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El Anti-Maquiavelo/XXIV

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Anti-Maquiavelo (1854)
de Federico II el Grande
Capítulo XXIV
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

La fábula de Cadmo, que sembró los dientes de la serpiente que había vencido, y de ellos nació un pueblo de guerreros que se destruyeron unos a otros, es el emblema de los príncipes de Italia, tales como eran en la época de Maquiavelo. Su perfidia, sus mutuas traiciones fueron causa de su ruina. Lease la historia de Italia de fines del siglo XIV y principios del XV, y se verán las crueldades, las seducciones, las violencias, las alianzas que formaban unos con otros para destruirse mutuamente, las usurpaciones, los asesinatos, en suma, un conjunto de crímenes tan enormes que causa horror solo enumerarlos.

Sí, siguiendo los consejos de Maquiavelo, consiguiéramos desterrar del mundo la justicia y la humanidad, el Universo entero se trastornaría: los crímenes inundarían el Continente trasformándolo en un vasto desierto, y los príncipes Maquiavelistas serían los primeros que se hundirían en el abismo, a ejemplo de los príncipes de Italia, víctimas de su propia barbarie e iniquidad.

La cobardía de aquellos príncipes pudo sin duda contribuir a su desgracia; es cierto que esta fue la causa de la espulsion del rey de Nápoles; pero diga y argumente Maquiavelo cuanto quiera, invente sistemas, alegue ejemplos y gaste en buen hora la sutileza de su entendimiento, siempre tendrá que venir a parar en la justicia; no es posible, en política, hallar otro resultado: la fuerza misma de los sucesos le obligará, a pesar suyo, a reconocer esta verdad.

Yo quisiera preguntar a Maquiavelo qué significan estas palabras suyas, que copio en estracto: «Si el príncipe nuevo (esto es, el usurpador), se da a conocer por las cualidades que dejo dichas, vivirá mas seguro de su trono que si fuese príncipe hereditario; porque los pueblos no hacen caso de antecedentes con tal que hallen conveniencia de actualidad, y, una vez satisfechos, no tienen interés en cambiar de Soberano.» ¿Supone acaso Maquiavelo que, de dos hombres iguales en valor y discrecion, preferirán los pueblos el usurpador al príncipe lejítimo? Esto se opone a las nociones mas vulgares del sentido comun, porque no podría esplicarse la predileccion de un pueblo en favor de un hombre que emplea la violencia para avasallarle, sin tener cualidad alma que le haga preferible al lejítimo soberano. Y si el objeto del autor es colocar al lado de un príncipe sin virtudes un usurpador valiente y lleno de capazidad, debo advertirle que la desigualdad de circunstancias hace nulo su raciocinio; y que aun así, nunca será estimado el hombre que se apodera con violencia del poder, porque una usurpacion es una injusticia y un mal precedente para lo futuro. De un hombre que empieza su carrera cometiendo un crímen, no pueden esperar los pueblos mas que un gobierno violento y tiránico. Si la doncella se prostituye el dia antes de su boda, ¿como podrá el marido vivir seguro de la virtud de su jóven esposa?

Maquiavelo pronuncia su propia sentencia en este capítulo, pues dice claramente que, sin el amor del pueblo, sin la adhesion de los grandes y sin un ejército bien disciplinado, es imposible que un príncipe se sostenga en el trono. La verdad le obliga a rendirle homenaje, asi como los ánjeles malditos reconocen a Dios, aunque le blasfeman. Y ¿qué medios debe emplear el príncipe para captarse ese amor de sus súbditos, que es, segun Maquiavelo, indispensable para su tranquilidad? ¿No es natural que en vez de ser injusto, cruel, tirano y perjuro, sea virtuoso, humano, bienhechor, probo y discreto?

Todo hombre que desempeña un destino o cargo público, por elevado o humilde que sea, necesita ser probo e ilustrado para obtener la confianza de los demas. Los hombres mas corrompidos escojen siempre a un hombre de bien para depositar en él su confianza, asi como los mas incapazes de gobernar, elijen siempre al mas discreto. ¡Pues qué!, cuando el último alcalde de monterilla está obligado a conservar recta y brillante la vara de la justicia, ¿habrá de estar el príncipe solo autorizado para mancharla?

Arranquemos, pues, la máscara a ese escritor político que pasó en vida por grande hombre, y cuyas doctrinas han profesado tantos estadistas, a pesar de haber conocido sus tendencias peligrosas. Las abominables máximas de Maquiavelo, que nadie hasta hoy se ha atrevido a combatir, han formado la base de la educacion de los príncipes, y aun hay ministros que las aplican sin consentir que se les acuse. ¡Dichoso el que pudiese desterrar del mundo el maquiavelismo! Yo he tratado de demostrar la falsedad e inconsecuencia de este pernicioso sistema; ahora toca a los gobernantes convencer al mundo con buenos ejemplos. Ellos deben desengañar a los pueblos de la falsa idea que se han formado de la ciencia política, haciéndoles ver que es el sistema de la sabiduría y no él catecismo de la mala fe. A ellos toca suprimir en el lenguaje diplomático las ambigüedades y sutilezas, reemplazándolas con la sinceridad y el candor, que, a decir verdad, son las cualidades muy raras en los soberanos de Europa. Los reyes deben manifestar con su conducta que ni ambicionan los estados de sus vecinos, ni tolerarán que estos intervengan en el gobierno de sus propios estados. El príncipe que todo lo quiere poseer, es como el hombre voraz que atesta su estómago de viandas, sin pensar que no podrá dijerirlas: el que se contenta con gobernar bien a sus súbditos naturales, es como el que se alimenta con sobriedad, y dijiere facilmente.


El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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