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Politeísmo (DFV)

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Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Politeismo.

La pluralidad de dioses es la grande acusacion que se hace en el dia á los Romanos y á los Griegos: pero que se muestre en todas sus historias un solo hecho, ni en todos sus libros un solo dicho, de donde se pueda inferir que tenian muchos dioses supremos: y si no se encuentra ni este hecho, ni este dicho; y por el contrario todo está lleno de monumentos y de pasages que manifiestan un Dios soberano, superior á todos los demas dioses, confesemos que hemos juzgado á los antiguos tan temerariamente como juzgamos con frecuencia á nuestros contemporaneos.

En mil lugares se lee que Zeus, Júpiter, es el señor de los dioses y de los hombres. Jovis omnia plena. San Pablo hace á los antiguos esta justicia: In ipso vivimus, movemur et sumus, ut quidam vestrorum poetarwn dixit. En Dios tenemos la vida, el movimiento y el ser, como lo ha dicho uno de vuestros poetas. Despues de esta confesion ¿nos atrevemos todavía á acusar á nuestros maestros de que no reconocieron un Dios supremo?

No se trata de examinar aquí, si habia antiguamente un rey de Creta que se llamaba Júpiter, del que se habia hecho un dios; y si los Egipcios tenian doce grandes dioses ú ocho, en cuyo número estaba el que los Latinos llaman Júpiter: el nudo de la cuestion es saber únicamente, si los Griegos y los Romanos reconocian un Ser celestial, señor de los demas seres celestiales. Ellos lo dicen continuamente: luego es preciso creerlos.

Véase la admirable carta del filósofo Máximo de Madauro á san Augustin: "Hay un Dios sin principio, padre comun de todo, y que jamas ha engendrado nada semejante á él: ¿qué hombre es bastante estúpido y bastante grosero para dudar de su existencia?" Este pagano del siglo cuarto depone tambien en favor de la antigüedad.

Si quisiera correr el velo á los misterios del Egipto, encontrariamos á Knef, que lo ha producido todo, y que preside á todas las divinidades; encontrariamos Mithra entre los Persas, á Brama entre los Indios, y tal vez veriamos que todas las naciones civilizadas han admitido un Ser supremo con divinidades subalternas. No hablo de los Chinos, cuyo gobierno, el mas respetable de todos, jamas ha reconocido mas que á un solo Dios hace mas de cuatro mil años. Pero atengámonos á los Griegos y Romanos, que son ahora el objeto de nuestras investigaciones. ¿Quien duda que unos y otros tuvieron supersticiones innumerables? Todo el mundo sabe que adoptaron fábulas ridiculas; y yo añado que ellos mismos se burlaban de estas fábulas; pero el fondo de su mitología era muy racional.

Primeramente, que los Griegos hayan colocado en el cielo á los heroes en premio de sus virtudes, es el acto de religion mas sabio y mas útil, que pueda imaginarse. ¿Qué recompensa mas hermosa podian darles? ¿Qué esperanza mas lisongera les podian proponer? ¿Y nosotros, que ilustrados por la verdad, hemos consagrado este uso que idearon los antiguos, somos los que lo encontramos malo? Nosotros tenemos un número de bienaventurados en cuyo honor hemos erijido templos, cien veces mayor que el de los heroes y semidioses que tuvieron los Griegos y los Romanos: la diferencia consiste en que estos concedian la apoteosis á las acciones mas brillantes, y nosotros á las virtudes mas modestas. Pero sus heroes divinizados no tenian parte en el trono de Zeus, del Demiurgos, del Señor eterna; solamente eran admitidos en su corte, y gozaban de sus favores.

¿Qué hay en esto de irracional? ¿No es esto una sombra débil de nuestra celestial gerarquía? Nada hay de una moral mas admirable, y la cosa no es físicamente imposible por sí misma: ni al parecer hay en esto un motivo para burlarse de las nnciones que nos han dado nuestro alfabeto.

El segundo punto de nuestra acusacion es la multitud de dioses admitidos para gobernar el mundo; Neptuno que preside en el mar, Juno en el aire, Eolo en los vientos, Pluton, ó Vesta en la tierra, y Marte en los ejércitos. Pongamos á parte las genealogías de todos estos dioses, tan falsas como las que se imprimen diariamente de los hombres; supongamos tambien la condenacion de todas sus aventuras, dignas de las Mil y una noches, y que jamas han formado el fondo de la religion griega ni romana: de buena fe, ¿donde está la bestialidad en haber adoptado unos seres de segundo órden, que tengan algun poder sobre nosotros que tal vez somos del cienmilésimo? ¿Hay en esto una mala filosofía, una mala física? ¿No tenemos nosotros nueve coros de espíritus celestiales mas antiguos que el hombre? ¿No tiene cada uno de estos nueve coros su nombre diferente? ¿No tomaron los Judios la mayor parte de estos nombres de entre los Persas? ¿No tienen muchos ángeles sus funciones asignadas? Habia un ángel esterminador que combatia en favor de los Judios: el ángel de los viageros que conducia á Tobías: Miguel era el ángel particular de los Hebreos; y segun Daniel combatió al ángel de los Persas, y habló al ángel de los Griegos: en el libro de Zacarías, un ángel de un órden inferior da cuenta á Miguel del estado en que habia encontrado la tierra: cada nacion tenia su ángel: la version de los setenta dice en el Deutoronomio, que el Señor repartió las naciones segun el número de los ángeles: en los Hechos de los Apóstoles, habla san Pablo al ángel de la Macedonia. Estos espíritus celestiales se llaman frecuentemente dioses en la Escritura, Eloim: porque en todos los pueblos la palabra que corresponde á Theos, Deus, Dios, no ha significado siempre el señor absoluto del cielo y de la tierra: con frecuencia significa un ser celestial, un ser superior al hombre, pero dependiente del soberano de la naturaleza; y aun algunas veces se ha dado tambien á los príncipes y á los jueces.

Y pues es cierto y evidente para nosotros que hay sustancias celestiales, encargadas del cuidado de los hombres y de los imperios, es tambien indudable que los pueblos que han admitido esta verdad sin la revelacion, son mucho mas dignos de estimacion que de menosprecio.

Luego lo ridículo no está en el politeismo; sino en el abuso que se hizo de él, en las fábulas populares, y en la multitud de divinidades impertinentes, que cada uno se forjaba segun su capricho.

La diosa de las tetas, Dea Rumilia; la diosa del acto del matrimonio, Dea Pertunda; el dios del sillico, Deus Stercutius; el dios pedo, Deus Crepitus; y otros por el mismo estilo no son seguramente muy venerables. Estas puerilidades, que eran la diversion de las viejas y de los niños de Roma, sirven tan solamente para probar las diferentes acepciones que tenia la palabra Dios. Es seguro que Deus Crepitus, el dios pedo, no daba la misma idea que Deus divum et hominum sator, el origen de los dioses y de los hombres. Los pontífices romanos no admitian las figurillas con que las buenas mugeres llenaban sus gabinetes. La religion romana era en el fondo muy seria y muy severa: los juramentos eran inviolables: no se podia principiar la guerra sin que el colegio de los Feciales la hubiese declarado justa: una vestal, convencida de haber violado su voto de virginidad, era condenada á muerte. Todo esto nos anuncia un pueblo austero, mas bien que un pueblo ridiculo.

Me he limitado á probar que el senado no era imbécil porque admitia el politeismo. Ahora se pregunta, ¿como este senado (dos ó tres de cuyos miembros nos han dado hierros y leyes) podia sufrir tantas estravagancias en el pueblo, y autorizar tantas fábulas entre los pontífices? No será difícil responder á esta pregunta. Los sabios de todos los tiempos se han servido de los locos: se permiten de buena gana al pueblo sus lupercales y sos saturnales, con tal que obedezca; y no se asan las gallinas sagradas que han prometido la victoria á los ejércitos. No nos admiremos de que los gobiernos mas ilustrados hayan permitido las costumbres y las fábulas mas insensatas: estas fábulas y estas costumbres existian ántes que el gobierno se hubiese establecido; y no se trata nunca de derrivar una ciudad inmensa é irregular para reedificarla á cordel.

¿Como, pues, puede suceder, que se hayan visto por una parte tanta filosofía y tanta ciencia, y por otra tanto fanatismo? Porque la ciencia y la filosofía no nacieron hasta un poco ántes de Ciceron, y porque el fanatismo existia hacia muchos siglos. Entónces dijo la política á la filosofía y al fanatismo: Vivamos todos tres juntos como podamos.