Ecos de las montañas: 8
CAPÍTULO III. Genoveva de Aquitania
[editar]I
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Veinte años después regía
Luis el Piadoso el imperio,
y el más profundo misterio
el castillo guarecía.
Guardábanle las montañas
en su virgen espesura,
cual madre a la criatura
pedazo de sus entrañas.
Las selvas que de maleza
salvaje se enmarañaron,
de la tierra segregaron
de Waifro la fortaleza.
Enhierbados sus senderos,
no hallaron ya a él caminos
ermitaños, peregrinos,
juglares ni aventureros.
Y como a dar no volvió
de la tierra al poder guerra,
de su raza y de él la tierra
sin miedo ya, le olvidó.
¿Qué era de él? ¿Quién le vivía?
¿Quién alzaba aquel son vago
que despertaba del lago
ecos en la aura vacía?
¿De quién era aquel acento
que oyó algún pastor tal vez
la nocturna lobreguez
rasgar en alas del viento?
¿Por patios y corredores,
echadas de tierra y cielo,
lloran su eterno desvelo
las almas de sus señores?
¿Arrastran por sus incultos
bosques y oscuras crujías
tras sí sus almas impías
sus espectros insepultos?
¡Quién sabe! El aire a intervalos
exhala sones de vida
detrás de aquella extendida
cortina espesa de palos.
Mas lo que interrumpe a veces
de su silencio la calma,
no son lamentos de un alma
que pide póstumas preces;
no es el temeroso son
de la voz de las leyendas
con que puebla las viviendas
precitas la tradición:
es el rumor halagüeño
de un tierno cantar de amores,
como el de los ruiseñores
que guardan a la hembra el sueño.
Es la voz de un alma henchida
de tiernísima pasión,
que demanda un corazón
que abra el suyo a nueva vida.
Es la voz que a todo ser
infunde naturaleza
en cuanto el amor empieza
a sentir en sí nacer.
Es la frase no aprendida
que instintivamente sabe
la alma a quien la pena cabe
de querer y ser querida.
Es la voz de una mujer
que, su amor cantando, acata
la ley imperiosa y grata
de ser querida y querer.
¿Quién será la que a intervalos
canta, así de amor herida,
detrás de aquella extendida
muralla espesa de palos?