J. B. Duvoisin (Juicios)

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Juicios de Napoleón de Anónimo
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

DUVOISIN (J. B.) Obispo de Nantes. [1]


Este sabio eclesiástico fue, durante medio siglo, el oráculo de la cristiandad. El me volvía realmente católico por la sabiduría de sus raciocinios, su excelente moral, y su tolerancia esclarecida. Había vivido con Diderot, en medio de los incrédulos, y siempre se había comportado con ellos cual correspondía; así tenia respuesta para todo; era bastante juicioso para abandonar todo lo que no podía sostener.

Maria Luisa, de quien era confesor, le consultó un día sobre la obligación de comer de pescado los viernes —¿En qué mesa coméis? le preguntó el Obispo —En la del Emperador -¿Mandáis en ella? —No —Luego nada podéis en ella —¿Lo hará él de por sí? —Es de creer que no —Someteos entonces, y no vais a causar un escándalo. Vuestro primer deber es el obedecerle y hacerlo respetar. No os faltan otros medios de mortificaros y privaros ante los ojos de Dios.

Lo mismo sucedió con una comunión pública que algunos metieron en la cabeza a Maria Luisa para uno de los días de Pascua. Ella no quiso hacerlo, sin haber primero consultado a su sabio confesor, que la disuadió por los mismos raciocinios. ¡Que diferencia si hubiera sido aconsejada por un fanático! ¡Qué querellas! ¡Que desunión no hubiera causado entre nosotros! ¡Que mal no hubiera podido hacer en las circunstancias en que me encontraba! Solía decírsele, un animal que se mueve, combina y piensa, ¿no tiene un alma? Porque no, respondía él —Pero ¿a donde va? —pues no es igual a la nuestra —Que os importa, puede ser que esté en el limbo. Se retiraba así a los últimos atrincheramientos, a la misma fortaleza, y allí se manejaba siempre como en un excelente terreno. Así argumentaba mucho mejor que el Papa, y generalmente le afligía. Este era entre nuestros obispos el más firme apoyo de las libertades galicanas. Era mi oráculo, mi antorcha; tenía mi entera confianza sobre materias religiosas. Porque en mis querellas con el Papa, tenia por primer principio, a pesar de lo que hayan dicho los intrigantes y los enredadores de sotana, el no tocar el dogma, así es que este venerable y buen Obispo me decía; cuidado, mirad que estáis delante del dogma; sin entretenerme en disertar con él, sin procurar ni aun entenderle, me desviaba inmediatamente de mi camino, para volver a él por otra vía, y como él no penetraba mi secreto, ¡cuantas veces se habrá asombrado de mis rodeos! ¡que le habré parecido! ¡extravagante, obstinado, caprichoso, inconsecuente! Esto era porque yo tenia un fin, y él no lo conocía. L. C. — M.


  1. Era Canónigo antes de la revolución, habiendo emigrado, volvió a Francia y poco después de su vuelta fue consagrada Obispo de Nantes. Murió en 1813 en París, de una fluxión al pecho, vivamente sentido de Napoleón de quien era limosnero.