Ecos de las montañas: 7
CAPÍTULO II
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I
Buscad hoy por las rocas y breñales
del Pirineo catalán los restos
del castillo de Waifro: las señales
en el aire buscad de sus enhiestos
torreones y muros colosales
tras de sus puentes levadizos puestos…
sobre ellos han pasado como furias
las razas sin piedad de diez centurias.
II
Allí do los macizos torreones
se burlaban del ímpetu del viento
y a través de huracanes y turbiones
miraron sin temblar al firmamento,
hoy anidan las águilas y halcones,
vegeta apenas musgo amarillento
y un invierno glacial lo que halla en sombra
con eternos carámbanos alfombra.
III
Rastro que no hay ya de su feudal grandeza:
la estirpe real que le habitó en los días
en que la acción de mi relato empieza
dejó sus restos en las algas frías
de un lago seco ya, y en la maleza
que enmarañan punzantes y bravías
húmedas tobas y carrascos secos
do va el viento a exhalar lúgubres ecos.
IV
Aquellos fieros duques aquitanos
que allí alzaron audaces los postreros
su voz y su pendón de soberanos;
la princesa gentil de ojos parleros,
cabellos de oro y nacarinas manos,
que en el césped dejó de sus senderos
la casta huella de sus pies enanos
y en el aire sus ayes lastimeros;
V
la última grey de servidores fieles
que la guardaba en su postrer asilo;
los azores, neblíes y lebreles
con que cazaba en torno del tranquilo
lago, que de sus cañas y reteles
pesca a su vez suministraba al hilo:
todo aquel resto de ducal grandeza
que rodeó su virginal belleza
VI
¿qué son? Polvo no más que esparce el viento;
rumores de la atmósfera vacía;
sombras que se dibujan un momento
en las hojas de un libro; poesía
del tiempo que pasó; germen de un cuento
hilvanado a la historia por la mía:
son, poesía, sombras, polvo y germen
que en las tinieblas del pasado duermen.