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Recuerdos del tiempo viejo: 94

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Apéndices de Recuerdos del Tiempo Viejo
de José Zorrilla


XX

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AL EGREGIO POETA SEVILLANO D. JOSÉ VELARDE

Mi querido amigo: Con el nombre de usted encabecé este revuelto libro de mis enmarañados recuerdos, y con él debe de concluir. Su carta de usted del 29 de septiembre de 1879, dió motivo al comienzo de su publicación en los Los Lunes de El Imparcial, y por ella se me devolvió el sueldo que se me acababa de suprimir. A usted debo, pues, dirigirme a su conclusión como a su principio.

De estos mis recuerdos, por estar tan engarzados unos con otros, ha resultado esta tan mal confeccionada obra en tres tan desordenados volúmenes, de cuyo segundo es esta carta el finis coronat opus. En ambos, con una ingenuidad casi infantil, he dicho en incorrecto y bárbaro lenguaje lo que tal vez no debía decir en vida, porque no arguyera en mí vanidad y petulancia imperdonables; si en alguna de sus páginas mis palabras acusaran al parecer semejantes aspiraciones de una soberbia que no tengo, defiéndame, usted que me conoce, de tan injusta imputación, aunque mi indiscreción y falta de tacto hayan desparramado en estas hojas alguna idea mal expresada que parezca justificarla.

La enredada madeja del argumento tan mal devanado en este libro, no merece ni los honores de la crítica; porque no puede considerarse más que como pueril desahogo de un escritor viejo que comienza con él a dar muestras de que chochea.

El tomo III lo componen las Hojas traspapeladas, en las cuales algunos recuerdos del tiempo de Fernando VII, algunas historias que parecen cuentos y algunos cuentos que son historias, le interesarán a usted más que la narración de los hechos efímeros de mi inútil vida. Algunos van añadidos a este tomo, que no serían tolerados ni permitidos en las columnas de un periódico; pero los he arrancado de mis memorias póstumas, en las cuales quedarán tal vez candescentes algunas chispas, que darán luz sobre la historia del tiempo y de los hombres en que y con quienes viví; y me lisonjeo, tal vez no ilusoriamente, de que algunos de los que me sobrevivan se convencerán de que no he visto el mundo y los hombres tan sólo con los ojos de la cara.

Muchas cosas tenía intención de decir a usted en esta carta, para que pudiera usted responder a las muchas que le habrán dicho, y aun le dirán, los que han perdido su tiempo en inventarme hechos no hechos por mí, y en ajustarme mis cuentas, sin duda por las cifras de las suyas. Pero de mi vida privada no debo cuentas más que a mi confesor y a Dios, y de mis cuentas constan las sumas totales en mis libros y en los de mis editores con estas cifras:

Los ocho primeros tomos de versos, pagados a 1.000, 1.500, 2.000, 3.000 y 5.000 reales, montan 27.500. Mis treinta y dos obras dramáticas, Don Juan, a 12.000; El Zapatero y el Rey, a 8.400; el Sancho García, 8.800, con las gratificaciones y beneficios acordados alguna vez por las empresas, no llegan, ni estirándolas en el tormento, a 300.000 reales. El poema de María, a 32.000, con los 5.000 duros del de Granada y los sueldos de periódicos; desde los 36.000 reales de los Cantos del Trovador hasta los 18.000 de los Cuentos de un loco; los 50.000 ganados con mis lecturas, los 10.000 de la leyenda de los Tenorios y los 30.000 del Cid, no suman tampoco 17.000 duros; y con éstos y los 3.000 ganados con Williez, y los 3.000 con Isidro Lira, y los 4.000 que Muriel malgastó conmigo en París, los 2.000 que en Méjico malgasté yo a Manuel Madrid, y unos cuantos picos que conmigo han empleado en sacarme de apuros amigos como mis condiscípulos el duque de V. y F. T. de la V. y el G. J. y los 1.000 del banquero N. C. etc., etc. —cuyos nombres les avergonzaría tanto a ellos ver impresos como a mi lealtad satisface poderlos citar—, no llega lo por mí gastado en cuarenta y cinco años a 54.000 duros; de los cuales 13.000 no pueden entrar en la fabulosa suma que me han valido mis versos, porque no se los debo a éstos, sino a la protección y a la generosidad de mis amigos. —Conque, con 24 a 30.000 reales anuales, puede ahorrar ochavo a ochavo un tendero de aceite, jabón y velas, pero tiene aún que salir empeñado cualquiera que tenga que vestir frac y calzar guante, llamando la atención por más o menos justamente famoso.

Pero desventurado de aquel a quien hace Dios famoso en nuestra tierra. —Si le ven comer un día en la fonda o convidar una noche a dulces o a flores a unas amigas, ya le aplican las aleluyas de la vida del hombre malo: gasta en francachelas y va con pindongas.

Pero ¿a qué mil diablos ocuparse de semejantes cuentas ni de tan inevitables miserias? Tal es la vida social: tomémosla conforme viene, y preparémonos a morir cayendo con gracia y en posición académica, como gladiadores de nuestra edad y de nuestra tierra de María Santísima, burlándonos de nuestro propio entierro, entre las mesas de un café flamenco una noche de Navidad, o una tarde de junio a la salida de los toros.

Adiós, mi querido Velarde; usted será famoso, porque para serlo tiene tamaños; pero se alegrará mucho de no verlo su agradecido amigo,

JOSÉ ZORRILLA.



Parte 1

"Este libro no necesitaba prólogo…"

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Parte 2: tras el Pirineo

I - II - III - IV - V

Parte 3: En el mar

I - II - III - IV - V

Allende el mar

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX (En la Habana) - XX - XXI - XXII - XXIII - XXIV - XXV - XXVI - XXVII - XXVIII - XXIX

Apéndices

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII - XIX - XX

Hojas traspapeladas

I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X