Quisquis de Ramus/1 (DFV)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Quisquis (Del) de Ramus.
o La Ramea

Con algunas útiles observaciones sobre los perseguidores, los calumniadores y los fabricantes de libelos.

Poco te importa, mi amado lector, que una de las mas violentas persecuciones de las del siglo XVI contra Ramus, tuviese por motivo la manera con que se debia pronunciar quisquis y quamquam.

Esta gran disputa dividió por mucho tiempo todos los regentes de colegio y todos los maestros de gramática del siglo XVI; pero en el dia está dormida, y probablemente no despertará nunca.

Si quieres saber "si M. Gallandius Torticólis escedia á M. Ramus su enemigo en el arte de la oratoria, ó al contrario," podrás satisfacerte en consultando á Tomas Freigius, in Vita Rami; porque Tomas Freigius es un autor que puede ser útil á los curiosos, por mas que diga Banosius.

Pero que este Ramus ó la Ramea, fundador de una catedra de matemáticas en el colegio real de Paris, buen filósofo en un tiempo en que casi no se podian contar mas que los tres, Montagne, Charron y Thou el historiador; que este Ramus, hombre virtuoso en un siglo de crímenes hombre amable en la sociedad, y aun si se quiere con talento; que un hombre semejante haya sido perseguido toda su vida; que haya sido asesinado por los profesores y estudiantes de la universidad; que se hayan arrastrado los miembros ensangrentados de su cuerpo por las puertas de todos los colegios, como una justa reparacion hecha á la gloria de Aristóteles; que este horror haya sido cometido con grande edificacion de las almas católicas y piadosas; ¡Oh, Franceses! Confesad que esto es un poco gabacho.

Se me dice que desde aquel tiempo han cambiado mucho las cosas en Europa; que las costumbres se han suavizado, y que ya ne se persigne á nadie hasta la muerte. ¡Qué! ¿No hemos observado en este Diccionario que el respectable Barnevelt, el primer hombre de la Holanda, murió en un cadalso por la disputa mas necia y mas impertinente que jamas ha alborotado los cerebros teológicos?

¿Que el proceso criminal del desgraciado Teófilo no tuvo su origen mas que en cuatro versos de una oda que le imputaron los jesuitas Garase y Voisin, que lo persiguieron con el furor mas violento y con los mas negros artificios, y que lo hicieron quemar en estatua? [1].

¿Que en nuestros dias no se intentó el otro proceso de la Cadiere, sino por los celos de un dominico contra un jesuita que habia disputado con él sobre la gracia?

¿Que una miserable disputa de literatura en un café fué el primer origen del famoso proceso de Juan Bautista Rousseau el poeta; proceso, en el que estuvo cerca de sucumbir un filósofo inocente por las maniobras mas criminales?

¿No hemos visto al abate Guyot des Fontaines denunciar al pobre abate Pellegrin como autor de una pieza de teatro, y hacerle quitar el permiso de decir misa que era con lo que ganaba su pan?

¿No persiguió de muerte el fanático Jurieu al filósofo Bayle; y cuando al fin consiguió que le quitaran su pension, y su destino, no tuvo la infamia de perseguirlo todavía?

¿No acusó el teólogo Lauge á Wolf no solamente de que no creia en Dios, sino tambien de que habia insinuado en su curso de filosofía, que era menester no alistarse en el servicio del segundo rey de Prusia? ¿Y no dió el rey sobre esta bella delacion al virtuoso Wolf la alternativa de salir de sus Estados en el término de veinte y cuatro horas, ó de ser ahorcado? ¿No quiso en fin la cábala jesuítica perder á Fontenelle?

Yo citaria cien ejemplos de los furores de la envidia pedantesca; y me atrevo á sostener para vergüenza de esta indigna pasion, que si todos los que han perseguido á los hombres célebres, no los han tratado como las gentes de colegio trataron á Ramos, consiste en que no han podido.

En la canalla de la literatura y en el fango de la teología es donde se propaga esta pasion con mas rabia; de lo que voy, lector amado, á darte algunos ejemplos.


  1. Véase el articulo Teófilo en las cartas á S. A. monseñor el príncipe de ..... Miscel. lit. tom. II. p. 54.