Judea (DFV)
Judea
A Dios gracias, yo no he estado en Judea, ni iré jamás allá. Yo conozco gentes de todas las naciones que han hecho este viaje, y todas me dicen, que la situación de Jerusalén es horrible; que todo los alrededores son pedregales; que los montes son unas rocas peladas; que el famoso río Jordán no tiene mas que cuarenta y cinco pies de ancho; que el único cantón bueno es Jericó: en fin, todas hablan como hablaba san Jerónimo, que vivió tanto tiempo en Bethleem, y que pinta el país como el desecho de la naturaleza. Dice que en el verano no hay ni aun agua que beber. Sin embargo, este país debía parecer a los judíos un lugar de delicias en comparación de los desiertos de donde eran originarios. Unos miserables que hubieran dejado las Landas para habitar algunas montañas del Lampurdan, alabarían su nueva mansión, y si esperaban penetrar hasta en las hermosas partes del Languedoc seria para ellos la tierra prometida.
He aquí precisamente la historia de los judíos. Jericó y Jerusalén son Tolosa y Mompeller, y el desierto de Sinai es el país entre Burdeos y Bayona.
Pero si el Dios que conducía a los judíos, quería darles una buena tierra, si aquellos desdichados habían estado en efecto en Egipto; ¿porqué no los dejó allí? A esto no se responde sino con frases teológicas.
La Judea, se dice, era la tierra prometida. Dios dijo a Abraham: "Yo te daré todo este país desde el río de Egipto hasta el Eúfrates. [1]
¡Ay, amigos! Nunca habéis tenido las fértiles orillas del Eúfrates y del Nilo. Se han burlado de vosotros. Los señores del Nilo y del Eúfrates han sido alternativamente vuestros señores. Casi todos vosotros habéis sido esclavos. Prometer y cumplir son dos cosas, mis pobres Judíos. Vosotros tenéis un viejo Rabino, que leyendo vuestras sabias profecías que os anuncian una tierra de miel y de leche, exclamó, que se os había prometido mas manteca que pan. ¿Sabéis, que si el gran Turco me ofreciera en el día el señorío de Jerusalén, yo no lo aceptaría?
Viendo Federico III este país detestable, dijo públicamente que Moisés hizo muy mal de conducir a él su compañía de leprosos: ¿porqué no iba a Nápoles? decía Federico. A Dios, queridos Judíos; siento que la tierra prometida sea tierra perdida.
- ↑ Génesis, cap. XV.