Granada. Poema oriental: 03
Libro segundo: «Las sultanas»
[editar]I. El camarín de Lindaraja
[editar]Era una noche azul, pura, serena
Del fructífero mayo, perfumada
Con el aroma de sus flores, llena
De la armonía mística ecsalada
Por las áuras y fuentes, que en la amena
Soledad de los bosques y los huertos
Misteriosas susurran, y alumbrada
Por la luna creciente con inciertos,
Trémulos y argentinos resplandores:
Era una noche, en fin, de esas hermosas
Noches de paz, inspiracion y amores,
En que derrama Dios sobre Granada,
Africana dormida entre las rosas,
Los rayos de sus ojos creadores
Y el áura de su aliento embalsamada:
La misma noche en que Don Juan de Vera
Huésped del Moro en sus palacios era.
Y era un régio y magnífico aposento
De la oriental Alhambra, donde el oro,
El cobalto y el nácar, en labores
Mágicas trabajadas á lo moro,
brillaban desde el techo al pavimento,
A los suaves y tímidos fulgores
Que una aromada lámpara esparcia
Que en una taa de alabastro ardia.
A un lado de esta cámara ostentosa
Y por bajo de un arco que cubría
Damasquino tapíz, se abría paso
Una estrecha y cruzada galería,
Formada de esta estancia por el muro
Y un balcon, por do entraba misteriosa
De los astros la luz, el aire puro
Y el són del agua que, en raudal escaso,
Vertia Darro por el valle oscuro.
El suelo de esta estancia deliciosa
Era de blanco mármol, á pedazos
Cubierto de alkatifas argelinas
Y cojines de raso azul y rosa:
Sus puertas se cerraban con cortinas
De telas de oro y seda, que con lazos
Broches y trenzas de ámbar y corales,
Se recogian en profusos pliegues
Al gusto de los pueblos orientales:
Y en el segundo cuerpo de los muros
Se abrian dos moriscos agimeces
De esquisita labor y árabes, puros,
Elegantes contornos
Y calados y espléndidos adornos.
Tras de sus celosías iba á veces
El Rey ocultamente, de sus serios
Afanes esquivándose un instante,
A sorprender los íntimos misterios
De las mujeres moras
De esta cámara real habitadoras;
Gozando así en secreto
Desde aquellas arábigas ventanas
Las voluptuosas danzas, las moriscas
Cántigas y nocturnas diversiones
A que, con sus esclavas y odaliscas,
Se entregaban alegres las sultanas.
El balcon, que en el fondo
De la estancia se abria
Mas allá de la estrecha galería,
Era otra especie de ajimez, labrado
Con el mas esquisito y rico adorno
Por arquitectos Moros inventado:
Y un deleitoso camarin fingía,
Cuyas ventanas rodëaba en torno
De cedro una movible celosía.
Era pues el balcon de aquella estancia
Régia y maravillosa
Un mirador calado, que aspiraba
De su ajimez morisco por los huecos,
De los vecinos huertos la fragancia,
La música del agua rumorosa,
Que en la sombra corria,
Y el canto de las aves que albergaba
La arboleda del rio, y cuyos ecos
Murmurador el aire allí traía.
Entre este camarin y este aposento,
Con caracteres de oro (en una faja
De púrpura y azul que se tendia
Por bajo el circular cornisamento
Del ajimez) escrito se veia
Un rótulo miniado, que decia:
«Mirador de la hermosa lindaraja:»
Y á fé que el mirador es un portento
De la elegante arquitectura mora
Y un santuario de amor y poesía:
Regalo al fin de un árabe opulento
A la mujer feliz que le enamora.
En esta régia cámara moruna,
De aquella hermosa noche en las primeras
Horas, al suave claro de la luna
Y al rumor de las ráfagas ligeras
Que entraban por las árabes ventanas,
Yacia, al parecer sin pena alguna,
Hada gentil de su mansion divina,
La mas bella y feliz de las sultanas
Que habitaron la Alhambra Granadina.
Los mullidos cojines, apilados
Bajo su cuerpo leve, sostenian
Muellemente sus miembros delicados:
Sus perezosos brazos se tendian
sobre la pluma sin vigor: caian
Sus rizos de la faz por ambos lados
Sobre sus blancos hombros: ancho, lleno,
Del morisco jubon bajo la seda,
Al aspirar con álitos pausados,
Se dibujaba su redondo seno
Cual dos montones de apretada nieve
Que en la redonda copa de ancho pino
El aire cuaja lento y manso mueve:
Y á través del calzon, de cuyo lino
Los pliegues mil su cuerpo peregrino
Ceñian, bien bajo el tejido leve
Podianse admirar, y á pesar de ellos,
De su cintura y muslo alabastrino
La pura tez y los contornos bellos.
Su enano pié calzaban
Chinelas de brocado: sus tobillos
Ajorcas primorosas adornaban
Hechas de gruesas perlas, que horadaban
Por su grueso mayor áureos arillos:
Sus brazos dobles sartas de corales,
Sus orejas riquísimos zarcillos:
Y, á usanza de las Moras principales,
Ostentaba sus uñas nacaradas
Con azul costosísimo miniadas.
Era en verdad bellísima la Mora,
Y merecía bien tanta riqueza,
Y ser de tal estancia moradora,
Y mandar con despótica entereza,
Y obedecida ser como señora.
Una mirada de sus negros ojos
Mas que un alcázar para el Rey valía:
Por solo un beso de sus labios rojos
Una ciudad frontera vendería:
Por el mas infantil de sus antojos
La cabeza mas noble inmolaría:
No tenía su amor precio ni raya
En la alma de Muley —Es la Zoraya.
Es ella, la sultana favorita
Que á solas en su cámara le espera:
Y aunque parece que feliz dormita
Y que nada la ocas, ni la altera,
Secreto afán su corazon agita
Y sueña… ¡como sueña la pantera
Con la sangre caliente
En que espera aplacar su sed ardiente!
Entoldada la luz de sus pupilas
Con los cerrados párpados conserva,
Sus facciones inmobles y tranquilas:
Grata molicie al parecer la enerva:
Pero su corazon guarda un intento
Harto feroz, cuya aficion proterba
Se oculta en su reposo soñoliento
Como un áspid letal bajo la yerba.
Imágen bella, voluptuosa y pura
De las hurís que colocó Mahoma
En su eternal Edén, por su hermosura
Parecia una cándida paloma
En la forma ideal de su figura:
Un cuerpo de mujer en que se encierra
El puro sér de un ángel, á la oscura
Region mortal de nuestra baja tierra
Enviado, á perfumarla con su aroma
Y á derramar en ella su ventura.
Pero la torba luz de su mirada,
La cortina de sombra que en su frente
Tiende su ceño cuando mira airada,
La contraccion apenas perceptible
Con que el estremo de su labio ardiente
Arruga su sonrisa,
De la escondida peligrosa hoguera
Que arde en su doble corazon avisa,
Y en la faz de la Mora
Con resplandor siniestro reverbera.
Muley por su belleza seductora
Luz de la aurora la llamó… y tal era
La luz de este lucero de la aurora:
Tal es Zoraya que á Muley espera.
Oyose al cabo en el jardin vecino,
Bajo el abierto mirador cercano,
El dulce són de un cántico africano
Que una morisca guzla acompañaba:
Són con que la anunciaba de contino
La llegada del Rey atenta esclava.
Estremeció los miembros de la Mora
Movimiento nervioso: mas tan leve
Que resbalar no hizo
Por su cuello, mas blanco que la nieve,
El mas ligero descompuesto rizo:
Ni de su blando lecho
Un pliegue solamente descompuso:
Ni con respiracion mas presurosa
Se hincharon los contornos de su pecho.
Inmóvil, silenciosa,
Cual si no le sintiera ni aguardara,
En su aparente sueño y perezosa
E incentiva postura
Dejó la hermosa que Muley llegara
El veneno á beber de su hermosura.
Envuelto en su alquicel, bajo el plegado
Pabellon de la azul tapicería,
Apareció Muley: tendió callado
Una sagaz mirada escrutadora
Por sobre cuanto en derredor habia,
Y dilató su labio desdeñoso
Sonrisa de placer, viendo á la Mora
Que sobre los cojines en reposo
Con abandono tentador yacía.
Llegose á ella y contempló un instante
La tranquila espresion de sus facciones,
Por milésima vez con ojo amante
Recorriendo voráz las perfecciones
De aquel cuerpo, velado escasamente
Por el leve ropaje transparente
Sobre los apilados almohadones.
Llegose y admiró bajo la pura
Nívea tez, á través de su blancura,
La red sutíl de las azules venas,
Cuyo tegido transparente indica
Que aquella piel purísima y nevada
Encubre el alma ardiente y vivifica
La complexión fogosa, enamorada,
Que á su téz atribuyen las morenas;
Y percibió el aroma con que el baño
Su cuerpo perfumó, de que las Moras
Granadinas usaban todo el año;
Y el rumor escuchó, sensible apenas,
De su respiracion igual y suave,
Y sin poder con su amoroso esceso
Sobre su boca de coral, que sabe
Y trasciende al alöe de Corinto,
Depositó Muley un ámplio beso
Que crujió de la estancia en el recinto.
Abrió Zoraya los ardientes ojos,
Y al fijar su mirada
Sobre la fáz del Arabe, cambiada
De colérica en tierna, con acento
Mas grato que el murmullo soñoliento
Que levanta la brisa en la enramada,
Díjole, disipando los enojos
Que acaso al despertar fingió indignada:
«Te esperaba, Señor: aunque dormía
«Mi corazon velab, y en mi sueño
«La leve huella de tu pié sentia
«Que á mis amantes brazos te traia,
«Bizarro Amir, de mi ecsistencia dueño.»
«Apenas en los altos alminares
(Contestola Muley) la voz sonora
«Del muezin anunció la última hora
«De la oracion del dia,
«A favor de las sombras tutelares
«Vengo á tí, manantial del agua pura
«En que templa su sed el alma mia:
«Y heme á tus piés, Lucero de la aurora
«Que me alumbras do quier con tu hermosura.
«Llamásteme en secreto,
«Sol de mi corazon, y aquí me tienes
«A tu absoluta voluntad sujeto.
«Habla; ¿que quieres de tu esclavo? ¿Bienes?
«Mi reino es tuyo: véndele. ¿Deseas
«Regocijos y zambras? Mis juglares
«Llama, mis nobles Arabes convoca;
«Y aquellos con mil juegos malavares,
«Y estos con toros, cañas y tornéos,
«En fiesta interminable, libre y loca,
«Sácien en Bib-arrambla tus deseos.
«¿O tal vez algun vil desventurado
«Tu enojo escita? Nómbrale, y aunque haya
«Mi amigo sido ó su niñez pasado
«Junto á mí, y yo partido mi grandeza
«Con él, te juro por tu amor, Zoraya,
«Que te embiaré mañana su cabeza.»
Decia así Muley, en la locura
De la pasion que el alma le devora,
Y sonreía oyéndole la Mora
De la pasion del Arabe segura.
Sus dedos de marfil entre la cana
Barba de Hasan con infantil cariño
Pasó y con complacencia la Sultana,
Dejándola aromada con su mano:
Y con caricia tal, própia de un niño,
Trajo á sus piés sobre el cojin liviano
Trémulo de placer al Africano.
Zoraya entónces, su gentil cabeza
En el hombro del Moro reclinando,
Y el fuerte talisman de su belleza
Contra el alma del Arabe empleando,
Así le empezó á hablar, el suave aliento
De su boca balsámica de intento
Hasta la boca de Muley enviando.
Diálogo tal entre los dos trabando.
ZORAYA. | Sabes cuanto te amé. Niña y cautiva Me crié al lado tuyo entre las flores |
MULEY HASAN. | ¿Y cuando lo olvidé, luz de la aurora? ¿No comprendí tu abnegacion y entero |
ZORAYA. | Quiero, Señor, decirte lo que acaso No te deje otro afecto libremente |
MULEY HASAN. | ¡Salvarme! ¿Y de qué riesgo? Habla.
|
ZORAYA. | Un instante Oye en calma, Señor. Yo, que las horas |
MULEY HASAN. | La luz de ella Pende no mas de un soplo de mis labios. |
ZORAYA. | Y el soplo de tus labios solo pende De un acero traidor que en tu garganta |
MULEY HASAN. | ¿Abú Abdil…?
|
ZORAYA. | Señor, atiende.
|
MULEY HASAN. | Prosigue.
|
ZORAYA. | De él y de su madre es tanta Por reinar la impaciencia que á estas horas, |
MULEY HASAN. | Sé que Aija…
|
ZORAYA. | Me detesta.
|
MULEY HASAN. | ¡Ay si te mira Solo un momento con semblante torbo! |
ZORAYA. | ¡Y ay de tí, si la rábia que la inspira No sofocas, Muley! No será estorbo |
MULEY HASAN. | Desecha tu temor, Zoraya mia: Les conozcoá los dos: mas seá vana |
ZORAYA. | ¿Pero ignoras, Señor, que está plagada Tu corte de los suyos? |
MULEY HASAN. | Sé sus nombres. |
ZORAYA. | ¿Y sabes que propalan por Granada Que Dios está por él? |
MULEY HASAN. | Pero los hombres Crédito no les dán. |
ZORAYA. | Rey, te equivocas: Aly-Athár el de Loja y la Alpujarra |
MULEY HASAN. | La fé y mis cimitarras á sus breñas Les volverán. |
ZORAYA. | Te engañas: los villanos Reniegan de su fé, segun las señas, |
MULEY HASAN. | Zoraya, sus delirios ha venido A contarte algun loco. Te detestan |
ZORAYA. | Pues se aprestan Los Nazarenos á su voz… |
MULEY HASAN. | ¡Patrañas Por derviches lunáticos vertidas! |
ZORAYA. | Empresas ciertas, aunque asaz estrañas: Peligrosas, Muley, mas emprendidas. |
Tal diciendo Zoraya, de entre el raso
De los blandos cojines Tunecinos,
Prevenidos Sin duda para el caso
De antemano, sacó dos pergaminos:
Y con aquella singular sonrisa
En cuya móvil espresion graciosa
Algo tal vez siniestro se divisa,
A Muley presentóseles la hermosa:
Y al tomarles Muley: «Mira, le dijo,
«A través de esta tinta venenosa,
«El alma de la madre y la del hijo.»
Desplegoles Muley, aprocsimándose
al vaso de alabastro transparente
Donde la luz ardía, demudándose
Su semblante al lëer: con ojo ardiente
La Mora le espió, de su creciente
Cólera apercibiéndose, y su flecha.
Viendo herir en el blanco, dulcemente
En el mullido lecho reclinándose,
Tornó á la antigua calma, indiferente.
Mas torbo, mas feróz á cada instante
Segun adelantaba en su lectura
Se tornaba del Arabe el semblante.
Fulguraban sus ojos: insegura
Plegaba una sonrisa repugnante
Su desdeñoso labio, y la amargura
De la hiel que el escrito rebosaba
En su lívida fáz amarilleaba.
«¡Traidores! dijo al fin, el pergamino
Con los crispados dos estrujando.
¡Traidores! En buen hora, en su destino
Con ceguedad estúpida fiando,
Abrirse intente al poder camino
Y astutos formen revoltoso bando:
¡Pero poner por escalon del trono
Al Cristiano!… Jamás se lo perdono.
Jamás: jamás.» Y con ahogado acento
Repitiendo «jamás,» como una fiera
Enjaulada, cruzaba el aposento
De uno á otro lado, cual si presa fuera
De vértigo infernal. Sagaz, atento
Y abierto apenas de la Mora el ojo,
Por mas que indiferente pareciera,
Seguia con afán su movimiento,
La progresion pesando de su enojo.
De repente Muley frente á la Mora
Parose, y cual si en ella se aprestara
La cólera á estrellar que en sí atesora
el ecsaltado corazon, la dijo
Con destemplada voz y cara á cara:
«¿Y por qué medios, tan sagaz, penetras
Los secretos de Aija y de su hijo?
¿Quién te trajo las llaves
Del misterio encerrado en estas letras?
Si esto es una verdad ¿cómo la sabes?
—«Señor, dijo Zoraya levantando
La cabeza con calma,
Desecha tu temor, templa tu ira:
Quien vendió á Abú Abdil vendió su alma
Al padre del pecado y la mentira.
Este secreto de tu raza infando
Yace en la tumba yá: libre respira,
Muley: la esclava te veló tu sueño
Y el mensagero vil de esa escritura,
Al descolgarse audáz de tu alcazaba
Por la torre del agua, sepultura
A demandar no más bajó á tu esclava.
—¡A tí, Zoraya! —A mí; porque yo vivo
Tan solo para tí. —Mas… no comprendo…
—¿De qué me sirve, pues, tanto cautivo
Como me dás, Muley? De los traidores
Argos les hice yo: de ellos aprendo:
Y como ellos tambien, compro traidores;
Me acechan sin cesar, y les acecho:
Tus secretos espian y yo el suyo
Bajo á buscar al fondo de su pecho.
No tienen mis esclavos otro oficio,
Ni Abú Abdil ni Aija un pensamiento
Oculto para mí: mi sér, mi vida,
Consagrados están á tu servicio.
En esos pergaminos te presento
La desnuda verdad: está cumplida
Mi obligacion. Desde hoy nuestra ecsistencia,
Señor, está en tu mano.
Lee y lee sin pasion: juzga y sentencia:
Castiga justo, ó liberal perdona:
Tú eres el soberano:
Mas escoge entre el hijo y la corona.
En cuenta á mi, señor, yo soy tu esclava;
Que en la balanza igual de tu justicia
No sea yo jamás peso, ni traba.
El noble amor, que abrigo
En mi pecho por tí, no es de cristiano
Cobarde corazon; yo, pues, contigo
Triunfaré ó moriré como Sultana
Que tu lecho y tu amor no partió en vano,
Amir: por que mi sangre es castellana,
Pero mi corazon es africano.»
Calló Zoraya y se tornó en el lecho
A reclinar tranquila:
Y el rey quedó como de mármol hecho
Contemplándola, inmóvil y derecho,
Dilatada de asombro la pupila.
Jamás la vió ni la creyó dotada
De corazon tan varonil y entero,
Ni sospechó que su alma apasionada
Atesorada amor tan verdadero.
Indolente, pasiva, abandonada,
Henchida la juzgó de amor sincero
Siempre: mas siempre tímida, indecisa,
Y á toda intriga al parecer agena,
Con el cariño de su rey pagada
De su dorada esclavitud, precisa
Por los preceptos de la fé Agarena.
Hombre Muley de cabellera cana
Pero de jóven corazon y aliento
Heroico y viril, halló contento
Un alma varonil en la Sultana.
Absorto de ello en el primer momento
En crëer vaciló lo que veia:
Bajó á su corazon su pensamiento
Y ahogó su voluntad con la alegría:
Y cuanto mas dudaba
Tanto mas en la duda se engreía:
Y cuanto mas crecia
La inaccion que su sér paralizaba,
El fuego del amor que le hechizaba
Mas violento en su pecho se encendia.
Conocíalo bien la artificiosa
Y astuta renegada y contemplando
Llegada la ocasion, que codiciosa
Preparó en muchos años con constante
Mañoso afán y con prudencia mucha,
La máscara arrojó de su semblante
Y cara á cara se aprestó á la lucha.
Ya era Muley su esclavo: sus antojos
Leyes eran para él: solo tenía
Para adorarla corazon, y ojos
Solo para mirar lo que veía
Por sus ojos Zoraya. Era ya tarde
Para que su razon iluminara
Su avasallado corazon: yacia
Ciego esclavo á los piés de su señora:
Y el monarca despótico, el guerrero
Indomable, el leon de las arenas
Abrasadas de Zahara,
Esclavo de la esclava á quien adora,
Era no mas que tímido cordero
Amarrado de amor con las cadenas.
Pero ¡así estaba escrito, y aun lo llora
La gente del desierto que en sus venas
La sangre guarda de la raza mora!
Por eso fascinado, enloquecido
Por su pasion, Muley veia solo
De la Mora el amor apetecido
Tanto por él, pero jamas el dolo,
Mas nunca la ambicio de soberana:
Y por eso rendido
A tal fascinacion, con ambas manos
Tomó los piés enanos
De la Mora gentil, y enardecido
Por su insana pasion, puso sobre ellos
Muchas veces sus labios soberanos.
«Sí (esclamó): tú lo has dicho, que conmigo
Vencerás ó caerás como sultana:
Y has dicho la verdad; tú soberana
Conmigo reinarás: yo tel o digo.»
Volvió la renegada la cabeza
Hácia el Rey otra vez con la sonrisa
De un ángel (y la aureola de belleza
De una vision que en sueños se divisa
Circundaba su fáz), y en el sonoro
Idioma de los Arabes le dijo:
«Amir, tú eres mi dueño y yo te adoro.
Te dije la verdad: mas es tu hijo.»
Agolpose la sangre á la mejilla
Del rey á estas palabras, y con rabia
Concentrada esclamó: «No es hijo mío
Quien favor contra mí pide á Castilla.
De la palma jamás la dulce sábia
Fecundó la mortífera cicuta:
No es hijo mío quien mi fé mancilla
Y yo, sin vacilar, contra el impío
Alzaré de las leyes la cuchilla.
—Piénsalo, AMir. —Mi ley es absoluta.
—Muley, en su favor habló el destino.
—Yo haré mentir la prediccion aciaga,
Y su estrella fatal, que nos amaga,
Apagaré en mitad de su camino».
Reverberaban de Muley los ojos
Y chispeaban los ojos de la Mora
Con vívidos destellos:
Estos de la ambicion devoradora
Con el triunfante resplandor, y aquellos
Con el torbo fulgor de los enojos.
Pasaron todavía unos instante
De plática en secreto
Uno de otro en los brazos: el objeto
De tal conversacion le comprendía
El corazon no más de ambos amantes:
Solo el susurro de su voz se oía.
A poco, de los brazos de la Mora
Desprendiéndose el Arabe, embozose
En su blanco alquicel y hácia el calado
Arco del mirador adelantose.
Siguiole hasta el umbral la encantadora
Sultana, con un beso regalado
Sellando el labio de Muley, quien presto
A desaparecer por la escusada
Galería la dijo: «Aláh te guarde,
Lucero de la aurora.
—El te acompañe, amir, dijo Zoraya:
Perdona empero al alma enamorada
Si duelo te causó. —La llama que arde
Inextinguible, inmensa
En mi pecho, Zoraya idolatrada,
Al amor que en el tuyo se atesora
Digna procurará dar recompensa.
—Los destinos, Señor… —Yo haré que fijos
en tu favor los astros permanezcan:
Yo te lo juro, luz del alma mia,
Tu reinarás y reinarán tus hijos:
Deja que el tiempo corra y ellos crezcan.»
Dijo el rey y tomó la galería:
Y por verle cruzar el lindo huerto,
A donde oculta la escalera baja
Y la esclava le espera al entre abierto
Postigo, descorrió la celosía
Del dorado balcon de Lindaraja
Zoraya, y saludole muchas veces,
Mientras en el jardin le distinguía
Desde los arabescos ajimeces.
Y hé aquí que mientras ella contemplaba
El jardin, y la espalda al aposento
Para mirar á su señor tornaba,
Bajo la celosía que se alzaba
De una de las ventanas que en el muro
Lateral de la cámara se abrían,
Sagaz, osado, atento,
Como á la voz secreta de un conjuro
Asomó un rostro pálido un momento:
Un rostro de mujer en que lucian
Dos ojos como rayos en lo oscuro.
Clavaron estos ojos en la Mora,
Vuelta hácia el huerto aún, una mirada
Rencorosa, tenaz, devoradora:
Y las palabras lúgubres dejando
Una á una salir con voz ahogada,
Cual sin querer la idéa formulando
En la palabra apenas pronunciada,
Murmuró la mujer allí asomada:
«¿Tú reinarás y reinarán tus hijos,
«Porque hará que los astros permanezcan
«En tu favor resplandeciendo fijos?…
«¡Deja que el tiempo corra y ellos crezcan!»
Dijo: y, volviendo el rostro la sultana
Hácia el rico aposento,
Tornó á desaparecer en un momento
El rostro de mujer de la ventana.