Leyes/3 (DFV)

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Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Leyes - Sección III

Los carneros viven en sociedad muy dulcemente, y su carácter pasa por muy benigno, porque no vemos la prodigiosa cantidad de animales que devoran. también es de creer que se los comen inocentemente y sin saberlo, como cuando nosotros comemos queso del Delfinado. La república de los carneros es la imagen fiel de la edad de oro.

Un gallinero es visiblemente un Estado monárquico el más perfecto. Ningún rey hay comparable a un gallo. Si se pasea fieramente en medio de su pueblo, no es por vanidad. Si el enemigo se acerca no da orden a sus súbditos para que vayan a dejarse matar por él en virtud de su cierta ciencia y plena potestad: él mismo sale en persona; coloca detrás sus gallinas, y combate hasta la muerte. Si sale vencedor, él mismo canta el Te Deum. En la vida civil no hay nadie tan galante, tan atento y tan desinteresado. El tiene todas las virtudes: si tiene en su real pico un grano de trigo o un gusanillo, se lo da a la primera súbdita que se presenta. En fin, Salomón en su serrallo no llegaba ni con mucho a un gallo en su corral.

Si es cierto que las abejas están gobernadas por una reina, a la que todos los súbditos hacen el amor, este es un gobierno todavía más perfecto.

Las hormigas pasan por una excelente democracia. Esta es superior a todos los demás Estados, pues que en ella todo el mundo es igual, y todos los particulares trabajan para el bien común.

La república de los castores es aun superior a la de las hormigas, por lo menos si juzgamos de ella por sus obras de albañilería.

Los monos se parecen más bien a los titiriteros, que a un pueblo civilizado, y al parecer no están reunidos bajo leyes fijas y fundamentales, como las especies precedentes.

Nosotros nos parecemos más a los monos que a ningún otro animal, por el don de la imitación, por la ligereza de nuestras ideas, y por nuestra inconstancia, que nunca nos ha permitido tener leyes uniformes y durables.

Cuando la naturaleza formó nuestra especie y nos dio algunos instintos, el amor propio para nuestra conservación, la benevolencia para la conservación de los demás, el amor que es común a todas las demás especies, y el don inexplicable de concebir mas ideas que todos los animales juntos; después de habernos dado así nuestra parte, nos dijo: Obrad como podáis.

En ningún país hay un código bueno. La razón es evidente; porque las leyes han sido hechas según los tiempos, los lugares, las necesidades, &c.

Cuando las necesidades han variado, las leyes que han subsistido han sido ridículas. Así la ley que prohibía comer cochino y beber vino, era muy racional en Arabia, donde el puerco y los licores son perniciosos; y es absurda en Constantinopla.

La ley que da todo el feudo al primogénito era muy buena en un tiempo de anarquía y de pillaje. Entonces el primogénito era el capitán del castillo, que asaltaban los bandoleros tarde ó temprano, sus hermanos eran sus tenientes, y los labradores sus soldados. Todo lo que había que temer era, que el hermano menor asesinase o envenenase al Señor para apoderarse de la casucha ; pero estos casos son raros, porque la naturaleza ha combinado nuestros instintos y nuestras pasiones de tal manera, que tenemos mas horror á asesinar á nuestro hermano, que deseo de poseer su fortuna. Ahora pues, esta ley conveniente á los poseedores de los torreones en tiempo de Chilperico, es detestable cuando se trata de repartir los bienes en una ciudad.

Para vergüenza de los hombres se sabe, que las leyes del juego son las únicas que en todas partes son justas, claras, inviolables y ejecutadas. ¿Porque el Indio que dio las leyes del algedrez, <!—textual --> es obedecido de buena voluntad en toda la tierra, y las decretales de los papas por ejemplo, son en el día un objeto de horror y de desprecio? Porque el inventor del algedrez lo combinó todo con exactitud para la satisfacción de los jugadores, y porque los papas no tuvieron en sus decretales mas miras que su único interés. El Indio quiso al mismo tiempo ejercitar el entendimiento de los hombres y proporcionarles una diversión; y los papas han querido embrutecer el entendimiento de los hombres. Y así el juego del algedrez ha subsistido sustancialmente el misino hace cinco mil años, y es común á todos los habitantes de la tierra; ínterim que las decretales no son reconocidas mas que en Espoleto o en Loreto, donde hasta el mas mediano jurisconsulto las detesta y las desprecia secretamente.