Ir al contenido

El príncipe (1854)/Biografía de Maquiavelo

De Wikisource, la biblioteca libre.
El Príncipe de Maquiavelo: precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. (1854)
de Nicolás Maquiavelo
traducción de Anónimo
Biografía de Maquiavelo
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

BIOGRAFIA DE MAQUIAVELO.[1]


El célebre publicista Nicolas Maquiavelo nació en Florencia el 3 de mayo de 1469 de una familia cuyo orijen se remontaba a los antiguos marqueses de Toscana y particularmente al marqués Hugo, que vivía por el año 850. Los Maquiavelos eran señores de Monte-Sportoli; mas, prefiriendo el derecho de ciudadanos de Venecia, a la conservacion inútil de unas prerogativas que la república naciente les disputaba todos los dias, se sometieron a sus leyes para alcanzar empleos en la alta majistratura. Esta familia fué una de las del partido Güelfo, que abandonaron a Florencia en 1260 después de la derrota de Monte-Aperti. Mas tarde, vuelta a su patria, dió trece gonfalonieros de justicia y cincuenta y tres priores, dignidades entonces consideradas como las mas importantes de la república.

El padre de Maquiavelo era jurisconsulto, y el estado de su fortuna no muy lisonjero. Su madre amaba la poesía y hacía versos con facilidad.

Dícese que en 1494 se puso bajo la direccion del sabio Marcello di Virjilio, profesor de literatura griega y latina y traductor de Dioscorides, y otros aseguran que fué su amanuense. Cinco años después, cuando apenas tenía 29, fué preferido entre cuatro opositores para la plaza de canciller de la segunda cancillería de signori. Muy luego fué nombrado secretario del Oficio de los Diez majistrados de libertad y paz, que constituía el gobierno de la república, y estuvo desempeñando este destino catorce años y cinco meses, hasta el advenimiento de la dinastía de los Médicis, que lo destituyó. Su ocupacion ordinaria en este empleo era la correspondencia oficial que exijía la política esterior e interior, la redaccion de las actas de las sesiones y la de los tratados internacionales. Pero como el gobierno florentino conoció luego los talentos de Maquiavelo, no tardó en estender sus atribuciones, encargándole sucesivamente de veinte y tres legaciones estranjeras y frecuentes comisiones cerca de las ciudades dependientes de la república. Las mas notables fueron las de Roma, Jénova y Francia. En 1511 tuvo la cuarta legacion en Paris cerca de Luis XII; y, si no pudo asegurar la independencia de su patria, nadie puede negarle la gloria de haber trabajado en esta noble empresa con todo el poder de su jenio y sus relaciones. Atemorizado por los males que amenazaban a su pais, y reconociendo que uno de los mayores embarazos de las circunstancias era la supuesta necesidad de confiar la seguridad del Estado a manos mercenarias, que inspiraban miedo mas que seguridad, imajinó sustituir a las tropas venales con milicias sacadas del seno de la nacion, medida entonces nueva y atrevida, que aconsejó y ejecutó por sí mismo.

Pero el furor de los partidos estaba en grande efervescencia; el papa y el emperador querían restablecer a los Médicis, y el momento era favorable. Florencia se veía gobernada por el gonfaloniero Soderini, hombre presuntuoso y sin convicciones, que se había unido obstinadamente a la Francia, sin conocer que esta potencia no podría favorecerle. Maquiavelo decía, haciendo alusion a esta política: « La buena fortuna de la Francia nos ha costado la mitad de la nacion, y su mala fortuna nos hará perder la libertad. » La prediccion no tardó en realizarse; pues así que las armas francesas perdieron su superioridad en Italia, todas las tempestades se desataron sobre Florencia, que abrió al fin sus puertas a los Médicis. Esta revolucion produjo la ruina del gonfaloniero y causó tambien la caida del secretario. El nuevo señoría lanzó contra él dos decretos: el primero, deponiéndole, privando y despojándole de sus oficios de secretario de la cancillería de los Diez majistrados de libertad y paz; y el segundo, desterrándole por un año de la ciudad de Florencia, sin salir de su territorio, bajo pena de la indignacion del señoría. Verdad es que este rigor se mitigó luego, permitiéndole entrar en el palacio del señoría en diferentes ocasiones; por lo que llegó a sospecharse que andaba en tratos con los Médicis, y que no estaba completamente alejado del nuevo gobierno.

Sea de esto lo que quiera, no tardó en correr graves peligros por haber sido acusado de complicidad en la conspiracion formada por Capponi y Boscoli contra el cardenal de Médicis, después Leon X. Fué preso, y se le aplicó el tormento, con cuyo motivo decía él mismo: « He estado próximo a perder la vida, que solo Dios y mi inocencia han salvado. » Esta persecucion duró hasta el advenimiento de Leon X, que le comprendió en una amnistía. Durante su encierro, buscó el alivio de su suerte en el estudio y las letras, siendo entonces cuando escribió sus obras mas conocidas: El Príncipe, los Discorsi dell Arte della guerra, las historias y las comedias, que son consideradas como uno de los principales monumentos de la literatura moderna. Leon X hizo mas, pues a la muerte de Lorenzo de Médicis llamó a Maquiavelo, y le consultó sobre los medios de reformar la administracion; en 1521 le confió una mision cerca de los frailes menores de Carpi; en seguida recibió órden de fortificar de nuevo la ciudad, y de tratar varios asuntos con Francisco Guicciardini, gobernador en la Romanía; y después fué empleado en el ejército de la Liga contra Carlos V, que fué la última ocupacion notable de su vida.

Vuelto a Florencia a fines de mayo de 1527, quiso tomar un medicamento en que tenía gran confianza para sus dolencias del estómago; y bien pronto, sorprendido por violentos cólicos, espiró (el 22 de Junio) a la edad de 58 años, después de haber recibido los socorros espirituales.

Fué enterrado en la iglesia de Sta. Cruz, en el panteon de su familia, donde reposó mas de dos siglos sin distincion alguna, hasta que lord Nassau Clavering, conde de Cowper, removiendo sus frias cenizas y protejiendo la ereccion de un monumento, enseñó a Florencia que tenía la gloria de haber producido un hombre de que se habría gloriado la sabia Grecia y la política Roma. Este monumento, colocado en la iglesia de Sta. Cruz, es obra de Inocente Spinazzi y lleva esta inscripcion: Tanto nomini nullum par elogium, Nicolaus Macchiavelli obiit. a. p. v. MDXXVII. Una figura representando a la vez la Política y la Historia, con los atributos de las dos ciencias, tiene en la mano derecha un bajo relieve con el busto de Maquiavelo.

Era de una estatura regular, color algo verdoso, y fisonomía espresiva, que anunciaba la fuerza de su espíritu. En la conversacion era gracioso y sencillo, y en la réplica pronto y picante. Hablando un dia con Claudio Tolomeo le dijo este: « En Florencia son los hombres menos ilustrados que en Siena, escepto vos; » y Maquiavelo le respondió: « En Siena los hombres son mas necios, sin esceptuaros a vos. » Haciéndole notar un dia que había enseñado a los príncipes a ser tiranos, respondió: « Yo he enseñado a los príncipes a ser tiranos, pero tambien he enseñado al pueblo a destruir los tiranos. »

Muchos escritos del secretario florentino son mirados como producciones estimables de un talento superior, y otros son considerados como perniciosos y llenos de abominables doctrinas. En el número de estos últimos se cuentan Il modo tenuto da Valentino, etc., apolojía del duque de Valentino, cuando hizo asesinar a Vitellazo-Vitelli, el tratado del Príncipe y algunas opiniones sembradas en los Discursos sobre Tito Livio. Los siete libros de la guerra suponen en Maquiavelo un estudio profundo de la ciencia militar, que un escritor italiano encuentra, no solamente maravilloso en un hombre dedicado a las ocupaciones civiles, sinó estraordinario en un viejo jeneral. Segun el autor del prefacio de la edicion de 1813, Maquiavelo había adquirido este profundo conocimiento meditando sobre las operaciones de los antiguos romanos, que, sin contradiccion, son mirados como los primeros maestros del arte. Federico II puso en práctica algunos de sus preceptos, y en Francia hay una obra titulada: Instruccion sobre materias de guerra, estractada de los libros de Polivio, Frontin, Vegecio, Maquiavelo y muchos otros buenos autores, Paris, 1553. Los Discursos sobre Tito Livio, escritos en 1516, en la época de su desgracia, encierran un estudio profundo de este célebre historiador y de Tácito, pudiendo decirse que aprendió con este a leer y esplicar a Tito Livio. La Storie fiorentine, en que el autor describe además los acontecimientos que destruyeron el imperio romano, es una composicion admirable, que da a Maquiavelo un lugar entre los grandes historiadores, de tanto mas valor, cuanto los mismos antiguos nada habían dejado para modelo en este jénero. Bossuet la colmaba de elojios. El carácter del estilo de Maquiavelo, sobre todo en la Storie y en la Vida de Castruccio Castracani, es elegante y sencillo, lleno de gracias sin artificio, agradable sin insipidez, claro sin ser difuso, y conciso sin oscuridad y sin pretensiones de misterioso.

Aun cuando la celebridad de Maquiavelo sea como político, tambien tiene derecho a un puesto honroso entre los autores dramáticos. La Mandragola, segun Voltaire, le coloca sobre Aristófanes. Compuso además la Clicia, la Máscara, el Andria, etc., la graciosa novela de Belphegor y el Asino d' oro e I Capitoli, que recuerdan el estilo de Dante. Leyéndolas, es apenas concebible como un hombre tan profundamente versado en los cálculos políticos, ha podido entretenerse, y con tanto brillo, con las musas, adquiriendo laureles en el jénero épico y en el lírico.

Pero la obra de Maquiavelo que mas ha escitado la atencion universal es el tratado del Príncipe, reimpreso varias vezes en todos los idiomas europeos. Jamás libro alguno fué mas combatido, ni dió márjen a mas opuestos pareceres: unos vieron en él un código de la tiranía, mientras otros supusieron que habia sido inspirado por el deseo de hacerla mas odiosa. Rousseau, que es de esta opinion, llega a decir en su Contrato social que « El Príncipe es el libro de los republicanos. » Voltaire, por el contrario, se esplica así en una carta dirijida al príncipe real de Prusia (luego Federico II) el 20 de mayo de 1738: « La primera cosa de que tengo que hablaros es del modo con que juzgais a Maquiavelo. ¿Cómo no os indignaríais con su lectura como os indignais contra mí porque he elojiado el estilo de ese malvado? Los Borgias, padre e hijo, y todos los pequeños príncipes que tenían necesidad de crímenes y de sangre para elevarse, pudieron estudiar esa política infernal; pero es propio de un príncipe como vos detestarla con todos vuestros sentidos. Ese arte, que debe colocarse al lado del de los Locustos y Brinvillers, ha podido dar a algunos príncipes una soberanía pasajera como la herencia que debe procurarse con el veneno; pero nunca ha podido hacer grandes hombres, ni hombres dichosos. ¿Sabeis a donde puede llegarse con esa política desastrosa? A la perdicion de todos y a la perdicion propia. Decid si puede ser ese el catecismo de vuestra bella alma. » El príncipe contestó a este homenaje lisonjero, con algunas frases eminentemente francesas y las mas apropósito para escitar la mas viva satisfaccion en el corazon de Voltaire: « Lo que he meditado contra el maquiavelismo es precisamente una continuacion de la Henriada. Sobre los grandes sentimientos de Enrique IV he forjado el rayo, que aniquilará a César Borgia. » En efecto el jóven Federico escribió un libro, sobre el cual le decía Voltaire el 27 de diciembre: « Habeis escrito un libro digno de un príncipe, y yo no dudo que una edicion del Maquiavelo con ese contraveneno al fin de cada capitulo, será uno de los mas preciosos monumentos literarios. El Anti-Maquiavelo debería ser el catecismo de los reyes y de los ministros. » No seguiremos haciendo mencion de la infinidad de críticas y de apolojías, de acusaciones y de elojios que se han prodigado en todos los idiomas a Maquiavelo; limitándonos a presentar un juicio difícil de refutar. Este juicio es del mismo secretario florentino: después de concluir su tratado del Príncipe, escribía a su amigo Francisco Vettori una carta, que se encuentra en la biblioteca Barberini de Roma, y que trasladamos íntegra a continuacion, copiada del mismo manuscrito orijinal, porque, valiéndonos de la frase de Buffon, la carta es Maquiavelo mismo: «Magnífico señor: las gracias divinas no fueron jamás tardias [2]. Digo esto, porque me parecía estar, sinó olvidado, al menos, apartado de vuestra amistad. Mucho tiempo habeis guardado silencio, y he procurado adivinar la causa, sin poderla encontrar en las razones que se me ofrecían; solamente imajinaba que los deseos de escribirme habían desaparecido de vos, sin duda porque no me creíais fiel depositario de vuestras cartas, que solo han visto con mi consentimiento Felipe y Pedro. Vuestra carta del 23 me ha consolado, y estoy lleno de placer viendo con que órden y con que calma ejerceis vuestra dignidad. Yo os ruego continueis así, porque el abandonar sus placeres por los ajenos, pierde los suyos sin disfrutar nada con los de otros, y puesto que la fortuna quiere hacerlo todo, debe dejársela obrar tranquilamente y sin fatigarla, esperando solamente el dia en que deje algo que hacer a los hombres. Entonces tendreis mas cuidados, tendreis que dedicaros a los negocios, y yo saldré de mi retiro para deciros: ¿quereis mis servicios? Yo no puedo, sin embargo, deciros en esta carta sinó cual es mi vida, y si juzgais que puede cambiarse con la vuestra, estaré contento con ella. Yo me estoy en este retiro, desde los últimos acontecimientos, habiéndolo abandonado solamente para ir a Florencia el 20 de junio. Me levanto con el dia, visito mis gallinas, y después me marcho con mis libros bajo el brazo, semejando a Geta [3] cuando vuelve con los libros de Amfitrion. Me voy a un bosque que he comprado, y paso las horas con los trabajadores, que siempre tienen pendiente alguna disputa, bien entre ellos, bien con los vecinos. Mucho podría deciros sobre este bosque, pues me han sucedido sobre él mil cosas con Frosino de Panzano y con otros que lo querían. Frosino, por ejemplo, me ha cojido una porcion de madera, sin decirme una palabra, para el pago, segun dice, de diez libras que le debo y que me ganó en casa de Antonio Guicciardini jugando a la cricca [4]. Comenzé a darme al diablo, y quise acusar de ladron al pilluelo que me había mandado; pero Juan Maquiavelo ha mediado, y nos ha puesto en paz. Mientras soplaba esta tramontana Bautista Guicciardini, Felipe Ginori, Tomás del Bene y otros, me han pedido tambien su parte, de modo que llegará dia en que tenga que decir Ya no tengo bosque. Cuando salgo de él, me dirijo a la fuente con el libro que llevo, que suele ser el Dante, Petrarca o alguno de los mas célebres poetas; leo sus amores y sus apasionadas ternuras, recuerdo los mios, y me complazco algun tiempo con los pensamientos que me sujieren. Vuelvo en seguida al pueblo, y me voy á la posada, donde hablo con todos, y les pido noticias de su pais; oigo diferentes cosas, y encuentro diferentes gustos y diversas imajinaciones. Cuando llega la hora de comer lo hago con mi brigada, segun mi pobre campo y mi escaso patrimonio me lo permiten. Después de haber comido, vuelvo a la posada, donde encuentro al mesonero, al buhonero, un molinero y dos albañiles, con los cuales me encanallo jugando a la cricca y al trictrac, de donde nacen mil disputas y quimeras, acompañadas de palabras injuriosas, cuyo asunto suele ser un ochavo, y por el cual nos oye gritar todo San Casiano. Metido en tal villanía, impido a mi cerebro que se envanezca, y escito la malignidad de la fortuna, satisfecho de que me haya colocado tan abajo para ver si se avergüenza de verme así. Llegada la noche, me vuelvo a mi casa y entro en mi gabinete; a la puerta me despojo de este vestido de paisano lleno de barro o de polvo, y equipado con traje limpio y de etiqueta, me acerco a los círculos de los hombres antiguos. Acojido por ellos con amor, me lleno de este alimento, el único que me conviene y para el que he nacido; no temo conversar con ellos y pedirles razon de sus acciones, y ellos llenos de humanidad me contestan. Durante cuatro horas no siento, olvido todas las penas, me separo de la pobreza, y ni aun me espanta la muerte; me adhiero a ellos completamente, y como Dante dice que no se tendrá ciencia si no se retiene lo que se haya oido, yo he notado que tenía un capital en sus conversaciones, y he compuesto una obra sobre los principados, estendiéndome lo mas que he podido por el profundo conocimiento que he adquirido del asunto. Examino lo que es un principado, en qué consiste, y sus especies; como se adquieren, como se conservan y como se pierden. Si alguna vez os han agradado mis caprichos, este seguramente no os desagradará: debe ser grato a un príncipe, y sobre todo a un príncipe nuevo. Por eso lo he dedicado a la magnificencia de Julian. Felipe Casavecchia ha visto mi tratado, y podrá instruiros detalladamente de lo que es y de las discusiones que con él he tenido y segun las que, como siempre, he hecho algunas correcciones. Vós deseais, magnífico embajador, que yo deje mi vida actual para gozar la vuestra: de buena gana lo haría; mas me retienen, sin embargo, ciertos asuntos que no podré terminar hasta dentro de seis semanas. Lo único que me tiene indeciso es que tendré que hablar a Soderini; y sentiría que, en lugar de volver a mi casa, me hicieran descender a una prision, porque, sin embargo de que el Estado tiene sólidos fundamentos, es nuevo y por consiguiente movedizo, y nunca faltará algun intrigante que, por conseguir un buen escote, me haga pagar a mí. Os ruego me libreis de este temor, y de cualquier manera yo iré a veros en el tiempo dicho. He hablado con Felipe acerca de mi opúsculo (el Príncipe) y le he preguntado si le parecía bien que lo diese a luz o que no lo diese, y en caso de darlo, si convendría mejor que yo lo llevase o que os lo mandase. El dejarlo de publicar me hacía pensar naturalmente que Julian no lo leería, y que Ardinghelli se honraría con este último de mis trabajos. La necesidad es lo que me obliga a darlo, porque me arruino, y no puedo estar así mucho tiempo sin que la pobreza se me haga insoportable. Yo desearía que esos señores Médicis empezasen a emplearme, aun cuando fuera en hacer rodar una piedra; y si no alcanzase su benevolencia, me quejaría de mí mismo. Por esta produccion, si fuera elojiada, se vería que durante quince años que he pasado estudiando el arte de gobernar, no he perdido el tiempo en dormir y divertirme, y todos pagarían por adquirir la esperiencia a costa del prójimo. No deberían dudar de mi fé, porque, habiéndola guardado siempre, mal puedo aprender ahora a romperla. El que ha sido fiel y bueno durante 43 años (esta es mi edad) no debe cambiar ya de naturaleza. Mi indijencia atestigua mi fidelidad y honradez. Yo desearía que me escribieseis sobre este punto, y me recomiendo a vos. Sed dichoso. —10 de octubre de 1513, Florencia.—Nicolás Maquiavelo.-

Esta carta no necesita comentarios ni esplicacion. En ella pinta Maquiavelo el estado de su alma, su despecho, su miedo a la miseria, su vergüenza del estado mas que despreciable a que estaba reducido: el lector atento en contrará en ella la clave del Príncipe. Los literatos italianos no juzgan esta obra sin citar su carta a Vetori. Puede consultarse acerca de este punto y sobre otros importantes la escelente disertacion del caballero Baldelli. Tampoco debe olvidarse que el Príncipe fué impreso con un privilejio del papa Clemente VII, dado el 20 de agosto de 1531. En fin, en la dedicatoria de la misma obra se encuentran estas significativas palabras: «Y si al mismo tiempo os dignais bajar la vista a estas rejiones y considerar el miserable estado a que me veo reducido, conocereis, señor, cuan severa e implacable ha sido conmigo la fortuna.»

Sin embargo, no todo es igualmente reprensible en este libro; pues a menudo se hallan las máximas mas opuestas. En el artículo VII, por ejemplo, al paso que pone por modelo al abominable Borgia, le dice: «vos no podeis llamar virtud a degollar a sus conciudadanos, vender a sus amigos, vivir sin fe, sin piedad, sin relijion: esto podrá dar un reino; pero no gloria; y en el capítulo VIII ataca con vigor las confiscaciones.»

Pero, con todo, nosotros encontramos muy justas las observaciones que sobre la obra y su autor hace un escritor moderno. «Su vida, dice, fué por demás licenciosa y estravagante, señalándose siempre entre los amigos de la disipacion y haciendo el amor aun a una edad muy avanzada. Le escribían de Florencia: Como no estais aquí, ya no se trata de juegos, tabernas, mujeres y demás pasatiempos. Era, sin embargo, individuo de las hermandades mas devotas de Florencia; y con motivo de la fiesta de una de ellas, predicó una vez un sermon lacrimoso, tomando por testo el De profundis, y concluyó exhortando a sus oyentes a que hicieran penitencia e imitasen a San Francisco y San Jerónimo. Tal vez al acabar de predicar de esta manera iba a cantar a la reja de su querida alguna cancion lasciva. Un hombre de estas cualidades no puede ser, como algunos han querido, un republicano ardiente y severo, sinó un escritor eminente, que, como tantos otros, vendía su injenio al que mejor se lo pagaba, para poder entregarse a su vida de licencia o libertinaje.

Con la intencion sin duda de abrirse el camino de los honores y de ganarse la confianza de Julian de Médicis, fué por lo que escribió su tratado del Principe, destinado a indicarle por qué medios puede conservarse un poder nuevo. Su libro está lleno de una sabiduría enteramente romana, llena de egoismo y de una lójica inexorable, fundada siempre en la necesidad de conservacion. «El tirano debe tener siempre en la boca las palabras de clemencia y relijion; pero no debe inquietarse por faltar a ellas cuando lo exija su interés. Las crueldades son necesarias muchas vezes, porque el objeto de un gobierno es durar, y esto no es posible sinó con la ayuda del rigor.» Nada mas lójico ni necesario en el arte de gobernar de aquella época; pero nada mas inmoral ni vituperable a los ojos de la razon, de la humanidad y de la filosofía, hoy que la ciencia del gobierno tiende por todas partes a establecerse sobre los principios salvadores del cristianismo: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Los que han imajinado que Maquiavelo escribió su libro irónicamente, con el objeto de hacer odiosa a los pueblos la autoridad y el poder de uno solo, como hizo Sunderland con Jacobo II, o no han visto del Príncipe mas que el título y desconocen enteramente la historia de aquel tiempo, o han escuchado mas el sentimiento humano que la verdad de las cosas y su union. Maquiavelo no trató mas que de reasumir en máximas y observaciones el arte de gobernar de entonces. Sus máximas son pinturas fieles de la época, y fuera de que un fin humanitario y liberal estaba en contradiccion con su vida, sus amistades y carrera, le hubiera sido tambien imposible desarrollarlo en aquellos tiempos bajo la forma del Príncipe, porque nadie le hubiera comprendido. La traicion y la perfidia, la mala fe y los torpes manejos, eran medios de gobierno admitidos entonces por todos los Estados. La política no era la ciencia de los derechos; apoyábase en los hechos, en las prácticas; era el arte de dominar, con honradez o sin ella, de sostenerse a todo precio. Entre los reyes y pontífices de aquel siglo, lo mismo que en los siglos anteriores, el arte de gobernar no enseñaba mas que los medios de evitar la astucia con la astucia y un asesinato con otro. ¿Y como Maquiavelo, el hombre licencioso y escéptico, que ya servía a la república florentina, ya se vendía a los Médicis y los abandonaba en su desgracia para obtener empleos del nuevo gobierno; cómo el amigo de los príncipes, el compañero de mesa de los magnates, había de encerrar bajo tan vil carácter el corazon de un republicano? ¿Donde hay una sola frase de su libro en que se halle manifiesta la ironía? ¿Y porqué se ha de querer disculpar del justo y verdadero castigo que le ha impuesto la posteridad al confidente de los políticos abyectos, de los traidores a su patria, al libertino, que consideraba como el colmo de la miseria el vivir humilde y oscuro; que adula a Leon X, a Clemente VII y al incapaz Lorenzo; que, puesto en el tormento, canta las alabanzas de sus opresores, hoy los adula y mañana los insulta; y todo por una mesa espléndida y unas cuantas queridas? De todas las prostituciones ninguna mas repugnante que la del jenio que se vende a la maldad por un puñado de oro.




  1. Está tomada casi literalmente del gran diccionario biográfico publicado por Michaud.
  2. Petrarca: Triunfo de la Divinidad, verso 13.
    Ma tarde non fur mal gracie divine.
  3. Personaje de una comedia de Terencio.
  4. Juego de naipes parecido a la treinta y una española.

El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

Biografía de Maquiavelo * Cartas sobre el Anti-Maquiavelo * Prefacio del Anti-Maquiavelo * Dedicatoria