Policía de los espectáculos (DFV)

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Diccionario Filosófico - Tomo IX de Voltaire
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Policía de los espectáculos


Antiguamente se escomulgaba á los reyes de Francia; y desde Felipe I hasta Luis VIII, todos han sido escomulgados solemnemente; lo mismo que todos los emperadores desde Henrique IV hasta Luis de Baviera inclusive. Los reyes de Inglaterra han tenido tambien una parte muy decente en estos regalos de la corte de Roma. Esta era la locura del tiempo; y esta locura costó la vida á quinientos ó seiscientos mil hombres. Actualmente se contentan con escomulgar á los representantes de los monarcas: no hablo de los embajadores; sino de los cómicos que son emperadores y reyes tres ó cuatro veces á la semana, y que gobiernan el universo para ganar su vida.

Casi no conozco mas que su profesion y la de los hechiceros, á las que se hagn este honor en el dia. Pero como ya no hay hechiceros desde que los hombres han principiado á conocer la buena filosofía unos sesenta ú ochenta años hace, no quedan mas víctimas que Alejandro, César, Atila, Polyeúctes, Andrómaca, Bruto, Zaira y Arlequin.

La grande razon que se alega para esto, es que estos señores y estas señoras representan las pasiones. Mas si la pintura del corazon humano merece una deshonra tan horrible, ¿porqué no se tendrá mayor rigor con los pintores y con los escultores? Hay muchas pinturas licenciosas que se venden públicamente; y no se representa ni un solo poema drámatico que no sea de la mas rigorosa decencia. La Vénus del Ticiano y la de Correges están desnudas, y son peligrosas en todos tiempos para nuestra juventud modesta; y los cómicos no recitan los admirables versos de Cina mas que unas dos horas, y con la aprobacion del magistrado, bajo la autoridad real. ¿Porqué, pues, estos personages que viven en el teatro, son mas condenados que los otros conmediantes mudos sobre los cuadros? Ut pictura poesis erit. ¿Qué hubieran dicho los Sófocles y los Eurípdes, si hubieran podido prover, que un pueblo que jamas ha cesado de ser bárbaro, sino cuando los ha imitado, imprimiría semejante mancha en el teatro que en su tiempo recibió una gloria tan sublime?

Esopo y Roscio no eran á la verdad senadores romanos; pero el Flamin no los declaraba infames; ni se pensaba que el arte de Terencio fuese semejante al de Locústes. El gran papa, el gran príncipe Leon X, al que se debe la restauracion de la buena tragedia y de la buena comedia en Europa, y que hizo representar en su palacio tantas piezas de teatro con tanta magnificencia, no adivmaba que algun dia unos descendientes de los Celtas y de los Godos se creerían con derecho de infamar en una parte de la Gaula lo que él honraba en Roma. Si viviera el cardenal de Richelieu, al que debe la Francia el teatro, ciertamente no sufriría por mas tiempo que se cubriese de ignominia á los que empleaba en representar sus propias obras.

Preciso es confesar que los hereges han sido los que principiaron á desenfrenarse contra la mas hermosa de las artes. Leon X resucitaba la escena trágica; y no necesitaron mas los supuestos reformadores para gritar, que todo esto era obra de Satanas. Asi es que la ciudad de Génova y muchas ilustres villas de la Suiza han estado ciento y cincuenta años sin sufrir un violin. Los jansenistas que en el dia bailan en el sepulcro de san Páris con grande edificacion del prójimo, prohibieron en el siglo pasado á una princesa de Conti, gobernada por ellos, que permitiese á su hijo aprender á bailar, en atencion á que el baile es demasiado profano. Sin embargo, era preciso tener buen aire y saber el minuete; y á pesar de esto no hubo forma de que se tolerase un violin, y costó mucho trabajo hacer que el director accediese por via de composicion á que se enseñase al principe de Conti á bailar con castañetas. Algunos católicos un poco visogodos de este lado de los montes temieron las acusaciones de los reformadores, y gritaron tambien mas recio que ellos; y de esta manera se estableció en Francia poco á poco la moda de difamar á César y á Pompeyo, y de refutar ciertas ceremonias á ciertas personas asalariadas por el rey, y que trabajan á la vista del magistrado. Nadie pensó en reclamar contra este abuso; porque ¿quien hubiera querido indisponerse contra unos hombres poderosos, contra unos hombres del tiempo presente, por Fedra y por los heroes de los siglos pasado?

Asi se contentaron con encontrar absurdo este rigor, y con admirar, á buena cuenta las obras maestras de nuestra escena.

Roma, de la que nosotros hemos aprendido nuestro catecismo, no hace lo que nosotros; y ha sabido siempre atemperar las leyes á los tiempos y á las necesidades; y tambien supo distinguir los titiriteros desvergonzados, que se censuraban antiguamente con razon, de las piezas de teatro del Trisino y de muchos obispos y cardenales que han ayudado á resucitar la tragedia. Aun en la actualidad se representan comedias en las casas religiosas de Roma: las señoras van á ellas sin escándalo; y no se cree que unos diálogos recitados sobre las tablas son una infamia diabólica. En Roma se ha visto hasta la pieza de Jorge Dandin ejecutada por religiosas en presencia de una multitud de eclesiásticos y de señoras. Los sabios Romanos se guardan bien de escomulgar especialmente á esos señores que cantan en tiple en las óperas italianas; porque á la verdad que es bastante ser castrado en este mundo, sin ser tambien condenado en el otro.

En el buen tiempo de Luis XIV habia siempre en los espéctaculos que daba, un banco que se llamaba el banco de los obispos. Yo he sido testigo de que en la menor edad de Luis XV, el cardenal de Fleuri, entónces, obispo de Frejus, solicitó con instancia que se restaurase esta costumbre.

Pero, otros tiempos, otras costumbres: al parecer nosotros somos mucho mas sabios que cuando todo la Europa venia á admirar nuestras fiestas, que cuando Richelieu hizo renacer en Francia la escena, y que cuando Leon X hizo revivir en Italia el siglo de Augusto. Mas el tiempo llegará en que al ver nuestros nietos la impertinente obra del Padre le Brun contra el arte de Sófocles, y las obras de nuestros grandes hombres impresas en el mismo tiempo, esclamen; ¿Es posible que los Franceses hayan podido contradecirse de esta manera; y que la mas absurda barbarie haya levantado tan orgullosamente la cabeza contra las producciones mas hermosas del entendimiento humano?

Santo Tomas de Aquino, cuyas costumbres valen ciertamente tanto como las de Calvino y del padre Quesnel; Santo Tomas, que nunca habia visto una buena comedia, y que no conoció mas que miserables farsantes, adivinó sin embargo que el teatro podia ser útil. Su buena razon natural tuvo bastante tino para conocer el mérito de este, por informe que estaba todavía; y lo permitió, y lo aprobó. San Carlos Borromeo examinaba por sí mismo las piezas que se representaban en Milan, y les ponia su aprobacion firmada por su mano.

¿Quienes serán despues de todo esto los visogodos que querrán tratar de emponzoñadores á Rodrigo y á Ximena? ¡Ojalá que estos bárbaros enemigos del mas hermoso de los artes tuviesen la piedad de Polyeuctes, la clemencia de Augusto, la virtud de Burho, y que concluyesen como el marido de Alzira!