Compendio de la filosofía: 80
CAPÍTULO XVIII.
[editar]
¿Y que dirémos de los bienes externos, del poder, de las riquezas, de los honores, de la» nobleza, de las amistades, en los quales, mas que ninguna otra cosa, reyna y domina la fortuna, tan incierta, é inconstante, que no hay quien pueda, ó deba fiarse de ella? Y si queremos mirar, no solo á las comunes vicisitudes de los hechos presentes, y que tenemos á la vista, sino que recorriendo por las antiguas memorias deseamos averiguar con diligencia las pasadas aventuras de los hombres, hallarémos mucho en que lamentarnos de la fortuna, y bien poco que esperar de ella. Por tanto qualquiera que se propusiese el querer conseguir en esta vida la perfecta felicidad, emplearia mal sus desvelos, y tendria siempre necesidad de ser sumamente recomendado y amado con exceso de la fortuna.
Por tanto hicieron sabiamente los Peripatéticos, que habiendo colocado la perfecta felicidad en un lugar tan alto, adonde ninguno puede aspirar, pusieron debaxo de ella algunos otros grados de felicidad imperfecta, á los quales se pueda aspirar con mayor esperanza. Mas porque esta misma imperfecta felicidad podria ser entendida de muchas maneras, y muchos podrian engañarse tomando por felicidad imperfecta lo que ni aun merece el nombre de felicidad, será bueno describir brevemente su forma, para que mirando á ella, podamos distinguir mas fácilmente quales sean los felices, y quales no. Digo, pues, que para esta imperfecta felicidad, de qualquiera forma que sea, se requieren tres cosas, y no mas: la primera, que el hombre sea virtuoso: despues que esté contento; y en tercer lugar, que no le amenace ninguna grave desgracia. Ni yo quiero aquí que se examine muy sutilmente esta division, porque si le pareciere á alguno, que se pueden reducir á dos las tres cosas dichas, pareciéndole tal vez, que el gusto se incluya en la virtud, ó la virtud en el gusto, yo no se lo disputaré de ninguna manera; mas entretanto las consideraré como tres.
Se requiere, pues, para la felicidad, sea la que fuere, en primer lugar la virtud, y esto por muchas razones. Primeramente no hay alguno, que por nombre de felicidad no entienda un estado noble, excelso, esclarecido, y digno de alabanza, y merecedor de ser deseado y querido; y el estado de un malvado no puede ser tal, porque ¿quien seria aquel que juzgase digno de alabanza, y merecedor de ser querido el estado de un asesino, por mas que fuese señor de toda la Asia? Y nosotros vemos, que los mentirosos, los perjuros, y los ladrones y usurpadores hacen quanto pueden á fin de no parecer tales, conociendo que su estado es digno de grandísimo vituperio. ¿Pues que estado feliz seria este, que con tanto cuidado se queria ocultar por causa de la vergüenza? Por tanto no dirémos de ningun modo feliz, ni tendrémos por digno de nombre tan honroso y dichoso al que no sea virtuoso. Y mucho menos lo dirémos si consideramos, que para aquella felicidad, que ahora describimos, sea qual se fuere, despues de la virtud se requiere especialmente el contentamiento, el qual apenas puede subsistir sin la virtud, y aun por esto mismo se requiere la virtud para la felicidad. Mas esta parte del contentamiento es necesario explicarla con mas cuidado; porque los malos se glorian tambien de gozarla.
Se dirá, pues, que está contento aquel que poseyendo algunos bienes quiere que le basten estos, y no se aflige con el deseo de los otros bienes que no posee, los quales solamente los desea en quanto los tomaria con gusto si alguno se los diese; mas con todo no se inquieta por no tenerlos. Yo quiero, pues, que posea él algunos bienes, y que sean ciertamente aquellos cuya falta no podria sufrir sino con dificultad y con fatiga; porque desde luego supongo que á este feliz imperfecto, que nos imaginamos ahora, no se le quiera conceder una virtud perfectísima. Pues ahora, si el hombre contento debe poseer algunos bienes, y no desear otros con ansia, ¿qual dirémos que es aquel bien que le sea mas conveniente poseer, y con el que se deba mayormente contentar, sino aquel que siendo laudabilísimo y gloriosísimo, es tambien suavísimo y lleno de gozo, y está al mismo tiempo enteramente en las manos de aquel que lo tiene, no pudiéndole ser quitado ni por las asechanzas de los hombres, ni por la temeridad de la fortuna? Ciertamente que si debiese alguno entre todos los bienes escoger uno solo, y estar con él satisfecho y contento, deberia escoger uno semejante. Pues ¿quien no ve que semejante bien es la virtud? La qual no solamente es por sí misma noble y magnífica, sino que llena el ánimo de un placer puro y durable, y que no causa saciedad, como acontece en los mas de los otros bienes, que, ó no se perciben despues que por algun tiempo se han gozado, ó vienen á servir de molestia y fastidio, como lo vemos por experiencia en los juegos, en los bayles, en las fiestas, en los convites, y en los otros pasatiempos. Y aun la salud misma no se puede conocer quan dulce y agradable sea hasta que se pierde.
Ademas de esto, quanto valga la virtud para refrenar el deseo desordenado de los placeres, que es lo que se requiere principalmente para el contentamiento, no hay necesidad de demostrarlo, sabiendo todos que la virtud es por su naturaleza moderadora de las pasiones, y por decirlo así, rienda del deseo. Mas el intemperante, el avariento, el soberbio, el envidioso, y el violento con dificultad se pueden contener, sin traspasarse siempre con sus ansiosos antojos á nuevos placeres, siendo el vicio por su natural costumbre insaciable. Tanto mas que los placeres de estos son tan imperfectos y viles, que sé corrompen muy presto, y vienen á ser fastidio y molestia. Por lo que poco contentamiento se puede esperar del vicio; mas de la virtud muchísimo: y á la verdad muchas veces está mas contento el virtuoso con lo poco, que no el vicioso con lo mucho.
Fuera de que, si el hombre se debe contentar con ciertos bienes, sin desear mas, es necesario que él juzgue y crea que le bastan estos, y que le parezca estar bastante bien con ellos solos. La qual cosa difícilmente le puede parecer al vicioso, porque siendo sus placeres caducos y perecederos, y pudiendo quitárselos á cada hora la fortuna, no puede persuadirse con tanta facilidad, que está bastante bien, y que es bastante feliz con aquellos solos; y no teniendo otros bienes, que aquellos que están en mano de la fortuna, es menester que desee el que se los conserve siempre la fortuna, segun su placer, lo qual es desear un imposible. Por el contrario el virtuoso, habiendo puesto principalmente su felicidad en la virtud y en el placer que de ella nace, tiene en menos aprecio los otros bienes, y no tiene tanta necesidad de la fortuna; la qual, aunque le quite la salud, las riquezas, y los honores, no puede con todo quitarle la virtud, con que pueda soportar pacientemente tantas y tan graves heridas.
Y tambien se requiere en gran manera para ser en algun modo feliz, que no amenace alguna grave desgracia; porque aun quando uno estuviese adornado de muchas virtudes, y fuese justo y templado, y magnánimo y valeroso, y tuviese ademas tantos placeres quantos pudiese apetecer, de modo que no desease nada mas, si con todo supiéramos que dentro de poco deberia perder todos los placeres que tenia, y que deberia caer en pobreza, en cárceles, en oprobrios, y en larguísimos y atrocísimos dolores, ¿quien se atreveria á contarle entre los felices? O por mejor decir, ¿quien habria que no le llamase infelicísimo? Siendo una cierta manera de infelicidad el haber de ser infeliz algun dia.
Bien es verdad, que si amenaza la misma desdicha al virtuoso y al vicioso, no es tan gran mal para aquel, como para este. Porque el virtuoso tiene dos grandísimos y muy excelentes bienes, que son la virtud y el placer virtuoso, los quales ninguna desdicha se los puede quitar, y confortándose con estos bienes sostiene con menor turbacion la pérdida de los otros. Mas el vicioso está privado de semejante consuelo, y perdiendo aquellos placeres, que quiso concederle en algun tiempo la fortuna, todo lo pierde; y así menor mal amenaza al virtuoso que al vicioso, aun quando esté para caer sobre el uno y el otro una misma desdicha; y si vemos alguna vez que el virtuoso se duele de la enfermedad, ó de otra desgracia semejante, y que se turba mas que el vicioso, esto sucede porque ni aquel es bastante virtuoso, ni este bastante vicioso. Y como en el virtuoso de quien tratamos (porque no hablamos nosotros ahora aquí de un virtuoso perfecto, el qual de nada se quejaria sino de un virtuoso imperfecto y ordinario) permanecen todavía algunos ímpetus de la pasion, tambien permanecen en el vicioso algunas centellas de la virtud, de las quales suele valerse alguna vez, y entónces mayormente quando se ve herido por muy graves adversidades, esforzándose precisa y necesariamente á hacer una accion virtuosa y de un hombre fuerte; aunque no la haga virtuosamente, con lo qual da á entender quanto le sea necesaria la virtud. Y del mismo modo el virtuoso, que se turba demasiadamente con la adversidad, da á entender que le seria necesaria mayor virtud.
Y si es así que para esta imperfecta felicidad, á la qual podemos aspirar con alguna mayor esperanza, se requieren las tres cosas arriba dichas; esto es, la virtud en primer lugar, despues el contentamiento, que apénas puede haberle sin la virtud, y finalmente, que no haya temor de desgracia alguna, es evidente que ningun hombre puede llamarse plenamente feliz, ni aun con esta tan corta y tan limitada felicidad. Porque aun suponiendo que uno tenga mucha virtud, y esté contento con lo que tiene, y no desee mas, ¿quien puede saber si esté para venir sobre él alguna grave desdicha? ¿Quantos se creyeron felices por la mañana, que fueron infelices por la noche, y debiendo ser infelices por la noche, lo eran ya aun por la mañana, mas no lo echaban de ver? ¿Quantos ganaron el pleyto, y obtuvieron la Toga y el Imperio con grande alegria, y se arrepintieron despues? ¿Y quántas fiestas y enhorabuenas se hacen en las bodas, que en pocas horas suelen venir á ser molestas, y aun tal vez luctuosas y funestas? Porque la fortuna juega con los hombres, y se rie continuamente de su felicidad. ¿Quien no hubiera llamado felicísimo á Julio César aquella mañana, que fué despues la última para él, quando jóven, sano, glorioso, y Señor del mundo entró en el Senado, donde fué de allí á poco asesinado por sus mayores amigos?
Y esta consideracion tan triste y tan melancólica, de la que no pueden separar del todo el ánimo sino los insensatos, deberia arruinar y corromper aun la felicidad de los mas sabios, ¿porque quien hay que pueda contentarse de vivir en tanto peligro? Por lo que muchos se han formado en el ánimo otra imagen de felicidad, la que tambien es imperfecta ; mas con todo mucho mas alegre, maá animosa y mas atrevida, como aquella que está ménos sujeta al imperio de la fortuna. La qual describirémos ahora brevemente, por no dexar nada de aquello que puede consolar á los hombres, y animarles para la virtud.
Pensando estos, pues, en la infinita sabiduría de la naturaleza, la qual resplandece y reluce en qualquiera parte del universo por pequeña que sea, se han propuesto y altamente fixado en el ánimo, el que deba ser un dia castigado el vicio, y dignamente recompensada la virtud, atribuyendo así á la naturaleza, juntamente con la sabiduría y el poder, una rectísima infalible justicia, sin la qual seria odioso el poder, y vana y despreciable la sabiduría. Porque á la verdad, ¿que gran sabiduría seria el que supiese proporcionar el alimento á las aves, y formar cavernas para las fieras, y no supiese despues, como regir y gobernar los hombres justamente? Y si sabe esto la naturaleza, como vemos que sabe tambien otras muchas cosas, y ademas de esto puede hacerlo, ¿como creerémos nosotros que no lo haga? Y si raras veces vemos en este mundo castigado el vicio y recompensada la virtud (que á la verdad raras veces lo vemos) no por esto se ha de inferir que sea estólida, ó impotente, ó injusta la naturaleza, sino que mas bien se debe decir que nos aguarda otro mundo mejor, y mas cómodo, en donde habita la justicia y la verdad, y en donde el vicioso deba ser castigado, y él virtuoso recompensado. Y es tan grande la opinion que se tiene en esta Filosofía de la sabiduría y de la bondad de la naturaleza, que no se cree que puedan los hombres hacer accion alguna por pequeña que sea, que no deba á su tiempo ser castigada por la naturaleza si es mala, ó recompensada si es virtuosa. Y por esto se cree que los malvados sean muchas veces afortunados en este mundo, y al contrario oprimidos los virtuosos, pudiendo los unos con alguna honesta y virtuosa accion haber merecido alguna breve felicidad, y los otros haber merecido con algun ligero defecto una breve y pasagera miseria.
Y á la verdad siguiendo una opinion como ésta, que tanto confia en la bondad de la naturaleza, no es de esperarse en la presente vida alguna verdadera y completa felicidad; pero es de esperarse en otra, donde el placer será mas puro y perfecto, y donde al exercicio trabajoso de las virtudes sucederá el descanso de una tranquilisima contemplacion; ó sea que el alma del virtuoso en aquella nueva vida pase de una en otra verdad; ó sea que descubra todas las verdades en una sola, la qual comprehenda en sí misma toda forma de bien y de belleza. Ilustre y noble recompensa de los virtuosos, y digna de la magnificencia de la naturaleza.
Supuestas estas cosas, no puede negarse que el virtuoso no sea en esta vida tan feliz quanto se pueda ser. De suerte, que aun quando le faltasen los otros bienes de este mundo, riquezas, honores, imperios, belleza, salud y ciencia, esto no obstante se deberia llamar felicísimo entre los hombres, solo con que retuviese la virtud. Porque así como es infeliz, ó por mejor decir, infelicísimo aquel á quien le está amenazando una suma miseria, así puede llamarse feliz, ó por mejor decir, felicísimo, aquel que está para lograr una grandísima y suma bienaventuranza. Y esto podria bastar á la verdad para que sea apetecible el estado del virtuoso, y digno de quererse mas que ninguna otra cosa. Mas no consiste todavía toda su felicidad presente en la bienaventuranza, que está para venirle, siendo él feliz aun por otras muchas razones: lo primero, porque esperando una bienaventuranza semejante, comienza ya desde ahora en cierto modo á gozarla: lo segundo, porque es virtuoso; y finalmente porque siente el placer de la virtud. Y he aquí otra forma de felicidad muy noble y muy magnífica, que estando puesta en la virtud, y en aquel placer, y en aquella esperanza, que jamas la abandonan, substrae al hombre del imperio de la fortuna, y de la insolencia del destino. Porque ¿quien será aquel que sintiendo dentro de sí mismo el placer de la virtud, y aspirando al reposo de una eterna, é inmudable tranquilidad, no tenga por cosa de ningun valor todos los bienes de esta tierra, y no se ria de la fortuna que los dispensa? ¿Y qual será la desgracia que á él le parezca grave, solo con que pueda exercitar en ella la virtud? ¿Y qual mal creerá él que sea verdadero mal sino la culpa? Antes bien las adversidades, en las quales se hace prueba de la paciencia y los peligros, que abren un ancho campo para la fortaleza, y el destierro, y el deshonor, la enfermedad, y la mendicidad, en donde resplandecen la intrepidez y el valor, mas bien le deberán parecer dones, que injurias de la fortuna: la qual disponiéndole estos accidentes, que los hombres llaman desventuras, le proporciona los medios de usar de la virtud, y conseguir una muy excelente y muy exquisita felicidad. Y con este ánimo estará el virtuoso muy pronto y expedito para todos los oficios de la templanza y de la justicia, sin que tengan en él poder alguno todos los otros bienes á la frente de la virtud, los quales ni aun los juzgará bienes, ni aun los estimará dignos de desearse. Así ceñido y reducido todo á la virtud, despreciará los golpes de la fortuna, y será de un ánimo excelso, é imperturbable, y no tendrá que envidiar al fausto y al orgullo de los Estoicos. Por lo que me maravillo mucho de que dude alguno abrazar esta filosofía tan animosa.
Mas hay muchos que temen conformarse con Platon, pareciéndoles que aquella contemplativa felicidad pueda y deba hacer feliz el ánimo del hombre; pero no el cuerpo; y ellos querrian ademas que fuese tambien feliz el cuerpo; porque habiéndose ya figurado en su entendimiento que el hombre esté compuesto de alma y de cuerpo, les parece que si el cuerpo no es feliz tambien , no sea, ni deba decirse feliz el hombre mas que á medias. Hay tambien otro temor, que retrae los hombres y los aleja de Platon; porque convidándoles este Filósofo á despreciar todos los bienes de esta vida fuera de la virtud, y esto por amor de un placer eterno, é inmudable, que promete en otra, por mas que él demuestre todo esto muy bien, y con bellas razones, con todo eso no se fian; y pareciéndoles que los bienes de esta vida sean mucho mas estimables que lo que son, temen de aventurar demasiado si los abandonan, siguiendo la esperanza, que les da la opinion de un Filósofo. ¿Y qué seria si Platon se engañase como otros muchos? ¿Si esta felicidad abstracta, que habita, y está entre las ideas, no fuese otra cosa mas que un bello y dulce sueño? ¿Y nosotros en tanto por amor de ella hubiésemos perdido quantos bienes hay por acá abaxo? Así dicen los pusilánimes, y no fiándose de Platon, se fian de la fortuna, y corren tras los honores, las riquezas, las dignidades , y todos los bienes de esta vida , que se les muestran en menor distancia, y que ellos no sé por que se persuaden deber conseguir alguna vez, como si estuvieran mas seguros de vivir por diez años en este mundo, que por dos mil en otro. Así encomiendan su felicidad á la temeridad de la fortuna, no queriendo entregarla á la razon de un Filósofo.
Y estos tales, que no se fian de Platon, ni se aseguran bastante de la otra vida, ni de aquella soberana incomparable felicidad, querrian quizá, á lo quo yo creo, que les viniese del cielo algun Dios, y les asegurase de esto. Y ciertamente, que si se les apareciese este Dios tan cortes, y los instruyese, harian una gran cosa en volver las espaldas á los Filósofos, y en escuchar á él solo, y no á otros: quien sabe que él no les mostrase otra nueva y maravillosa, y nunca oida forma de felicidad, no imaginada aún por hombre alguno, la qual sin embargo, qualquiera que fuese, parece ciertamente que no debiese poder conseguirse sino es por la virtud, y que debiese estar reservada para la otra vida. Y aquel mismo Dios, que se hubiese tomado tanto cuidado de nosotros, y hubiese venido del cielo á la tierra para dar leccion á los hombres, y hacerse maestro de felicidad, nos diria por ventura si el alma sea todo el hombre, de suerte que el cuerpo nada le pertenezca á él; lo que si fuese así, siendo feliz el alma, seria igualmente feliz todo el hombre; ó antes bien ¿quien sabe que este divino maestro, descubriéndonos un nuevo y jamas oido órden de cosas, no nos manifestase algun género de resurreccion, en virtud de la qual debiesen las almas separadas reunirse alguna vez á sus cuerpos, de tal manera, que siendo ellas felices lo fuesen tambien los cuerpos, y viniese el hombre por este modo á ser del todo feliz, y cada parte suya, y quanto hay en él, alma, cuerpo, sentidos, y potencias, todo estuviese lleno y colmado de una purísima y altísima felicidad? Yo podria decir, sin temor de engañarme, que este Dios benigno ha venido ya, y ha manifestado á los hombres su verdadera felicidad; ni podria contenerme y dexar de enfadarme con todos aquellos que no le escuchan. Mas para esto me seria conveniente introducirme en aquella divina filosofía, que yo no soy digno de exponer: por tanto conteniéndome dentro de la humana, y manteniéndome entre los estrechos límites de la razon natural, digo que me parece claro que deba el hombre, ó contentarse con aquella miserable felicidad, que nos propuso Aristóteles en esta vida, ó esperar aquella mas alegre que nos han prometido los Platónicos con tanta ostentacion; ó es necesario decir, que toda esta bienaventuranza filosófica no sea otra cosa mas que un nombre vano.