Infiernos (DFV)

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Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Infiernos

NUESTRO compañero que ha hecho el artículo infierno, no ha hablado de la bajada de Jesucristo a los infiernos; que es un artículo de fe importantísimo, y está expresamente especificado en el símbolo del que se habla en su artículo. Se pregunta de donde se ha sacado este artículo de fe; porque no se encuentra en ninguno de nuestros cuatro Evangelios; y el símbolo, titulado de los apóstoles, como lo diremos en su lugar, no es anterior a los sabios sacerdotes Jerónimo, Agustín y Rufino.

Se cree que esta bajada del Señor a los infiernos está tomada originariamente del evangelio de Nicodemus, que es uno de los mas antiguos.

En este evangelio, el príncipe del Tártaro y Satanás, después de una larga conversación con Adam, Enoch, Elias el thesbita, y David, "oyen una voz como el trueno, y una voz como una tempestad. David dice al príncipe del Tártaro: Al presente, ruinísimo y cochinísimo príncipe del infierno, abre tus puertas, y que entre el rey de gloria, &c. Diciendo estas palabras al príncipe, el Señor de majestad vino en forma de hombre, e iluminó las tinieblas eternas y rompió los lazos indisolubles; y por una virtud invencible visitó a los que estaban sentados en las profundas tinieblas de los crímenes, y en las sombras de la muerte de los pecados."

Jesucristo se presentó con san Miguel, venció a la muerte, tomó a Adam por la mano, y el buen ladrón seguía llevando su cruz. Todo esto pasó en el infierno en presencia de Carino y de Lentio, que resucitaron de ex professo para dar testimonio a los pontífices Anas y Caifas, y al doctor Gamaliel que entonces era maestro de san Pablo.

Hace mucho tiempo que este evangelio de Nicodemus, no tiene ninguna autoridad; pero se encuentra una confirmación de esta bajada a los infiernos en la primera epístola de san Pedro al fin del capítulo III: " Porque el Cristo ha muerto una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos, con el fin de ofrecernos a Dios, muerto a la verdad en carne, pero resucitado en espíritu, por el cual fue a predicar a los espíritus que estaban en prisión."

Muchos padres han opinado de diferente manera sobre este pasaje; pero todos convienen que en el fondo Jesús había bajado a los infiernos después de su muerte. Sobre esto se suscitó una vana dificultad. Jesús había dicho al buen ladrón en la cruz: tú estarás hoy conmigo en el paraíso: luego le faltó a su palabra, si fue al infierno. A lo que se responde fácilmente diciendo, que primero lo llevó al infierno, y después al paraíso.

Eusebio de Cesarea dice [1], que "Jesús dejó su cuerpo sin esperar que viniese la muerte a tomarlo, y que al contrario, él tomó a la muerte que estaba temblando, que abrazaba sus pies, y que quería retirarse; que él la detuvo; que rompió las puertas de los calabozos donde estaban encerradas las almas de los santos; que las sacó de allí, las resucitó, resucitó él también, y las condujo en triunfo a aquella Jerusalén celestial que bajaba del cielo todas las noches, y fue vista por san Justino."

Mucho se ha disputado para saber, si todos estos resucitados murieron de nuevo antes de subir al cielo. Santo Tomas asegura en su suma [2], que volvieron a morir: y esta es la opinión del fino y juicioso Calmet. "Sostenemos, dice en su disertación sobre esta gran cuestión, que los santos que resucitaron después de la muerte del Salvador, murieron de nuevo para resucitar otro día."

Anteriormente había permitido Dios que los profanos gentiles imitasen por anticipación estas verdades sagradas. La fábula había imaginado que los dioses resucitaron a Pelops; que Orfeo sacó a Erudice de los infiernos, a lo menos por un momento; que Hércules libro de ellos a Alcestes; que Esculapio resucitó a Hipólito, &c. Distingamos siempre la fábula de la verdad, y sometamos nuestro entendimiento en todo lo que lo admira, como en lo que le parece conforme a sus débiles luces.


  1. Evang. cap. II.
  2. III Part. quest. LIII.