La leyenda del Cid: 115

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La leyenda del Cid de José Zorrilla
La leyenda del Cid

XIV[editar]

IV[editar]

El Cid en el Rey fiado
tornó a Valencia a cuidar
de su casa y de su estado,
y tranquilo el resultado
de la contienda a esperar.

Y allá con él esperaban
del éxito de la lid
noticias que no llegaban,
y esperándolas temblaban
las tristes hijas del Cid.

Pasó día a día un mes:
pasó de otro una quincena
y otro día, y dos, y tres;
y andaba el Cid de través
por consolar a Jimena.

Hecho de mil dudas centro
disimulaba Rodrigo,
mas del corazón adentro
daba a mil dudas abrigo:
un mal paso…, un mal encuentro,

un ímpetu de Bermudo,
un descuido de Antolín,
un maca en un escudo,
lanza, freno o malla pudo
dar a la lid un mal fin.

Del Rey no dudó jamás:
mas hechos a la traición,
teme que hagan otra más
o que se hayan vuelto atrás
los traidores de Carrión.

E insomne, febril y ayuno,
va y viene, alerta, intranquilo,
todo siéndole importuno,
sin confiarse a ninguno
y con el alma en un hilo.

Jimena andaba tras él
sin abordarle jamás:
y haciendo su mal más cruel
verter lágrimas de hiel
de él la sentía detrás:

e iban ambos a la puerta
del camarín de sus hijas,
jamás para nadie abierta,
y andaban de ellas alerta
mirando por las rendijas.

Y en su camarín cerradas
inmobles, mudas y fijas
en el suelo sus miradas,
de su venganza, azotadas,
desesperaban sus hijas.

Y en el corredor oscuro
al encontrarse los dos,
un beso el Cid casto y puro
la daba como seguro,
diciéndola: «Espera en Dios.»

Y otra semana del mes
pasó, y de la otra quincena
otro más, y dos y tres;
y andaba ya de través
tras de su esposo, Jimena.

Y estaba ya en su buen sino
desesperanzado el Cid,
pensando, perdido el tino,
en ponerse ya en camino
para el campo de la lid,

cuando una tarde a un balcón
do suele permanecer
con profunda distracción,
del vidrio y de su aflicción
mirando a través sin ver,

sintió Jimena a su oído
llegar de caballos ruido
y de tumulto rumor;
que, acercándose, nutrido
íbase haciendo y mayor.

Hecha asaltos a esperar
de los moros, a espiar
aplicó su vista activa,
y a poco en la plaza entrar
vió una inmensa comitiva.

Viene el primero arrogante,
sobre un alazán pujante
que arrastra rica mantilla,
un Rey de armas de Castilla
con batidores delante.

Viene tras él Gustios Nuño;
y junto a Gustio, Antolín
con un ojo como un puño,
y en la faz con un rasguño
y sobre un manso rocín.

Bermudo, con tardo andar
trae su corcel de batalla
sin encaparazonar:
que algo ambos contra una valla
se hubieron de quebrantar.

Y en larga y cuádruple hilera
viene empolvada tras éste,
del buen Cid la hueste fiera,
y en torno y tras de la hueste
gritando Valencia entera.

Dióla un vuelco el corazón,
que casi perdió el sentido
a Jimena; y el balcón
acudió a abrir su marido
de aquel alboroto al son.

Sus hijas, que en su aposento
le oyeron con sobresalto,
de agitación sin aliento
abrían en tal momento
otro mirador más alto.

Mas ya el mensajero real
con rapidez se apeaba
en el patio principal,
y el pueblo el patio asaltaba
rompiendo el ceremonial.

Cuando al tramo alto salieron,
padres e hijas ya le vieron
subir, sin ninguno en pos
de los que con él vinieron,
las gradas de dos en dos:

que por el placer de dar
las albricias el primero
a las damas de Vivar,
por ellas el mensajero
su decoro echó a rodar.

Mas cuando a sus pies llegó,
a su dignidad atento
de real heraldo, cobró
su aire oficial y mostró
grande aplomo y buen talento.

«Por cumplir con vos mejor,
dijo al Cid, al honor real
por poco hago poco honor:
mas va aquí el vuestro. Señor,
e ir aprisa no es ir mal.»

Y con garbo cortesano
puesta en tierra una rodilla,
poniendo un pliego en su mano,
dijo: «Del rey de Castilla
para el héroe castellano.»

Y entregado el pliego real;
como era costumbre y ley
del regio ceremonial,
dió un viva al Cid y otro al Rey
con aplauso universal.

Y el pueblo que suponía
lo que el escrito encerraba,
con tremenda gritería
oír lo escrito pedía
y al Rey y al Cid victoreaba.

Dió el pliego el Cid conmovido
a Alvar Fáñez de Minaya
que al palacio había acudido;
y el gozo teniendo a raya
calló el pueblo y prestó oído.

Mas del Rey no siempre atento
y en calma el escrito oyó:
porque ebrio a cada momento
de entusiasmo y de contento
a Minaya interrumpió.

............................

Y he aquí lo que el pergamino
del Rey al Cid contenía,
todo escrito de su puño
desde la fecha a la firma.

«Cid, Ruy Díaz de Vivar,
di de mi parte a tus hijas
que muestren al sol sus caras
pues no han sus almas mancilla.»
Yo mismo por ti encargado
de su honra que era la mía,
te doy testimonio y cuenta
de la lid en estas líneas.
Los Condes la hicieron ascos
y buscaron evasivas,
mas yo a la razón les traje
y en Carrión se abrió la lidia.
Lo hicieron más como buenos
que su maldad prometía;
pláceme de ello por todos
pues no hubo allí cosa indigna.
Bermudo pasó a don Diego
a través de la loriga
de una lanzada que en pago
le dió de una gran caída:
mas mozo es tan duro de alma
como recio de costillas,
pues tras golpe tan tremendo
dió lanzada tan magnífica.
Tendió Gustio a don Fernando
debajo de su rodilla;
y él vencido, confesándose,
confesó su alevosía.
Al conde don Suer González
terciar hice yo en la liza
harto de su atrevimiento
y procaz altanería:
mas lo hizo tan como bueno,
que a no ser porque la ira
le cegó y le perdió al cabo,
nos empata la partida,
Gil Antolín por fortuna
tiene el alma tan tranquila
como ligeras las manos;
con rapidez nunca vista
del conde al primer descuido
le descargó con tal prisa
seis tajos en la cabeza,
que le hizo el casco ceniza.
Cayó don Suero sin habla,
mas di a Antolín que te diga
cómo siente lo que lleva
en el ojo y la mejilla.
Vengado estás: ya no hay condes
de Carrión: su tierra es mía:
murió el uno en el palenque,
no sé el otro dónde exista.
Vengado estás: dime ahora
si te acomoda, Ruy Díaz,
que el Rey que aquel tuerto hizo
le enderece y le corrija.
Para su hijo don Ramiro,
el Rey don Sancho García
de Navarra, por esposa
me demanda a doña Elvira;
y al Rey de Aragón le tengo
a doña Sol prometida
para el infante don Pedro:
si ellas se avienen, envíalas.
Su padrino soy; las debo
dos maridos: conque dílas
que en cambio de malos condes
buenos príncipes reciban.
Así obra tu Rey contigo:
ve si algo más necesitan
para quedar satisfechas
de mí Jimena y tus hijas:
que porque ellas me perdonen
y ella quede por mi amiga
haré cuanto en poder quepa
de Alfonso, sexto en Castilla.»

Volvió al Cid Alvar la carta:
volvió Jimena a la vida,
y a sus hijas abrazándose
dijo llorando: ¡Hijas mías!

El Cid se enjugó una lágrima,
y de tal cuadro a la vista
el pueblo rompió frenético
en aullidos de alegría.

..........................

A sus tres campeones dió
las gracias públicamente
el buen Cid, les abrazó
y retiróse: y la gente
en triunfo se les llevó.

Como un enterrado vivo
a quien la losa se quita,
da ansioso al pulmón activo
el hálito fugitivo
del aire en que resucita,

así a solas respiraron
en su alcázar al entrar
las dos hijas, que quedaron
libres de infamia y tornaron
a ser gloria de Vivar.

Bendijéronlas contentos
sus padres: y todos faltos
de palabras y de alientos
tras de tantos sobresaltos,
ganaron sus aposentos.

En una grande aflicción
y en una alegría inmensa
jamás las palabras son
del sentimiento expresión:
quien siente, ni habla ni piensa.

Minaya en tanto perdido
tras de un hombre y una idea,
del palacio había salido
con la turba confundido
que al Cid y al Rey victorea.

Y cuando entre tal tropel
con Gustio y Bermudo dió
a su vez a éste y aquél
«¿Y Ordoño?», les preguntó:
mas nada sabían de él.


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