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El príncipe (1854)/Capítulo IX

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El Príncipe: precedido de la biografía del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España (1854)
de Nicolás Maquiavelo
traducción de Anónimo
Capítulo IX
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CAPITULO IX.

De los principados civiles.

El otro modo de adquirir la soberanía, sin emplear la traicion ni la violencia, consiste en hacerse uno príncipe de su pais mediante el favor y ayuda de sus conciudadanos; por lo que a esta especie de principados puede darse el título de civiles. Su adquisicion no siempre supone en el favorecido singular mérito ni una felizidad estraordinaria, sinó mucha maña y el aprovechamiento pleno de una ocasion favorable. Asciéndose, digo, a la majistratura suprema del pais, o a esta soberanía, por la voluntad del pueblo, o por el apoyo de los grandes; porque de estos dos elementos se derivan los diferentes partidos que pueden dividir un estado. Nace el uno de la aversion del pueblo al gobierno opresivo de los nobles, y el otro del deseo que tienen estos de gobernar al pueblo y de oprimirle; resultando de la diversidad de miras e intereses encontrados una lucha, que al fin trae, ya el gobierno de uno, ya el de muchos, ya la licencia y la anarquía.

El principado procede del pueblo o de los grandes, segun lo decide la fortuna; porque cuando los nobles se ven estrechados por el pueblo con esceso, suelen encontrar el medio mas facil de subyugarlo, tomando por caudillo a alguno de su jerarquía y dándole el nombre de príncipe, para satisfacer bajo la sombra de una autoridad reconocida, la necesidad que tienen de dominar; y tambien el pueblo por su parte, y por no ceder a su enemigo, toma a las vezes el partido de oponerle un plebeyo, en quien igualmente espera apoyo y proteccion.

Con mucho trabajo se sostiene en el principado el que asciende a tanta dignidad por favor de los nobles; porque suele hallarse rodeado de hombres, que, creyendo ser todavía iguales suyos, con dificultad se someten a su autoridad; mas aquel a quien el pueblo eleva por su gusto, campea solo, y con dificultad encuentra entre los que andan a su lado quien se atreva a oponerse a su voluntad.

Es además muy fácil contentar al pueblo sin cometer injusticia, y no lo es tanto contentar a los grandes; porque estos quieren ejercer la tiranía, y el pueblo se limita a evitarla. Por otra parte, puede un príncipe sin mucho trabajo contener en los límites de su deber a los nobles que le son contrarios, por ser corto su número; pero ¿cómo podrá estar seguro de la obediencia y de la fidelidad del pueblo, si llega este a separar sus intereses propios de los del príncipe?

No cabe duda en que el príncipe se verá pronto abandonado de un pueblo que no le tuviere afecto, como lo sería tambien, por los grandes contra cuyo gusto gobernara. Unos y otros van conformes en esto; pero debe el príncipe tener entendido que los grandes, sabiendo calcular mejor y sacar mas partido de las circunstancias favorables, al primer reves que esperimente de la fortuna, le volverán la espalda para servir y hacerse gratos al vencedor. Por último, cuente el príncipe con que tiene que vivir siempre con el mismo pueblo, y no con los mismos nobles, a quienes puede a su arbitrio elevar o abatir, colmar de favores o de desgracias. Mas, a fin de ilustrar cuanto sea posible la materia, paso a examinar los dos aspectos bajo que debe el príncipe mirar a los grandes, para conocer si están o no enteramente unidos a su causa. Aquellos que dan pruebas de adhesion y celo hacia el príncipe, deben ser honrados y queridos, siempre que no sean hombres entregados al robo. Entre los que rehusan mostrar demasiado interes por la fortuna del príncipe, habrá algunos que se conduzcan mal por debilidad y cobardía, y otros habrá que lo hagan por cálculo y por miras de ambicion. Procure, pues, el príncipe sacar el partido que pueda de los primeros, especialmente si tienen facultades, porque esto cederá siempre en honra suya durante la prosperidad; y cuando el tiempo fuere adverso, rara vez serían temibles los hombres de semejante caracter: pero desconfie tambien de los otros, como de enemigos suyos declarados, que no se contentaran con abandonarle, si la fortuna le fuese contraria, sino que luego podrían tomar las armas contra él.

Un ciudadano que asciende al principado civil por el favor del pueblo, debe cuidar mucho de conservar su afecto, lo que es facil siempre, como que el pueblo no quiere mas que no ser oprimido; pero aquel que llega a ser príncipe por la ayuda de los grandes y contra el voto del pueblo, debe ante todas cosas procurar ganarse la voluntad de este último, y lo conseguirá protejiéndole contra los que intenten dominarle. Cuando los hombres reciben beneficios de la mano misma de que esperaban agravios, se aficionan a su dueño con mas eficazia; y así el pueblo sometido a un príncipe nuevo, que se declara luego bienhechor suyo, se le aficiona todavía mas que si él propio le hubiera espontaneamente elevado a la soberanía. Infiérese, pues, de estoque el príncipe puede granjearse la benovolencia del pueblo por diversos medios; de los cuales sería inútil hablar aqui circunstanciadamente, en atencion a la dificultad de dar una regla fija y aplicable a las diferentes circunstancias. Solo diré que el príncipe necesita ganarse la voluntad del pueblo, si ha de contar con algun recurso en su adversidad.

Cuando Nabis, príncipe de Esparta, se vió acometido por el ejército victorioso de los Romanos y por los otros estados de la Grecia, solamente tuvo un corto número de enemigos interiores que contener durante el peligro; y de este modo pudo con facilidad defender su patria y su estado; pero ciertamente hubiera sido muy contrario el éxito, habiendo tenido al pueblo por enemigo.

En vano se opondría a mi opinion el manoseado proverbio que dice: Contar con el pueblo es lo mismo que escribir en el agua. El dicho podrá ser cierto respecto a un ciudadano que lucha con enemigos poderosos o contra la opresion de los majistrados, como sucedió a los Gracos en Roma, y a Gregorio Scali en Florencia; pero a un príncipe que no le falta valor y cierta maña, que, lejos de abatirse cuando la fortuna le es contraria, sabe, tanto por su firmeza como por las disposiciones acertadas que toma, mantener el órden en sus estados, jamás le pesará de haber podido contar con el afecto del pueblo.

Un príncipe corre a su ruina cuando quiere llegar a ser absoluto, especialmente si no gobierna por sí mismo; porque entonces depende de aquellos a quienes ha confiado su autoridad, los cuales, o rehusan obedecerle al primer movimiento que se deja sentir, o tal vez se sublevan contra él; y en este caso no es ya tiempo de pensar en hacerse absoluto, lo uno, porque no sabrá de quien fiarse, y lo otro porque ciudadanos y súbditos estan acostumbrados todos a obedecer a los majistrados, y no se acomodarían a reconocer otra autoridad. Es tanto mas embarazosa la situacion del príncipe en tales circunstancias, cuanto que no puede servirle de regla el estado que tienen las cosas en los tiempos ordinarios, y cuando todos sin cesar tienen que recurrir a su autoridad; porque entonces no hay nadie que no se reuna presurosamente a él, y que no se manifieste dispuesto a morir en su defensa, como que se halla lejos la muerte de que se habla; pero durante los reveses de la fortuna, presentándose la ocasion oportuna de prestar tan oficioso servicio, esperimenta el príncipe de parte del pueblo, y demasiado tarde por su desgracia, que aquel ardor era poco sincero: esperiencia tanto mas triste y peligrosa, cuanto que suele hacerse dos vezes.

Un príncipe sabio debe, por consiguiente, conducirse de modo que en todo tiempo y en cualquier trance estén persuadidos sus súbditos de que le necesitan y no pueden pasar sin él; esta será siempre la mejor garantía del celo y de la fidelidad de los pueblos.



El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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