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Album de un loco: 24

De Wikisource, la biblioteca libre.
Segunda parte de Album de un loco
de José Zorrilla

La inteligencia

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XI

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Suum cuique.
De modas de costumbres y de gustos
no hay leyes fijas; mas Voltaire lo dice:
nuestro primer deber es el ser justos.
No es bien que la verdad se martirice,
gustos por halagar de otras edades,
ni que en mal o a través se preconice.
Justicia, y en su punto las verdades;
cuando el siglo las juzgue o analice,
nadie, falso o parcial, las descuartice.
Al fundarse, en desiertos o en ciudades,
buenas fueron aquellas sociedades;
¡malhaya quien de tal se escandalice!

Fueron, no son; ya no las conservamos.
Muchachuelos aún, caer las vimos
en el fértil país donde nacimos;
y aunque al verlas caer nos asombramos,
y su caída cruenta no aplaudimos,
en silencio caer las contemplamos,
porque el poder del tiempo comprendimos.

En su revuelto curso, las edades
son como los turbiones y los vientos,
que traen en pos de sí las tempestades;
átomos otra vez los elementos
vuelven a hacer, y polvo los cimientos
de las mejor basadas sociedades.

Cuando más tarde, a recorrer la tierra
nos impulsó nuestra febril locura,
en las naciones que la Europa encierra,
que pasan por estar a más altura
de civilización y de cultura,
no las hallamos ya. Pasado habían
también allí; sus grandes edificios
en otro empleo y posesión se vían,
y hacían al Estado otros servicios.

Había en todas partes su memoria
pasado ya al dominio de la historia.
Sus personajes ya de más polendas
presentados al público veía,
y juzgados en dramas y en leyendas
sin repugnancia ni emoción; cual prendas
de la pasada edad y antigua gloria,
allí ya sus recuerdos recogía
generosa, al pasar, la poesía.
¡Seña infalible y última de muerte!
La poesía es la inscripción mortuoria,
el pomposo epitafio de la gloria;
la última flor que de su polvo inerte
se eleva, y que perfuma su memoria.
Cuando al suelo de América abordamos,
creyendo ya olvidado su estatuto,
de hallarlas allí aún nos admiramos.

¿Falsearon ellas mismas su instituto?
¿Eran un árbol cuyos viejos ramos
no daban sombra ya, ni flor, ni fruto?
Es ley universal: todo envejece,
todo se usa por fin, todo fenece.

No es cuestión para locos. Suspendida
la dejamos aquí, mas no perdida.
La revista al pasar al universo,
volveremos este árbol tan frondoso
a hallar, dando doquier fruto diverso,
o dañado o vital, agrio o sabroso,
según el suelo fértil o fangoso,
y el tiempo en que le hallemos arraigado;
no podemos aún poner la vista
en la presente edad, pues que revista
vamos haciendo aún de lo pasado;
ni pretendemos penetrar tampoco
el negro porvenir, que está cerrado.
¿Retoñar puede el árbol que perece?
¿Guarda bajo la tierra
algún retoño, que escondido crece?
El porvenir en cálculos no cabe;
Dios en la negra eternidad lo encierra,
y él de ella nada más tiene la llave.
Cayó el árbol; sobre él importa poco
al mundo cuerdo la opinión de un loco;
mas que haya muerto en su postrer otoño,
o que nutra en la tierra algún retoño,
olvidar es injusto, cuando aterra
árbol tan grande el vendaval adverso,
que con su sombra cobijó la tierra,
que nutrió con su fruto al universo.