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Album de un loco: 42

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Tercera parte de Album de un loco
de José Zorrilla

AL ATEO

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Porque no ves a Dios, ¿no crees, ateo?
Yo creo en él, porque doquier le veo.
Ciego nacer debiste,
puesto que dices que jamás le has visto;
yo, aunque jamás le viera, de que existe,
tendría convicción, porque yo existo,
y mi sola existencia
me revela su ser y omnipotencia.
Probarme que no le hay, te es imposible;
luego, que existe Dios, es infalible.
Esta alma oculta que mi cuerpo anima,
que le da movimiento, inteligencia,
palabra y voluntad, cuya existencia
siento cernerse de mi polvo encima,
debe ser una chispa de su esencia.
Mi alma tiende hacia Dios, Dios es su centro;
luego hay algo de Dios, de mi alma dentro.
Cuanto dentro de mí y en torno mío
suena con voz, con movimiento gira,
brota con germen o con ser respira,
en la tierra, en el mar o en el vacío,
desde el sol hasta el átomo más leve,
todo prueba que hay Dios, que haberle debe.

¿Tú no le ves? ¿No crees en él, ateo?
Te compadezco, porque soy tu amigo,
por ser tu hermano en Dios; mas ven conmigo,
ven el libro a leer, en que yo leo
la existencia de Dios; si no consigo
que tú le veas donde yo le veo,
y que creas en él como yo creo,
renunciaré a la fe que en él abrigo.

Ateo, ¿crees en ti? ¿Tienes conciencia
de que tienes un cuerpo que respira,
que oye, que ve, que siente la existencia
material? ¿A tu cuerpo crees que inspira
otra oculta incorpórea inteligencia
a voluntad con que tu cuerpo grita,
piensa, quiere, ama, odia, cree y razona?
En fin, ¿crees o no crees en tu persona?

Sí, porque es imposible que no creas
que vives, que tu espíritu en ti existe;
y que una alma hay en ti, fuerza es que veas,
puesto que tú no has podido hacer que seas
por ti, hay alguno por quien hecho fuiste;
si tu ser por sí mismo ser no sabe,
¿quién del ser de tu ser tiene la llave?

Alguien te dió el espíritu que tienes,
el alma noble que tu cuerpo anima;
y ese ser superior, de quien tú vienes,
para que en tu alma espiritual imprima
la inteligencia que en tu ser mantienes,
de tu ser es preciso que esté encima;
que una esencia que tú sea más pura,
pues él es Criador, tú criatura.

Y, ¿quién mayor que tú, rey de la tierra,
que la visible creación dominas,
que sondas los misterios que en sí encierra,
ni el mar sus senos, ni el peñón sus minas,
y ante quien sólo está, tras de su velo
de impenetrable azul, cerrado el cielo?

Y allí ¿qué puede haber más que esa esencia,
de quien dependes tú; el Ser perfecto,
el Criador, la suma Omnipotencia,
la causa de quien eres el efecto;
Dios, en fin, de quien prueba la existencia
tu ser, mezquino de su Ser respecto;
Dios, el gran Ser de quien tu ser hubiste?
Luego si existes tú, tu Dios existe.


Conque, si crees en ti, cree en Dios, ateo;
yo creí siempre en Dios, porque en mí creo.

II

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¿No crees aún? Pues mientes o te engañas,
cerrando a mis razones los oídos,
juzgándolas sofismas y patrañas
por fiarte no más de tus sentidos;
mas voy a remover en tus entrañas
sentimientos que tienes escondidos
en ellas, donde aun hasta estas horas
no has osado mirar, si los ignoras.

¿Has visto algún cadáver en tu vida?
¿Has pensado por qué la carne inerte,
la materia, del alma desprendida,
se disuelve en las manos de la muerte?
Su parte espiritual ¿adónde es ida?
¿Quién rompe unión al parecer tan fuerte?
Si tal viste una vez, afirmar puedo
que ante pregunta tal tuviste miedo.

¿Te hallaste alguna vez en las tinieblas,
entre ese velo lóbrego, impalpable,
cuyos pliegues multíplices de nieblas
tupen la oscuridad impenetrable;
su lobreguez, que de quimeras pueblas
por un instinto interno, inexplicable,
con su tiniebla que vacía estaba,
por qué te dió pavor? ¿Quién te le daba?

¿Qué había en el cadáver arrancado
de su espíritu ya, qué es lo que había
para tener el tuyo amedrentado
en la desierta oscuridad vacía?
Detrás de aquel cadáver olvidado
y en aquellas tinieblas se escondía
la presencia de Dios, y su presencia
te probaba, temblando, tu conciencia.

Juez severo, tenaz, incorruptible,
que en nuestro propio corazón se esconde,
a quien la acción más leve reprensible
juzgar de nuestra vida corresponde;
voz que dentro del alma habla invisible,
y que sin preguntarla nos responde,
la conciencia nos prueba eternamente
la existencia de Dios, siempre presente.


Oye la voz de tu conciencia, ateo,
y creerás como yo, que la oigo y creo.

III

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El mundo es una máquina, mas tiene
una fuerza motriz que, en él impresa
desde su creación, obrando viene
con regularidad, que nunca cesa;
jamás su movimiento se detiene,
ni obstáculo jamás se le atraviesa.
¿Quién le infunde esa fuerza inextinguible?
¿Se la da él a sí mismo? Es imposible.

Todo en él es caduco, deleznable;
todo comienza en él, pasa y concluye;
no hay parte de existencia perdurable
de las con que su todo constituye;
y esa fuerza motriz, infatigable,
que se la imprime otro poder arguye:
increada no es; su ser interno
en sí mismo no tiene; fuera eterno.

Y que eterno no es, es cosa clara,
pues cuanto nace en él pasa y perece.
Deslumbradora, incomprensible, rara,
su máquina, que nunca se entorpece,
que jamás se equivoca, ni se para,
tan sólo como máquina aparece;
mas en el ser de máquina se implica
el ser de un constructor que la fabrica.

Máquina y constructor a un tiempo mismo
no puede ser, ni a un tiempo criatura
y criador. Sé lógico, ateísmo,
y salir de este dédalo procura;
mas cuenta, que tras él, se abre otro abismo.
Tras las mil maravillas de su hechura,
la creación, que encierra tanto hechizo,
¿qué tiene? Un Criador, que es quien la hizo:

Máquina o criatura, es evidente
que autor o creador fuerza es que tenga,
que, a ella superior e inteligente,
su mecanismo material sostenga;
y este ser superior omnipotente
tiene que ser, pues ser quien la mantenga
no puede material, como su obra;
conque, o le falta un Dios, o el mundo sobra.


¿Hay mundo? –Luego hay un Dios, ateo.
Mira al mundo ante Dios, cual yo le veo.

IV

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Ese vital perpetuo movimiento,
que en su marcha uniforme, igual, tranquila,
anima tierra, sol, mar, firmamento,
cuanto es del mundo parte o elemento,
no es el febril temblor con que vacila
sin voluntad un trémulo convulso;
tiene que proceder de ajeno impulso.

Todos los días por detrás del monte
su luz nos trae, y en el Oriente toca;
todas las tardes baja al horizonte,
y se hunde el sol tras de la opuesta roca;
tiene horas fijas; a esperarle ponte;
él no falta jamás, ni se equivoca;
que nuestro globo gire, o él se mueva,
alguien nos trae al sol, alguien nos lleva.

Todas las primaveras cubren de hoja
los árboles, de mieses la llanura;
la tierra flores en Abril arroja,
del estío al calor frutos madura,
al frío de Diciembre se despoja
de su fértil y verde vestidura;
mas flores, fruto, mies, nieve o turbiones,
sólo a su tiempo traen las estaciones.

Si una máquina fuera hecha al acaso,
y que al acaso nada más marchara,
se entorpeciera alguna vez su paso,
se detendría alguna o tropezara;
mas no sufre desorden ni retraso
jamás; nunca se turba, ni se para;
alguno es fuerza que su marcha rija,
y tiene que ser Dios, quien la dirija.

El movimiento universal del mundo
recibir de su Dios su impulso debe;
el perenne calor que en lo profundo
de la tierra sus gérmenes promueve,
ese jugo prolífico y fecundo
que de las lluvias infiltradas bebe,
deben tomar su creadora esencia
de un Dios, germen primero de existencia.


Del movimiento universal, ateo,
¿no ves la fuerza en Dios? –Yo sí la veo.

Ese orden admirable con que todo
prueba en la creación que hay un sistema,
del cual cada elemento va, a su modo,
parte a formar con precisión extrema,
do hasta el vapor más leve, que del lodo
se exhala, tiene una razón suprema
de ser, y contribuye a la armonía
universal del mundo en que se cría

la creación, espléndido palacio
que, para prueba y gloria de sí mismo,
fabricó el Criador en un espacio
que era sólo de sombras un abismo,
y en el cual, como chispas de topacio,
lanzó con misterioso mecanismo
mundos de luz, que en infinita copia
giran con propio ser y con luz propia;

y esa tierra que rueda en el vacío,
cual negra aparición, en medio de ellos,
como un fantasma pálido y sombrío,
que va errando a través de sus destellos,
por cinturón llevando un mar bravío,
mil selvas ondulantes por cabellos,
dejando tras de sí vagos rumores
y una estela de aromas y vapores;

esta tierra, que lleva exactamente
en derredor del sol medido el paso,
saliéndole a buscar por el Oriente,
y yéndole a dejar por el Ocaso,
para que el seno fértil la caliente
y la abra, como flor puesta en un vaso,
ofreciéndonos luego, madre tierna,
la que nos guarda nutrición materna;

esta tierra, que acordes vivifican,
cuando en marcadas estaciones llegan,
tempestades, que su aire purifican,
lluvias tranquilas, que sus plantas riegan,

pastos, que sus ganados multiplican,
mareas, que equilibran y sosiegan
sus mares, que la prestan contrapeso,
¿no prueban que hay un Dios, que hizo todo eso?


Ríndete, pues, a la evidencia, ateo,
y cree por fin en Dios, como yo creo.

VI

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Sí que hay Dios; su existencia está palpable
en cuanto el hombre con su mente abarca,
de este mundo en la fábrica admirable,
del cual le instituyó dueño y monarca.
Nada hay en ella que de Dios no le hable,
todo en la tierra su presencia marca,
de cualquier elemento en el sistema
se ve del Criador la ley suprema.

Dios pobló el mar de monstruos y de peces,
y le alfombró de perlas y corales,
y Él, del vapor de sus salobres heces,
crea en la tierra dulces manantiales;
y Él sus aguas arrastra y las da creces,
hasta que son al fin ríos caudales,
que, volviendo a buscar su centro mismo,
vuelven del mar al turbulento abismo.

Dios acordó entre sí cada elemento
para el fin de sus planes creadores;
e, invisible abanico, orea el viento,
yerbas, arbustos, árboles y flores;
da el sol del aire a la humedad fermento,
y a todo, con su luz, vista y colores;
todos los elementos, obedientes
a Dios, son de su Ser pruebas latentes.

Todo en el mundo su existencia prueba,
todo en la creación su gloria canta,
todo la marca de su mano lleva,
todo se postra en su presencia santa;
todo nuestra alma a nuestro Dios eleva,
y a dar de Él testimonio se levanta;
y en cuanto hay en los mundos existente,
la existencia de Dios está patente.

Dios criador, espíritu supremo,
¿hay quien pueda dudar de tu existencia?
¿Hay quien la niegue, estúpido o blasfemo,
de sí mismo y tus obras en presencia?
¿Hay ceguedad que raye en el extremo
de no reconocer tu omnipotencia
en esta noble fábrica del Orbe,
donde nada hay que huelgue, ni que estorbe?

VII

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Todo prueba que hay Dios; búscale, ateo,
y en todo le hallarás, como yo le hallo;
verásle en todo, como yo le veo,
y harás, como yo al fin, que no batallo
con mi fe en Él; que en su existencia creo,
y en su presencia me prosterno, y callo.