Granada. Poema oriental: 11
II
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Era en verdad así: que en tal momento
De la fortuna y la existencia mora
En la esfera inmortal del firmamento
Ibase á señalar la última hora:
Y el arcángel que rige el movimiento
De la aguja fatal, niveladora
De los tiempos, el fin del reino moro
Iba á marcar en su cuadrante de oro.
No en vano entre los cielos y Granada
Un velo de nublados se estendía:
Con la luz á sus ámbitos negada
Otra región feliz resplandecía.
Su cresta secular Sierra-Nevada
Con una aureola de fulgor ceñía,
Y el misterio que Dios obra en la Sierra
Permitido sondar no es á la tierra.
En el seno glacial de aquellas cumbres
Cuya paz no turbó la voz mundana,
Lloraba celestiales pesadumbres
Sér de divina estirpe soberana.
Lanzado de las célicas techumbres
Siglos hacia á la region humana,
Para su habitacion labró en la nieve
De su helado cristal palacio leve.
Lejos de su alma patria luminosa
Fué condenado, espiación de un yerro,
Su forma pura, celestial y hermosa
A sepultar en terrenal encierro,
Dando cima á tarea misteriosa
Por Dios impuesta en su mortal destierro;
Mas ya á su fin la expiación tocaba
Y su tarea al concluir estaba.
Treinta afanosas décadas había
En preparar el ángel empleado
Su difícil labor, y ya veía
Su éxito misterioso asegurado:
Y, para darla fin, en este día
Iba por Jehováh purificado
A recobrar su blanca sobreveste.
Su ser divino y su poder celeste.
Tal es, en suma, el celestial portento
Que va el Señor á obrar sobre la Sierra,
Y cuya vista vela en tal momento
El nublado á los ojos de la tierra.
La tempestad que entolda el firmamento
Es un crespón que sus espacios cierra:
Y tras aquellas fulgurantes nubes
Cantan un himno santo los Querubes.
Sobre sus alas con rumor sonoro
Las cohortes angélicas descienden,
Y al dulce son de su celeste coro
Troncos y rocas de placer se hienden.
Los serafines en mecheros de oro
De la divina fé la luz encienden,
Sobre el alcázar místico de hielo
Rasgado el seno cóncavo del cielo.
Del zenit en el punto culminante.
En medio de una luz deslumbradora,
Del sumo Dios apareció el semblante
Y tronó la palabra creadora.
Al eco inmenso de su voz gigante
La celestial cohorte voladora,
Con las alas cubriéndose los ojos,
Para escuchar se prosternó de hinojos.
«¡Azäel!» —dijo Dios, al sér divino
Desterrado en la tierra interpelando,
Y al umbral de su alcázar cristalino
El ángel bello pareció temblando;
Y el eco gigantesco y montesino
De las cóncavas peñas, despertando
Al acento de Dios, volvió medroso
El nombre del espíritu glorioso.
«¡Azäel! —repitió el Omnipotente;
»Toma á tu antiguo sér y poderío ,
»Cobra tu vestidura refulgente
»Y obra sobre la tierra en nombre mío.
»Toda á tu voluntad está obediente:
»Sus destinos gobierne tu albedrío:
»Completa mis designios soberanos:
»Yo bendigo la obra de tus manos.»
Dijo el Señor. El ángel desterrado,
Recobrando su gracia primitiva,
Levantóse á su voz transfigurado,
Revestido de gloria y de luz viva.
Orna su cuerpo ceñidor alado.
Ciñe su sien inmarcesible oliva,
Y de la fé la luminosa tea
En su diestra purísima flamea.
Un séquito de espíritus potente,
Que deja sometidos á sus santas
Ordenes el altísimo, obediente
Y á su voz pronto se ordenó á sus plantas;
Ante el Señor el ángel reverente
Se prosternó tres veces, y otras tantas
El eco del hosanna y los salterios
Conmovió con su son los emisferios.
Tornó Dios á sumirse en su santuario:
Tornaron los arcángeles el vuelo
A tender, el vacío solitario
Trasponiendo y los límites del cielo:
Y de la eternidad en el horario
Brillando el fatal número, hácia el suelo
Moro, dijo, la mano nacarada
Extendiendo Azäel : «¡Ay de Granada!»
¡Ay! repitió en el cóncavo y profundo
Seno del monte aterrador el eco;
¡Ay! repitió siniestro el vagabundo
Viento que rueda en el vacío hueco;
¡Ay! repitió el nublado, en tremebundo
Trueno rompiendo desgarrado y seco;
¡Ay! repitió la voz desesperada
Que gemía fatídica en Granada.
A este medroso universal lamento,
De la voz del Señor eco en la tierra,
Desgarró con estrépito violento
Sus entrañas marmóreas la sierra,
Y abrióse el misterioso monumento
Que su cimiento colosal encierra;
Fábrica de materia indestructible,
A los humanos ojos invisible.
Es el alcázar de Azäel: divino
Palacio transparente y encantado,
De nácar y de hielo cristalino
Entre nieves eternas, fabricado.
En él oculta el ángel peregrino
Un sér, aunque mortal, predestinado
A que con él su porvenir divida
En la terrena y la celeste vida.
En este alcázar níveo, modelo
De la oriental Alhambra granadina,
Bajo la eterna bóveda, de hielo
Que corona la cumbre, al sol vecina,
Envuelta yace en encantado, velo
La regia sombra de Alhamár divina,
A quien letargo místico y profundo
Encadena á este límite del mundo.
No tienen á este ser bajo su imperio
La vida ni la muerte: su ecsistencia
Fantástica protege hondo misterio
Que sondea no más la omnipotencia.
Su sér no pertenece á este emisferio,
Y, ni celeste ni mortal, su esencia
Tiene el poder del ángel defendida
Del poder de la muerte y de la vida.
Misterio incomprensible para el hombre,
A toda humana esplicación resiste
Y á la ciencia mortal fuerza es que asombre;
Obra sábia de Dios, por Dios ecsiste:
No tiene historia, esplicación, ni nombre,
Ni mi pluma en buscárselos insiste:
La inspiración divina del poeta
No está á mortal esplicación sujeta.
Yace bajo el poder de tal encanto
De Alhamar la fantástica ecsistencia,
De aquel alcázar luminoso y santo
Debajo de la nítida apariencia.
Todavía le cubre el regio manto,
Humean todavía en su presencia
Pebetes de ámbar, y su real persona
Circunda el esplendor de la corona.
En medio de un salón prolijamente
Decorado con cúficas labores,
A estilo de los reyes del Oriente,
Sobre un tapiz de espléndidos colores
Y en trono de marfil, rádia su frente
Bajo un dosel de plumas y de flores:
Y, símbolo del mando soberano,
El cetro abarca aún su augusta mano.
Su vista empero inmóvil que no mira,
Su insensibilidad que no percibe
Lo que en su rededor resuena ó gira,
Le delatan por sombra que no vive.
Un áura triste en su redor suspira:
Una aureola eléctrica describe
Círculos mil sobre su real cabeza,
Y aún ostenta su faz torva belleza.
Azäel, de sus ángeles cercado,
Llegando ante el Monarca Nazarita,
Sobre su pecho de calor privado
La antorcha puso de la fe bendita;
Al reflejo viviente derramado
Por esta llama que sobre él se agita.
Deshecho el hielo que su esencia pasma
Movimiento á cobrar volvió el fantasma.
Giraron en las órbitas sus ojos,
Llenó el aire su pecho, su garganta
Paso á un suspiro dió, y, otra vez rojos
Sus labios, sonrió é hirguió la planta;
Mas juzgando tal vez del sueño antojos
De aquellos seres la presencia santa
Y del encanto aún preso en los lazos,
Tendió entre él y los ángeles sus brazos.
Entonces Azäel «toma á la vida»
Dijo: « del cielo la sentencia sabes:
»Tu ecsistencia mortal interrumpida
»En década inmortal fuerza es que acabes.
»Alma sin cuerpo, espectro sin guarida,
»Ve de tu Alhambra á recoger las llabes.
»¡En el nombre de Dios, he aquí tu hora!
»Prevén la tumba ,de la raza mora.»
Al mandato del ánged obediente,
El sér de los fantasmas adquiriendo,
Incoloro, impalpable, trasparente
Su esencia de la tierra desprendiendo
Elevóse Alhamar en el ambiente:
Y, cual vapor que en él se va meciendo,
A través de la atmósfera nublada
Se dirigió siniestro hácia Granada.