El Anti-Maquiavelo/XII
La naturaleza ha querido establecer en el carácter de las naciones la misma variedad que observamos en el carácter y en el temperamento de los individuos; variedad, que se estiende infinitamente a todas las cosas creadas. Contribuyen a formar el carácter de una nacion el clima, la estension de su territorio, el número y el jénio de sus habitantes, su comercio, sus costumbres, sus leyes, sus vicios, sus virtudes, su riqueza y sus recursos. Por eso es tan notable la diferencia de gobiernos, mucho mas si se examinan detalladamente; y así como la ciencia médica no posee un específico que convenga a todas las enfermedades ni a todos los temperamentos, del mismo modo la ciencia política no puede prescribir reglas jenerales que sean aplicables a todas las formas de gobierno.
Esta reflexion me lleva a examinar la opinion de Maquiavelo sobre las tropas estranjeras y mercenarias. El autor niega que estas tropas sean útiles a la conservacion de los Estados, apoyándose en varios ejemplos para probar que siempre han causado mas perjuicio que utilidad a las naciones en que han servido.
Es cierto, como lo ha demostrado la esperiencia, que las mejores tropas de un Estado son las nacionales. La valerosa resistencia de Leonidas en las Termópilas, y sobre todo, los rápidos progresos de los Arabes y de los Romanos, son ejemplos que prueban lo que vale el soldado cuando le anima el espíritu de nacionalidad.
La máxima de Maquiavelo podrá, pues, convenir a todo pais bien poblado que produzca suficiente número de tropas para su defensa. Estoy persuadido, como el autor, que los soldados mercenarios no sirven con zelo ni entusiasmo; mientras que los nacionales se animan unos a otros por emulacion y patriotismo. Es además muy peligroso permitir que un pueblo se consuma en la inaccion y en la molicie, cuando sus vecinos cuidan de conservarse aguerridos en los campos de batalla. Mas de una vez se ha observado que cuando un pueblo sale de una guerra civil, es superior en fuerza y en virtudes a sus vecinos; porque en las guerras civiles todos son soldados: el mérito halla ocasiones de distinguirse sin la ayuda del favoritismo: los talentos se desarrollan, y los ciudadanos se acostumbran a obrar con sagacidad y valor.
Hay casos, sin embargo, que están esceptuados de esta regla. Si una nacion, amenazada de guerra, no tiene poblacion suficiente para formar ejércitos capazes de hacer frente al enemigo, se verá obligada a servirse de soldados mercenarios para suplir esta falta. En casos semejantes, un hábil estadista sabe allanar las principales dificultades, que tanto preocupan a Maquiavelo. Dispondrá, por ejemplo, que los estranjeros se hallen mezclados y confundidos con los patriotas, a fin de impedir que formen pandilla aparte; les impondrá la misma disciplina y las mismas condiciones de honor y fidelidad, y cuidará sobre todo que no sean mas numerosos los soldados mercenarios que los nacionales. Ejércitos hay en Europa compuestos de este modo, que no son por eso me nos formidables.
Por otra parte, si se consideran escrupulosamente, los ejércitos europeos están compuestos en su mayor parte de mercenarios; porque, tanto los que cultivan la tierra, como los que habitan holgadamente en las ciudades, quieren mejor pagar un sustituto que ir a la guerra. Así es que los soldados son en jeneral la hez de los pueblos; holgazanes que prefieren la ociosidad al trabajo, o jente licenciosa que cree hallar la impunidad de sus vicios en las filas de la milicia, o cuando mas, jóvenes díscolos que se alistan sin consentimiento de sus padres. Ninguno de ellos tiene mas amor a su rey que el soldado estranjero.
¡Cuán diferentes son estas tropas de aquellos Romanos que conquistaron el mundo! Las deserciones, tan frecuentes hoy dia en los ejércitos europeos, eran desconocidas entre los soldados romanos. Aquellos hombres peleaban por amor de sus familias, por sus dioses Penates, por el pueblo de Roma, por todo lo mas querido de sus corazones, y no pensaban siquiera en hacer traicion a tantos intereses reunidos, desertando cobardemente del puesto del honor.
Lo que contribuye en gran manera a mantener la paz entre los grandes soberanos de Europa es que sus ejércitos están compuestos, poco mas o menos, del modo que dejo dicho; así es que, en este respecto, no se llevan ventaja unos a otros. En Suecia es únicamente donde los soldados son ciudadanos y labradores al mismo tiempo; pero esto es una desventaja, porque cuando salen a campaña, no quedan brazos en el pais para cultivar las tierras, de suerte que, en una guerra dilatada se causarían mas daño a sí mismos que a sus enemigos.
En cuanto a la conducta que deba observar el príncipe en tiempo de guerra, estoy conforme con la opinion de Maquiavelo. Un buen príncipe debe conducir a sus soldados al campo de batalla y sentar sus reales en el centro de su ejército. Así lo exijen su interés, su deber y su gloria; porque, si como majistrado debe juzgar con severidad a sus pueblos, como protector debe defenderlos; y este objeto importantísimo de su ministerio no debe confiarlo a nadie sinó a sí mismo. Es además necesaria su presencia para el buen resultado de las operaciones militares; así podrán sus órdenes ser ejecutadas con rapidez, impidiendo el desacuerdo de los jenerales, que suele ser tan funesto para los ejércitos como perjudicial a los intereses del príncipe; y en fin, habrá mas regularidad en el reparto de municiones, vituallas, equipos y en todo lo concerniente a la administracion militar, sin lo cual un Cesar con cien mil combatientes no podría jamás hacer frente al enemigo. Parece natural que, siendo el príncipe quien declara la guerra, deba tomar a su cargo la direccion de la campaña y comunique a las tropas, con su presencia, la confianza y el valor.
Se me responderá que no todos los príncipes nacen soldados, y que hay muchos que no tienen la capazidad, la esperiencia, ni el valor necesarios para mandar un ejército. Esta objecion es fundada; pero no es insuperable, porque en todo ejército hay jenerales entendidos, cuyos consejos podrá seguir el príncipe. Aun así, la guerra será mejor dirijida que si el jeneral depende de las órdenes de un ministro, incapaz de juzgar desde su bufete de lo que pasa en campaña; lo cual suele ser causa de que los mas hábiles capitanes no puedan aprovecharse de sus talentos.
No quiero concluir este capítulo sin llamar la atención del lector sobre una frase de Maquiavelo, que me ha parecido muy singular. Dice que los venecianos, desconfiando del duque de Carmañola, que mandaba sus tropas, se vieron obligados a quitarlo del mundo. Confieso que no entiendo como se puede quitar del mundo a un hombre, a menos que sea asesinándole o envenenándole. El autor, constante en enseñar el crimen, cree poder convertir en acciones inocentes los hechos mas culpables, con solo suavizar las palabras. Los griegos solían hacer uso de perífrases cuando hablaban de la muerte, porque no podían enunciar tan funesta idea sin estremecerse; y del mismo modo Maquiavelo se vale de mil rodeos cuando quiere preconizar el crimen, porque su corazon, en pugna con su entendimiento, rechaza horrorizado una moral tan execrable. ¡Triste situacion la del hombre que no puede darse a conocer sin avergonzarse, y que se empeña en cerrar sus oidos a la voz de la conciencia.
El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.
Biografía de Maquiavelo * Cartas sobre el Anti-Maquiavelo * Prefacio del Anti-Maquiavelo * Dedicatoria