservar su inútil suelo
Empleéis la mitad de vuestro erario.
Con cinco mil jinetes aún recelo
Que será su destino bien precario.
Porque cada convoy que hasta allí llegue
Fuerza es con sangre que el camino riegue.

«Sólo quien tenga guarnición en Loja
La podrá conservar, y aun asi un día
Pttede qv» el Moro por traición la coja:
Si yo fuera que tos, la quemaría,
Y de su incendio con la lumbre roja
Á Grranada una noche alumbraría^
Dejando en su ceniza al Bey pagano
Un testimonio del furor cristiano.»

Dijo el anciano Vargas. Los prudentes
Y graves consejeros que le oyeron,
Sus razones hallando suficientes,
A su opinion unánimes se unieron:
«De Alhama retirad á vuestras gentes
Y quemadla, Señor,» al rey dijeron:
Mas Isabel, que los escucha y mira.
Llena exclamó de generosa ira:

«No permita el Señor que se abandone
Prenda de tal volor de esa manera,
Ni que vileza tal nos ocasione
Escarnio ser de la morisma entera.
No quiera Dios que entre ellos se pregone
Que, del peligro en la ocasión primera,
Ni en Dios ni en nuestro brío fé tenemos,
Ni lo nuestro á guardar nos atrevemos»

«No se hable pues de abandonar á Alhama:
Cuando á lidiar mis gentes he traído,
No para empresas sin peligro y fama,
Para las dignas de héroes ha sido:
Auxilio Alhama de su rey reclama,
Y yo se le daré, que á eso he venido;
No ha de cejar ni descansar mi gente
Sinó cuando en la Alhambra se aposente.»

Dijo Isabel: y á la ciudad bajando,
Cabalgando en su rápida hacanéa
«¡A Alhama!… dijo al castellano bando,
Conmigo á Alhama quien valiente sea!»
¡A Alhama! las banderas desplegando
Clamó toda la gente de pelea;
Y tras la reina, que su ardor inflama,
Se encaminó el ejército hácia Alhama.

¡Mísero Abú-Abdil con luz incierta
Ya tu estrella fatal sobre tí brilla:
Recuerda tus horóscopos: despierta.
¡Apresta tu corcel y tu cuchilla!
Ya de la Alhambra á la dorada puerta
Va á llamar con ejércitos Castilla,
Y á echar: van sobre ti los Españoles
De siete siglos los sangrientos soles.

Primer tomo:

Libro primero «Esposición» (I. Invocación - II. Narración)
Libro segundo «Las sultanas» (I. El camarín de Lindaraja - II. El salón de Comares)
Libro tercero «Zahara» (I. Gonzalo Arias de Saavedra - II - III - IV)

Segundo tomo:

Invocación
Libro cuarto «Azäel» (I - II - III - IV - V)
Libro quinto (Introducción - «Narración»: I - III - IV - V - VI)
Libro sexto «Las torres de la Alhambra» (Introducción - «Narración»: I - II - III - IV)
Libro séptimo (I - II - III - IV)
Libro octavo «Delirios» (I - II -III - IV - V - VI - VII - VIII - IX. Kaleb - X)
Libro noveno «Primera parte» (Introducción - I - II - Serenata morisca)