Album de un loco: 26

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
​Segunda parte de Album de un loco de José Zorrilla

La inteligencia[editar]

XIII[editar]

CRISTO Y LA LIBERTAD
Aquí dice el cajista de la imprenta
(que es mozo que examina, por lo visto,
lo que para imprimir se le presenta,
y que no está de ingenio desprovisto)
que lo que él casa mal, y mal le sienta,
es que la libertad y Jesucristo
sean guarismos de la misma cuenta;
pues dos principios son y dos asuntos
que, en cuantos libros lleva hasta hoy impresos,
por la primera vez encuentra juntos,
y de su unión para encontrar los puntos,
con inútil afán se hila los sesos.

Yo, que soy muy cortés, aunque estoy loco,
voy a hacer una pausa en mi revista,
para ponerme a platicar un poco
sobre su observación con mi cajista.

Que Cristo emancipó a la raza humana,
y que hizo ante la ley y la creencia
iguales a la raza soberana
y a la que nace y muere en la indigencia;
que ante la ley y ante el altar cristiano,
al soberbio y al grande y al tirano
de su arrogancia y su poder desnuda,
es cosa en que a mi ver, no cabe duda,
y aquí veo yo, loco, en mi demencia,
más claro que la luz de la mañana
la libertad y la igualdad cristiana.

Nadie dirá de entrambas religiones,
que a las de Cristo sobrepuje nada
la libertad o religión de Roma;
y a vuelta de poquísimos renglones,
será la fe de Cristo comparada
con la fe intolerante de Mahoma.

Mas empiezo a creer en mi conciencia
que mi edad, que anda ya, como yo, loca,
o no estudia los hechos, o equivoca,
ciega, la LIBERTAD CON LA LICENCIA.
En la balanza fiel del raciocinio
pesemos de las dos la diferencia.

A un pueblo fuerte e invasor le plugo
imponer a otro débil su dominio;
toma el primer pretexto que a la vista
le viene, y bajo el falso patrocinio
de esa razón que fuerza a que le asista,
feroz, por sus fronteras se adelanta,
le vence, y cuando ya quien le resista
no encuentra, se declara su verdugo,
le hunde en la esclavitud, y exprime el jugo
de su vitalidad bajo su planta.
En política es esto una conquista;
en mi juicio es, en grande, un latrocinio;
mas hay de juicios diferencia tanta,
que no es raro que de éste a los extremos
la política y yo nos encontremos.
Llámese como quier lo sucedido,
ello es que hay un triunfante y un vencido;
mas un día quebranta
el rendido el tiránico dominio,
bate en una campaña de exterminio
al invasor, y la cerviz levanta
independiente y libre; su victoria,
en himnos de placer, alegre canta,
y eleva monumentos a su gloria.
He aquí la LIBERTAD, y es justa y santa.

La extraña ley tiránica destruye,
su gobierno y sus leyes restablece,
su nacionalidad reconstituye,
la cimenta, la nutre y fortalece;
libre este pueblo, en fin, se constituye:
se da la LIBERTAD, y la merece.

Un tribuno, una clase o una raza,
conspirando con maña y con porfía,
su popular prestigio, se da traza
acrecentando en ir de día en día.
Se eleva, se entroniza, se abre plaza
sobre todo poder; y su osadía
todo en sí acaparándolo, amenaza
convertir su favor en tiranía.

El pueblo, o seducido o engañado,
le deja en su cerviz poner la planta,
y cae por su poder avasallado;
pero un día este pueblo se levanta,
recobra sus derechos, y al osado
tirano echa un dogal a la garganta.
Esa es la LIBERTAD, y es justa y santa.

Ese pueblo, que abate, que destruye
al que le veja, explota y envilece;
que las falseadas leyes restablece,
y a su constitución se restituye,
se da la LIBERTAD, y la merece.

Mas si ese mismo pueblo, cuya mano,
aprovechando la ocasión propicia,
rompe y se quita el yugo de un tirano
(ya de su propia tierra o extranjero),
la noble causa de su triunfo vicia;
si en lugar de volver, justo y severo,
el curso del comercio y la justicia
a encajar otra vez por buen sendero,
a poner en su hacienda economía,
del pueblo a asegurar la subsistencia,
a instalar en sus pueblos policía,
cultura, educación, moral, labranza,
que aseguren su paz e independencia;
si de su justo triunfo en la alegría,
se aduerme en una inerte confianza,
mira una reacción con indolencia,
o con desprecio la invasión que avanza;
si abre a las ambiciones la esperanza,
y se deja arrastrar a la anarquía,
y se divide en bandos, y se lanza
con innoble furor y saña impía
a saciar su rencor y su venganza,
¡ay de él! él mismo a muerte se sentencia;
él en su mismo corazón se hiere,
y él por sí mismo asesinado muere,
su LIBERTAD ahogando en la LICENCIA.
Porque la esencia que a los dos distingue
tal es; la una es impía, la otra santa;
y allí do la LICENCIA se levanta,
su sacra luz la LIBERTAD extingue.

La LIBERTAD reforma y restablece
lo que abolió o vició la tiranía;
el comercio y las artes favorece,
la justicia y las leyes establece
iguales para toda jerarquía;
a los pueblos ilustra y ennoblece
dándoles dignidad, y llega un día
en que de modo tal los enaltece,
que, de poder y de tesoros dueños,
llegar los hace a grandes de pequeños.

La LICENCIA derriba y atropella;
mata al comercio, ahuyenta la justicia,
las leyes borra, los derechos huella,
y el buen instinto de los pueblos vicia;
y de tal modo sus poderes mella,
su dignidad e instituciones aja,
destructora del bien, y al mal propicia,
que en vez de enaltecerles, los rebaja.

La LIBERTAD es justa, digna, santa,
generosa y leal; do va difunde
la ilustración; seduce, atrae, encanta,
causa placer, y confianza infunde.

La LICENCIA es estúpida y espanta,
todo lo desordena y lo confunde;
pervierte la moral, aras levanta
a ídolos viles, las creencias hunde,
y en un perpetuo y destructor litigio,
sólo acierta a crear su desprestigio.

¿Ejemplos? –Hay cien mil. – Van tres o cuatro
de esos que saben hoy hasta los chicos,
porque en novelas ya y en el teatro
los ven, y hasta en países de abanicos.

Suiza, indomable, sacudiendo un día
del austríaco imperial la tiranía,
batiéndole tenaz en seis campañas,
clavando con heroica porfía
su pendón liberal en sus montañas,
cuantos tesoros e hijos poseía
inmolando al pie de él, hasta aquel día
en que fué libre, y libre permanece,
se dió la LIBERTAD, y la merece.

Castilla, siete siglos por los moros
(grey de otra fe y estirpe) sojuzgada,
empeñando a judíos sus tesoros,
para arrancar en lid desesperada
uno a uno los granos a Granada,
y el suelo que a sus hijos pertenece,
se da la LIBERTAD, y la merece.

Francia, harta del reinado de tres Luises,
que su sangre y sus arcas agotaron,
ardiendo en sed de atropellar las lises,
que de Rey y su corte en pro del gusto,
al pueblo empobrecieron y humillaron,
pensó en la LIBERTAD, y fué muy justo.

Luis Catorce, el orgullo en carne viva,
la vanidad mortal entronizada,
la majestad hipócrita y lasciva,
para befa de un pueblo coronada;

Luis Quince, el egoísmo libertino,
derrochando por manos de rameras
de su estado las rentas postrimeras,
sin fe en Dios y sin miedo del destino;
Rey que, sin interés y sin asombro,
viendo a la Francia hervir como un Vesubio,
de huir seguro del volcán vecino,
la faz tornando y encogiendo el hombro,
dijo: Después de mí, vuelva el diluvio;

Luis Diez y seis, honrado, pero inútil,
mejor que para rey, para artesano,
distraído en trabajo ignoble y fútil;
el cetro en vez de asir con firme mano,
dieron a Francia la ocasión propicia
de alzarse en LIBERTAD, y fué justicia.

Pero Suiza después, de sus cantones
celosa, por mezquinas disensiones
degollando sus bravos vecindarios,
sin lograr con tan necias divisiones
darse unidad, y exhaustos sus erarios,
comercio haciendo del valor (herencia
y blasón de su noble independencia),
vendiendo al extranjero en batallones
sus libres ciudadanos mercenarios,
manchó su LIBERTAD con la LICENCIA,
puso el valor a precio de salarios,
y encenagó su honor en la indigencia.

Castilla, proponiendo a los moriscos
el dogal o el bautismo, por los riscos
escarpados de la áspera Alpujarra
hojeando hasta sus últimos apriscos,
queriéndoles con ímpetu violento
atraer a la fe, como se amarra
una manada de salvajes toros,
de venados o búfalos ariscos;
Castilla, de su triunfo en el momento,
pidiendo a los judíos sus tesoros,
atándoles al banco del tormento,
entre dos dominicos o franciscos,
que en injusticia tal se hacían tercio;
Castilla, a los judíos y a los moros
expulsando; es decir, con imprudencia
privándose de industria y de comercio
por escrúpulos vanos de conciencia,
por un mal entendido sentimiento
de religiosa fe e independencia,
manchó su LIBERTAD con la LICENCIA,
holló la caridad del cristianismo,
y el rey, que para tal dió su anuencia,
cambió la religión en fanatismo
y acreditó escasez de inteligencia.

Francia, alzando en las calles y las plazas
patíbulos doquier y guillotinas,
a cuantos de nobleza vió con trazas
colgando en el farol de las esquinas;
por sospechas no más y pareceres,
descabezando a niños y a mujeres;
por calumnias no más y delaciones,
razas enteras de inocentes seres
quemando en sus pacíficas mansiones,
echó, desaforada, en sus blasones
un borrón de barbarie y de ignorancia;
y al darse libertad e independencia
ahogó su LIBERTAD en la LICENCIA,
haciéndonos decir con repugnancia:
«¡Eso no es LIBERTAD, eso es demencia!»

Porque la LIBERTAD es justa y santa,
civiliza e ilustra, raciocina
y convence, reforma y adelanta;
no con el palo, con la ley domina,
que sobre todos imparcial levanta,
cuya balanza hacia ninguno inclina.

Porque la LIBERTAD tiene su planta
puesta sobre un nivel que no se tuerce
jamás, que es la IGUALDAD, justa, severa,
que no se desnivele, ni se fuerce
por mano alguna; universal, entera,
la misma para todos, no ludibrio
del poderoso, que la esquiva, y yugo
del pueblo débil, de quien es verdugo.

Y sobre este nivel en equilibrio,
de la balanza fiel de la justicia
la barra horizontal por ambas puntas
nivelando, sin fraude ni malicia,
la LIBERTAD y la IGUALDAD van juntas.

Y así es como están puestas, por lo visto,
la LIBERTAD y la IGUALDAD de Cristo;
pues que fundó la religión cristiana
sobre una caridad sin restricciones,
que no niega el favor de sus acciones
ni a un individuo de la raza humana;
haciendo a los esclavos y a los reyes
iguales ante Dios y ante las leyes.

La libertad y la igualdad son solas
capaces ya de mantener en calma
de la agitada sociedad las olas;
los hombres de hoy empiezan en su alma
a concebir mejores pensamientos
sobre la dignidad de los humanos;
los pueblos, con más nobles sentimientos,
no son, como antes, tribus de mendigos,
que tienen que ir hambrientos
a pedir al portón de los conventos
pan a la caridad de sus hermanos.

Hoy con un sentimiento menos bajo,
con más vigor y más conocimientos,
basan la caridad sobre el trabajo;
hoy, libres ya de bárbaros castigos,
no son los pueblos hordas de villanos,
tratados por un rey, como enemigos
vencidos; hoy los pueblos no trabajan
para un señor soberbio, no se rajan
en trabajo servil las rudas manos,
ni a vestir su librea se rebajan,
para dar tierra y oro a sus tiranos.

Hoy no son ya señores, sino amigos
de su pueblo doquier los soberanos;
hoy ya, por el trabajo libres hechos,
de servidumbre vil emancipados,
los pueblos, que están ya civilizados,
no pagan a su rey infames pechos;
hoy, libres, encomiendan a sus reyes,
o a los hombres que rigen los estados,
la ejecución de las comunes leyes;
saben reyes y pueblos sus derechos,
y recíprocamente autorizados,
y en una unión recíproca apoyados,
los populares fueros y los reales
están exactamente nivelados
por la IGUALDAD y LIBERTAD legales.

No la IGUALDAD Y LIBERTAD francesas,
ricas de utopias, largas en promesas,
de su noventa y tres, en sangre hundido,
que quiso equilibrar del universo
las sociedades en sentido inverso,
y no dejó tras sí mas que pavesas,
y de quien todo el mundo se ha reído
después de haber al mundo estremecido.

No esa IGUALDAD y LIBERTAD impresas,
sin gloria ya en el libro del olvido,
que tuvieron, después de tanto ruido,
que venir a expirar bajo la mano
de un tribuno más hábil y atrevido,
que se hizo emperador y soberano;

porque, para ir a dar sobre lo mismo
de que huir se quería, era por cierto
bien inútil trabajo haber abierto
ante la ilustre Francia aquel abismo.

No esa furiosa LIBERTAD sin freno,
que, armada de la crítica y el palo,
destruye del furor lo que cree malo,
sin saber construir lo que cree bueno.

No la IGUALDAD injusta, que rebaja
al alto y superior en pro del chico;
que lo grande, lo ilustre y lo noble aja,
sin añadir al pobre una migaja
de lo que obliga a vomitar al rico;
sino la LIBERTAD de nombre y hecho,
que da al pobre valor, honra y trabajo,
y un círculo a su ser menos estrecho;
que abre a todos la senda y el derecho
para subir, partiendo desde abajo;
no la que al alto por placer derriba,
otro mejor sin colocar arriba.

La IGUALDAD que nivela ante las leyes
de toda sociedad las jerarquías,
dando a los pueblos paz y garantías,
de los fuertes, los grandes y los reyes
contra el abuso, fuerza y tropelías.
La LIBERTAD y la IGUALDAD severas,
justas, universales, verdaderas,
que se apoyan de Cristo en esta frase:
lo que para ti mismo no quisieras,
jamás para tu prójimo lo quieras.
LIBERTAD, IGUALDAD: ésta es su base.