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El Anti-Maquiavelo/XX

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El Anti-Maquiavelo (1854)
de Federico II el Grande
Capítulo XX
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

Los jentiles representaban a Jano con dos caras para significar el perfecto conocimiento del pasado y del porvenir que atribuían a este Dios. Esta es una alegoría que puede bien aplicarse a los príncipes. Como Jano, deben mirar atrás en la historia de los pasados siglos y aprovecharse de sus saludables lecciones; como Jano, deben tambien fijar su vista en el porvenir, empleando toda su penetracion y sano juicio para deducir de los sucesos presentes los acontecimientos futuros.

Maquiavelo propone cinco cuestiones a los príncipes: tanto a los que se hallen en el caso de asegurarse la posesion de nuevas conquistas, como a los que quieran mantenerse en el dominio de sus propios estados. Veamos lo que en tales casos aconseja la prudencia, combinando lo pasado con lo futuro, sin apartarnos del camino de la razon y la justicia.

La primera cuestion es: Si el príncipe debe o no desarmar a los pueblos conquistados.

No debemos nunca olvidar que el modo de hacer la guerra ha variado mucho desde Maquiavelo a nuestros dias. Hoy no son paisanos sinó ejércitos disciplinados los que defienden los paises; y si alguna vez, en los sitios por ejemplo, suele el paisanaje tomar las armas, los sitiadores les obligan a desistir con bombas y balas rojas. Por otra parte la prudencia parace aconsejar el desarme de los principales habitantes de una ciudad cuando hay motivos para temer un levantamiento. Los romanos, que habían conquistado a la Gran Bretaña, y que no podían pacificarla a causa del espíritu belicoso y turbulento de aquellos pueblos, tomaron el partido de afeminarlos, y consiguieron asi moderar su feroz instinto. Los corsos son hoy dia un puñado de hombres tan valientes y decididos como los antiguos ingleses. Para que un príncipe pudiese mantener en esta isla su soberanía, sería de absoluta necesidad que desarmase a sus habitantes, y tratase de suavizar sus costumbres, gobernándolos con prudencia y bondad; y observaré de paso que el ejemplo de los corsos nos demuestra cuanto valor y virtud infunde en los hombres el amor a la libertad, y cuan injusto y peligroso es querer tiranizarlos.

La segunda cuestion trata de la confianza que debe hacer un príncipe de sus nuevos súbditos, después de haberse posesionado de un pais; tanto de aquellos que le ayudaron en su empresa, como de los que fueron siempre fieles a su lejitimo soberano.

Cuando un príncipe se apodera de una ciudad por traicion de sus habitantes, debe proponerse no fiarse en lo sucesivo de los traidores, que tarde o temprano le harían tambien traicion. Por el contrario, debe presumir que los qae fueron fieles a sus antiguos señores, lo serán igualmente al nuevo soberano; porque estos son jeneralmente jente discreta, hombres arraigados en el pais, que tienen bienes y otros intereses que conservar, y son por lo mismo enemigos de todo cambio. Sin embargo, seria imprudente que el príncipe se fiase de persona alguna sin conocer a fondo las que le rodean.

Pero en el caso de que un pueblo, oprimido y obligado a sacudir el yugo de sus tiranos, llamase a otro príncipe en su socorro, yo creo que este debe corresponder en todo a la confianza que de él hacen; y sí se muestra indigno de ella cometerá una ingratitud que podrá ser funesta a su poder y a su gloria. Guillermo, príncipe de Oranje, dispensó hasta el fin de sus dias su amistad y confianza a los que habían puesto en sus manos las riendas del gobierno de Inglaterra; y los que le fueron contrarios, abandonaron la patria con el rey Jaime. En los paises en que el trono es electivo, y por consiguiente, venal, por mucho que se diga en contra, presto que el soborno y la corrupción son el alma de estas elecciones, creo que el soberano electo comprará facilmente el afecto de sus contrarios, del mismo modo que supo atraerse los sufrajios de los que le elijieron.

La Polonia nos presenta ejemplos vivos de esta venalidad. Allí se trafica tan descaradamente con el trono, que no parece sinó que la corona se compra y vende en el mercado público. La liberalidad del candidato vence toda clase de oposicion. Las familias mas nobles y poderosas del pais se venden por un empleo lucrativo o por un cargo elevado; y como los hombres suelen tener escasa la memoria, tratándose de beneficios recibidos, el príncipe se ve con frecuencia obligado a repetir sus dones. En una palabra, el pueblo polaco es como el tonel sin fondo de las Danaidas: por mucho oro que en él derrame un roy jeneroso nunca logrará verlo lleno. Esta necesidad absoluta en que se vé el rey de Polonia de prodigar favores, exije que reserve prudentemente sus recursos para aquellas ocasiones en que la seguridad de su trono le prescriba ser liberal.

La tercera cuestion de Maquiavelo estriba en saber si el príncipe debe mantener la union y buena armonía entre sus subditos, o sembrar entre ellos la discordia. Esta cuestion afecta principalmente la seguridad del príncipe hereditario, y sin duda sería muy digna de ocupar la atencion de los hombres políticos de Florencia en tiempo de los antecesores de Maquiavelo; pero hoy dia no creo que haya un estadista que se atreva a discutirla públicamente sin suavizar al menos la dureza de los términos. Por mi parte, la mejor respuesta que puedo dar a Maquiavelo es recordarle el injenipso apólogo con cuya narracion consiguió Agrippa restablecer la buena armonía entre los ciudadanos romanos [1]. Debo decir, sin embargo, que es conveniente en las repúblicas alimentar las rivalidades de las familias poderosas, porque, si los partidos no se vijilan unos a otros, la forma de gobierno dejenerará en monarquía.

Algunos príncipes creen que la desunion de sus ministros es una garantía del buen desempeño de sus cargos respectivos, porque los hombres que se odian reciprocamente viven siempre sobre aviso, se delatan unos a otros, y no pueden facilmente engañar al soberano. Pero, si bien es cierto que los odios producen este efecto, tambien suelen tener resultados muy peligrosos; porque en vez de obrar de acuerdo y cooperar al buen servicio público, los ministros se ocuparán de preferencia en hostilizarse mutuamente, contradiciéndose y estorbándose unos a otros en el ejercicio del mando, y confundiendo asi el interes del príncipe y el bienestar de los pueblos con sus cuestiones personales. Nada, pues, contribuye mas a la fuerza y a la prosperidad de una monarquía que la union íntima e inseparable de todos sus miembros; y a esto deben dirijirse los esfuerzos de un buen príncipe.

Esta misma solucion puede aplicarse al cuarto problema de Maquiavelo, en el cual examina si el príncipe debe suscitarse enemigos para tener el gusto de vencerlos, y si debe tratar de granjearse la amistad de todos. El que se suscita enemigos faciles de combatir es como el que fabrica un fantasma de trapo para procurarse el placer de derribarlo; mucho mas natural, mas razonable y mas humano es captarse voluntades en el campo enemigo. ¡Dichosos los príncipes que conocen las dulzuras de la mistad, y mas dichosos aun los que merecen el amor de sus pueblos!

La quinta y última cuestion de Maquiavelo es: si el soberano debe tener castillos y fortalezas, o si debe derribarlas por inutiles. Por lo que toca a los príncipes pequeños, ya he dicho mi opinion en el capítulo X; ahora trataré de averiguar lo que interesa a los reyes.

En el siglo de Maquiavelo el mundo se hallaba en continua efervescencia; en todas partes dominaba el vértigo revolucionario; no se veian mas que tiranos y conspiradores. Las frecuentes revoluciones que nacian naturalmente de este estado de cosas, obligaron a los príncipes a construir fuertes castillos en las alturas de las ciudades, a fin de intimidar por este medio a los habitantes. Pero desde aquel siglo bárbaro, sea que los hombres han llegado a cansarse de destruirse unos a otros, o sea que los reyes ejercen en sus estados un poder mas lato o mas despótico, ello es cierto que no se oye hablar ya de revoluciones; como si el espíritu turbulento de los pueblos exijiese algunos siglos de reposo, despues de tantos siglos de actividad. De modo que los reyes no necesitan hoy construir castillos y fortalezas para mantener la tranquilidad pública.

No sucede asi con las fortificaciones que sirven para guarecerse de los ataques del enemigo. Las murallas, como los ejércitos, son de grande utilidad para los reyes, porque, si las tropas son necesarias para trabar combates, las murallas son utiles para poner al soldado, en caso de una derrota, bajo el amparo de sus cañones; y si el enemigo emprende un sitio, y el jeneral derrotado sabe rehacerse a tiempo, podrá oponerle una tenaz resistencia, y aun obligarle a abandonar su empresa.

En las últimas guerras de Flandes, entre alemanes y franceses, no se hacían grandes progresos por la multitud de plazas fuertes que hay en aquel pais. Para apoderarse de una o dos ciudades se daban batallas de cien mil hombres; y sucedia que en la campaña subsiguiente, reparadas las fuerzas de los belijerantes, volvían a disputarse lo que había quedado decidido en el año anterior. En los países erizados de fortalezas, un ejército formidable, aunque cubra en marcha una legua de terreno, tendrá que pelear treinta años seguidos; y por mucho que la suerte le favorezca, habrá de ganar veinte batallas para posesionarse de cinco leguas de terreno. Por el contrario, en los países llanos e indefensos, la suerte del conquistador depende del exito de una o dos batallas campales. Alejandro, Cesar, Genjisckan y Carlos XII adquirieron tan rapidamente sus laureles porque no hallaron sinó pocas plazas fuertes en los países que conquistaron. El vencedor de la India solo tuvo dos sitios que emprender durante sus gloriosas campañas; Carlos XII en Polonia no luchó tampoco con muchos obstáculos de este jénero. El príncipe Eujenio, Vilars, Marlborough y Luxenbourg eran tambien grandes capitanes; pero pelearon contra multitud de fortalezas que les disputaban una parte de la gloria que adquirían. Los franceses conocen demasiado bien la utilidad de las fortificaciones, porque desde el Brabante hasta el Delfinado han construido una doble cadena de plazas fuertes. La frontera de Francia lindante con la Alemania es como la boca abierta del leon, que nos presenta dos hileras de formidables dientes prontos a devorar su presa.

Esto basta para demostrar la grande utilidad de las plazas fortificadas.



  1. Habiendose retirada los descontentos al monte Sacro, el consul Menérius Agrippa logró atraerlos a la ciudad, contandoles la conocida fábula de los miembros y el estómago.

El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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