Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos: Capítulo XXXI

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Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos
Capítulo XXXI: Uso de los artículos​
 de Andrés Bello

856 (a). El artículo indefinido da a veces una fuerza particular al nombre con que se junta. Decir que alguien es holgazán no es más que atribuirle este vicio; pero decir que es un holgazán es atribuírselo como cualidad principal y característica: «Serían ellos unos necios, si otra cosa pensasen»; unos hombres principal y característicamente necios.

857. Alguno suele usarse de la misma manera: «Ahora digo que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador» (Cervantes).

858 (b). Otras veces por medio del artículo indefinido aludimos enfáticamente a cualidades conocidas de la cosa o persona de que se trata: «Todo un Amazonas era necesario para llevar al Océano las vertientes de tan vastas y tan elevadas cordilleras». «Echaron de ver la borrasca que se les aparejaba, habiendo de haberlas con un rey de Francia» (Coloma). «A pesar de haber confiado el gobierno de la ciudad a un conde de Tendilla, espejo de caballeros, tan generoso y clemente en la paz, como bizarro en los combates; a un fray Hernando de Talavera, cuyo nombre recuerda la caridad y mansedumbre de los primitivos apóstoles», etc. (Martínez de la Rosa).

859 (c). Se usa el indefinido uno significando alguna persona o persona alguna, es decir, sustantivado: «Es difícil que uno se acostumbre a tantas incomodidades». Y se suele entonces aludir a la primera persona de singular: «No puede uno degradarse hasta ese punto», es un modo enfático de decir no puedo. Si la que habla es mujer, lo más corriente es decir una: «Tiene una que acomodarse a sus circunstancias», «Y entonces ¿qué ha de hacer una?» (Moratín).

860 (d). Antiguamente solía decirse hombre en el sentido de uno por una persona: «El comienzo de la salud es conocer hombre la dolencia del enfermo» (La Celestina); «Peor extremo es dejarse hombre caer de su merecimiento, que ponerse en más alto lugar que debe» (la misma).

«El no maravillarse hombre de nada
Me parece, Boscán, ser una cosa
Que basta a darnos vida descansada».

(Diego Hurtado de Mendoza)

861. Usose, y todavía se usa, de la misma manera persona; pero sólo en oraciones negativas: «Quitose la venda, reconoció el lugar donde la dejaron, miró a todas partes, no vio a persona» (Cervantes). «Una noche se salieron del lugar sin que persona los viese» (el mismo); «No quedó persona a vida».

862 (e). Cuando se sustantiva uno, reproduciendo un sustantivo precedente, no debe usarse la forma apocopada un. «Hay en la ciudad muchos templos, y entre ellos uno suntuosísimo de mármol»; «Entre los vestidos que se le presentaron, eligió uno muy rico». Un rico es siempre un hombre rico; un campesino, un hombre del campo. Tengo pues por incorrecta la expresión de don J. de Burgos, que hablando de dos ratones dice:

«A un ratón de ciudad un campesino,
Su amigo y camarada,
Recibió un día».

Era preciso decir como Samaniego:

«Un ratón cortesano
Convidó con un modo muy urbano
A un ratón campesino».

863 (f). Unos, unas da un sentido de pura aproximación al número cardinal con que se junta: «Componían la flota unos cuarenta bajeles»; esto es, poco más o menos cuarenta.

864 (g). Empléase a veces el singular uno, una por el artículo definido, y entonces comunica cierta énfasis al sustantivo: «Esta conducta es muy propia de un hombre de honor»; «Una mujer prudente se porta con más recato y circunspección».

865 (h). Los nombres propios de personas, y en general de seres animados, como Alejandro, César, Rocinante, Mizifuf, no admiten de ordinario el artículo definido; y esto aunque les precedan títulos, como San, Santo, Santa, don, doña, fray, frey, sor, monsieur, monseñor, mister, madama, sir, milord, miladi; pero lo llevan señor y señora y todo calificativo antepuesto: San Pedro, Santo Tomás, fray Bartolomé de las Casas, sor Juana Inés de la Cruz, el señor Martínez de la Rosa, la señora Avellaneda, el Emperador Alejandro, el Rey Luis Felipe, el atrevido Carlos XII, el traidor Judas, la poetisa Corina, el bachiller Sansón Carrasco, la fabulosa doña Jimena Gómez. Los epítetos y apodos, que se usan como distintivos y característicos de ciertas personas, a cuyo nombre propio se posponen, requieren el artículo: Carlos el Temerario, don Fernando el Emplazado, Juan Palomeque el Zurdo; bien que el uso tiene establecido lo contrario en Magno y Pío: Alberto Magno, Ludovico Pío. En los sobrenombres que de las provincias conquistadas se daban a los generales romanos, es más usual, aunque no necesario, suprimir el artículo: Escipión Africano o el Africano.

866. Santo, Santa, como título de los canonizados que celebra la Iglesia, rechaza el artículo: Santo Domingo, Santa Teresa; pero es costumbre darlo a los del antiguo testamento, que no tienen rezo eclesiástico: el Santo Job, el Santo Tobías. Dícese lord o ladi tal, y el lord o la ladi cual, aunque mejor sin artículo. Pero si el título pertenece al empleo, es necesario el artículo: el lord Canciller, los lores del Almirantazgo.

867 (i). Siguen la regla de los nombres propios los apellidos y patronímicos empleados como propios, verbigracia Virgilio, Cicerón, Cervantes, Mariana, Lucrecia, Virginia; bien que, como en castellano, el apellido o patronímico no varía de terminación para el sexo femenino, es preciso suplir esta falta por medio del artículo: «la González», «la Pérez», «la Osorio». Imitando a los italianos, decimos: el Petrarca, el Ariosto, el Tasso; pero estos tres célebres poetas y el Dante son los únicos a que solemos poner el artículo, pues no carecería de afectación el Maquiavelo, el Alfieri (tratándose de los autores y no de una colección de sus obras); y aun en el Dante imitamos mal a los italianos, que no juntan el artículo con este nombre propio, sino con el apellido Alighieri.

868 (j). Fuera de éstos, hay casos en que, así como empleamos el indefinido para dar a entender que se trata de individuos desconocidos, empleamos el definido para designar repetida y alternativamente dos o tres individuos de que ya se ha hecho mención:

«Vuesa merced me parece,
Señor juez, que aquí ha venido
Contra ciertos delincuentes.
-Sí, señor, un don Alonso
De Tordoya y un Luis Pérez.
Contra el don Alonso es
Por haber dado la muerte», etc.

(Calderón)

«En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales; el Anselmo era más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras sí los de la caza».

(Cervantes)

Mas, aun fuera de este caso, suele agregarse el artículo definido a nombres propios de hombres y mujeres, y la demostración que entonces lleva es del estilo familiar y festivo:

«Con don Gil he de casarme,
Que es un brinquillo el don Gil».

(Tirso de Molina)

«Es, señor, como una plata
La Hipólita».

(Calderón)

869 (k). En general, los nombres propios de naciones o países de alguna extensión pueden usarse con artículo o sin él, al paso que los de ciudades, villas, aldeas lo rehúsan. Pero las excepciones son numerosas. Algunos como Venezuela, Chile, no lo admiten; y en este caso se hallan los de naciones o países que tienen capitales homónimas, como México, Quito, Murcia. Al contrario, hay ciertos nombres de naciones, países, ciudades y aldeas, que ordinariamente lo llevan: el Japón, el Brasil, el Perú, el Cairo, la Meca, el Ferrol, la Habana, el Callao, la Guaira, el Toboso.

El orden a aquellos que pueden usarse con o sin artículo, lo más corriente es que cuando hacen el oficio de sujeto lo lleven o no, y en los demás casos no lo lleven; pero hagan o no de sujetos, es elegante el artículo cuando se alude a la extensión, poder u otras circunstancias de las que pertenecen al todo. Dirase, pues, con propiedad que «España o la España es abundante de todo lo necesario a la vida»; que uno «Viene de Rusia», o «Ha estado en Alemania» o «Ha corrido la Francia». El artículo redundaría si se dijera: «El embajador de la Francia presentó sus credenciales al Emperador», porque se trata aquí de una ocurrencia ordinaria, y no hay para qué aludir al poder y dignidad de la nación francesa; pero sería muy propio y llevaría énfasis si se dijera: «El embajador se quejó de no haber sido tratado con las distinciones debidas a un representante de la Francia».

870 (l). Los nombres propios de mares, ríos y lagos, llevan de ordinario el artículo; el Océano, el Támesis, el Ladoga. Los que son de suyo adjetivos no le dejan nunca, como el Mediterráneo, el Pacífico; los otros sí, particularmente en poesía:

«Mas yo sé bien el sueño con que Horacio,
Antes el mismo Rómulo, me enseña
Que llevar versos al antiguo Lacio

Fuera lo mismo que a los bosques leña,
Y trastornar en Betis o en Ibero
Una vasija de agua muy pequeña».

(Bartolomé de Argensola)

871 (m). Los nombres propios de montes llevan ordinariamente el artículo; pero pueden también omitirlo en verso.

«Moncayo, como suele, ya descubre
Coronada de nieve la alta frente»;

(Lupercio de Argensola)

excepto los que son de suyo apelativos: el Pan de Azúcar, la Silla; y los nombres plurales de cordillera, verbigracia los Alpes, los Andes, que nunca lo dejan.

872 (n). Ciertos nombres abstractos (como naturaleza, fortuna, amor) que, tomándose en un sentido general, deberían llevar el artículo definido, lo deponen a veces por una especie de personificación poética:

«Muchos hay en el mundo, que han llegado
A la engañosa alteza de esta vida,
Que Fortuna los ha siempre ayudado,
Y dádoles la mano a la subida», etc.

(Ercilla)

873 (ñ). A esta misma licencia poética se prestan los nombres de las estaciones.

«Sale del polo frío
Invierno yerto», etc.;

(Francisco de la Torre)

y los nombres de vientos, como Bóreas, Noto, Ábrego, Aquilón, Cierzo, Favonio, Zéfiro, Solano, etc., bien que la mayor parte de éstos tienen el valor de propios, por haberlo sido de los dioses o genios a quienes se atribuían los fenómenos de la naturaleza.

874 (o). Los de los meses se usan en prosa sin artículo, a menos que se empleen metafóricamente o que se contraigan a determinadas épocas o lugares, como en «el abril de la vida», «el octubre de aquel año», «el diciembre de Chile»; pero en verso, aun sin salir de su significado primario, pueden construirse con el artículo: «Dulce vecino de la verde selva,
Huésped eterno del abril florido».

(Villegas)

875 (p). Por regla general, todo sustantivo a que precede un modificativo toma el artículo, aunque sea de los que en otras circunstancias lo excluyen: «El todopoderoso Dios», «La guerrera Esparta», «La ambiciosa Roma», «El alegre mayo». Pero no deben confundirse con los epítetos aquellos adjetivos (generalmente participios) con los cuales se puede subentender el gerundio siendo o estando, como en «Demasiado corrompida Cartago para resistir a las armas romanas, pidió al fin la paz». Así es que no se colocan estos adjetivos entre el artículo (cuando lo hay) y el sustantivo: «Sojuzgada la China por los Tártaros, conservó sus costumbres y leyes», «Llena de riquezas y de vicios la poderosa Roma, dobló su cuello al despotismo».

876 (q). Lo que se ha dicho de los nombres propios en cuanto a llevar o no artículo, se entiende mientras conservan el carácter de tales, porque sucede a veces que los hacemos apelativos, ya trasladándolos de un individuo a otro para significar semejanza, como cuando decimos que «Racine es el Eurípides de la Francia», o que «París es la Atenas moderna»; ya imaginando multiplicados los individuos, y dando por consiguiente plural a sus nombres, como en «Atenas fue madre de los Temístocles, los Pericles, los Demóstenes»; ya alterando totalmente su significado, como cuando un Virgilio significa un ejemplar de las obras del poeta mantuano, o cuando se habla de una Venus designando una estatua de esta diosa. Convertido así el nombre propio en apelativo, o se toma en un sentido determinado o no, y en consecuencia lleva o no el artículo definido, y si es de aquellos que en su significado primario lo tienen, en el traslaticio indeterminado lo pierde, o lo cambia por el indefinido. Así de un país abundante en metales preciosos se dice que es un Perú; y traduciendo un dicho célebre de Luis XIV, diríamos: «Ya no hay Pirineos», que es como si valiéndonos de un nombre apelativo ordinario dijésemos: «Ya no hay fronteras entre la España y la Francia».

877 (r). Respecto de los apelativos la regla general es que en el sentido determinado lleven el artículo definido; pero no siempre es así: «Ha estado en palacio», «No ha vuelto a casa», son frases corrientes, en que palacio y casa designan cosas determinadas. A veces el ponerse o no el artículo depende de la preposición anterior: «Traducir en castellano», «Traducir al castellano». Sería nunca acabar si hubiésemos de exponer todas las locuciones especiales en que con una leve variación de significado o de construcción toma o no un sustantivo el artículo definido, cuando las circunstancias por otra parte parecerían pedirlo.

878 (s). Los pronombres posesivos y demostrativos se suponen envolver el artículo, cuando preceden al sustantivo: «Mi libro», y «El libro mío», «Aquel templo», y «El templo aquel». «El pajarillo aquel que dulcemente
Canta y lascivo vuela», etc.

(Quintana)

Por eso cuando el sustantivo es indeterminado, no suele el posesivo precederle: Su libro quiere decir «el, no un, libro suyo». Pero antiguamente solía construirse el posesivo con el artículo, precediendo ambos al sustantivo, en sentido determinado:

«Vosotros los de Tajo en su ribera
Cantaréis la mi muerte cada día».

(Garcilaso)

Caso que subsiste en las expresiones el tu nombre, el tu reino, de la oración dominical; en el mi consejo, la mi cámara, y otras de las provisiones reales.

879 (t). Los nombres que están en vocativo no se construyen ordinariamente con artículo:

«Corrientes aguas, puras, cristalinas,
Árboles que os estáis mirando en ellas,
Verde prado de fresca sombra lleno,
Aves que aquí sembráis vuestras querellas.
Yedra que por los árboles caminas;
Yo me vi tan ajeno
Del grave mal que siento,
Que de puro contento
Con vuestra soledad me recreaba», etc.

(Garcilaso)

880 (u). Poner artículo al vocativo es práctica frecuentísima en los antiguos romances y letrillas:

«Madre, la mi madre,
Guardas me ponéis».

(Cervantes)

«Pésame de vos, el conde,
Porque así os quieren matar;
Porque el yerro que ficistes
Non fue mucho de culpar».

(Romance del conde Claros)

881 (v). Omítese el artículo, no sólo en los vocativos, sino en las exclamaciones, aunque recaigan sobre la primera o tercera persona: «¡Desgraciado! ¿Quién había de pensar que sus trabajos tuvieran tan triste recompensa?».

882. Hacen excepción las frases exclamatorias el que, lo que: «¡El aburrimiento en que han caído los ánimos!», «¡Los extravíos a que arrastra la ambición!», «¡Lo que vale un empleo!».

«Opinan luego al instante
Y nemine discrepante,
Que a la nueva compañera
La dirección se confiera
De cierta gran correría
Con que buscar se debía
En aquel país tan vasto
La provisión para el gasto
De toda la mona tropa.
¡Lo que es tener buena ropa!».

(Iriarte)

883 (x). En las enumeraciones se calla elegantemente el artículo: «Hombres y mujeres tomaron las armas para defender la ciudad»; «Viejos y niños escuchaban con atención sus palabras»; «Pobres y ricos acudían a él en sus necesidades y embarazos»; «Padre e hijo fueron a cual más temeroso de Dios» (Rivadeneira); «Divididos estaban caballeros y escuderos» (Cervantes).

884 (y). En las aposiciones no suele ponerse artículo definido ni indefinido. Redunda pues en «Madrid, la capital de España»; y en «El Himalaya, una cordillera del Asia», es un anglicismo intolerable. Con todo, puede la aposición llevar un artículo: 1.º cuando nos servimos de ella para determinar un objeto entre varios del mismo nombre: «Valencia, la capital del reino así llamado»; 2.º cuando el artículo es enfático: «Roma, la señora del mundo, era ya el ludibrio de los bárbaros»; «Argamasilla, una pobre aldea de la Mancha, ha sido inmortalizada por la pluma del incomparable Cervantes». Y no sólo puede, sino debe llevarlo, cuando es necesario para el sentido superlativo de la frase: «Londres, la más populosa ciudad de Europa»; «San Pedro, el mayor templo del mundo». Los adjetivos que sin llevar artículo tienen un sentido superlativo, no lo necesitan en las aposiciones: «La justicia, primera de las virtudes»; «Rodrigo, último rey de los godos».

885 (z). Entre el artículo y el sustantivo median a veces adjetivos o frases adjetivas, y por consiguiente complementos que tengan la fuerza de adjetivos: «El nunca medroso Brandabarbarán de Boliche»; «El sin ventura amante»; «La sin par Dulcinea»; «La nunca como se debe admirada empresa de Colón». Lo mismo se extiende a los demostrativos y posesivos, por el artículo definido que envuelven: «Su para ellos mal andante caballería».

«Aquella que allí ves luciente estrella».

(Quintana)

«Estos que levantó de mármol duro
Sacros altares la ciudad famosa
A quien del Ebro», etc.

(Moratín)

Es de regla que las modificaciones precedan a la palabra modificada, quedando todo encerrado, por decirlo así, entre el artículo (expreso o envuelto) y el sustantivo modificado por él, según lo manifiestan los anteriores ejemplos (menos el último, en que el orden de las palabras es artificiosamente poético). En general, las que contienen proposiciones subordinadas (como la del ejemplo de Quintana) son peculiares de la poesía, y aun en éstas el usarlas con frecuencia rayaría en amaneramiento y afectación.

886 (aa). No deben confundirse, como en el día hacen algunos, imitando al francés, dos locuciones que se han distinguido siempre en castellano, el mismo, la misma, uno mismo, una misma. La primera supone un término de comparación expreso o tácito; y en esto se diferencia de la segunda: «Esta casa es del mismo dueño que la vecina»; «Maritornes despertó a las mismas voces» (que habían hecho salir al ventero despavorido, como acababa de referir el autor); «Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres» (Cervantes); «Lanzadas y más lanzadas, cuchilladas y más cuchilladas, descripciones repetidas hasta el fastidio, de unos mismos torneos, justas, batallas y aventuras», etc. (Clemencín).

887 (bb). Tampoco deben confundirse él mismo, ella misma, con el mismo, la misma. El artículo sincopado significa mera identidad o semejanza; íntegro, es enfático. «Este hombre no es ya el mismo» (que antes era): semejanza; «Esta mujer no es la misma» (que antes vimos): identidad. «Salió él mismo acompañándonos hasta la puerta»: se nota la circunstancia de salir él mismo como importante y significativa. «Quiso él mismo hacer luego la experiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo» (Cervantes): esto es, él en sí mismo; dase a entender cuán grande era su confianza en el resultado de la experiencia.

888 (cc). Cuando el mismo lleva sustantivo expreso, es a veces enfático. «Todas esas tonadas son aire -dijo Loaisa- para las que yo te podría enseñar, que hacen pasmar a los mismos portugueses» (Cervantes): esto es, aun a los portugueses, que son tan afamados cantores. En este sentido se pospone frecuentemente mismo: a los portugueses mismos.