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Ángel Guerra/105

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Ángel Guerra
Tercera parte - Capítulo III – Caballería cristiana

de Benito Pérez Galdós


Antes de marchar a la Sagra quiso don Juan despedirse de su amigo, que se había encerrado en Guadalupe, y una mañanita con la fresca, vestido de balandrán y empujando el bastón nudoso, tomó el camino de los cigarrales y se plantó allá, tan terne. Antes de llegar a la casa vio entrar albañiles y un carro de ladrillo. «¿Pero qué? ¿Ya empiezan las obras? No puede ser... Pues sí, parece que...». D. Pito, que le salió al encuentro, comiendo su ración de bacalao chamuscado, le sacó de dudas.

«Hola, señor navegante, ¿cómo va por aquí? ¿Qué es esto? ¿Obras tenemos?

-Bien venido sea, compadre Casado. ¿Obras dice? No son más que chapuzas... cosa provisional, para atender a necesidades del momento. Ya sabrá que hemos comprado el cigarral de Turleque, ese que linda con Guadalupe.

-No lo sabía. Y ese perdido, ¿todavía en la cama?

-¡Quiá! Ya hemos dado un paseo, y ahora trabaja en su cuarto. Yo voy a coger grillos... Me divierte mucho. Hasta luego.

Entró D. Juan en la casa, y su primera sorpresa fue la transformación del piso alto en que el dueño moraba. En pocos días se habían arreglado allí dos aposentos cómodos, uno de los cuales era gabinete de trabajo, con muebles de pino, ancha mesa, estantes, tablero de dibujo. Tomaríase por oficina de ingeniero.

«Hola, hola, compañero Guerra, parece que hay preparativos. Me huele a construcción. ¿Y qué es esto? Planos. Bien, magnífico. Hermosa planta. Y la alzada me gusta también. A ver, a ver, explíqueme esto.

Sentose el cura, y Ángel le fue mostrando las trazas que allí tenía, obra de un hábil arquitecto de la localidad.

«Hombre, déjeme que le felicite -dijo el sagreño con calor-, porque veo que adopta usted el estilo toledano. ¡Gracias a Dios que me echo a la cara un arquitecto con sentido común! Porque en esta histórica ciudad, que es por sí un sistema completo de arte constructivo, siempre que emprendemos alguna obra, nos salen con esos adefesios a la francesa o a la madrileña, edificios que en otra parte serán muy bonitos, pero que aquí parecen obra del Demonio. Bien; mampostería concertada, con verduguillos, y machones de ladrillo, y éste dispuesto con toda la gracia mudéjar... Bien... las puertas principales de piedra, y de esa elegantísima y robusta composición que constituye un tipo de arquitectura esencialmente toledano. Soberbio... sí señor.

-Fue lo primero que le encargué al arquitecto. «Tome usted de los monumentos de esta ciudad los elementos artísticos de la obra».

-Todo ello, amigo D. Ángel, por la sola razón de la forma, ya resulta simpático. Veo dos grandes cuerpos de edificio, independientes, unidos por arcadas a un cuerpo central... Aquí está la iglesia.

-Y los locutorios, y las dependencias administrativas, todo lo que es común...

-Ya, ya comprendo. Los cuerpos laterales son, como si dijéramos, ellas y nosotros. Aquí los religiosos; aquí las religiosas.

-Exactamente.

-¿Y qué advocación, señor mío?

-Cualquiera. Lo determinará otra persona.

-Ya... Aquí leo: Puerta de la Caridad.

-Sobre esa puerta habrá una campana que se toque desde fuera. Toda persona que necesite nuestros auxilios, ya por enfermedad, ya por miseria, ya por otra causa, llamará en esa puerta, y se le abrirá. Nadie será rechazado, a nadie se le preguntará quién es, ni de dónde viene. El anciano inválido, el enfermo, el hambriento, el desnudo, el criminal mismo, serán acogidos con amor.

-Muy bonito, pero muy bonito. Váyame explicando. ¿Habrá en uno y otro sexo vida reglar, con profesión, votos...?

-Sí señor.

-Y para la turbamulta de asilados, refugiados, penitentes, o como se les quiera llamar, ¿habrá número limitado de plazas?

-Para el auxilio inmediato y de momento, no pondremos limitación. Todo el que necesite socorro, por una noche, por un día, cama, abrigo, alimentos, lo tendrá. Luego, el que quiera quedarse, se queda si hay sitio. Las puertas se abren en toda ocasión para los que quieran salir. Libertad completa. No hay rejas, ni aun para las personas profesas. El pueblo, la humanidad que padece física o moralmente, entra y sale a gusto de cada individuo.

-Muy bonito, pero muy bonito. Otra cosa: ¿Y el sostenimiento...?

-Por de pronto, yo atiendo a todos los gastos de creación. He calculado bien, y me queda renta bastante para sostenernos durante algunos años sin ningún ingreso. Para proveer a las necesidades del porvenir, suponiendo que vengan ampliaciones, que establezcamos casas en otras partes, o ensanchemos la de Toledo, admitimos limosnas y donaciones entre vivos. No se admiten legados, ni ninguna donación en forma testamentaria.

-Bonito de veras. Se necesitará licencia pontificia, porque ofrece ciertas novedades de importancia la constitución de estas casas.

-Ya está pedida.

-Y los hermanos y hermanas congregantes, ¿a qué regla monástica se ajustan?

-A la suya propia. Vida común; cada sexo en su casa, en contacto y familiaridad con los acogidos. No se excluye la vida puramente contemplativa en los que de ella gusten. Pero la misión principal de todos es el consuelo y alivio de la humanidad desvalida, según la aptitud y gustos de cada cual. Habrá hermanos enfermeros, hermanos penitenciarios...

-Y penitenciarias y enfermeras a la otra banda... Bonitísimo, sí; pero me parece, con perdón de usted, que se abarca demasiado. Los enfermos requieren salas aisladas...

-En nuestras casas se proscribe el aislamiento riguroso, y se prescinde de esas reglas anticristianas de la higiene moderna que ordenan mil precauciones ridículas contra el contagio. Se prohíbe temer la muerte, y huir de las enfermedades pegadizas. El que se contagia, contagiado se queda, y si se muere, se le encomienda a Dios. No habrá más higiene que un aseo exquisito y las precauciones de sentido común.

-Y las dolencias morales, veo que también tendrán aquí su medicina, o por lo menos su higiene.

-El tratamiento del cariño, de la confraternidad, de la exhortación cristiana, sin hierros, sin violencia de ninguna clase. El pecador que aquí venga no podrá menos de sentirse afectado por el ambiente de paz que ha de respirar. Si los medios que se empleen para corregirle no hallan eco en su corazón; si se rebela y quiere marcharse, no le faltará puerta por donde salir, con la ventaja de que pudo entrar desnudo y sale vestido, pudo entrar hambriento y sale harto. Descuide usted, que ya volverá.

-¿Y si el pecador es criminal, de los que caen bajo el fuero de la justicia humana?

-Si lo reclama la justicia, esto no es burladero de las leyes. Así como entran y salen los pecadores y los necesitados y los enfermos, la justicia tiene también la puerta franca. No se le disputa al César lo que le pertenece. Aquí, ni negamos consuelo a quien lo ha menester, ni ocultamos al que no lo merece, ni vendemos a la justicia secretos de nadie. Nos entendemos con Cristo, y creemos trabajar por Él organizando nuestros auxilios en la forma que va usted viendo. Viene a ser esto la casa temporal de Dios, donde se entra por amor, se reside por fe, y se sale franqueando una puerta en cuyo frontón está la Esperanza, porque el que sale, fácil es que vuelva, y los que permanecen dentro ruegan por su vuelta y la esperan.

-Bonito, bonito a no poder más. (Meditabundo.) ¡Sí, aquí veo una puerta que se llama de la Esperanza.

-Abierta está al costado del Ocaso, y por ella salen los que se cansan de estar aquí y son llamados de la liviandad ruidosa del mundo. La otra puerta, la de la Caridad o del Amor, ábrese al Oriente.

-¿También simbolismo?

-El Oriente es la vida nueva. El Ocaso es una muerte transitoria, de la cual nos consuela la seguridad de la resurrección del día.

Muy bien. Fáltame saber una cosa importante. ¿Y aquí los votos serán perpetuos o temporales?

-Al entrar haranse por cinco años, siendo revocables al expirar este plazo. Pero en el grado segundo, o sea al renovar los votos, hácense perpetuos.

-¿Habrá absoluta incomunicación entre los hermanos y hermanas?

-Absoluta en lo que se refiere a la vida interior. Pero asistirán juntos al culto, y podrán reunirse a ciertas horas en una sala o locutorio donde conversen libremente. ¿A qué ese miedo ridículo a la comunicación?

-No, si yo no he dicho nada.

-Hay además el capítulo o junta general de la comunidad, que se reunirá cuando ocurra alguna duda sobre la aplicación de la regla, y en dicho capítulo tendrán voz y voto las mujeres lo mismo que los hombres.

-¿Y la indumentaria?

-Los hermanos vestirán el traje común eclesiástico fuera y dentro de la casa; las hermanas un hábito semejante al del Socorro. Quisiera que fuese enteramente blanco. Pero eso no es de mi incumbencia decidirlo.

-Pues, compadre Guerra, le diré con franqueza que lo que conozco de su fundación me gusta. No habrá nada, dicho se está, que indique desconocimiento de la jurisdicción ordinaria, nada que disuene dentro de las armonías del catolicismo.

-Cierto; así será. Si diferencias nota usted entre ésta y otras congregaciones poco menos modernas que la mía, son puramente de forma. En lo esencial, quiero parecerme a los primitivos fundadores, y seguir fielmente la doctrina pura de Cristo. Amparar al desvalido, sea quien fuere; hacer bien a nuestros enemigos; emplear siempre el cariño y la persuasión, nunca la violencia; practicar las obras de misericordia en espíritu y en letra, sin distingos ni atenuaciones, y por fin, reducir el culto a las formas más sencillas dentro de la rúbrica; tal es mi idea. Soy un pecador indigno; espero redimirme con la oración, con este trabajo en pro de la humanidad y en nombre de Cristo Nuestro Señor. Mi alma llenose de lepra: de ella me limpiará el amor en su acepción más lata y comprensiva, el amor, que como Dios es trino y uno, quiero decir, múltiple y uno, porque en diversas formas se enciende en el corazón de los humanos, pero es uno en esencia. Fuera distingos: el amor único y soberano vive y alienta en mí. En él hallarán calor todos los desgraciados que me busquen, vengan de donde vinieren.

-Don Ángel, toque usted esos cinco -dijo Casado, estrechándole con efusión la mano-. Todo ello es muy bonito; pero... yo conozco el mundo y le advierto que ha de tener contrariedades, que no ha de faltarle oposición.

-Se vencerá. (Con extraordinaria confianza.) Lucharemos.

-Luchar, ¡ay! Buena falta hace. ¡Estamos tan muertos, espiritual y religiosamente hablando...! Convengamos en que los españoles, los primeros cristianos del mundo, nos hemos descuidado un poco desde el siglo XVII, y toda la caterva extranjera y galicana nos ha echado el pie adelante en la creación de esas congregaciones útiles, adaptadas al vivir moderno. Pero España debe recobrar sus grandes iniciativas.

-Cabal; esa es mi idea. (Con entusiasmo.) Inteligencia soberana la de usted, D. Juan.

-Sí, amigo mío. (Acorde con el entusiasmo del otro.) Esa invasión de hermandades de extranjis es una humillación para nuestro país. Ya me va cargando a mí tanto Sagrado Corazón, tanta María Alacoque, Bernardette, y qué sé yo qué. Sí señor, seamos claros: ¿no es una vergüenza que se haya despertado esa devoción de la Virgen de Lourdes, con romerías estrepitosas que son un río de ofrendas, mientras que nadie les dice nada a nuestras gloriosas advocaciones del Pilar de Zaragoza y del Sagrario de Toledo? ¿Y dónde me deja usted la venerable Guadalupe? Ya que España en todos los órdenes parece moribunda, renazca siquiera en el religioso, en que ha picado tan alto.

-Sí, sí. (Con exaltación.) Parece que soy yo quien habla por esa boca. Concordancia mayor de pensamientos no puede darse. D. Juan, abráceme. Aún no le he mostrado más que una parte de mis ideas. Saldrán a su tiempo las otras, que todavía están fermentando aquí, y espero que las aprobará y hará suyas. Y ahora, compañero, salgamos, que quiero esparcirme un poco y tomar el aire.


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