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La leyenda del Cid: 31

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La leyenda del Cid

III

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VIII

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Enigmas vivientes son
los corazones humanos
y escudriñar sus arcanos
jamás podrá la razón.

Con que el Rey, sin pretender
sus enigmas explicar,
mas sabiendo manejar
el genial de la mujer,

en una larga sesión
con Jimena y las infantas,
dio a aquella razones tantas
que la trajo a la razón.

Entre el amor y el deber
encastillada Jimena,
de su esperanza y su pena
no sabía a cuál ceder:

mas sobre su pena había
trascurrido el tiempo ya,
y su esperanza quizá
más con el tiempo crecía:

de modo que a la razón
su corazón al ceder,
no tuvo mucho que hacer
el Rey con su corazón.

Con su razón tardó más
en avenirse; a mi ver
más por mirar al deber
y por no volverse atrás.

Pero el Rey era hombre ducho:
y tan bien lo manejó,
que al fin Jimena creyó
que hacer más sería mucho:

y entre el amor y el deber
dejando que la convenza
el Rey, pudo sin vergüenza
dejar al amor vencer.

Al fin en llanto rompió
de las infantas en brazos,
y entre ellos hecho pedazos
el viejo deber quedó.

Con sus hijas aposento
el Rey la dió en su palacio,
y al duelo sin dar espacio
y dando al amor fomento,

a Ruy Díaz escribió:
«Ven: que la ley te condena
a casarte con Jimena:
hombre dé quien le quitó.

Con Valduerna y Belforado,
con Cardeña y con Saldaña
la doto, y serás de España
el barón más hacendado.

Y pues, cumplida la ley,
a lidiar tendrás que ir,
no tardes en acudir
a la voluntad del Rey.»

Llegó a Vivar tal mensaje:
y como buenos vasallos
aprontaron sus caballos
padre e hijo para el viaje.

Dejando órdenes Rodrigo,
para que a la lid se apreste
mientras él torna, su hueste,
tomó a su madre consigo.

Sus dos hermanos, a quienes
Rodrigo empequeñeció
porque su valor le dió
más favor, fortuna y bienes,

la acompañaban sin ceño
de envidia vil y rastrera,
de ver que en su casa era
el mayor el más pequeño.

Seis acémilas cargaron
de bodas con el presente,
y escoltados por su gente
a Burgos enderezaron.

Y al ir a montar los dos
al padre preguntó el hijo:
«¿qué os parece?» — Y aquél dijo;
«Hijo, que estaba de Dios.»


Introducción: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo I: I - II - III - IV - V - VI; Capítulo II: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo III: I - II - III - IV - V - VI - VII VIII; Capítulo IV: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII; Capítulo V: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo VI: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII; Capítulo VIII: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX; Capítulo IX: I - II - III - IV - V; Capítulo X: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII; Capítulo XI: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XII: I - II - III - IV - V - VI - VII; Capítulo XIII: I - II - III - IV; Capítulo XIV: I - II - III - IV; Capítulo XV: I - II - III - IV;