El Anti-Maquiavelo/XXV

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El Anti-Maquiavelo (1854)
de Federico II el Grande
Capítulo XXV
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

La cuestion de la libertad orijinal del hombre es un problema que hace perder el juicio a los filósofos, y que ha provocado mas de una vez el anatema de los teóiogos. Los partidarios de la libertad dicen que, si el hombre no es libre, fuerza es creer que sea Dios quien obre por ellos; y por consiguiente, Dios es quien se vale del nombre para cometer el robo, el homicidio y todos los demas crímenes; lo cual se opone a la idea que tenemos formada de S. S. Ademas, si fuese cierto que el Ser Supremo es padre de todos los vicios e iniquidades que en el mundo se cometen, no habría ya criminales que castigar, porque no existirían ni el crimen ni la virtud; y como es imposible examinar esta horrorosa doctrina sin echar de ver su falsedad y sus contradicciones, no nos queda mas recurso que declararnos en favor de la libertad del hombre.

Por otra parte, los sectarios del sistema de la predestinacion dicen que Dios sería mas imperfecto en su naturaleza que un operario ciego, si, despues de haber creado el mundo, ignorase lo que debía pasar en él. Un relojero, dicen, conoce la accion de la rueda mas pequeña de un relój , porque sabe el movimiento que le imprimieron sus manos y el uso a que la destinó cuando fue fabricada; ¿ y se quiere que Dios, ese Ser infinitamente sabio, sea un simple espectador curioso e impotente de las acciones del hombre? ¿Como es posible que el Creador, que puso tan admirable órden en todas sus obras, sujetándolas a ciertas leyes constantes e inmutables, haya reservado al hombre solo la independencia y la libertad? ¿No es esto decir que el capricho de los hombres, y no la Providencia, es quien gobierna el mundo? ¿Cuál es el autómata; el Creador o la criatura? Natural es que lo sea el hombre, en quien reside la flaqueza, y no Dios, en quien residen la fuerza y el poderío. La razon y las pasiones, son pues, cadenas invisibles, con las cuales la Providencia gobierna y conduce al jénero humano, a fin de que sus acciones todas cooperen a provocar los acontecimientos que dispuso su eterna sabiduría.

De modo que, por huir de un escollo, tropiezan los filósofos con otro, empujándose mutuamente hacia el abismo del error; mientras que los teólogos pinchan, cortan y tenazean en la tinieblas a los que caen bajo su férula, y se escomulgan unos a otros devotamente por pura caridad. Estos furiosos escolásticos se pelean como los romanos y los cartajineses: cuando estos veían que las tropas romanas amagaban al África, llevaban ellos la guerra a Italia; y cuando los romanos vieron a Anibal próximo a llamar a las puertas de Roma, enviaron las lejioñes a sitiar a Cartago. La índole de les solistas se asemeja mucho al carácter nacional de los soldados franceses: son muy buenos para atacar, pero muy malos para defenderse. Por esto aseguraba un decidor chistoso que Dios era el padre de todas las sectas, porque a todas había dado armas iguales, repartiendo entre ellas, por iguales partes, la razon y el desvarío.

Maquiavelo ha querido desenterrar del campo de la metafísica este antiguo problema de la libertad y la predestinacion del hombre, para trasportarlo al terreno de la política, sin tener en cuenta que estas materias son enteramente estrañas a su asunto. El hombre político debe tratar de aguzar su penetracion a fin de obrar o escribir con prudencia; y poco le atañe averiguar si existe o no en el hombre el libre alvedrío, o si la casualidad y la fortuna son arbitros de los destinos del jénero humano.

Fortuna y casualidad son palabras vacías de sentido, que sin duda deben su oríjen a la ignorancia de los hombres, que han designado con nombres vagos e inciertos los efectos cuyas causas desconocen. Así es que, cuando hablamos de la fortuna de Cesar, aludimos a las circunstancias y coyunturas que favorecieron los designios de aquel hombre ambicioso; del mismo modo, que al hablar del infortunio de Caton, queremos dar a entender las desgracias que sobrevinieron, y aquella multitud de contratiempos cuyos efectos aparecieron con tal rapidez en pos de sus causas, que toda la prudencia de Caton no bastó a preverlos ni a combatirlos.

Lo que entendemos por casualidad se esplica por el juego de los dados mejor que con cualquier otro ejemplo. La casualidad hace que los dados, al caer sobre el tapete, marquen doce puntos en vez de siete, o siete en vez de doce. Para descomponer este fenómeno físicamente, sería necesario que nuestra vista fuese tan penetrante que pudieramos ver la posicion de los dados cuando entran en el tubo de carton, los movimientos de la mano que los sacude, las vueltas que dan, etc.: todas estas causas, en conjunto, constituyen lo que llamamos casualidad. Pero las facultades del hombre son muy limitadas, y por eso no podremos nunca prever los golpes de la fortuna. Cuanto mas aguze el hombre su entendimiento, tanto mas se acercará a la resolucion de los problemas de la casualidad; pero la vida es demasiado corta para que podamos llegar a este grado de luzidez, y nuestra intelijencia es demasiado imperfecta para que pueda nunca combinar tanta multitud de causas y efectos.

Voy a citar dos grandes hechos, que probarán cuan lejos está la humana sabiduría de prever los acontecimientos. El primero es la sorpresa de la ciudad de Cremona, que intentó el príncipe Eujenio; empresa concertada con toda la prudencia imajinable, y ejecutada con un valor inmenso, pero que se frustró del modo siguiente: El príncipe se introdujo al romper el alba en la ciudad por una cloaca que le abrió al efecto un cura con quien se había puesto de acuerdo; pero tropezó con un rejimiento de suizos que, por un capricho de su jefe, se habían reunido aquella mañana mas temprano que de costumbre en el campo de ejercicios. Este rejimiento le opuso resistencia, y dio lugar a que se reuniera la guarnicion. Además, el guia que debía conducir a sus soldados a una de las puertas de la ciudad, se estravió en el camino; de modo que el destacamento que aguardaba en las afueras el momento oportuno para entrar, llegó tarde al sitio de la refriega.

El segundo acontecimiento a que me refiero es el de la paz que los ingleses hicieron con la Francia antes que terminase la famosa guerra de Sucesion de España. Ni los ministros del emperador de Alemania, ni los mas profundos filósofos, ni los mas hábiles estadistas hubieran podido sospechar en aquella ocasion que un par de guantes habían de cambiar la suerte de la guerra y los destinos de Europa. Y sin embargo, esto mismo fue lo que sucedió al pie de la letra.

La duquesa de Marlborough desempeñaba entonces un cargo palaciego cerca de la persona de la reina Ana de Inglaterra, mientras su esposo recojía en los campos de Brabante ricas cosechas de laureles. Ambos consortes sostenían entonces el partido de la guerra: la duquesa con su influencia y con el favor que gozaba en la corte, y el duque con su gran reputacion y con sus continuas victorias; de suerte que el partido tory, que se inclinaba a la paz y aspiraba al poder, se esforzaba en vano por derribar a sus poderosos rivales. Pero una causa tan fútil como inopinada vino a echar por tierra el poder de la favorita. La reina y lady Marlborough habían mandado hacer al mismo tiempo unos guantes; pero la duquesa, mas impaciente que su augusta señora, dió a entender a la guantera que no había dificultad en que fuese ella servida antes que la reina. Pasados algunos dias, Ana pidio sus guantes con imperio: una dama de honor, enemiga de la duquesa, escusó a la guantera, informando a la reina de cuanto había pasado, y se prevalió de esta coyuntura con tanta malignidad que logró hacer pasar a la duquesa por una favorita insolente e insoportable. Por último, la guantera misma acabó de agriar el humor de la reina Ana refiriéndole el cuento con toda la posible perfidia. Este lijero incidente puso a los cortesanos en fermentacion; la intriga empezó a minar el terreno de la duquesa; el partido tory, a cuyo frente se hallaba el mariscal de Tallard, convirtió el asunto en cuestion política, y la duquesa de Marlborough perdió enteramente el favor de su soberana.

Con la caida de la favorita cayó el partido wigh, que era el de los aliados del emperador de Alemania. El nuevo gobierno se apresuró a ajustar la paz con la Francia, y las demas naciones, viéndose abandonadas de la Inglaterra, ajustaron tambien la paz con Luis XIV. Tal es a vezes el orijen de los mas importantes acontecimientos: la Providencia se burla de la sabiduría y de la grandeza de los hombres, cambiando la suerte de las monarquías por las causas mas fútiles y aun ridículas. En esta ocasion, una intriguilla de mujeres salvó a Luis XIV de las consecuencias desastrosas de una guerra, que ni su sabiduría, ni sus ejércitos, ni sus grandes recursos hubieran podido evitar.

Esta clase de acontecimientos suceden, pero no con frecuencia; ni es bastante su autoridad para desacreditar por completo la prudencia y la penetracion de los hombres. Son como las enfermedades que suelen alterar la economia de un cuerpo sano, cuyo estado normal es la salud y robusiez. Es, pues, necesario que los que están destinados a gobernar el mundo cultiven sus facultades de penetracion y prudencia; y si quieren cultivar la fortuna, aprendan a acomodarse a todas las circunstancias; empresa muy ardua y, hasta hoy, insuperable.

Hay dos clases principales de caracteres: unos vivos y osados, otros pausados y circunspectos; y como estas causas normales dependen de una causa física, es casi imposible que un príncipe pueda doblegar su carácter al imperio de las circunstancias, variando de color con la facilidad del camaleon. Hay siglos en que los acontecimientos favorecen a esos hombres de carácter atrevido y emprendedor, que parecen nacidos para cambiar la faz de la tierra: las revoluciones, las guerras y el vértigo belicoso que suele apoderarse de los reyes en determinadas épocas, ofrecen a un conquistador mil ocasiones favorables a sus designios. Él mismo Hernan Cortés, en su conquista de Méjico, fue favorecido por las guerras civiles de los americanos.

Otros siglos hay en que el mundo, menos ajitado, quiere ser rejido con dulzura, prudencia y circunspeccion: es la calma bonancible que viene siempre en pos de la tempestad. Entonces encuentran ocupacion los caracteres prudentes y sesudos; las negociaciones diplomáticas son mas eficazes que las batallas, y el hábil estadista consigue con su pluma lo que no podría conseguirse con la espada.

Si un jeneral de ejército pudiese ser a un tiempo atrevido y circunspecto, sería casi siempre invencible. Fabio, con su lentitud, destruia los ejércitos de Anibal; porque aquel prudente romano sabía que los cartajineses carecian de dinero y de reclutas, y que, sin necesidad de pelear, moririan los enemigos de consuncion. La política de Anibal, por el contrario, le obligaba a buscar los combates. Su verdadera fuerza consistia en la iniciativa del principio de accion, y era preciso obrar con prontitud para establecerse solidamente en el pais, por el terror que inspiran siempre las acciones rápidas y brillantes; y solo así podría hallar los recursos de que tanto necesitaba.

Si en el año de 1704 el elector de Baviera y el mariscal de Tallard no hubiesen salido de Baviera para avanzar hacia Biehncim y Hoghstet, queriendo hacer de este modo gala de su estupidez, se hubieran mantenido dueños de toda la Suabia; porque el ejército de los aliados, no pudiendo sostenerse por mas tiempo en Baviera, por falta de víveres, se hubiera visto obligado a retirarse hacia el Mein, y finalmente a disolverse. Fue, pues, una falta de circunspeccion en el elector haber confiado al éxito de una batalla, memorable y gloriosa para la Alemania, la posesion de un territorio que pudo haber conservado facilmente; falta que fué castigada con la derrota total de los franceses y bávaros, y con la pérdida de la Baviera y todo el territorio situado entre el Alto-Palatinado y el Rhin.

Los que abogan por los caracteres intrépidos y fogosos no hablan nunca de los temerarios que han perecido, sinó de los que han logrado vencer con la ayuda de la fortuna. Sucede en esto como en materia de apariciones y profecías: todos se olvidan de las muchas que han resultado falsas, y solo se acuerdan de las pocas que se han realizado. Esta clase de acontecimientos debieran esplicarse por las causas que los motivaron, en vez de querer esplicar las causas mismas, que se desconocen, por los efectos que han producido.

En mi opinion los pueblos gobernados por príncipes atrevidos viven amenazados de continuos peligros, porque está en el carácter del hombre osado arriesgarlo todo por conquistarse poder y gloria; mientras que el soberano pacifico y circunspecto, si bien no es apto para ejecutar heroicas acciones, es mas a propósito para gobernar. El uno aventura sus estados; el otro los conserva; y para que cada cual en su esfera, pueda llegar a ser gran hombre, es preciso que venga al mundo en tiempo oportuno, sin lo cual sus talentos le serian mas perniciosos que útiles. Todo hombre que raciocina, y principalmente los que estan destinados a gobernar a los demas, deberian trazarse un plan de conducta tan lójico y razonado como una demostracion matemática: por este medio conseguirian ser siempre consecuentes en su modo de obrar, sin separarse de su objeto, y podrian aprovechar mejor las coyunturas y acontecimientos, encaminándolos al logro del fin meditado.

Pero esos príncipes de quienes exijimos tantos y tan raros talentos ¿no son hombres como los demas? Mientras no sean dotados de una naturaleza superior a la humana, es imposible que llenen todos sus deberes con la perfeccion deseada. Mas facil es encontrar el Fenix de los poetas o las unidades de los metafísicos que el hombre de Platon. Justo es, pues, que los pueblos se contenten con los esfuerzos que hacen sus soberanos para hacerse dignos de su elevado cargo, y que toleren sus defectos, cuando esten compensados con buenas cualidades y sanas intenciones. Nada es perfecto en el mundo; la flaqueza y el error son propiedades inseparables del hombre. El príncipe mas perfecto sería aquel que menos se asemejase al príncipe de Maquiavelo; y el país mas dichoso sería aquel en que existiese una mutua induljencia entre el soberano y sus súbditos, que haría revivir entre ellos ese amoroso espíritu de confraternidad, sin el cual la vida es una carga pesada y el mundo un valle de amarguras.



El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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