Magia (DFV)
Magia
LA magia es una ciencia mucho mas plausible, que la astrología y que la doctrina de los genios. Desde que se principió a pensar que había en el hombre un ser enteramente distinto de la máquina, y que el entendimiento subsiste después de la muerte, se concedió a este entendimiento un cuerpo delicado, sutil, acreo y semejante al cuerpo en que estaba alojado. Dos razones muy naturales introdujeron esta opinión: la primera es que en todas las lenguas el alma se llama espíritu, soplo, viento; y este espíritu, este soplo, o este viento era una cosa muy sutil y delicada. La segunda razón es, que si el alma de un hombre no conservara una forma semejante a la que poseía durante su vida, no se podría distinguir después de la muerte el alma de un hombre de la de otro. Esta alma, esta sombra que subsistía separada de su cuerpo podía muy bien presentarse en ciertas ocasiones, volver a ver los lugares que había habitado, visitar a sus parientes y amigos, hablar con ellos, e instruirlos: en todo lo que no había ninguna incompatibilidad, a lo menos al parecer.
Las almas podían muy bien enseñar a los que venían a ver, la manera de invocarlas; y no dejaron de hacerlo así; y la palabra Abraxa, pronunciada con ciertas ceremonias, hacia venir las almas, a las que se deseaba hablar. Supongo que un Egipcio hubiera dicho a un filósofo: "Yo desciendo en línea recta de los magos de Faraón, que convirtieron las varas en serpientes y las aguas del Nilo en sangre; uno de mis abuelos se casó con la pitonisa de Endor, que invocó la sombra de Samuel a súplicas del rey Saúl: esta comunicó sus secretos a su marido, el que le descubrió también los suyos; y yo poseo esta herencia de padre y madre: mi genealogía es bien demostrada; y yo mando a las sombras y a los elementos." El filósofo no hubiera tenido que hacer mas que pedirle su protección; porque si hubiera querido negarle los hechos y disputar, le hubiera tapado la boca el mago diciéndole: "Tú no puedes negar los hechos: mis antepasados fueron incontestablemente grandes magos, de lo que tú no dudas; y ninguna razón tienes para creer que yo soy de peor condición que ellos, sobre todo cuando un hombre de honor como yo te asegura que es brujo." El filósofo hubiera podido pedirle el favor de que invocase una sombra, de hacerle hablar con un alma, de convertir el agua en sangre y su bastón en una serpiente. Pero el mago podría responderle "yo no trabajo para los filósofos; yo he hecho ver las sombras a unas damas muy respetables y a unas gentes sencillas que no disputan: por lo menos tú debes creer que es muy posible que yo tenga estos secretos, pues estás obligado a confesar que los poseyeron mis abuelos: lo que otras veces se ha hecho, también puede hacerse hoy, y tú debes creer en la magia sin obligarme a que ejerza mi arte delante de ti."
Son tan buenas estas razones que todos los pueblos han tenido mágicos. Los mayores de estos estaban pagados por el Estado para ver claramente lo futuro en el corazón y en el hígado de un buey. ¿Por qué se ha castigado de muerte a los demás por tanto espacio de tiempo? Estos hacían cosas mas maravillosas, y se debía honrarlos mucho, y sobre todo temer su poder. Nada hay tan ridículo como condenar al fuego a un verdadero mágico; porque se debía presumir que podría apagarlo, y torcer el pezcuezo a sus jueces. Lo mas que se podría hacer, es decirles: Amigo mío, nosotros no te quemamos por mágico verdadero, sino por falso y supuesto, que te alabas de un arte admirable que no posees; y te tratamos como a un monedero falso: cuanto mas amamos la verdadera magia, tanto mas castigamos a los que profesan la falsa: sabemos bien que en otros tiempos ha habido mágicos venerables, pero creemos que tú no lo eres, porque te dejas quemar como un tonto.
Es cierto que hostigado el mágico pudiera responder: Mi ciencia no alcanza a apagar una hoguera sin agua, y a matar a mis jueces con palabras; yo puedo solamente invocar las almas, leer en lo futuro, y convertir ciertas materias en otras: mi poder es limitado; pero no por esto debéis vosotros quemarme vivo, pues esto es como si ahorcarais a un médico que os hubiera curado una calentura y que no pudiera curaros una perlesía. Mas los jueces podrían replicarle: Manifiéstanos pues algún secreto de tu arte, o sufre el que te quemen sin replicar mas. Véase el artículo Endemoniados.