Album de un loco: 33

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​Segunda parte de Album de un loco de José Zorrilla

La inteligencia[editar]

XVII[editar]

Después… los reyes de Salem tomaron
la ostentación y el aire de sultanes,
y con sus vicios públicos causaron
escándalo a los mismos musulmanes.
Después… unos con otros pelearon
por oro los cristianos capitanes,
y hasta auxilio, en contiendas tan insanas,
pidieron a las tribus musulmanas.

Con placer los emires del Oriente
vieron crecer sus locas disensiones,
y del cristiano reino cautamente
trajeron en redor los escuadrones;
y poco a poco a la cristiana gente,
a quien tuvo por raza de leones,
perdiendo el miedo, como a lobos, traza,
vengativo buscó para dar caza.

Entonces los cruzados, vencedores,
del islam, en la Siria establecidos,
de palacios y tierras poseedores,
no eran aquellos héroes asistidos
por el favor de Dios, sino señores
mundanos ya y en la molicie hundidos;
presa anhelada ya por los voraces
instintos de los árabes rapaces.

Llevaron los errantes peregrinos
estas noticias lúgubres a Europa,
y volvieron a abrirse los caminos
a espesas huestes de cristiana tropa.
Pero habían cambiado los destinos,
el licor puro de la santa copa
de la cristiana fe se había viciado,
y su esencia vital evaporado.

Allá fueron los héroes ingleses,
henchido el corazón de orgullo insano;
llevaron a la Siria los franceses
el genio audaz de su carácter vano;
allá, en pos de terrenos intereses,
fué con su vil codicia el italiano;
siendo al fin, de la cruz los caballeros,
un nublado de ilustres bandoleros.

Y… ¡este recuerdo el corazón quebranta!
Después de hacer esfuerzos sobrehumanos,
la gran Jerusalén, la ciudad santa,
vencidos vió a su vez a los cristianos,
salir con el dogal a la garganta
y atrás atadas las inertes manos,
y ocupar al muezzín sus alminares,
y orar al musulmán en sus altares.

Después… ¿qué fueron las demás cruzadas?
Estériles, inútiles proezas;
religiosas o locas aventuras,
por mundana ambición sin fe empezadas
y en pactos sin honor mal acabadas;
do millares de ciegas criaturas,
armadas, ya de cruces, ya de cotas,
según eran perversas o devotas,
por ganar indulgencias o riquezas,
dejaron de su patria las dulzuras,
y de Siria en las áridas llanuras,
a los pies de los turcos, sus cabezas.

Entonces (y al hallarlo hoy en la historia
nuestra presente edad lo lee con pasmo)
vino otra era de demencia y gloria,
que, cambiando la faz del entusiasmo
religioso de Europa, engendró en ella
de la caballería
la loca edad, mas como loca, bella;
y que henchida en las crónicas descuella
de ignorancia a la par y poesía.

Los cuentos de los santos peregrinos
pasaron al laúd de los cantares,
y un nuevo porvenir y otros destinos
marcaron al valor los trovadores.
El viento se llenó con los rumores
de pías y poéticas patrañas;
sueño gentil que se cambió en manía,
y que engendró en los nobles corazones
noble sed de aventuras y de hazañas,
y ambición de magnánimas acciones.

Entonces la feudal caballería
instituyó sus órdenes extrañas;
mezcla rara de fe y galantería,
de salvaje crueldad y de hidalguía,
de generoso honor y atroces sañas,
de ímpetus de barbarie y cortesía;
y fué la prez mayor armar campañas,
donde por la más fútil niñería
se arrancaban los hombres las entrañas.
Dando a la religión un giro extraño,
abandonaron su nación los reyes,
los obispos sus diócesis, sin leyes
su pueblo, sin pastores su rebaño.

Crédulo el entusiasta sacerdote,
dejó el altar y se ciñó la espada,
y armado de los pies hasta el cogote,
guardando su tonsura en la celada,
firmemente creyéndose el azote
de Dios contra el Islam, con fe extraviada,
entró en lid por su Dios a dar un bote,
y a ganar el Edén de una lanzada.
Y ¡oh triste error del tiempo en que vivía!
Sacerdote del Dios, que como sello
de paz nos dió la cruz en que moría,
él, de la cruz armado, a voz en cuello
excitó a los cruzados al degüello.

Dejó el barón su parda fortaleza
sin señor, a su esposa sin marido,
y a Palestina fué con gentileza
por terrenal y celestial riqueza;
para ganar el cielo, decidido
a degollar con bárbara fiereza
toda la raza de Ismael maldita,
a dar fuego a sus puertos y ciudades,
y a traerse cautivos
a cuantos en sus pueblos y heredades
el fuego y el puñal dejaran vivos.

¿En qué consistió entonces la nobleza?
En fiar su razón y su derecho
a la pujanza material del brazo;
la lanza en ristre y el broquel al pecho,
romperse a cada paso la cabeza,
y a estocadas ponerse hecho un cedazo
por la más leve causa; de manera
que un pobre badulaque entonces era
quien no tumbaba un buey de un puñetazo.

Entonces los cristianos caballeros,
a par con los ilusos musulmanes,
pusieron sus fanáticos afanes
en llevar la razón en sus aceros,
y en probar la verdad y la excelencia
de su ley y creencia,
cometiendo atropellos y desmanes,
y violencias sin tasa y desafueros,
que deshonran la humana inteligencia,
que repugna espantada la conciencia.

Y esto en nombre del Dios, que dejó el cielo
para dar a la humana descendencia
luz, ventura, razón, paz y consuelo.
Y ¡oh escándalo hasta entonces no previsto!
¡Oh engaño de la fe, que lo creía,
mas sin reflexionarlo, por lo visto!
El clero, que como héroe se batía
para ponerse con su Dios bienquisto,
estaba con su tiempo en armonía,
pero en contradicción con Jesucristo.