Recuerdos del tiempo viejo: 41

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​Segunda parte de los Recuerdos del Tiempo Viejo​ de José Zorrilla


V[editar]

No hay soledad más grande que la del mar. La primera noche en que me hallé solo entre cielo y agua sobre la cubierta de aquella monstruosa amalgama de madera vieja y de hierro mohoso que se llamaba el Paraná, ha sido la más triste de mi poquísima alegre vida.

Toda la pasada, día por día, hora por hora, se me vino a la memoria: la casa de Valladolid en donde nací, con su jardín, desde el cual, atados a un hilo que ella me echaba desde un balcón de la casa inmediata, enviaba yo a Nieves Masas un puñado de alelíes y unos capullos de rosas; la iglesia de San Martín, en donde me bautizaron y donde me llevaba a misa mi madre; las dos hermanas rubias hijas de la hermosa marquesa de Villasante, las cuales, cuando niño, me habían parecido dos ángeles, y cuando mozo y estudiante, dos figuras flamencas, vivas, arrancadas de un cuadro de Rubens; todas las mujeres a quienes por mi madre había conocido, y cuya imagen y cuyo recuerdo adoraba por el de mi madre, cuya imagen, de todas cercada, evocaba mi memoria con la maravillosa lucidez del sonámbulo y con la tristeza desesperada del moribundo; todo cuanto había amado, cuanto por algo, aún por el pesar, me había sido caro en mi existencia; todo lo bello, lo luminoso, lo poético de mi pasado, la gloria, la amistad, el favor; todo lo que había podido obtener y no había querido aceptar por merecer la estimación de mi padre; todo lo alegre y fantástico de mi niñez; todo lo revuelto y afanoso de mi juventud; todo lo aislado, lo esquivo, huraño, misterioso y desesperado de mi edad madura; todo lo inútil de mis versos; toda mi ingratitud para con mi pueblo, que por ellos me había aplaudido y coronado y glorificado en vida; todo el pandemonium de efectos mal sofocados, de pasiones mal concebidas, de facultades mal empleadas, que habían producido el desvarío descarriado de mi imaginación, el vacío de mi corazón, el vacío de mi poesía, el vacío de mi fe, el vacío de mi esperanza, la nulificación de mi reputación y de mi personalidad; todo lo que constituye y caracteriza una individualidad, perdido por mi insensatez…, todo esto surgió en el caos de mi alma, y dudé de mí mismo, y desconfié de Dios, cuya faz contemplaba tras aquel azul estrellado cielo, a través de las vergas del Paraná, que el mar tranquilo inclinaba de babor a estribor y de proa a popa, según sus ondas se hacían espuma en sus costados o se partían en su quilla, resbalando partidas bajo su viejo y panzudo casco.

Y al son monótono y regular del agua y de la máquina, me lloré envuelto en mi capotón de viaje, como si en él me llevaran amortajado a enterrarme vivo, hasta que la fin el cuerpo fatigado, la materia bruta, venciendo al espíritu, me sumió entre mis lágrimas en un sueño pesado, febril e inquieto, imagen y hermano de la agonía que precede a la muerte del criminal a quien sus remordimientos ahogan, o del loco cuyos delirios dislocan y desencajan la máquina del cerebro, sumiéndole en las tinieblas de la demencia, que son hermanas de las de la muerte.

Pero, Dios mío, ¿qué le importa a nadie lo que en mi corazón ha pasado? Vamos a lo que pasaba en el Paraná, a los pormenores trágico-cómicos y casi ridículos de aquella navegación.




Parte 1

"Este libro no necesitaba prólogo…"

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Parte 2: tras el Pirineo

I - II - III - IV - V

Parte 3: En el mar

I - II - III - IV - V

Allende el mar

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Apéndices

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Hojas traspapeladas

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