Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos: Capítulo XXIX

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Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos
Capítulo XXIX: Clasificación de las proposiciones​
 de Andrés Bello

723 (322). La proposición es regular o anómala.

724 (323). Regular es la que consta de sujeto y atributo expresos o que pueden fácilmente suplirse.

725. Los sujetos tácitos que pueden fácilmente suplirse son, o los pronombres personales, o los demostrativos él, ello, que reproducen, y a veces anuncian, un sustantivo cercano, de su número y género.

Serán, pues, proposiciones regulares: «Yo existo», o simplemente: «Existo»; «Ella vino» (indicando, por ejemplo, una mujer de que acaba de hablarse), o simplemente «Vino». «Habiendo encontrado una resistencia que no esperaban, se replegaron los enemigos a un monte vecino»; la proposición subordinada que no esperaban es perfectamente regular, y su sujeto tácito ellos anuncia al sustantivo los enemigos de la proposición subordinante. «Preferiría yo que viviésemos en el campo; pero no es posible»; en la última proposición el sujeto subentendido es ello, que reproduce la idea de vivir nosotros en el campo. «No se sabe qué resolución ha acordado el gobierno»; proposición perfectamente regular a que sirve de sujeto la proposición interrogativa indirecta qué resolución, etc. Si añadiésemos, pero presto se sabrá, sería también perfectamente regular esta proposición, subentendiéndose el sujeto ello, que reproduciría la misma interrogación indirecta.

726 (a). Sucede a menudo que se calla el verbo porque se subentiende el de una proposición cercana: «Venció al pudor la liviandad, a la prudencia la locura»: venció la locura. Fuera de este caso el verbo que más ordinariamente se subentiende es ser u otro de los que se emplean para significar la existencia:

«Hilaba la mujer para su esposo...
Acompañaba el lado del marido
Más veces en la hueste que en la cama;
Sano le aventuró; vengole herido;
Todas, matronas, y ninguna dama».

(Quevedo)

Todas eran y ninguna era.

727 (b). La elipsis del verbo es frecuentísima en las exclamaciones: «¡Qué insensatez confiar nuestra seguridad a la protección de una potencia extranjera!»; qué insensatez era o es o sería, según lo que pida el contexto.

728 (324). Proposición anómala o irregular es la que carece de sujeto, no sólo porque no lo lleva expreso, sino porque, según el uso de la lengua, o no puede tenerlo o regularmente no lo tiene: «Hubo fiestas»; «Llueve a cántaros»; «Por el lado del norte relampaguea».

729 (a). La proposición puede carecer de sujeto; de atributo nunca; si no lo tiene expreso, hay siempre alguno que puede fácilmente suplirse.

730 (325). La proposición regular es transitiva o intransitiva.

731 (326). Transitiva, llamada también activa, es aquella en que el verbo está modificado por un acusativo. Cuando decimos que «el viento agita las olas», nos figuramos una acción que el viento ejecuta sobre las olas, y que pasa a ellas y las modifica: las olas es entonces un complemento acusativo, y la proposición se llama transitiva o activa; denominaciones enteramente idénticas.

732 (327). Los caracteres de esta especie de complemento, o las señales por las cuales podemos reconocerlo, son las que vamos a exponer:

1.º Es propio del verbo y de los tres derivados verbales, y se presenta a menudo bajo la forma de un caso complementario, que en el género masculino del singular es comúnmente le o lo, en el masculino de plural los, en el femenino de singular la, en el plural las, en el género neutro lo. «Fui al puerto, a los arsenales, a la playa, a las huertas, y le o lo, los, la, las encontré lleno, llenos, llena, llenas de gente». «Dijéronme que acababan de fusilar a unos cuantos, y que el pueblo había querido impedirlo».

2.º Otras veces se presenta bajo la forma de un complemento sin preposición o con la preposición a: «A ti te buscaban, no a ellos»; «El Congreso da leyes»; «César venció a Pompeyo»; «Los Romanos conquistaron la Galia»; «Es preciso remunerar el trabajo».

3.º El acusativo de la construcción activa se convierte en sujeto de la construcción pasiva: «El viento agitaba las olas»; «las olas eran agitadas por el viento».

733. El acusativo es muchas veces un infinitivo o el anunciativo que, o una oración interrogativa indirecta; y en ninguno de estos casos lleva preposición: «Apetezco descansar» (descansar es cosa apetecida por mí); «La Gaceta Oficial anuncia que el ejército se retira a cuarteles de invierno» (que el ejército se retira a cuarteles de invierno es anunciado por la Gaceta Oficial); «No sabemos qué novedad ha ocurrido» (qué novedad ha ocurrido es cosa no sabida por nosotros).

734 (a). Hay ciertos verbos que rigen acusativo y no se prestan, sin embargo, a la inversión pasiva, porque carecen de participio adjetivo. Tal es el verbo poder, cuyos acusativos son generalmente infinitivos, y a veces algún sustantivo de significado general; y así se dice «El avestruz no puede volar»; «No lo podemos todos todo»; sin que por eso se diga que volar no es cosa podida por el avestruz, o que no todo es podido por todos. Pero éste es un puro accidente de la lengua.

735 (b). Hay también verbos que no construyéndose regularmente con acusativos, se prestan, sin embargo, a la inversión pasiva por medio de un participio adjetivo; así, aunque no puede decirse que el reo apeló la sentencia, sino de la sentencia, se llama sentencia apelada aquella contra la cual se interpuso la apelación (Véase § 350, h).

736 (328). La proposición regular que carece de complemento acusativo, se llama intransitiva, como «yo existo».

Verbos que no suelen llevar acusativo sino en locuciones excepcionales, no admiten, por supuesto, en su uso ordinario, sino construcciones intransitivas; tales son existir, estar, permanecer, nacer, morir, y muchísimos otros. Dáseles el nombre de intransitivos o neutros. Los que regularmente lo tienen, se llaman transitivos o activos.

737 (a). Son frecuentes las construcciones activas de acusativo y dativo: «El preceptor enseñaba la gramática a los niños»; «Los trabajos dan a los hombres fortaleza»; «Una bella campiña inspira ideas alegres al poeta»; «Los sitiadores interceptaron las provisiones a la ciudad»; «Le quitaron la vida»; «Les atribuyeron el delito», etc.

738 (b). El dativo, como se ve en estos ejemplos, se presenta bajo dos formas: la de un complementario dativo, y la de un complemento con la preposición a.

739 (c). Hay construcciones intransitivas de dativo: «Les lisonjea la popularidad de que gozan». No sería bien dicho los lisonjea. Y sin embargo, sería perfectamente aceptable la inversión pasiva: «Lisonjeados por la popularidad de» etc. Esta inversión no es una señal inequívoca de acusativo (§ 327, b).

740 (329). Los verbos activos pueden usarse y se usan a menudo como intransitivos, considerándose entonces la acción como un mero estado; por ejemplo: «El que ama, desea y teme, y por consiguiente padece»; cuatro verbos activos, usados como intransitivos.

741 (a). Extraño parecerá que se considere a padecer como verbo activo, siendo la idea que con él significamos tan opuesta a lo que se llama vulgarmente acción. Pero es necesario tener entendido que la acción y pasión gramaticales no tienen que ver con el significado sino con la construcción de los verbos. Los hay, pues, que significan verdaderas acciones, y que, sin embargo, son neutros, como pelear; y los hay que denotan verdadera pasión, y que, sin embargo, son activos, como padecer; consistiendo todo en que a los primeros no podemos darles regularmente complementos acusativos como lo hacemos de ordinario con los otros: padeces trabajos, dolores, calamidades.

742 (b). Hay también muchos neutros que accidentalmente dejan de serlo formando construcciones activas. Así respirar, primariamente intransitivo, porque ejercitándose la acción del verbo sobre un solo objeto, el aire, era superfluo expresarlo, desenvuelve su acusativo tácito cuando se modifica ese objeto: respirar un aire puro, respirar el aire del campo; o cuando real o metafóricamente se ejerce la acción sobre otro diverso: respirar el gas carbónico, respirar venganza.

743. Suspirar, en su sentido primitivo, es neutro; y con todo eso Lope de Vega lo ha empleado como activo en estos dulcísimos versos:

«Pasaron ya los tiempos
En que, lamiendo rosas,
El zéfiro bullía,
Y suspiraban aromas».

744 (c). Un mismo verbo puede regir unas veces acusativo de persona, y otras acusativo de cosa «Aristóteles enseñaba la filosofía» (la filosofía era enseñada). «Las madres enseñaban a sus hijos» (los hijos eran enseñados). «La naturaleza inspira al poeta» (el poeta es inspirado). «La noche inspira ideas tristes» (ideas tristes son inspiradas).

745. Dícese con el complemento acusativo vestir a una persona, vestir una cosa (cubrirla con algo que le sirva como de vestido). Tal es el uso natural de vestir, y en él le acompaña a menudo otro complemento, formado con de, para demostrar el vestido o lo que hace sus veces:

«Dos meses ha que pasó
La Pascua, que por Abril
Viste bizarra los campos
De felpas y de tabís».

(Tirso de Molina)

Pero trasfórmase de todo punto la construcción cuando se dice: «Le vistieron una túnica de púrpura»; el vestido es complemento acusativo, y la persona a quien se le pone, dativo.

«Viste los prados matizada alfombra».

Ahora el vestido es sujeto, y la cosa que lo lleva acusativo. «Por el hábito de San Pedro que visto, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros» (Cervantes); ahora, al contrario, el vestido (representado por que) es acusativo, y la persona que lo lleva, sujeto.

746. Desnudar en su construcción natural era y es despojar a uno de sus ropas. Pero también solía construirse con dativo de persona y acusativo de cosa:

«Los vestidos se desnuden
Antes que de ahí se muden,
O disparo...».

(Un bandolero de Lope de Vega)

El sujeto de desnuden es ellos (los caminantes); los vestidos es acusativo de cosa, y se dativo reflejo de persona.

«Estremécense las aguas,
Y los delfines por ellas
Comienzan a dar indicios
De la futura tormenta;
Desnudose el sol sus rayos,
Vistiose de nubes negras».

(Lope de Vega)

747. Dícese ceñir a uno de o con algo, y ceñirle a uno la espada, haciendo a la espada acusativo y a le dativo; y ceñir espada por llevarla a la cinta, haciendo a la espada otra vez acusativo, y a la persona que la lleva, sujeto.

748. Cubrir a uno con una capa, cubrirle de ignominia, es la natural construcción activa de este verbo; pero en tiempo de Cervantes era todavía usado y elegante cubrirse una capa, ponérsela, echársela uno encima a sí mismo: la capa, acusativo, la persona sujeto, y dativo reflejo. «Se cubrió don Quijote un herreruelo de paño pardo» (Cervantes).

«No dio lugar para ello
Mi señora doña Lucía,
Que ya el manto se cubría».

(Tirso)

«Señora, cúbrete un manto
Y vente a palacio luego».

(Comedia antigua, citada por Clemencín)

En obras de mayor antigüedad es más frecuente esta construcción, como puede verse en el Amadís de Gaula, donde ocurren muchos ejemplos como éstos: «Diéronle (a Amadís) una capa de escarlata que se cubriese», esto es, que se echase encima; «El rey (Lisuarte) le tomó por la mano (a Amadís), e hízole dar un manto que cubriese»; se calla el dativo reflejo (se); «Diéronles (a Florestán y a don Galaor) sendos mantos, que cubrieron» (la misma elipsis); «Entrad -dijo ella (una doncella desconocida a don Galaor), y en entrando, hiciéronle desarmar y cubriéronle un manto» (dativo de persona oblicuo).

749. Dícese que un objeto nos admira, poniendo en acusativo la persona que siente la admiración, y que admiramos un objeto, haciendo acusativo la cosa que produce este efecto, y que nos admiramos de un objeto, haciéndonos en cierto modo agentes y pacientes de la admiración, y despojando al objeto de ella del carácter de sujeto y de acusativo.

750. Por estas muestras puede conocerse la variedad que en orden a las construcciones activas ha presentado y aún presenta la lengua, y la necesidad de estudiarlas en los diccionarios y en el uso de los autores correctos.

Pero en esta materia no debe considerarse la lengua como tan encadenada por el uso actual, que no sea lícito aventurar de cuando en cuando, con pulso y oportunidad, relaciones nuevas en el complemento acusativo. No hay motivo para que se prohíba a los escritores de nuestros días lo que permitido a sus predecesores ha hermoseado el castellano, enriqueciéndolo de construcciones elegantemente variadas.

751 (330). La proposición regular transitiva se subdivide en oblicua, refleja y recíproca, según lo sea el complemento acusativo.

752. El complemento acusativo es oblicuo cuando el sujeto del verbo no se identifica con el término del complemento, como en «Dios manda que amemos a nuestros enemigos»; «Dios ha criado y conserva todas las cosas»: el sujeto Dios es distinto de la cosa mandada, y de las cosas criadas y conservadas.

753. El complemento acusativo es reflejo cuando el sujeto del verbo y el término del complemento son una misma persona o cosa; como «Yo me visto»: la persona que viste y la persona vestida son idénticas.

754. En fin, el complemento acusativo es recíproco cuando el verbo tiene por sujeto dos o más personas o cosas, cada una de las cuales ejerce una acción sobre la otra o las otras y la recibe de éstas, significándose esta complexidad de acciones por un solo verbo, como en Pedro y Juan se aborrecen; ellos se miraban unos a otros.

755 (a). Como las formas pronominales recíprocas no se diferencian de las reflejas, ni las reflejas en la primera y segunda persona difieren de las oblicuas, suele ser conveniente, para evitar ambigüedad, duplicar el complemento bajo otra forma, añadiendo en el sentido reflejo la frase a mí mismo, a sí mismo, etc., y en el recíproco la frase uno a otro, en el género y número correspondientes; y otro tanto puede hacerse, aun cuando no hay peligro de ambigüedad, para dar más fuerza a la expresión. «Ellos se aborrecen a sí mismos», preséntase un mismo acusativo bajo dos formas, se, a sí mismos; «Ellos se aborrecen unos a otros» o «los unos a los otros», ofrece dos proposiciones, en la segunda de las cuales se calla el verbo: ellos se aborrecen; los unos (aborrecen) a los otros; se y a los otros son dos formas diferentes de un acusativo repetido. Determínase también el sentido recíproco por medio de adverbios: «Nosotros nos atormentamos mutuamente, recíprocamente».

756 (b). En el sentido reflejo se suele también poner el adjetivo mismo con el nominativo: «Se educó él mismo»; «Horacio da admirables preceptos para conducirse uno mismo» (Burgos).

757 (c). El dativo, como cualquier otro complemento, puede ser, no sólo oblicuo, sino reflejo o recíproco: «Me bebí media azumbre de vino»; «Se dieron de bofetadas unos a otros»; «Se avergonzaba de sí mismo»; «Me irrité contra mí mismo»; «Disputaban unos con otros», o «los unos con los otros». Pero lo oblicuo, reflejo o recíproco de la proposición se determina por el acusativo.

758 (d). Pudiera alguna vez confundirse el dativo reflejo que suelen tomar muchos verbos, sin que aparezca necesitarlo el sentido, con el acusativo reflejo. Reconócese entonces el dativo por la presencia de un acusativo que no puede identificarse con él. Así en «Me temo que os engañéis», no puede dudarse que la cosa temida, que os engañéis, es el acusativo del verbo temer; el me, por consiguiente, es un dativo, y al parecer superfluo, porque, quitándolo, se diría sustancialmente lo mismo. Pero en realidad no lo es, porque con él se indica el interés de la persona que habla en el hecho de que se trata. De la misma manera, en «Se bebió dos azumbres de vino», sirve el se para dar a entender la buena disposición, el apetito, la decidida voluntad del bebedor; por lo demás pudiera faltar. «Tú te lo sabes todo», pinta la presunción de saberlo todo, y de saberlo mejor que nadie; la ironía se percibiría menos omitiendo el te. «Aviso a mi señor, que si me ha de llevar consigo, ha de ser con condición que él se lo ha de batallar todo» (Cervantes): sin el se no sería tan privativo de mi señor el batallar. Este dativo superfluo es muy digno de notarse por las expresivas modificaciones que suele dar al verbo.

759 (331). En la proposición refleja, según lo dicho, una misma persona es agente y paciente; pero hay varias especies de construcciones en que la reflexividad no pasa de lo material de la forma, ni ofrece al espíritu más que una sombra débil y oscura. Las llamaremos construcciones cuasi-reflejas; y entre ellas señalaremos en primer lugar aquellas con que solemos expresar diferentes emociones o estados del alma, y en que el verbo es de suyo activo, y admite acusativos oblicuos, y el sujeto significa seres animados o que nos representamos como tales, en singular o plural, y en primera, segunda o tercera persona. Cuando se dice: «La muerte nos espanta», «el peligro los acobarda», «el viento embraveció las olas», hay acción y pasión. Consideramos la muerte, el peligro, el viento como seres activos que afectan al objeto designado por el acusativo oblicuo. Mas otra cosa es cuando se dice que «nos espantamos de la muerte», que «se acobardan a vista del peligro», que «las olas azotadas por el viento se embravecieron»; gramaticalmente parece decirse que el sujeto obra en sí mismo produciendo el espanto, la cobardía, el embravecimiento; pero ésta es una imagen fugaz que desaparece al instante, un símbolo con el cual enunciamos meramente la existencia de cierta emoción o estado espiritual, verdadero o metafórico, cuya causa real se indica por alguna expresión accesoria (de la muerte, a vista del peligro, azotadas por el viento).

760 (332). Son muchos los verbos activos que se prestan a esta especie de construcciones cuasi-reflejas de toda persona: «Yo me alegro», «Tú te irritas», «Ella se enfada», «Nosotros nos avergonzamos», «Vosotros os maravilláis», «Ellos se horrorizan», «se amedrentan», «se regocijan», «se asombran», «se pasman».

761 (333). Pero verbos hay que sólo admiten acusativos reflejos, formando con ellos construcciones cuasi-reflejas de toda persona: «Me jacto», «Te desvergüenzas», «Se atreve», «Nos arrepentimos», «Os dignáis», «Se quejan». Estos verbos se llaman reflejos o pronominales, para distinguirlos de los verdaderos activos, que admiten acusativos de todas clases. El título que suele dárseles de recíprocos es impropio, porque jamás significan reciprocidad, y lo que figuran oscuramente en fuerza de sus elementos materiales, es una sombra de acción que el sujeto ejerce en sí mismo.

762 (a). Es de creer que los verbos reflejos han sido originalmente activos, que se usaban con todo género de acusativos, y pasando a la construcción cuasi-refleja, se limitaron poco a poco a ella. Sabemos, por ejemplo, que jactar (jactare) se construía con acusativos oblicuos en latín. En Ruiz de Alarcón se encuentra:

«... Padres honrados,
Si no de sangre, tuve, generosa,
Que no jacto valor de mis pasados».

De jactar el linaje se pasó a jactarse del linaje, como de admirar los edificios a admirarse de ellos, con la sola diferencia de que admirar conserva hoy las dos construcciones, y en jactar sólo es ya admisible la segunda. Así atreverse, que en el día no se emplea sino como verbo reflejo, se usó hasta el siglo XVII como verdaderamente activo, significando alzar, levantar, y por una fácil transición, animar, alentar, dar valor u osadía.

«Tú, al fin, que en la tierra,
Que apenas te sufre,
No hay paz que no alteres,
Ni honor que no enturbies,
Hoy verás que Dios
Soberbias confunde,
Que al cielo atrevían
Locas pesadumbres»,

(Tirso)

esto es, levantaban locamente pesadas moles, aludiendo a la fábula de los Titanes, que poniendo montes sobre montes pretendieron escalar el Olimpo.

«No atreví demostraciones
Entonces, porque temía»,

(El mismo)

esto es, no animé, no esforcé.

«En resolución, sabed,
Que si vos, como Faetón,
El pensamiento atrevéis
Al sol que adoro, esta espada», etc.

(Alarcón)

763 (334). Hay asimismo muchos verbos intransitivos o neutros que son susceptibles de la construcción cuasi-refleja, verbigracia, reírse, estarse, quedarse, morirse, etc. La construcción es entonces de toda persona, y refleja en la forma, porque el pronombre reflejo está en acusativo; pero la reflexividad no pasa de los elementos gramaticales y no se presenta al espíritu sino de un modo sumamente fugaz y oscuro.

764 (a). Bien es verdad que si fijamos la consideración en la variedad de significados que suele dar a los verbos neutros el caso complementario reflejo, percibiremos cierto color de acción que el sujeto parece ejercer en sí mismo. Estarse es permanecer voluntariamente en cierta situación o estado, como lo percibirá cualquiera comparando estas expresiones: «Estuvo escondido», y «Se estuvo escondido», «Estaba en el campo», y «Se estaba en el campo». La misma diferencia aparece entre quedar y quedarse, ir e irse: «Más parecía que le llevaban que no que él se iba» (Rivadeneira). Entrarse añade a entrar la idea de cierto conato o fuerza con que se vence algún estorbo: «A pesar de las guardias apostadas a la puerta, la gente se entraba». Lo mismo salirse: «Los presos salieron» enuncia sencillamente la salida; se salieron denotaría que lo habían hecho burlando la vigilancia de las guardias o atropellándolas: «Se sale el agua de la vasija» en virtud de una fuerza inherente, que obra contra la materia destinada a contenerla; lo que por una de las mil transiciones a que se acomoda el lenguaje, se aplicó después a la vasija misma, cuando deja escapar el líquido contenido, y en este sentido se dice que una pipa se sale. «Mi amo se sale, sálese sin duda. -¿Y por dónde se sale, señora? ¿Hásele roto alguna parte de su cuerpo? -No se sale sino por la puerta de su locura; quiere decir, señor bachiller de mi ánima, que quiere salir otra vez a buscar aventuras» (Cervantes). Morirse no es morir, sino acercarse a la muerte. Nacerse es nacer espontáneamente, y se dice con propiedad de las plantas que brotan en la tierra sin preparación ni cultivo:

«Poco a poco nació en el pecho mío,
No sé de qué raíz, como la yerba
Que suele por sí misma ella nacerse,
Un incógnito afecto».

(Jáuregui)

765. Reír y reírse parecen diferenciarse muy poco; y sin embargo, ningún poeta diría que la naturaleza se ríe, para dar a entender que se muestra placentera y risueña, al paso que, cuando se quiere expresar la idea de mofa o desprecio, parece más propia la construcción cuasi-refleja:

«La codicia en las manos de la suerte
Se arroja al mar, la ira a las espadas,
Y la ambición se ríe de la muerte».

(Rioja)

766. El verbo ser, regularmente intransitivo, es de los que alguna vez se prestan a la construcción cuasi-refleja de que estamos tratando. Con Érase solían principiar los cuentos y consejas, fórmula parodiada por Góngora en su romancillo:

«Érase una vieja De gloriosa fama»,

y por Quevedo en el soneto

«Érase un hombre a una nariz pegado».

Me soy parece significar soy de mío, soy por naturaleza, por condición. «Mochachas, digo, que, viejas, harto me so81 yo» (La Celestina); esto es, harto vieja me soy.

«Asno se es de la cuna a la mortaja»,

dice Rocinante, hablando de su amo en un soneto de Cervantes. Todavía es frase común sea o séase lo que se fuere.

Tenemos pues construcciones regulares cuasi-reflejas de toda persona, formadas ya por verbos ordinariamente activos, ya por verbos reflejos, ya por verbos neutros.

767 (335). Otras construcciones regulares cuasi-reflejas son las de tercera persona, formadas con verbos ordinariamente activos; y por su uso frecuente puede decirse que pertenecen al proceder ordinario de la conjugación. Ellas invierten el significado del verbo, y lo hacen meramente pasivo: «Se admira la elocuencia», «Se apetecen las distinciones», «Se promulgaron sabias leyes», equivale a «la elocuencia es admirada», «las distinciones son apetecidas», «fueron promulgadas sabias leyes». De la reflexividad significada por los elementos gramaticales, la idea de acción se desvanece, y queda solamente la idea de pasión, o de modificación recibida.

768 (a). He aquí, pues, un nuevo medio de comprobar el complemento acusativo, porque si verse la casa es la pasiva de ver la casa convirtiéndose el complemento en sujeto, poderse volar será de la misma manera la pasiva de poder volar.

769 (b). Esta construcción cuasi-refleja de tercera persona no debe usarse cuando hay peligro de que se confunda el sentido puramente pasivo con el reflejo: «Se cultiva el campo», no adolece de esta ambigüedad, porque el campo no puede cultivarse a sí mismo; pero si el sujeto fuese un ser capaz de la acción significada por el verbo, la construcción ofrecería dos sentidos diversos, o tal vez ofrecería naturalmente el reflejo. «Se miraban los reyes como superiores a la ley», pudiera significar o que se miraban a sí mismos o que eran mirados; pero quizá más naturalmente lo primero. «¡A cuántos trabajos y penalidades se sujetan los hombres por ese ruido vano que se llama gloria!», el sentido es exclusivamente reflejo. «La casa se estremecía con el sacudimiento de la tierra»: sentido pasivo.

«Los espectadores de aquella escena sangrienta se estremecían de horror»: la construcción es aquí cuasi-refleja de toda persona, y se expresa con ella una emoción del alma, a que acompaña tal vez algún movimiento corpóreo, pero cuya verdadera causa o agente está en el complemento que modifica al verbo (§ 331).

770 (c). La precedente análisis nos conduce a la clasificación de los verbos. En rigor, es construcción activa toda la que consta de complemento acusativo, y verbo activo o transitivo todo el que lleva un complemento de esta especie. Pero en este sentido serían muy contados los verbos a que no se pudiese dar este título. Clasificaremos, pues, los verbos bajo otro punto de vista más conveniente para señalar los diferentes modos de usarlos.

771 (336). Verbo activo o transitivo es el que en su uso ordinario admite acusativos oblicuos, como ver, oír, amar; reflejo es el que lleva constantemente los acusativos complementarios reflejos me, nos, te, os, se, como jactarse, atreverse, arrepentirse; intransitivo o neutro el que de ordinario no lleva acusativo alguno, o sólo ciertos acusativos en circunstancias particulares, como ser, estar, vivir.

772 (337). Pasemos a las proposiciones irregulares o anómalas.

En ellas no se expresa ni se subentiende sujeto.

Puede a la verdad en muchos casos suplírseles alguno; pero no es porque en el uso común se piense en él.

Las unas son intransitivas, o si tienen acusativo, es regularmente oblicuo; las otras son cuasi-reflejas.

773 (338). A las primeras pertenecen las proposiciones en que figuran los verbos amanecer, anochecer, llover, lloviznar, nevar, granizar, tronar y otros, que en su significado natural no llevan ordinariamente sujeto, y que se suelen llamar impersonales, aunque tal vez les convendría mejor la denominación de unipersonales, porque parecen referirse siempre a una tercera persona de singular, bien que indeterminada. Hay en ellos a la verdad un sujeto envuelto, siempre uno mismo, es a saber, el tiempo, la atmósfera, Dios, u otro semejante, y de aquí es que se dice alguna vez «Amaneció Dios», «Amaneció el día»; pero ésta es más bien una locución excepcional, que no se emplea sino en muy limitados casos; el uso corriente es no poner a estos verbos sujeto alguno.

774 (a). Sin embargo, sacados de su significado natural, pueden llevar sujeto: «Tronaba la artillería», «Sus ojos relampagueaban», «Sus palabras me helaron», «Amanecimos a vista de tierra».

775 (b). Díjose, «Llovió piedras», conservando la impersonalidad del verbo y dándole acusativo. Pero es más común convertir este complemento en sujeto: «Sancho se puso tras su asno; y con él se defendía del pedrisco que sobre ellos llovía» (Cervantes). «Acudieron los mejicanos a Cortés, clamando sobre que no llovían sus dioses» (Solís). Dánsele otras veces sujeto y acusativo juntamente: «Comenzaron los galeotes a llover tantas y tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela» (Cervantes). «La casa se llovía», es una locución usual cuasi-refleja. Y del uso activo de llover procedió naturalmente el participio pasivo, llovido, llovida.

776 (339). Hay otros verbos que siendo de suyo activos o neutros y conjugándose por todas las personas y números, pasan al uso impersonal. Así el temblor de tierra se expresa por el verbo temblar usado impersonalmente: «¿No sentís que tiembla?». Empléanse del mismo modo ser y estar: «Es temprano», «Es tarde», «Es de día», «Está nublado», «Está todavía oscuro».

777 (340). El verbo dar aplicado a las horas llevaba al principio sujeto y acusativo oblicuo: «Antes que el reloj diese las cuatro, ya yo tenía otras tantas libras de pan ensiladas en el cuerpo» (don Diego Hurtado de Mendoza). Callose el sujeto, que era siempre uno mismo, y el verbo se hizo impersonal con acusativo oblicuo: «De esta manera anduvimos hasta que dio las once» (el mismo). De aquí la pasiva: «Aún no eran dadas las ocho, cuando con vuestra merced encontré» (el mismo). Decíase pues «ha dado las cuatro», no «han dado», como decimos hoy, convirtiendo el acusativo en sujeto.

778 (341). Con el verbo hacer, usado impersonalmente, se significaban las variaciones atmosféricas: «hace frío», «hizo grandes calores en el mes de Enero». Hoy es común convertir este acusativo en sujeto: «hicieron grandes calores». Aplicado al trascurso del tiempo, rige que anunciativo, que lleva envuelta la preposición de o desde: «Hace algunos días que le vi», o callando el que: «Le vi algunos días hace».

779 (a). Encuéntrase en nuestros clásicos tal cual pasaje en que hacer, aplicado al trascurso del tiempo, deja de ser impersonal, tomando el tiempo mismo por sujeto: «Hoy hacen, señor, según mi cuenta, quince años, un mes y cuatro días, que llegó a esta posada una señora en hábito de peregrina» (Cervantes).

780 (342). El verbo pesar, significando una afección del ánimo, rige dativo de persona y complemento de cosa con de: «Así me pese de mis culpas como de haberle conocido»; «Harto les pesa de haber tratado con tanta confianza a un hombre tan falso». Pero si la causa del pesar se expresa con un infinitivo, se puede omitir la preposición: «Me pesa haberte enojado»: pesar deja entonces de ser impersonal, y tiene por sujeto el infinitivo.

781 (343). El de más uso entre los verbos impersonales es haber, aplicado a significar indirectamente la existencia de una cosa, que se pone en acusativo: «Hubo fiestas»; «Hay animales de maravillosos instintos»; frases que no se refieren jamás a un sujeto expreso. Decimos que por este medio se significa indirectamente la existencia, porque haber conserva su significado natural de tener; y si sugiere la existencia del objeto que se pone en acusativo, es porque nos lo figuramos contenido en un sujeto vago, indeterminado, cuya idea se ofrece de un modo oscuro y fugaz al entendimiento, pero no tanto que no produzca efectos gramaticales, concordando con el verbo en tercera persona de singular, y rigiendo acusativo; como si se dijese la ciudad tuvo fiestas; el mundo, la naturaleza, tiene animales, etc. Que la cosa cuya existencia se significa está en acusativo, lo prueba la necesidad del caso complementario de acusativo, cuando la representamos con el pronombre él: «Estaba anunciado un banquete, pero no fue posible que lo hubiese»; «Se creyó que habría frutas en abundancia, y en efectos las hubo»; «Hay magníficas perspectivas en la cordillera, y no las hay menos hermosas y variadas en los valles». Si el impersonal haber significara de suyo existir, sería la mayor de todas las anomalías poner las cosas existentes en acusativo.

782 (a). El impersonal haber se aplica frecuentemente al trascurso del tiempo: «No há mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero» (Cervantes); o callando el que anunciativo: «Vivía no há mucho». Há se acentúa en este sentido, como en el precedente se dice hay por ha.

783 (b). El impersonal haber se sirve de auxiliar a sí mismo para la formación de los tiempos compuestos, y así se dice: «Hubiera habido graves desórdenes, si no hubiese habido tropas que los contuviesen».

784 (c). Los infinitivos y gerundios de los verbos impersonales comunican su impersonalidad a los verbos de que dependen: «Comienza a llover»; «Debió de haber graves causas para tan severas providencias»; no podría decirse debieron.

785 (344). En las precedentes construcciones irregulares el verbo se halla siempre en la tercera persona de singular; hay otras aplicables a los verbos que significan actos propios de personas o seres racionales: «Dicen que ha llegado una mala noticia»; «Temen que se declare la guerra»; «Anuncian la caída del ministerio»; «Cantan en la casa vecina»; construcciones, como se ve, ya intransitivas, ya transitivas y oblicuas.

786 (a). No vaya a creerse que se subentiende en ellas un sujeto plural como algunos, porque se hace uso de estas construcciones aun cuando manifiestamente es uno el agente; así, cantan en la casa vecina es una expresión muy castellana, aunque se perciba que es una sola persona la que canta.

«¡Que me matan! ¡Favor! Así clamaba
Una liebre infeliz que se miraba
En las garras de una águila sangrienta».

(Samaniego)

«Pareciole a don Quijote que oía la voz de Sancho Panza, y levantando la suya todo lo que pudo, dijo: -¿Quién se queja? -¿Quién se ha de quejar -respondieron-, sino el asendereado de Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su mala andanza, de la Ínsula Barataria?».

787 (345). Pasemos a las construcciones irregulares cuasi-reflejas, que son las que tienen el acusativo reflejo se, y pertenecen todas a la tercera persona de singular: se duerme, se canta, se baila; «Aquí se pelea por el caballo, allí por la espada» (Cervantes). «Se escribe y compone en la actualidad bajo el yugo de un culteranismo de pésimo gusto, que ni siquiera es ingenioso y erudito como el de Góngora» (Mora). «¿Y cómo se imita? Copiando» (el mismo). El único sujeto que se ofrece a la mente es la acción misma del verbo; como si dijéramos se ejecuta el dormir, el cantar, el bailar, el pelear, el escribir, el componer, el imitar. Estas construcciones anómalas cuasi-reflejas de tercera persona se puede decir que entran en el proceder ordinario de la conjugación; porque son contados los verbos que no se construyen alguna vez de esta manera. Son reflejas en la forma, pasivas en su significado.

788 (a). Si el verbo es reflejo, no tiene cabida la construcción impersonal de que hablamos: se arrepiente, v. gr., se refiere siempre a un sujeto.

789 (b). Si el verbo es de los activos o neutros que llevan a menudo acusativo reflejo, como acercar, morir, reír, sólo en circunstancias particulares que remuevan todo peligro de ambigüedad, podrá construirse de ese modo: se acerca, por ejemplo, requiere sujeto: «Cuanto más uno se acerca a la cumbre de un alto monte, menor es la densidad del aire y más difícil la respiración». Pero se muere, se ríe, pueden usarse impersonalmente, cuando un contraste determina el sentido: «Como se vive, se muere»; «Aquí se llora y allá se ríe».

790 (c). En el infinitivo todo verbo puede hacerse impersonal: «De nada sirve arrepentirse tarde».

791 (d). El verbo de construcción impersonal puede llevar su acostumbrado régimen: «Se pelea por el caballo»; «Se vive con zozobra»; «Se trata de un asunto importante». Pero aquí se ofrece una duda: ¿el complemento acusativo subsiste tal en la construcción impersonal cuasi-refleja, o varía de naturaleza? Cuando decimos, «Se admira a los grandes hombres»; «Se colocó a las damas en un magnífico estrado», ¿debemos mirar estos complementos a los grandes hombres, a las damas como verdaderos acusativos? Yo me inclino a creer que no; lo primero, por la modificación de significado que esta construcción produce en el verbo: se admira es se siente admiración; se coloca es se da colocación; se alaba es se dan alabanzas; sentido que parece pedir más bien un dativo. Lo segundo, porque si el complemento tiene por término el demostrativo él, no le damos otras formas que las del dativo: «Se les admira» (a los grandes hombres), no se los admira. Lo tercero, porque si el complemento lleva por término un nombre indeclinable, es de toda necesidad ponerle la preposición a, que en el dativo de estos nombres no puede nunca omitirse, como puede en el acusativo; así, o decimos: «Se desobedece a los preceptos de la ley divina», en construcción impersonal, o «Se desobedecen los preceptos», en construcción regular, haciendo a los preceptos sujeto; pero no podemos decir: «Se desobedece los preceptos». Contra esto puede alegarse que el verbo en la construcción impersonal pide las formas femeninas la, las: «Se la trata con distinción», «Se las colocó en los mejores asientos». Pero esta razón no es decisiva, porque la y las son formas que se emplean frecuentemente como dativos. De manera que la regla es emplear en la construcción impersonal como dativo el que en la construcción regular es acusativo; pero con la especialidad de preferirse la y las a le y les en el género femenino.

792 (e). Si el término del complemento es de persona, se prefiere la construcción anómala cuasi-refleja, convirtiendo el acusativo en dativo «Se invoca a los santos»; «Se honra a los valientes»; «Se nos calumnia»; «Se les lisonjea». Pero si el término es de cosa, la construcción que ordinariamente se emplea es de regular cuasi-refleja: «Se olvidan los beneficios», «Se fertilizan los campos con el riego». «Se olvida a los beneficios y se fertiliza a los campos», serían personificaciones durísimas; pero lo más intolerable sería, «Se olvida los beneficios», «Se fertiliza los campos». Sin embargo, cuando el complemento de cosa tiene por término el reproductivo él, es admisible en ciertos casos la construcción anómala: «Si en la fábula cómica se amontonan muchos episodios, o no se la reduce a una acción única, la atención se distrae» (Moratín); mejor que o no se reduce; porque no se nos presentaría espontáneamente el sujeto tácito de reduce, y sería menester cierto esfuerzo de atención para encontrarle en el término de un complemento de la proposición anterior; cosa que debe en cuanto es posible evitarse, porque perjudica a la claridad. «Unas veces se ama la esclavitud, y otras se la aborrece como insoportable» (Olive); aquí no hay la misma razón, y hubiera sido mejor se aborrece.

793 (f). Resulta de lo dicho que la proposición irregular es unas veces intransitiva (llueve, relampaguea, pésame de su desgracia, cantan en la casa vecina), o transitiva con acusativo oblicuo (tres siglos hace que fue fundada la ciudad de Santiago, llueve piedras, hubo fiestas); y otras veces cuasi-refleja (se canta, se les recibió con distinción, se les admira).

794 (g). Se admiran, aplicado a personas, no querría decir que éstas son admiradas, sino que se admiran a sí mismas, o se admiran unas a otras, o que se produce en ellas el sentimiento de admiración. Este tercer sentido es el más obvio, y para que tuviese cabida el primero o segundo sería menester, casi siempre, añadir alguna modificación a la frase: a sí mismas, unas a otras, mutuamente.

795 (h). En las construcciones cuasi-reflejas lleva el verbo las mismas modificaciones que en las correspondientes activas o neutras; salvo las diferencias necesarias para la conversión de la frase. «Nos consolaba en aquella triste situación una sola débil esperanza»; «Nos consolábamos en aquella triste situación con una sola», etc. «Notamos gran diversidad entre las literaturas de los diversos tiempos y países»; «Se nota gran diversidad», etc. «Entramos fácil y holgadamente por la puerta del vicio, pero no salimos por ella sino con mucho trabajo, y después de duros combates»; «Se entra fácil y holgadamente», etc, «pero se sale por ella», etc. Sólo hay que advertir que en estas conversiones no cabe modificativo alguno de los que miran directamente a un sujeto que se suprime, como lo hacen los predicados y los pronombres reproductivos. Así, no porque se diga «Vivimos felices», «Con dificultad deja el hombre las preocupaciones que en los primeros años se le han infundido», se dirá en construcción diferente: «Se vive feliz», puesto que falta a feliz el sustantivo tácito de que era predicado; ni «Con dificultad se dejan las preocupaciones que en sus primeros años se le han infundido», una vez que se suprime hombre a que se referían los pronombres sus y le. Sería preciso decir se vive felizmente; en los primeros años, o en nuestros primeros años, y se han o se nos han. Parecería superfluo advertir una cosa tan obvia, si no la viésemos algunas veces desatendida. En un escritor merecidamente estimado se lee: «No se está muy acorde acerca del origen del asonante»; donde acorde es un predicado sin sujeto.


Apéndice I

Construcciones en que el acusativo repite el significado del verbo

796 (346). Verbos que se usan como intransitivos toman a veces un acusativo que presenta el significado del verbo en abstracto, como en vivir una vida miserable, morir la muerte de los justos, pelear un reñido combate.

«Y como la hambre creciese, moría (yo) mala muerte» (don Diego Hurtado de Mendoza). «Arrúllase dentro de sí el alma, y comienza a dormir aquel sueño velador» (Granada). «¿Qué nos aprovechará haber navegando una muy larga y próspera navegación, si al cabo nos perdemos en el puerto?» (el mismo).

797 (a). Este acusativo, como manifiestan los ejemplos, debe llevar alguna modificación que lo especifique, porque sin eso sería del todo redundante.

798 (b). Si se dice, vivir una vida miserable, dormir el sueño de la muerte, también podrá decirse, reproduciendo por medio de un relativo la expresión que pudiera servir de acusativo: «Es vida miserable la que vivimos»; «El sueño que todos al fin dormiremos es el de la muerte»; «Es vida graciosa la que viven» (Lazarillo de Tormes, por incierto autor). De aquí aquellas construcciones el vivir que vivimos, el comer que comemos, el velar que velamos, empleadas a veces por Cervantes y por otros escritores de la misma edad.

799 (c). Podemos también convertir este acusativo, por medio de un relativo, en sujeto de una construcción cuasi-refleja: «Esta misma vida que con tantos afanes y tribulaciones se vive, ¿qué otra cosa es, sino un recuerdo continuo, y como un preludio de la muerte?» (Granada). Y no variará de carácter la construcción si paliamos el antecedente bajo la forma de un sustantivo neutro de significación general: «Esto mismo que se vive con tantos afanes y tribulaciones, ¿qué otra cosa es», etc.

«Vivió la vida de contento y gloria
En que es placer lo mismo que se pena».

(Maury)

En el primer verso la vida es acusativo de vivió, y en el segundo lo mismo que se pena (como si dijéramos el mismo penar que se pena) sirve de sujeto a es.

800 (d). Los gerundios precedidos de la preposición en (única que se construye con ellos) se prestan a una locución de la misma especie: en saliendo que salgamos, en llegando que llegue. «Dijo Sancho cómo su señor, en trayendo que él le trajese, buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, había de ponerse en camino» (Cervantes). El que representa a traer, envuelto en el gerundio, y lo hace acusativo de trajese por una construcción análoga al vivir que vivimos, pelear que peleamos. Parece haber algo de redundante en estas construcciones de gerundio; pero el pleonasmo no es enteramente ocioso: en rayando el día partiremos, significa inmediata sucesión de la partida al rayar; en rayando que raye el día asevera la inmediación.

801 (e). Hay otro modismo mucho más usual, que puede también explicarse sin violencia por medio de un acusativo que repite el significado del verbo: «Así pienso llover, como pensar ahorcarme» (Cervantes); «Así lo creeré yo, como creer que ahora es de día» (el mismo). Locuciones que, desenvueltos todos los elementos intelectuales, se convertirían en así pienso el pensar llover, como el pensar ahorcarme; así creeré yo el creer lo que me dicen, como el creer que ahora es de día. Como, conjunción comparativa, debe enlazar dos elementos análogos, y no lo son pienso y pensar, creeré y creer.


Apéndice II

Construcciones anómalas del verbo ser

802 (a). El verbo ser se encuentra a menudo entre dos frases sustantivas, una de las cuales se compone de un artículo sustantivo o sustantivado que una proposición subordinada modifica: «Eso era lo que apetecías»; «Esta vieja casa es la que abrigó nuestra infancia»; construcción normal, que en nada se desvía de las reglas comunes.

803. Si el relativo que fuese precedido de preposición, diríamos según las mismas reglas: «Eso era lo a que con tanta ansia aspirabas»; «Esta vieja casa es la en que se abrigó nuestra infancia»; «Fue pequeño espacio el en que estuvo Transila desmayada» (Cervantes); «No son días de fe los en que vivimos» (Alcalá Galiano).

804. Pero esta construcción regular no es la que prefiere ordinariamente la lengua. El giro genial del castellano es anteponer la preposición al artículo: «Infinitamente más es a lo que se extiende este infinito poder» (Granada): por lo a que. «Si al pueblo», dice Lope de Vega,

«En las comedias ha de darse gusto,
Con lo que se consigue es lo más justo»:

por lo con que. «El estilo en que se expusiese la muerte del rey Agis en un asunto sacado de la historia de Lacedemonia, debe ser más conciso y enérgico que en el que se presentase un argumento persa, como el de Artajerjes» (Martínez de la Rosa): por el en que.

805 (b). A la preposición, el artículo y el relativo que puede sustituirse un adverbio cuando el sentido lo permite: «Esta vieja casa es donde se abrigó nuestra infancia»; «La hora de la adversidad es cuando se conocen los verdaderos amigos»; por la en que. Pero lo más usual es contraponer de este modo dos adverbios o dos complementos, o un complemento a un adverbio: «Allí fue donde se edificó la ciudad de Cartago»; «Así es como decaen y se aniquilan los imperios»; «A la libertad de la industria es a lo que debe atribuirse el prodigioso adelantamiento de las artes»; «A la hora de la adversidad es cuando se conocen los amigos»; trasformación notable en que adverbios y complementos hacen veces de sujetos y de predicados del verbo ser.

806 (c). A las anomalías que hemos notado (a, b), acompaña a veces otra, y es que donde propiamente correspondía el neutro lo se pone un artículo sustantivado: «¿Es el raciocinio al que debemos el título glorioso de imágenes del Criador?» (Lista): al que es a el que, por a lo que. En efecto, preguntar si el raciocinio es al que... es lo mismo que preguntar si el raciocinio es el raciocinio a que; absurdo a que sólo la incontestable autorización del uso ha podido dar pasaporte, obligándonos a entender el que en el sentido de lo que, la cosa a que.

807 (d). Pero hay casos en que esta sustitución del artículo sustantivado al artículo sustantivo adolecería de ambigüedad. Por ejemplo: «La ambición desordenada es la que tantas revoluciones produce», significa propiamente que no toda ambición las produce, sino sólo la desordenada; poniendo lo en lugar de la, sería muy diverso el sentido, porque de este modo se enunciaría que las revoluciones eran debidas a la ambición desordenada, excluyendo no sólo toda otra ambición, sino toda otra cosa. Si queriendo pues expresar esto último hubiese peligro de ambigüedad, sería preciso emplear la palabra propia, que es el artículo sustantivo. Jovellanos dice: «Supuesta la igualdad de derechos, la desigualdad de condiciones tiene muy saludables efectos: ella es la que pone las diferentes clases del Estado en una dependencia necesaria y recíproca; ella es la que las une con los fuertes vínculos del interés; ella es la que llama las menos al lugar de las más ricas y consideradas; ella, en fin, la que despierta e incita el interés personal». Si el autor quiso decir que la desigualdad de condiciones es la sola desigualdad que acarrea esos efectos, es propio el la; pero si se hubiese propuesto enunciar que la desigualdad de condiciones era lo único que los acarreaba, lo hubiera sido la palabra propia. Y sin embargo, como este segundo concepto, que es el de Jovellanos, se manifiesta claramente de suyo, se acomoda más al genio de la lengua y suena mejor el la que el lo.

En el ejemplo anterior de Lista se emplea el artículo sustantivado por el artículo sustantivo con la misma claridad y elegancia que en el anterior de Jovellanos.

808. Cuando en lugar de el que, la que, los que, las que, referidos a seres personales o personificados, se pone quien o quienes, como ordinariamente se practica, no hay peligro de ambigüedad: «A quien corresponde repeler esta invasión corruptora es a la opinión» (Mora); el sentido excluye manifiestamente todo lo que no sea la opinión.

809 (e). La precedencia de la preposición al artículo es particularmente notable, cuando el artículo no precede inmediatamente al relativo: «A la mayor cantidad de dinero que pueden alcanzar los costos de la obra, es a la suma de dos mil pesos».

810 (f). De lo que hasta aquí hemos dicho se sigue que podemos construir de cuatro modos:

1.º Según el orden gramatical común, que consiste en contraponer dos frases sustantivas: «No son días de fe los en que vivimos».

2.º Contraponiendo a una expresión sustantiva un adverbio: «La zona tórrida es donde ostenta la vegetación toda su pompa y lozanía».

3.º Contraponiendo a una expresión sustantiva un complemento: «Lo más a que puede aspirar un escritor es a que una obra suya tenga pocas faltas, mas no a que deje de tener algunas» (Puigblanch). «Lo primero en que se conoce que un autor escribe sin plan es en el título de la obra» (el padre Alvarado); «A la (paz) que esta composición de Juan de la Encina alude es la que se celebró con Luis XII» (Martínez de la Rosa).

4.º Contraponiendo dos complementos o dos adverbios o un adverbio a un complemento: «A la libertad de industria es a la que...»; «Así es como decaen...»; «A la hora de la adversidad es cuando...»; «De la mayor riqueza que ellos se preciaban era de tenerme a mí por hija» (Cervantes).

811 (g). Estas variedades de construcción no son en todos casos igualmente aceptables; ni es posible dar reglas para su elección sin entrar en pormenores prolijos, que la atenta lectura de nuestros escritores haría innecesarios.

812 (h). De lo que sí debe cuidarse mucho es de no imitar el giro que en la lengua francesa equivale al de las construcciones anómalas precedentes. Lo que caracteriza al primero es que en una de las expresiones contrapuestas se emplea el relativo que por sí solo. Imitándole diríamos, por ejemplo, «No es en días de fe que vivimos», «Allí fue que se edificó la ciudad», «A la libertad de la industria es que debe atribuirse», «A la hora de la adversidad es que se conocen...»; crudos galicismos, con que se saborean algunos escritores suramericanos.

813 (i). Si se contraponen dos adverbios o dos complementos o un complemento a un adverbio, el verbo ser toma siempre el número singular; «A las ambiciones personales es a las que se deben tantas revoluciones desastrosas». Si, por el contrario, se contrapone un adverbio o un complemento a una frase sustantiva, puede el verbo ser concordar con ella; pero el artículo sustantivo o sustantivado del complemento ejercerá cierta atracción sobre el verbo: «Las producciones agrícolas son a las que», o «es a lo que importa conceder mayores franquezas».