Napoleón Bonaparte (Juicios)
NAPOLEÓN BONAPARTE, Emperador y Rey [1]
Yo era un patriota muy acalorado y de muy buena fe; al principio de la revolución, me fui resfriando por grados a medida que iba adquiriendo ideas más exactas y más sólidas! Mi patriotismo se desplomó bajo los absurdos políticos y los monstruosos excesos civiles de nuestros legisladores. En fin, mi fe republicana desapareció, cuando fue violada la elección del pueblo por el directorio, al tiempo de la batalla de Aboukir. L. C.
Sí, yo he llegado a la cumbre de las grandezas humanas por las vías directas, sin haber cometido una acción que desapruebe la moral. En esto mi elevación es única en la historia. Para reinar, David hizo perecer la casa de Saul, su bienhechor. Cesar encendió la guerra civil, y destruyó el gobierno de su patria. Cromwel hizo perecer a un Rey en un cadalso. Yo soy extranjero a todos los crímenes de la revolución. Cuando empezó mi carrera política, el trono estaba derrumbado. El virtuoso Luis XVI había perecido, las facciones despedazaban la Francia. Por la conquista de Italia, por la paz de Campo Formio, que aseguró la grandeza e independencia de la patria, empecé yo mi carrera; y cuando, en 1800 obtuve el poder supremo, fue destronando la anarquía. Mi trono fue elevado por el voto unánime del pueblo francés. Aunque me hallase en el lecho de la muerte, haría la misma declaración. O.
Se han atribuido a la fortuna mis actos más grandes, y no dejarán de imputarse mis desgracias a mis faltas, pero mi razón y mis facultades no se ejercieron sino en conformidad con los principios.
L. C.
Vendemiare y aun Montenotte, no me indujeron a creerme un hombre superior; después del suceso de Lodi es cuando me vino la idea de que podía ser un actor decisivo sobre nuestra política;
entonces saltó la primer chispa de la alta ambición. L. C.
A los treinta años había hecho todas mis conquistas, gobernaba el mundo, había aplacado la tempestad, reunido los partidos, ordenado una nación, creado un gobierno, un imperio; no me faltaba sino el título de Emperador. Subí al trono virgen de todos los crímenes de mi posición. ¿Hay algunos jefes de dinastía que puedan decir otro tanto? He sido sumamente favorecido, es preciso convenir en ello; siempre he mandado; desde mi entrada a la vida, me encontró
afianzado en el poder, y las circunstancias y mi fuerza han sido tales, que desde que tuve el mando, no he conocido ni Señor, ni leyes. L. C.
No cesa de hablarse de mi amor a la guerra; pero ¿no he estado constantemente ocupado en defenderme? ¿He obtenido nunca una sola victoria sin que haya propuesto inmediatamente la paz? L. C.
La moralidad, la bondad en mí no están en mí boca, se encuentran en mis nervios. Mi mano de fierro no pertenecía a mi brazo, estaba inmediata a mi cabeza; la naturaleza no me la ha dado;
el cálculo solo es que la hacia mover. L. C.
Me era muy difícil el abandonarme a mi mismo. Salía de la multitud, y me era absolutamente indispensable crearme un estertor, formarme una cierta gravedad, en una palabra, establecer una etiqueta. De otro modo, me hubieran tocado diariamente sobre la espalda... sobre todo, tenía que prevenirme contra aquellos que habían sobrepasado a su educación. L. C.
Sois un testarudo, decía un día Napoleón a un miembro del consejo de Estado, que le había contradicho mas allá de lo que permite el decoro. Cometéis una falta en poner a prueba el poder; no debíais desconocer la debilidad humana me habéis reducido a estregarme la sien; este es un gran signo en mí, en adelante evitad el que llegue a este extremo. L. C.
He tenido vastos proyectos, y en gran número, todos seguramente bien acomodados al interés de la razón y a la felicidad de la especie humana. Se me temió como al rayo; se me acusaba de tener Una mano de fierro; pero desde que ella hubiera tocado el fin, todo se hubiera suavizado, y para todos. ¡Que de millones no me hubieran bendecido entonces, y en la posteridad! Pero, es preciso convenir, ¡que fatalidades no se acumularon al fin de mi carrera! Mi desgraciado casamiento, las perfidias que han sido la consecuencia de él; ese cáncer de la España, sobre el cual no se podía volver; esa funesta guerra de Rusia que sucedió por una mala inteligencia; ese espantoso rigor de los elementos, que consumió un ejército entero... y después el universo todo contra mí! No es aun una maravilla que haya podido resistir todo esto tanto tanto tiempo, y que haya estado mas de una vez a punto de sobreponerme a todo, y salir de este caos mas poderoso que nunca... ¡O destino de los hombres!.... ¡O sabiduría! ¡O previsión humana! ... L. C.
Era preciso que hubiese vuelto victorioso de Moscow, y bien pronto se hubiera visto, no solamente a todos los nobles, no solamente a toda la Francia, sino también al mundo entero, agradarme, admirarme y bendecirme. No me faltaba mas que desaparecer por casualidad al seno de los misterios, y el vulgo hubiera renovado para mí la fabula de Rómulo; hubiera dicho que había subido al cielo, para tomar mi lugar entre los Dioses .... pero sea de esto lo que fuese, los pueblos y los Reyes, y tal vez los dos me sentirán, y mi memoria será, suficientemente vengada de la injusticia hecha a mi persona. ... Esto es indudable. L. C.
Cuando dejé a Fontainebleau dije a todos aquellos que me pedían les señalase la línea de conducta que debían seguir; id adonde está el Rey, y servidle. Quería hacerles legítimo un proceder que muchos no hubieran dejado de hacerlo por sí mismos; y no quise arruinar a aquellos que habían sido obstinadamente fieles; finalmente, no quise, sobre todo, tener que responder a nadie a mi vuelta; porque desde Fontainebleau pensé en ella, y por el raciocinio más simple.
Si los Borbones, me dije yo, quieren empezar una quinta dinastía, nada tengo que hacer aquí; mi rol concluyó; pero si ellos por casualidad se obstinan en querer reconocer la tercera, no tardaré en volver a aparecer. Se podría decir que los Borbones tuvieron entonces mi memoria y mi conducta a su disposición; si ellos hubiesen querido, yo seria en el concepto del vulgo un ambicioso, un tirano, un revoltoso, una plaga. ¡Que de sagacidad y sangre fría hubiera sido preciso para apreciarme y hacerme justicia! Pero su círculo, y una marcha falsa son los que han hecho que me deseen, y ellos mismos son los que han rehabilitado mi popularidad, y pronunciado mi vuelta; de otro modo mi misión política estaba consumada, permanecería para siempre en la isla de Elba, y nadie duda que ellos y yo hubiéramos ganado en esto, porque yo no he vuelto a conquistar un trono, sino a pagar una gran deuda. Pocos lo comprenderán, no importa, tomé a mi cuenta una carga ajena; pero lo debía al pueblo francés; sus gritos llegaron hasta mí; ¿podría permanecer insensible? Además mi existencia en la isla de Elba era aun bastante envidiada, bastante dulce; iba a crearme en poco tiempo en ella una soberanía de un género nuevo; todo lo más distinguido que había en Europa empezaba a venir a pasar revista en mi presencia. Hubiera ofrecido un espectáculo incógnito a la historia; el de un Monarca que ha descendido del trono, que veía desfilar con entusiasmo delante de él al Mundo civilizado. Se me objetará, y esto es cierto, que los aliados me habrían sacado de mi Isla, y convengo en que esta circunstancia apresuró mi vuelta. Pero si la Francia hubiera sido bien gobernada, si los Franceses hubiesen sido satisfechos, mi influencia había concluido, ya no pertenecía sino a la historia, y no se hubiera pensado en Viena en transportarme. La agitación creada, mantenida en Francia, es la que ha forzado a pensar en mi extrañamiento. L. C.
Lo que considero como el tiempo más bello de mi vida, después de mi elevación al trono, es la marcha de Cannas a París. O.
Volvía de la Isla de Elba enteramente otro hombre. No se ha creído. posible, y se ha hecho una injusticia. No hago las cosas de mala voluntad, ni a medias. Hubiera sido sin dada el Monarca de la constitución, y de la paz. Hasta los mismos ingleses puede ser que algún día lloren el haber vencido en Waterloo. Es fuera de duda que en estas circunstancias ya no tenía en mí el sentimiento del suceso definitivo; esta no era ya mi primera confianza; sea que la edad, que de ordinario favorece la fortuna empezó a faltarme, sea que a mis propios ojos, en mi propia imaginación, lo maravilloso de mi carrera, se encontraba desvirtuado. Ello es cierto que sentía en mí alguna cosa.... no era ya aquella fortuna que seguía mis pasos, y se complacía en llenarme de favores, era el destino severo, al cual arrancaba como a la fuerza algunos de estos; pero de los que se vengaba inmediatamente; porque es digno de notarse que entonces no adquirí alguna ventaja, que al momento no hubiese sido seguida de un revés. L C.
Todo el mundo me ha amado y aborrecido. Cada uno me ha tomado, me ha dejado, y me ha Vuelto a tomar. Creo que puede afirmarse que no hay un Francés que no haya conmovido. Todos me han amado.... pero por intervalos, y en épocas diferentes. Yo era el Sol que corre la eclíptica atravesando el ecuador. A medida que llegaba al clima de cada uno, todas las esperanzas se abrían; se me bendecía, se me adoraba; pero desde que salía de allí, cuando ya no se me comprendía, entonces venían los sentimientos contrarios. L. C.
Se temen mis humoradas, pero muy pocas hay que no fuesen con cálculo. Esta es mi única ocasión para tantear a un hombre, y conocer al vuelo la variedad de su carácter. Teniendo poco tiempo
para emplear en informaciones, esta es una de mis pruebas. L. C.
Mi vuelta, y mi conservación en el trono, mi adopción franca esta vez por parte de los soberanos, juzgaban definitivamente la causa de los Reyes y la de los pueblos; ambos dos la habían ganado; en el día vuelve otra vez a cuestionarse; ambos pueden perderla. Se podía haber concluido todo, puede ser que todo se vuelva a empezar; se podía haber garantido una calma larga y segura; empezar a gozar, y en lugar de todo esto, tal vez sea bastante una chispa para ocasionar una conflagración universal. ¡Pobre y triste humanidad!
L. C.
Napoleón decía a Hudson Lowe, que le había detenido unas obras, porque en el sobre escrito decía al Emperador Napoleón: ¡Hola! ¿quien os ha dado el derecho de disputarme este título?
De aquí a pocos años vuestro Lord Castlereagh, vuestro Lord Bathurst, y todos los demás, vos, que me habláis, estaréis sepultados en el polvo del olvido, o si se conocen vuestros nombres, será por las perfidias que habéis ejercido contra mí, en tanto que el Emperador Napoleón será siempre, sin duda, el sujeto, el ornamento de la historia, y la estrella de los pueblos civilizados. Vuestros libelos nada pueden contra mí; en ellos habéis gastado millones, ¿qué han producido? La verdad penetra las nubes, y brilla como el Sol; como este, aquella es eterna. L. C.
Se necesita más valor para soportar una existencia como la mía, que para abandonarla. O.
En la prosperidad, en la adversidad, sobre el campo de batalla, en el consejo, sobre el trono, en el destierro, la Francia ha sido el objeto único y constante de mis pensamientos y de mis acciones. P.
Estoy destinado A servir de pávolo a una multitud de escritores; pero poco temo el ser su víctima; ellos morderán la piedra de granito... Si en el día se le pusiese a alguno en la cabeza el hacer imprimir que me había cubierto de pelo, y que aquí camino en cuatro pies, habría personas que lo creerían, y dirían que Dios me había castigado, como a Nabuchodonosor ¡y bien! qué podría yo hacer? No hay remedio alguno para esto... Mi memoria toda se compone de hechos, y simples palabras no podrían destruirlos. Para combatirme con suceso, era preciso presentarse con el peso y la autoridad de hechos por sí. Si el gran Federico, o cualquier otra
de su temple, se pusiese a escribir contra mí, seria otra cosa, seria tiempo tal vez de empezarme a mover; pero en cuanto a todos los demás, cualquiera que sea el espíritu con que escriban, jamás tirarán sino con pólvora... he de sobrevivir,... y cuando quieran ser buenos, me elogiarán.... y después de todo, ¿que han logrado las inmensas sumas invertidas en libelos contra mí? Muy pronto no habrá sino vestigios de ellos; mientras, que mis monumentos y mis instituciones me recomendarán a la posteridad más remota. A mas, en el día no se volverán a repetir estas injusticias contra mí; la calumnia ha agotado todo su veneno sobre mi persona; ya no me ofenderá más; no es para mí otra cosa que el veneno de Mitidates.
L. C.
Las desgracias tienen también su heroísmo y su gloria. La adversidad faltaba a mi carrera... Si hubiese muerto sobre el trono, entre las nubes de todo mi poder, hubiera sido como un problema para muchas gentes; en el día, gracias a mi mal hado, se me puede juzgar patentemente. L. C.
Me encuentro tan fuerte, como nunca; ni estoy debilitado ni consumido, bajo cualesquier aspecto que se me considere, y me asombro del poco efecto de todos los últimos eventos de que he sido el blanco. Esto es como el plomo que ha corrido sobre mármol; el peso ha podido comprimir el resorte, no le ha roto; se ha vuelto levantar con toda su elasticidad. L. C.
Los diversos objetos y los diversos negocios se encuentran clasificados en mi cabeza como lo podrían estar en un armario. Cuando quiero interrumpir un negocio, cierro su gaveta, y abro la de otro. No se mezclan, ni me incomodan, ni me fatigan jamás el uno por el otro. Quiero dormir, cierro todas las gavetas, y vedme durmiendo. L. C.
Cuando he penetrado a fondo una cuestión, no me queda en la cabeza bajo dos aspectos. He ordenado batallas, que han decidido de la suerte de los imperios, el orden de ellas jamás resultaba sino de mi propia voluntad, después de haber reflexionado y resuelto solidamente. L. C.
El trabajo es mi elemento, he nacido y he sido formado para él. He conocido los límites de mis piernas, de mis ojos; pero no he podido conocer nunca los de mi trabajo. L. C.
En lo físico, como en lo moral, es preciso tratarme con dulzura, sino me altero. L. C.
¡Ah! temo el haber cometido injusticias involuntarias. Esto sucede, cuando uno se ve obligado a proceder por las primeras palabras, y cuando no hay un solo instante para rectificarlas. también temo haber dejado algunas deudas de gratitud sin pagarlas. L. C.
Se habla en los papeles ingleses de los tesoros que debo poseer, y que tengo sin duda ocultos; son inmensos, es verdad. Mas ellos están patentes. Vedlos. El hermoso canal de Anveres, el de Flesinga, capaz de contener las escuadras mas numerosas y preservarlas de los hielos del mar; las obras hidráulicas de Dunkerque, del Havre, de Niza; el gigantesco canal de Cherbourg; las obras marítimas de Venecia, los hermosos caminos de Anveres a Amsterdam, de Mayence a Metz, de Bordeaux a Bayona; los pasos del Simplon, del Mont-Cenis, de Mont-Genieve, de la Comiche, que abren los Alpes en las cuatro direcciones; en esto se encontrarán mas de ochocientos millones. Estos tránsitos que sobrepasan en atrevimiento, en el esfuerzo del arte y en grandeza a todos los trabajos de los romanos! Los caminos de los Pirineos a los Alpes, de Parma a Spezza, de Savona al Piamonte, el Puente de Jena, el de Austerlitz, de las Artes, de Sevres, de Tour, de Rouanne, de Lion, de Turin, de L'Isére, de la Durance, de Bordeaux, de Ruen, &c., el canal que une el Rhin con el Rhone por Doubs, uniendo el mar de Holanda con el Mediterráneo, el que une al Escaut con el Somme, comunicando a Amsterdam con París; el que une el Rance con el Vilaine; el canal de Arles, el de Pavia, del Rhin; el desagüe de las lagunas de Bourgoing, du Cotentin de Rochefort; el restablecimiento de la mayor parte de las iglesias demolidas durante la revolución; la elevación de otras nuevas; la construcción de un gran número de establecimientos de industria, para la extirpación de la mendicidad; la construcción del Louvre, de los graneros públicos, del banco, del canal de Lureq; la distribución de las aguas en la ciudad de Paris; los numerosos resumideros, las calles, los establecimientos y los monumentos de esta gran capital; los trabajos para el adorno de Roma; el restablecimiento de las manufacturas de Lion, la creación de varias centenas de manufacturas de algodón, de hilandería, de tisues, que emplean varios millones de obreros; los fondos acumulados para crear
mas de cuatrocientas manufacturas de azúcar de Beteraya, para el consumo de una parte, de la Francia, que hubiera provisto de azúcar al mismo precio que la de las Indias si se hubiese continuado animándolas solamente cuatro años mas; la sustitución del Pastel al añil, que se logró obtener en Francia con la misma perfección, y a tan buen precio como el de las colonias; el número de manufacturas para toda especie de objetos de artes &c. cincuenta millones empleados en reparar y hermosear los palacios de la corona; sesenta millones en muebles empleados en los mismos palacios, en Francia, en Holanda, en Turin, en Roma; sesenta millones de diamantes de la corona, todos comprados con mi dinero; el Regente mismo, único que existía de los antiguos diamantes de la corona de Francia, habiéndole rescatado yo de las manos de los judíos de Berlín, los que habían tomado empeñado por tres millones; el Museo Napoleón avaluado en mas de cuatrocientos millones, y que no contenía sino objetos legítimamente habidos o por dinero o por condiciones de tratados de paz conocidos de todo el mundo, en virtud de lo que estos jefes de obra fueron dados en conmutación de cesación de territorios o de contribuciones; varios millones acumulados para el estímulo de la agricultura, que es el primer interés de la Francia; la institución de las carreras a caballo; la introducción, de los merinos, &c. Ved aquí lo que forma un tesoro de muchos millones que durará siglos... Ved los monumentos que confunden la calumnia!
La historia dirá que todo esto se consiguió en medio de guerras continuas, sin ningún empréstito, y aún cuando la deuda pública disminuía diariamente y que se habían disminuido los impuestos en cerca de cincuenta millones. Sumas muy considerables había aún en mi tesoro particular; ellas me fueron conservadas por el tratado de Fontainebleau, como que resultaban de ahorros de mi lista civil, y de otras rentas privadas mías. De ellas se repartieron, y no fueron enteramente al tesoro público, ni al de Francia.
Se dice también que no he hecho jamás la paz con Inglaterra sino para engañarla, sorprenderla y destruirla, y que si el ejército francés me era tan adicto, era porque casaba a las hijas de las familias más ricas de mi imperio con mis oficiales. Estas calumnias contra un hombre que se oprime con tal barbarie, y a quien se le apreta la garganta para que no hable, son rechazadas por todas las personas bien nacidas y capaces de sentir. Cuando yo estaba sobre el primer trono del mundo, entonces sin duda mis enemigos han tenido el derecho de decir todo lo que han querido, mi conducta era pública, y servia de suficiente respuesta; y fuese como fuese, correspondía al departamento de la opinión y de la historia; pero en el día, nuevas y bajas calumnias no pertenecen sino a lo ínfimo de la debilidad, y no conseguirán su objeto. Millones de libelos han aparecido, y aparecen todos los días; son inútiles. Sesenta millones de hombres de las comarcas mas civilizadas del universo elevan su voz para confundirlos, y cincuenta mil ingleses que viajan hoy por el continente, llevarán consigo la verdad a los pueblos de los tres reinos, que se avergonzarán de haber sido engañados tan groseramente. En lugar de temor a la historia, yo la invoco. En cuanto al bill que me ha arrojado sobre una roca, es un acto de proscripción semejante a los de Sylla, y aún peor. Los romanos persiguieron a Annibal hasta el fondo de la Bytinia. Flaminio obtuvo del Rey de Prusia la muerte de este gran hombre, y por esto Flaminio fue acusado en Roma de haber obrado así por satisfacer su odio personal. En vano alegó que Annibal aún en la flor de su edad podía ser peligroso, que su muerte era necesaria; mil voces respondieron que lo que era injusto e innoble, no podía ser jamás ventajoso para una gran nación; que tales pretextos justificarían los asesinatos, el envenenamiento, y toda especie de crimen. Las generaciones que siguieron reprocharon esta debilidad a sus antepasados; ellas hubieran pagado bien caro el que se borrase una mancha tal de su historia. Después de la renovación de las letras entre las naciones modernas, no hay generación que no haya unido sus imprecaciones a la que profirió Annibal al momento de beber la cicuta. Maldecía a esta Roma, que en una época en que sus flotas, y sus legiones cubrían la Europa, el Asia y el África, saciaba, su cólera con un hombre solo y desarmado, porque le temía, o pretendía temerle. Pero los romanos jamás violaron la hospitalidad. Sylla encontró asilo en la casa de Mario. Flaminio, antes de proscribir a Annibal, no lo recibió a bordo de su buque; no le declaró que tenia órdenes de recibirlo bien; la flota romana no lo transportó al puerto de Ostia; bien lejos de recurrir a la protección de las leyes romanas, Annibal prefirió confiar su persona a un rey de Asía. Cuando, fue proscripto, no estaba ya bajo la protección del estandarte romano; estaba bajo las banderas de un rey enemigo de Roma.
Si alguna vez en la revolución de los siglos, un rey de Inglaterra llega a comparecer ante el tribunal temible de su nación, sus defensores insistirán sobre el augusto carácter de los reyes, el respeto debido al trono, a toda testa coronada, al ungido del Señor! Pero sus adversarios tendrán derecho a responder; uno de sus antepasados proscribió a su huésped en tiempo de paz; no osando quitarle la vida en presencia de un pueblo que tenia sus leyes positivas, sus formas religiosas y públicas, hizo exponer su víctima sobre el punto mas insalubre de una roca situada en medio del Océano, en otro hemisferio. Este huésped pereció allí, después de una larga agonía atormentado por el clima, las necesidades y las injurias de toda especie! ¡Ahora bien! este huésped era también gran Soberano, levantado sobre el broquel de treinta y seis millones de ciudadanos. Fue señor de casi todas las capitales de la Europa; vio en su corte los Reyes mas grandes; fue generoso con todos ellos; fue durante veinte años el arbitro de las naciones; su familia estaba ligada con todas las familias soberanas, aun con la misma de Inglaterra; fue dos veces el ungido del Señor, fue dos veces consagrado por la Religión! L. C.
Lego el oprobio de mi muerte a la casa reinante de Inglaterra.
L. C.
- ↑ Napoleón Bonaparte, nació en Ajaccio en Córcega, el 15 de agosto de 1769, de Carlos Bonaparte y de María Leticia Ramolino. Entró a la escuela de Brienne en 1779, y a la de París en 1785. Fue oficial el primero de septiembre de 1785; capitán el 6 de febrero de 1792; jefe de batallón el 20 de octubre de 1793; general de brigada el 7 de febrero de 1794; general de división el 26 de octubre de 1795; general en jefe en las campañas de Italia de 1796 y 1797; se hizo a la vela para Egipto el 19 de mayo de 1798; vuelve a Francia el 29 de agosto de 1799; desembarca el 7 de octubre de 1799; el 8 brumario (noviembre de 1799) es nombrado primer Cónsul acompañado de los otros dos Sieyes y Ducos, que pronto fueron remplazados por Cambaceres y Lebrun. Va al Ejército de Italia el 8 de mayo de 1800, y triunfa en 1801, contra los ingleses de esa isla que lo recibió desterrado en 1814; cónsul de por vida el 4 de agosto de 18O2, y creación de la legión de honor. Emperador de los Franceses el 18 de mayo de 1804, y consagrado por el Papa, que vino personalmente a París a poner sobre la cabeza de Napoleón la corona de Carlo Magno, el 2 de diciembre del mismo año; rey de Italia el 26 de mayo de 1805; protector de la confederación del Rin en 1806; abdicó el 2 de abril de 1814; el 20 de abril del mismo año se va a la Isla de Elba que le es cedida en toda su soberanía; desembarca en Francia el primero de marzo de 1815; la gobierna aún cien días; derrotado en Waterloo el 18 de junio, se embarca voluntariamente en el navío ingles Bellerophonte; es hecho prisionero contra el derecho de gentes, y aprisionado en la Isla de Santa Helena, en donde murió sufriendo privaciones de todo género el 5 de mayo de 1821.