Album de un loco: 20

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
​Segunda parte de Album de un loco de José Zorrilla

La inteligencia[editar]

VII[editar]

ROMA
Engrandécese Italia; álzase Roma
reina del Universo; las naciones
provincias suyas son; al mundo doma
bajo su férreo yugo; en las regiones
más apartadas, cuando altiva asoma,
acuartela en los templos sus legiones,
y posesión del Universo toma.
Al supremo poder la abren camino
el genio griego y el valor latino.

Heredera de Grecia, se levanta
Roma, dando a la suya por cimiento
la ilustración de Atenas; se amamanta
con su ciencia y la hereda lo opulento;
por doquiera que el paso se adelanta,
se halla de su poder un monumento;
Grecia no es más que una oriental sultana;
Roma del mundo entero soberana.

Mas de otra luz sus luces son reflejos;
toma de Grecia ejemplo y experiencia,
leyes, artes, costumbres y consejos,
letras, armas, vestidos y creencia;
pero más vigorosa, va más lejos;
y con su militar omnipotencia,
mayor haciendo cuanto de ella toma,
Grecia más sabia fué, más grande Roma.

Poco creó; mas conservó lo antiguo,
lo agrandó y lo selló. Todas las razas,
de su lenguaje guardan, aunque exiguo,
rastro, y de su poder conservan trazas;
lo mismo en territorio así contiguo
que en los remotos páramos y plazas,
quedan sus vía, puentes y obeliscos;
sus grandes acueductos unen riscos.

Sus magníficos templos y palacios
son de las dimensiones de ciudades;
sus estatuas, colosos; los espacios
de sus circos, extensas heredades;
sus fiestas son escándalos; no sacios
sus plebeyos jamás de novedades,
vierten en sus titáneas diversiones,
de sangre ancho raudal, de oro millones.

Roma adoptó la inmensidad por sello,
y hacer quiso del mundo un grande estado;
Roma lo grande prefirió a lo bello,
mas su poder inmenso fué basado
sobre la esclavitud, sobre el degüello
del vencido; su pueblo fué soldado
no más; y cuando al orbe unció a su yugo,
su señora no fué, fué su verdugo.

Roma al fin se embriagó con su opulencia;
se estragó y se cegó con sus excesos;
Roma llegó a creer, en su demencia,
para siempre a sus pies los pueblos presos,
y como si del mundo la impotencia
estuviera sus crímenes ilesos
obligada a dejar, hizo del mundo,
de sus vicios sin par un lecho inmundo.

Mientras hordas de bárbaros paganos
aúllan por devorarla a sus fronteras,
deifica, insensata, a sus tiranos;
en un solo festín devora enteras
las cosechas que dan todos sus llanos,
y las que traen a Italia sus galeras;
y bebe en su embriaguez de un solo día
lo que a su sed de un año bastaría.

Cristo la envía apóstoles humanos
a ayudarla en sus horas postrimeras;
mas Roma, en vez de oír a los cristianos,
les arroja en sus circos a las fieras,
desgarra sus entrañas con sus manos
y les quema en sacrílegas hogueras,
porque Roma, al sentirse en la agonía,
para no ver su fin, se embriaga, impía.

Y cae en su embriaguez; cae al influjo
del instinto de crímenes insano,
que a la sima del crimen la condujo:
La luz fugaz del esplendor romano,
la ilustración que a su pesar produjo,
ahoga ella misma por su propia mano;
y cae sin aguardar a que descuaje
su poder otra raza más salvaje.

Roma, feroz, se emponzoñó a sí misma;
ebria al fin, en sus cien anfiteatros,
en lid eterna y en perpetuo cisma,
a millares perdió sus hijos viles,
degollados en circos y en teatros,
en peleas y escándalos civiles,
y sin fe, sin valor y sin riquezas,
su túnica imperial rasgó en dos piezas.

Los restos de sus últimas legiones,
su torpe fama y majestad roída
envolvió en uno de sus dos jirones;
y al dársele a Bizancio, que la vida
debió a su herencia y los ajenos dones,
a morir se tendió, desfallecida,
sobre el otro jirón, detrás del solio
de Augusto, en el umbral del Capitolio.

Al matutino albor de la fe pura
de la naciente religión cristiana,
sin dioses, sin honor, sin hermosura,
robada y despreciada por su hermana,
del Capitolio en la desierta altura,
ebria y embrutecida cortesana,
la encontraron los bárbaros dormida,
al peso de sus crímenes rendida,

Roma, pese a la olímpica grandeza,
que el imperio la dió del mundo todo,
manchó con lepra infame su belleza,
y su gloria imperial con sangre y lodo.
El hambre universal fué su riqueza;
su título de grande, un grande apodo;
y de la humanidad en vilipendio,
se le alumbra el fulgor de un grande incendio.

De esas Roma que admiran las naciones,
¿cuál el resumen es de los anales?
Hija de lobos, madre de Nerones,
empieza en una banda de ladrones,
vive engendrando monstruos imperiales
y haciendo de cadáveres montones,
y acaba, en sus inmensas bacanales,
disputando su presa a los leones,
sin que se pueda hartar la hambre romana
con tan largo festín de carne humana.

Pregunta ahora mi imparcial conciencia:
¿Qué papel hizo aquí la inteligencia?